LightReader

Chapter 1 - Prólogo: El Mito de Akuma

La oscuridad se respiraba en mi hogar como un aire denso y pesado. Desde que tengo memoria, todo giraba en torno a una expectativa: ser el mejor. No importaba si dolía, si sangraba por dentro, si no dormía por las noches; simplemente, lo ignoraban. "Levántate", "Eso no es nada", "Eres fuerte". Frases que se repetían como un mantra, grabándose a fuego en mi mente.

Mi padre, un hombre respetable ante el mundo, era un verdugo en casa. Nunca me golpeó, pero su voz, su mirada, su indiferencia eran suficientes para dejarme sin aliento. Mi madre, por otro lado, era asfixiante. Me vigilaba constantemente, me negaba amistades, me prohibía salir. Decía que el mundo era peligroso, que la calle era para los mediocres. Me convertí en un fantasma, un niño solitario que se refugiaba en libros de psicología, criminología, filosofía y ética. Buscaba entender por qué mis padres eran así, por qué yo era así.

Pero todo cambió cuando ella llegó a mi vida. Tenía mi edad, y me habló sin miedo, sin exigencias. Me trató como si no tuviera que demostrarle nada. Fue la primera persona en mirarme sin evaluarme. Me mostró que no todo afuera era hostil. Me sacó de la cárcel invisible que eran mis padres. Por primera vez, reí sin culpa. Me enamoré con una intensidad primitiva, brutal, limpia.

Estuvimos juntos siete años, un período de luz en mi vida. Pero esa luz se apagó de manera brutal. Un grupo de delincuentes nos atacó, y ella… ella murió en mis brazos. Algo dentro de mí colapsó en ese instante. No fue odio, no fue rabia. Fue vacío. Un silencio absoluto que destruyó cada parte buena que me quedaba.

Volví a casa ensangrentado, y mis padres no preguntaron. Solo dijeron: "¿Y ahora qué piensas hacer con tu vida?" Ese fue el final de todo. Esa noche, marqué un límite. Me miré en el espejo y por primera vez vi lo que el mundo había construido. No vi a un joven. Vi a una cosa que había sido deformada. Una máquina rota, abandonada por la misma sociedad que exige bondad pero siembra crueldad.

Decidí que si el mundo me había quitado todo, yo le devolvería el favor. Me convertiría en su castigo. Mi historia no es de redención. Es de caída. Porque no todos los que sufren sanan. Algunos se pudren. Y eso es lo que soy ahora: una sombra, un espectro, un castigo.

Mi primera víctima no fue elegida por azar. Era parte de una deuda que el mundo contrajo conmigo cuando decidió arrebatarme todo. Aquellos hombres que destrozaron su cuerpo frente a mí, como hienas riéndose bajo la lluvia, jamás pagaron sus crímenes. La justicia no llegó, como si sus gritos no hubiesen existido. Pero yo los escuché. Cada noche. Cada maldito segundo.

Los busqué. No por venganza, sino por redención. Quería devolver al universo un equilibrio que jamás conoció. Estudié sus vidas como quien diseca ratas de laboratorio. Rutinas, adicciones, perversiones. No actué con prisa. La verdadera justicia no se improvisa: se diseña. Y cuando los apagué, uno por uno, sin súplica ni redención, no sentí culpa. Sentí libertad.

Por primera vez en mi vida no era un hijo, ni un estudiante, ni el reflejo de lo que mis padres querían. Era yo. Puro. Total. Había roto las cadenas. Y me había convertido en algo nuevo: el hombre sin máscara.

Comencé a analizarme como si fuese un caso clínico. Leía mientras la sangre aún secaba en mis uñas. Revistas de criminología, artículos de neurociencia y psicología forense. Estudié a Robert Hare y su escala de psicopatía, a Carl Jung y su arquetipo de la sombra, a B.F. Skinner y el condicionamiento que encadenaba a los humanos.

Me di cuenta de algo atroz: todo lo que era… fue construido. No nací roto. Me rompieron. Fui moldeado por años de desprecio emocional, por padres que solo veían mi rendimiento, por adultos que llamaban "rebeldía" a mi llanto silencioso.

Japón fue mi primer campo de juicio. Pero mi hambre de equilibrio era más grande que sus fronteras. Viajé. Observé. Maté. De forma Fría. Nunca con saña innecesaria. Nunca sin mensaje. Cada crimen era simbólico. Cada escena representaba una criatura de la mitología japonesa.

No lo hacía por placer. Lo hacía por consecuencia. Como si el mundo hubiese gritado durante años y yo fuera la respuesta inevitable. Expertos intentaron clasificarme. "Su perfil no corresponde a ningún patrón conocido", escribió el criminólogo Ichiro Hayashi. "No es impulsivo ni narcisista. Es metódico, filosófico. Un asesino que piensa como un filósofo y actúa como un cirujano", afirmó la doctora Elise Vautrin.

Él no es un psicópata. Es un reflejo. Es el castigo colectivo encarnado, sentenció el psiquiatra Hugo Reyes. Y así comenzó el mito. Me dieron un nombre que nunca pronuncié: Akumu no Saiban, El Juicio de las Pesadillas. No fui una figura. Fui una idea. Un concepto que cruzó fronteras.

Nadie era inmune. Políticos corruptos, criminales, explotadores de niños, líderes religiosos que escondían podredumbre tras sus túnicas. No importaba su país, su idioma, su poder. Si estabas podrido, yo llegaba. Algunos me adoraban. Otros me temían más que a la muerte.

Recuerdo mi último viaje. Las pisadas en la nieve eran como cicatrices sobre un cuerpo congelado. El Polo Norte. No había más víctimas que merecieran mi juicio. Solo el hielo. El frío que nunca perdona. Me arrodillé bajo una aurora que parecía burlarse de mi historia. El hambre me quebraba los huesos. El silencio era total. Me desplomé… sonriendo.

Dicen que encontraron mis restos meses después. Que junto a mí había una hoja arrancada de un viejo libro de filosofía donde escribí: "El mundo no crea monstruos. Los entrena." Algunos afirman que no existí. Que soy un invento para atemorizar a los niños. Que el Akumu no Saiban es solo un mito urbano.

No actué con furia. Ni siquiera con saña. Cada asesinato era ejecutado con la precisión de un reloj cósmico, como si las estrellas hubieran alineado cada segundo para que yo dictara sentencia. No era violencia… era destino. Era geometría de la justicia.

Este ser no se ve a sí mismo como un asesino, sino como un dios. No elimina por placer, sino por juicio. Se ha adjudicado el derecho de decidir quién vive y quién muere. Eso es lo más peligroso. No es un criminal, es un arquitecto de la moralidad. Y nadie debería tener ese poder." — Dr. Edward Komuro, analista forense de perfiles extremos.

Pero ya era tarde para advertencias. Yo no buscaba aprobación. No necesitaba comprensión. Solo necesitaba equilibrio. Porque si nadie en este mundo es capaz de sostenerlo… Entonces yo seré quien lo mantenga. Y si no me permiten existir como equilibrio… Me convertiré en el demonio que merecen. Seré el incendio que purifica, el grito que interrumpe el silencio, el monstruo necesario.

No fui creado por la oscuridad. Fui el equilibrio que ustedes empujaron al abismo. Gracias a ustedes, sociedad enferma, fui la maldad misma. Si tuviera una segunda oportunidad, no lo duden: Sería mil veces más cruel, más astuto, más devastador. Y esta vez… Ganaría.

More Chapters