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Chapter 90 - Sombras que despiertan

Minutos antes de que Ryuusei y el presidente se encontraran cara a cara, el caos se desató en la zona de cuarentena. La audaz e instantánea reacción de Volkhov y Aiko había tomado a todos por sorpresa. Los gritos del Dr. Kresnikov y la ráfaga inicial de disparos apenas habían alertado a los guardias cercanos.

El plan seguía su curso. Y apenas comenzaba el verdadero riesgo.

Vestidos con trajes militares robados, Aiko y Volkhov caminaban por la zona restringida, tratando de pasar desapercibidos entre los verdaderos soldados. Los cuerpos que habían dejado atrás, aunque temporales, no tardarían en ser descubiertos. Volkhov usó sus años de entrenamiento en la agencia como brújula, recordando los puntos ciegos y los horarios de patrulla.

—¿Sabes? Te ves extrañamente bien disfrazado de soldado —comentó Volkhov en voz baja, ajustando su gorra, buscando aliviar la tensión.

—¿Quieres que te corte el cuello como al anterior? —respondió Aiko sin voltear, aunque una leve sonrisa se dibujó en su rostro bajo el cuello del uniforme.

—No niego que sería épico, pero prefiero vivir para subirme a ese avión. Necesito ver la cara de Dimitri cuando sepa que falló.

Ambos se movían con precisión sincronizada, siguiendo el mapa mental que Ryuusei les había descrito con una claridad obsesiva. La clave estaba en la leyenda militar local: el antiguo hangar 13.

—Según el lunático, está cerca del antiguo hangar 13, abandonado hace años. Nadie se acerca a esa zona por estar llena de hielo, chatarra y viejas historias de maldiciones soviéticas —susurró Volkhov.

—Un escondite perfecto. Si funciona, Ryuusei es un genio, por muy demente que sea —replicó Aiko.

Mientras caminaban, el recuerdo de su infancia como niño soldado y el rostro de los huérfanos que no pudo salvar se anclaron en la mente de Volkhov. Cada paso en ese uniforme robado era una traición a su pasado, pero también el único camino para redimirlo.

—¿Crees que funcione? —preguntó Aiko mientras escalaban una pequeña colina de nieve y chatarra que marcaba el límite del sector activo.

—Conociendo a Ryuusei, debe tener una bomba oculta o una grabación ridícula diciendo "¡Felicidades por escapar!" —bromeó Volkhov.

Y como si el universo escuchara, cuando lograron deslizarse bajo el alambrado perimetral y entraron al hangar, una vieja bocina oxidada, alimentada por un pequeño generador, hizo sonar un "Welcome, camaradas" con un acento ruso exageradamente caricaturesco.

Ambos se quedaron mirando en silencio… y luego soltaron una carcajada que resonó en el vasto espacio vacío.

—Sí, definitivamente es su estilo —dijo Aiko, limpiándose una lágrima de risa.

Volkhov, potenciado por la Piedra de Regeneración, se sentía en casa en la violencia. Su percepción, ya de por sí sobrehumana, ahora operaba a una velocidad acelerada. No era simplemente rápido; era preciso. Cada disparo era una ejecución, minimizando el ruido y el tiempo de respuesta del enemigo.

El dúo, en cuestión de minutos, se había deshecho de los pocos guardias en el perímetro inmediato. Los cuerpos de los médicos y los soldados yacían en la nieve, la sangre caliente tiñendo el blanco prístino.

—Eso fue ruidoso —dijo Volkhov, mientras su respiración se estabilizaba. El esfuerzo había sido mínimo, pero la adrenalina aún fluía.

—Debemos movernos. Ya —Aiko se agachó junto a uno de los soldados. Su agilidad era silenciosa, una cazadora experta.

En un tiempo récord, ambos estaban disfrazados con trajes militares rusos. El uniforme le quedaba grande a Aiko, pero con la gorra y el cabello recogido, lograba una silueta ambigua. Volkhov, con la máscara de protección facial de un soldado sobre la suya, se veía imponente y anónimo.

—Ya estamos dentro —dijo él, con los ojos encendidos de adrenalina—. Solo hay que pasar desapercibidos… y encontrar el maldito avión.

—Y no morir en el intento —susurró Aiko, con una sonrisa helada.

Pero el momento tierno duró poco. El hangar era una tumba helada de metal y óxido. En el fondo, cubierto por lonas grises y hielo, estaba el avión. Pequeño, con hélices. Una reliquia de otra época: un viejo Antonov monomotor de transporte ligero, probablemente de los años setenta.

—Perfecto. No está destruido. Aún huele a aceite y soledad —Volkhov subió a la cabina con la agilidad de un leopardo, inspeccionando los controles. El panel estaba sucio, pero sorprendentemente intacto.

—¿Sabes volar esta cosa? —preguntó Aiko.

—¿Alguna vez viste mi historial de crimen? Incluye robar un avión en 2016. Me estrellé, sí… pero por culpa de un pato.

—¿Un pato? —Aiko no pudo evitar la incredulidad.

—Larga historia. Súbete. Ryuusei dejó el combustible.

Aiko entró, sentándose en el asiento del copiloto mientras Volkhov comenzaba la compleja secuencia de encendido.

—¿Y si no funciona? ¿Y si los motores se congelaron?

—Entonces nos morimos de frío. Pero si Ryuusei dice que el motor va a encender, es porque tiene un plan de contingencia para que el motor encienda, aunque implique usar magia negra.

El motor tosió. Luego, con un esfuerzo agónico, rugió. Las hélices comenzaron a girar, lentas al principio, luego más rápidas. El hangar vibró.

—Funcionó —dijo Volkhov con una sonrisa de niño travieso. El sentido del triunfo era embriagador.

—Listos para despegar —dijo Aiko, aunque en su interior, sabía que la verdadera huida apenas comenzaba.

El avión, con un chirrido de metal, comenzó a rodar lentamente sobre la pista congelada fuera del hangar. El fuselaje crujía bajo la presión.

—¿Sabes qué es lo loco? —dijo Volkhov mientras ganaban velocidad—. Estamos huyendo disfrazados, después de fingir estar muertos, en un avión robado de los años setenta, y nuestro jefe… está hablando con el presidente de Rusia como si nada.

—Es como una película… pero escrita por un loco con mucho tiempo libre —respondió Aiko, su mirada fija en el horizonte oscuro.

Volkhov tomó firmemente los controles.

—Hay que esperar a Ryuusei.

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