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Chapter 14 - Capítulo 14 – 15 y 16 de febrero de 2006Preparativos y promesas

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Capítulo 14 – 15 y 16 de febrero de 2006

Preparativos y promesas

El miércoles 15 de febrero empezó como cualquier otro día de entrenamiento, pero Matteo Domínguez Bianchi no lo sentía así. Seguía con la mente en lo vivido el día anterior, repasando los mensajes, la llamada con María Laura, sus palabras, su voz. Era algo nuevo, un sentimiento fresco que no se parecía en nada a la adrenalina de un partido ni al orgullo tras marcar un gol. Era más suave, pero igual de poderoso.

Se levantó temprano, desayunó junto a los otros chicos del hogar y salió rumbo a la sede del club Cerro Porteño. Los entrenadores estaban más exigentes que de costumbre: el próximo rival no era fácil, y aunque el equipo venía invicto, no querían que se confiaran.

—¡Vamos, Domínguez! ¡Más intensidad en el regreso! —le gritó el preparador físico durante los ejercicios de presión.

Matteo obedecía, pero su mente seguía dividida. Por un lado, el enfoque en los entrenamientos; por otro, los latidos que se aceleraban cada vez que escuchaba el sonido de un mensaje entrante en el celular. María le escribía a cada rato, incluso durante los breves descansos entre rondos y prácticas tácticas.

> "No olvides hidratarte, bobo."

"Pensé en vos cuando pasé frente al estadio. Ojalá te vea ahí el sábado."

Después del entrenamiento, Matteo aprovechó para quedarse unos minutos extra practicando centros desde la izquierda. Uno de los delanteros titulares se quedó a rematar con él.

—Vos sí que estás enchufado, hermano —le dijo el delantero, después de conectar su tercer gol de cabeza tras un centro suyo—. Con vos es fácil lucirse.

Matteo sonrió, pero no dijo nada. Sabía que estaba rindiendo bien, pero aún no había logrado todo lo que quería.

Esa tarde, después del almuerzo y una breve siesta, le escribió a María:

> "¿Nos vemos un rato? Podríamos caminar cerca del parque o ir por un helado."

"¿Y si te digo que paso por vos con mi bici?"

Ella lo pasó a buscar cerca del orfanato a las seis. Llevaba un short de jean y una camiseta blanca que resaltaba su piel dorada por el sol. Matteo subió al asiento trasero de la bicicleta, y fueron juntos al parque Ñu Guasu. No hacían falta muchas palabras. Caminaron, tomaron tereré bajo la sombra de un árbol, hablaron de cosas pequeñas, cotidianas: profesores, compañeros, películas.

—¿Sabés? —le dijo ella mientras él la miraba de perfil—. Antes nunca me fijaba en chicos menores que yo.

—¿Y ahora?

—Ahora, sólo me importa uno.

Se miraron un momento. Ella se inclinó y le dio un beso rápido en la mejilla. Matteo no se movió. Después, con una sonrisa atrevida, la tomó de la mano.

El jueves 16 amaneció nublado. El clima parecía pesado, pero no llovía. Durante el entrenamiento, hicieron fútbol formal. Matteo fue titular en el equipo A, y en los 40 minutos de juego anotó un gol tras una jugada individual por la banda izquierda, y asistió a su compañero con un centro perfecto al segundo palo.

—Estás encendido, Domínguez —le dijo el entrenador principal, mientras anotaba algo en su libreta.

Después del entrenamiento, al llegar al orfanato, Matteo recibió un mensaje que lo hizo sonreír:

> "Este sábado también voy a estar en la grada. A ver si seguís dándome razones para aplaudirte."

Era María. Desde que se conocieron, no se había perdido ni un solo partido. Siempre buscaba el mismo sitio en la tribuna, lo animaba con una sonrisa y lo premiaba con besos en los días libres. Pero cada vez que le decía que lo vería jugar, Matteo sentía una mezcla de orgullo y responsabilidad. No quería fallarle.

Esa noche volvieron a verse. Salieron a caminar de nuevo, esta vez por las calles tranquilas del barrio de María. En la esquina de su casa, ella lo detuvo.

—¿Vas a meter gol este sábado?

—Voy a meter dos —respondió, seguro.

—¿Y si lo hacés?

—Entonces después del partido te invito un helado... o lo que quieras.

—¿Y si no hacés ninguno?

—Entonces... vos me invitás.

—Trato hecho —dijo ella, riéndose.

Antes de despedirse, se besaron. Esta vez fue diferente. Más lento, más profundo. Matteo sintió que el mundo se detenía un instante. Al separarse, ella le acarició la mejilla.

—Nos vemos el sábado, goleador.

Él se quedó parado unos segundos después de que ella entró a su casa. Luego miró al cielo, donde las nubes apenas dejaban pasar una luna apagada. Respiró hondo. El partido del sábado no era solo una oportunidad para sumar en el torneo. Era su primera verdadera cita con la presión de impresionar a alguien que de verdad le importaba.

Y él no pensaba fallar.

Continuará…

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