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Chapter 2 - Capítulo 1: Eres importante para mí

El sol comenzaba a ocultarse entre los árboles del espeso bosque de Nagasora. Las hojas crujían suavemente bajo los pies de Takeru Arashi mientras caminaba de regreso por el sendero, una pequeña cesta de mimbre colgando de su brazo, llena de peces recién atrapados. No logró cazar ningún animal terrestre esa tarde, pero el río le compensó con abundantes truchas plateadas que aún brillaban con la luz del atardecer.

Cuando llegó al barrio residencial donde vivía Mei, se detuvo frente a una casa de diseño moderno con detalles tradicionales. Acomodó el cabello rebelde que el viento le había alborotado, respiró profundo y tocó la puerta suavemente.

Unos segundos después, la puerta se abrió con un clic y Raiden Mei apareció con su uniforme escolar todavía puesto, aunque ya desordenado por las horas de juego y lectura. Tenía siete años recién cumplidos, pero su expresión serena y su postura recta daban la sensación de que cargaba más años sobre sus hombros.

—Takeru —dijo con una sonrisa suave, apenas visible—. ¿Viniste?

—Claro, te prometí que te enseñaría a cocinar pescado hoy —respondió él, levantando la canasta con orgullo—. No encontré ciervos ni conejos, pero el río fue generoso.

Ella asintió y abrió más la puerta.

—Pasa. Papá no está, pero dejó dicho que podíamos usar la cocina si queríamos.

El interior de la casa era cálido, adornado con tonos suaves y discretos recuerdos familiares. Aunque grande y elegante, había algo melancólico en su silencio, como si esperara desde hace mucho tiempo ser llenada con risas y compañía.

En la cocina, Takeru comenzó a preparar los ingredientes con movimientos expertos. Su pequeño cuerpo de siete años parecía en desacuerdo con la precisión y soltura con la que manejaba el cuchillo y los condimentos. Mei, por su parte, observaba con curiosidad, tratando de imitarlo con torpeza pero entusiasmo.

—No aprietes tanto el arroz, Mei. Tiene que quedar esponjoso, no como una pelota de nieve.

—¡Lo intento! —protestó con una risita, aunque claramente disfrutaba el momento.

Mientras ella pelaba torpemente una zanahoria, Takeru la miró de reojo, y su mente se llenó de recuerdos borrosos y sentimientos confusos. Aquella sensación extraña, ese deja vù persistente desde el primer día que la vio…

«Fue hace dos años… Tenía cinco cuando la conocí. Yo aún me estaba acostumbrando a este mundo, a esta nueva vida... Pero cuando la vi por primera vez, su rostro, su nombre... la reconocí en recuerdos que no deberían existir. En un futuro que aún no ha llegado.

No tenía motivos para acercarme a ella. Era una niña más entre muchas. Pero algo me empujaba. Algo más allá de la lógica o la memoria. Y cuanto más la conocía llegue a un punto en que ella se volvió irremplazable para mi»

—Takeru… —la voz de Mei lo sacó de sus pensamientos—. ¿Estás bien?

—¿Eh? Sí, sí. Solo estaba recordando algo —respondió con una sonrisa leve.

—¿Algo importante?

Él dudó un segundo, y luego negó con la cabeza.

—Solo… el sabor del pescado asado de mi niñez.

—Entonces hagámoslo el mejor pescado asado del mundo.

Ella sonrió, esta vez de verdad. Sus mejillas se iluminaron con una dulzura que no podía fingirse. Y aunque aún era torpe, se esforzaba por seguir cada instrucción.

 

El aroma del pescado comenzó a llenar la cocina, mezclándose con el crujido suave de la piel asándose en la sartén y el chisporroteo del aceite calentado con jengibre. Mei, sentada en una silla alta, agitaba lentamente una cuchara de madera en un pequeño cuenco de salsa de soja, ajo y cebollín, siguiendo al pie de la letra las instrucciones de Takeru.

—Listo, ya puedes rociarlo por encima —indicó él.

Mei se levantó con cuidado y vertió el contenido con precisión infantil, esforzándose por no derramar ni una gota fuera del plato. Sus dedos estaban manchados de harina y un poco de arroz pegado a la mejilla izquierda.

Takeru rió suavemente.

—Tienes arroz en la cara.

—¿Eh? ¿Dónde?

—Aquí —dijo él, y con el pulgar limpió con delicadeza la manchita blanca, sus ojos cruzándose por un instante con los de ella.

Un silencio breve se instaló entre los dos. No incómodo, sino tranquilo, como si en ese instante el mundo se redujera a esa cocina, ese aroma, ese momento.

—Takeru… ¿tú siempre estás solo cuando vas al bosque? —preguntó Mei mientras se sentaban frente al plato terminado, ambos con platos más pequeños.

Él asintió lentamente.

—Sí. Me gusta la tranquilidad. Aunque, bueno… a veces me gustaría tener compañía. Pero no cualquiera —agregó, lanzándole una mirada fugaz—. Alguien especial.

Mei desvió la mirada y fingió estar muy ocupada soplando su pescado caliente, aunque no podía ocultar el leve rubor que subió por sus mejillas.

—Yo también estoy sola mucho tiempo… —susurró—. Papá dice que trabaja para darme un buen futuro. Pero a veces me pregunto si para tenerlo, tengo que estar siempre sola en el presente…

Las palabras resonaron en el pecho de Takeru. No sabía cómo explicárselo, pero entendía esa soledad. La había sentido antes… ¿en otra vida?.

—No estás sola ahora —dijo con firmeza. Dejó sus palillos a un lado—. Estoy aquí, ¿no?

Ella alzó la vista, sorprendida por el tono sincero de su voz.

—¿Prometes que vas a seguir viniendo?

Takeru pensó en todas las cosas que no entendía: los recuerdos que no deberían estar allí, el porqué es diferente a los demás para su edad, y sobre todo, por qué Raiden Mei estaba en el centro de tanto caos dentro de él.

Pero, por primera vez, una promesa le pareció fácil de hacer.

—Lo prometo.

El reloj en la pared marcó las 7:11 p.m., y la tenue luz del sol filtrada por las cortinas doraba sus rostros. Afuera, las luciérnagas comenzaban a brillar entre los árboles del jardín.

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