La placidez del día junto a la laguna quedó atrás con el amanecer. El equipo de la Operación Kisaragi, descansado pero consciente de la inminente tarea, se reunió en el claro central. El sol de la mañana, aunque cálido, no disipaba la seriedad en los rostros de los marginados. El respiro había terminado. Era hora de entrar en la Fortaleza Viviente.
Ryuusei, con su máscara del Yin-Yang firmemente colocada, se dirigió a ellos. Su voz era tranquila, cortando el aire fresco de la mañana con propósito.
—El día de descanso ha terminado —dijo, su mirada dorada recorriendo a cada miembro—. Es hora de acceder a la base que mencioné. Será nuestro centro de operaciones.
Hizo una pausa, evaluando al grupo. No los enviaría a todos a la vez a un lugar cuya entrada aún no estaba asegurada.
—Volkhov —dijo Ryuusei, asintiendo hacia su mano derecha en Asia—, tú irás al frente. Liderarás el equipo de reconocimiento. Encuentra la entrada. Evalúa la seguridad. Asegúrala.
Volkhov asintió, su rostro inexpresivo.
—Bradley —continuó Ryuusei, mirando al joven velocista. Era una prueba. Una oportunidad para que Bradley aplicara su velocidad en una misión táctica real, lejos de la protección directa del grupo principal—. Tú usarás tu velocidad. Explora el perímetro. Sé nuestros ojos. Reporta cualquier movimiento inusual. Pero no te expongas innecesariamente.
Bradley tragó saliva, la anticipación mezclada con una pizca de nerviosismo. Asintió con firmeza. —Entendido, Ryuusei.
—Y Sylvan —la mirada de Ryuusei se posó en el imponente humanoide árbol—. Tu fuerza y resistencia serán necesarias si hay resistencia. Serás la... punta de lanza si es necesario.
Sylvan simplemente emitió un gruñido bajo y asintió con su masiva cabeza. Como siempre, era un hombre de muy pocas palabras.
—El resto esperará mi señal —concluyó Ryuusei, dirigiendo una mirada al grupo principal restante: Aiko, Arkadi, Amber Lee, Brad, Kaira, Chad y Ezequiel—. Una vez que Volkhov asegure la entrada, nos contactará. Manténganse listos.
El equipo explorador se separó del grupo principal. Volkhov, Bradley y Sylvan se movieron hacia la parte del bosque donde Ryuusei intuía o sabía que estaba la entrada a la base. Los demás se instalaron en un punto acordado, con equipos de comunicación para esperar la señal. La tensión no era alta, pero era palpable. Era el inicio de la fase de operación activa.
Los árboles, majestuosos y vetustos, se alzaban hasta donde la vista podía alcanzar, sus copas entrelazadas en una bóveda verde salpicada de luz dorada. Hilos de neblina flotaban entre los troncos, enredándose como sedas vivas, mientras destellos esmeralda y plateados —quizás pequeñas hadas o criaturas esquivas— titilaban brevemente en las sombras.
El aire estaba impregnado de un aroma profundo a tierra húmeda, a musgo y a flores silvestres que, escondidas entre las raíces nudosas, brillaban como joyas. Cada paso que daban sobre la mullida alfombra de hojas caídas resonaba suavemente, como si el mismo bosque respirara junto a ellos.
De vez en cuando, una ráfaga de viento travieso hacía danzar las ramas, dejando caer una lluvia de pétalos y semillas que giraban en espirales perezosas, mientras un coro de sonidos lejanos —un susurro de alas, un crujido de ramas, el eco de un arroyo oculto— envolvía a los exploradores, haciéndoles sentir que habían cruzado el umbral de un mundo aparte, donde la naturaleza aún susurraba secretos olvidados por el hombre.
Todo parecía tan eternamente sereno que por un instante, incluso la misión urgente que pesaba sobre sus hombros fue desplazada por una sensación de maravilla silenciosa. El bosque, como en los cuentos más viejos, ofrecía tanto refugio como peligro, belleza como misterio. Y ahora, ellos formaban parte de su historia.
El trío explorador avanzó con eficiencia silenciosa a través del denso bosque. Volkhov se movía con la gracia sigilosa de alguien que había operado en incontables territorios hostiles, sus ojos escaneando el entorno con una agudeza implacable.
Bradley, utilizando su supervelocidad en ráfagas controladas, se adelantaba, explorando el perímetro en círculos amplios y regresando para reportar. Sylvan simplemente caminaba con una presencia inmensa, sus pasos sorprendentemente silenciosos para su tamaño, una fuerza de la naturaleza moviéndose con propósito.
Para Bradley, esta era una primera interacción significativa con estos dos miembros de la antigua guardia de Ryuusei. Volkhov era profesional y distante, dando órdenes concisas y esperando eficiencia. Bradley sentía el peso de la expectativa, pero también la libertad de usar su velocidad de una manera nueva, táctica. Sylvan era un enigma.
Su tamaño y naturaleza lo hacían intimidante, y su falta de palabras creaba una barrera. Bradley intentó interactuar un par de veces, un comentario nervioso, una pregunta sobre su resistencia, pero solo recibía gruñidos o miradas impávidas como respuesta. Comprendió rápidamente que con Sylvan, la comunicación era a través de la presencia y la acción.
—Movimiento al frente, al oeste —la voz de Volkhov era baja y clara a través del comunicador discreto que usaban—. Dos figuras. Uniformes militares. Cerca de la cresta.
Habían encontrado la entrada. O al menos, a quienes la protegían.
Se acercaron con mayor cautela. Bradley confirmó a supervelocidad la presencia de los guardias y su número. Pocos militares comunes, tal como Ryuusei había anticipado como posibilidad. Eran solo tres, equipados con armamento estándar, patrullando un perímetro que a simple vista no revelaba nada inusual. Su presencia era la única indicación de que algo importante se ocultaba en ese sector del bosque.
Volkhov dio las órdenes con gestos precisos. No querían una pelea prolongada. Querían asegurar la entrada rápido y sin alertar a nadie más dentro (si lo había). El enfoque sería la neutralización silenciosa y brutal.
Bradley fue el primero en actuar. Una ráfaga de supervelocidad invisible al ojo humano. El primer guardia cayó sin hacer ruido, su cabeza golpeada contra un árbol con una fuerza tan rápida que su cráneo se fracturó con un crujido húmedo, enviando esquirlas de hueso y una salpicadura de sangre contra la corteza. Sus ojos se quedaron fijos y vacíos antes de que su cuerpo se desplomara, una figura rota.
El segundo guardia apenas tuvo tiempo de girarse. Volkhov ya estaba allí. No usó su arma de fuego; la silenció antes. Un movimiento experto y brutal. Vio a Volkhov acuchillar al guardia con una hoja discreta y afilada, abriendo un tajo ancho en su abdomen. El intestino grueso reventó en hebras viscosas y otros órganos internos colapsaron en el impacto. La sangre brotó en un chorro violento al retirarse la hoja.
El guardia se dobló sobre sí mismo, sus manos intentando en vano contener sus propias vísceras expuestas que se deslizaban sobre sus uniformes. El hedor a sangre y entrañas llenó el aire por un instante antes de que Volkhov le rompiera el cuello con un giro rápido, asegurando su silencio final. El cuerpo, destrozado por dentro, cayó al suelo, dejando un charco oscuro y espeso bajo él.
El tercer guardia levantó su rifle, alarmado por los ruidos mínimos. No llegó a disparar. Sylvan ya estaba sobre él. No usó armas. Usó su fuerza descomunal. Vio al humanoide árbol agarrar al militar. Con un gruñido profundo, Sylvan lo aplastó en un abrazo brutal.
El sonido fue horrendo: huesos rompiéndose, músculos cediendo, órganos internos estallando bajo la presión. Sangre, materia fecal y otros fluidos corporales salieron a borbotones de la boca y otros orificios del guardia mientras su cuerpo se convertía en una masa deformable. Sylvan soltó el cuerpo, ahora una forma grotescamente aplastada y ensangrentada, apenas reconocible como humano, cayendo con un splat húmedo en el suelo del bosque.
La entrada estaba asegurada. Los pocos guardias militares comunes habían sido neutralizados con una eficiencia despiadada. Eran un recordatorio crudo del tipo de fuerza que Ryuusei había reunido y la brutalidad que estaban dispuestos a ejercer.
Volkhov inspeccionó los cuerpos brevemente, asegurándose de que no había alarma. Bradley, aunque acostumbrado a la velocidad, sintió una punzada de... algo. No miedo, sino la cruda realidad de la muerte violenta infligida con esa eficiencia. Sylvan simplemente se quedó inmóvil, impávido.
Encontraron la entrada oculta poco después, un panel de roca que se deslizó revelando un túnel oscuro. Entraron, dejando el exterior pacífico y los cuerpos destrozados atrás.
Una vez dentro, Volkhov sacó su comunicador.
—Ryuusei —su voz era plana—. La entrada está asegurada. Neutralizamos a los guardias. Pueden venir.