Durante toda su vida, había creído que los mitos y las
leyendas eran solo eso: cuentos antiguos, relatos destinados a explicar lo
inexplicable. No había espacio en su mente para profecías o destinos marcados.
Pero cuando el santuario lo señaló como el héroe de aquella historia, sintió
que el peso del mundo caía sobre sus hombros.
"¿Y si no soy yo? ¿Y si no quiero serlo?" se preguntó
incontables veces. A lo largo de su camino, vio cómo la gente a su alrededor
seguía atrapada en sus propias miserias: la codicia, el odio, la indiferencia
hacia los demás. ¿Cómo podía salvar a un mundo que parecía no querer salvarse a
sí mismo?
Pero entonces lo entendió. No se trataba de ser un héroe
porque alguien lo hubiera predicho. No se trataba de liberar un poder porque
una profecía así lo decía. Se trataba de elegir. Su elección.
"No soy un héroe porque me lo dijeron. Si hago algo, será
porque yo lo decido", pensó mientras observaba el horizonte.
El futuro era incierto. Podría ser un salvador… o podría
dejar que el mundo siguiera su curso. No había respuestas claras, solo una
certeza: lo que ocurriera a partir de ahora dependería de su voluntad, no del
destino.
Y con esa idea en mente, dio la espalda al santuario,
caminando hacia un mundo que tal vez nunca lo aceptara, pero que él, en algún
momento, podría aprender a entender.