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Chapter 2 - Episodio 2: El Sendero de las Sombras

Takeshi Kurogane se detuvo ante la entrada del Templo de la Luz y la Sombra. La niebla lo envolvía todo como un sudario vivo, sus hilos grises danzando al ritmo de un viento que no podía oírse. El templo, una estructura de piedra erosionada por siglos, se alzaba como un recuerdo persistente del tiempo. Cada paso que daba hacia aquella colina le parecía conducir no solo a un lugar, sino a otra realidad.

Las puertas de madera, talladas con símbolos olvidados, se abrieron con un gemido largo y profundo. Dentro, un pasillo angosto lo recibió, iluminado por antorchas cuyos fuegos vacilaban como si respiraran. Los pasos de Takeshi resonaban como ecos en una caverna, y las sombras proyectadas en los muros parecían moverse con voluntad propia.

Murales cubrían las paredes: visiones antiguas de luz y oscuridad entrelazadas en guerras eternas, héroes caídos, monstruos ocultos tras máscaras humanas. El templo no contaba una historia: la susurraba, como si reconociera al visitante.

El aire se volvió denso a medida que los pasillos parecían doblarse sobre sí mismos, alterando la lógica del espacio. Sin embargo, Takeshi no se detuvo. Recordaba las palabras del anciano Tanaka, y la mirada perdida de Ayumi. Tenía que seguir adelante.

Finalmente, tras lo que pareció una caminata fuera del tiempo, llegó a una cámara bañada en una luz dorada y tenue. En el centro, un anciano monje lo esperaba, de pie, como si hubiera sabido de su llegada desde mucho antes de que Takeshi naciera.

—Mi nombre es Hachiro —dijo con una voz suave, como hojas secas cayendo—. Soy el guardián de este templo.

Takeshi se inclinó con respeto. Hachiro asintió.

—Este lugar es un umbral entre realidades. Aquí, la verdad y la ilusión caminan tomadas de la mano. Para avanzar, debes cruzar el Jardín de las Sombras. No es un lugar común, sino una prueba: el reflejo de tu alma en forma de enigma. Solo quien distingue lo real de lo ilusorio puede salir de allí.

Takeshi asintió sin dudar.

—Haré lo que sea necesario —dijo, con voz firme.

Hachiro extendió una mano hacia una puerta oculta entre columnas cubiertas de musgo. Takeshi cruzó el umbral.

El Jardín de las Sombras no tenía forma fija. Caminos de piedra aparecían y desaparecían. Los árboles, de troncos retorcidos, murmuraban con voces que hablaban en su mente. Un instante había luz; al siguiente, el mundo caía en penumbra. El viento llevaba consigo ecos de risas y sollozos, y cada sonido parecía una trampa.

Las ilusiones comenzaron sutiles: una flor de cerezo que caía al revés, una sombra sin dueño, un reflejo que no imitaba sus movimientos.

Luego llegaron los recuerdos.

Su madre lo esperaba bajo el gran ciruelo del jardín de la infancia, sonriendo con la misma ternura que recordaba. Su voz era idéntica.

—Takeshi… has crecido tanto…

Él se acercó, casi sin respirar. Pero justo antes de tocarla, se desvaneció como humo, dejando tras de sí un susurro:

—Aún puedes salvarnos…

El siguiente momento fue peor: su antiguo hogar apareció ante él, intacto. Oyó risas, vio a Ayumi de niña, corriendo por el pasillo. Entró, con el corazón latiendo fuerte… y entonces, el techo crujió. Las paredes comenzaron a agrietarse. En segundos, la casa se derrumbó, sepultándolo en oscuridad y polvo.

Takeshi cayó de rodillas. Su pecho se encogió. Pero recordó las enseñanzas de su padre: "No creas todo lo que ves. Cree en lo que sientes con el alma."

Cerró los ojos. Respiró. Se aferró a la única verdad que tenía: Ayumi lo necesitaba.

Con renovada determinación, siguió avanzando. Descifró acertijos esculpidos en piedra. Rechazó visiones que intentaban seducirlo con consuelos falsos. Aceptó sus propios temores y los cruzó sin mirar atrás.

Finalmente, emergió del jardín, jadeando, con las ropas cubiertas de polvo y los ojos inflamados por las lágrimas que no quiso dejar caer. Hachiro lo esperaba bajo un arco cubierto de glicinas.

—Has cruzado las sombras —dijo el anciano—. Y aún conservas la luz.

Takeshi no respondió. Pero dentro de sí, algo se había encendido. Una chispa nueva, forjada por el dolor y la fe.

—Ésta fue solo la primera prueba —advirtió Hachiro—. Pero tu alma ha dado el primer paso. La verdad de la maldición está cerca… pero también lo está aquello que desea devorarte.

Takeshi miró al horizonte, donde las montañas se fundían con las nubes. El viaje no había hecho más que comenzar.

Y la oscuridad, paciente, lo sabía.

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