Capítulo 69 – Reacciones de una Madre (Parte 2)
El tercer episodio me dejó con emociones encontradas. No fue como el segundo, que me hizo gritar. Esto me hizo pensar. Me hizo recordar. Me hizo sentir cosas que no sabía que aún estaban ahí.
Desde el inicio, el tono era distinto. Los campistas ya no eran extraños entre sí. Se habían adaptado. Se habían medido. Se habían empezado a conocer. Y Cody... Cody se movía con soltura.
No era el chico que se escondía detrás de bromas. Era el joven que hacía bromas para conectarse. Para liderar. Para provocar.
Y entonces, lo dijeron.
Cody había estado haciendo travesuras en el campamento.
Sin peligros. Nada de crueles. Pero suficientes como para que el presentador decidiera "castigarlo".
El castigo: tocar música para todos.
Yo me indigné.
"¿Eso es un castigo? ¡Eso es un regalo!" dije.
Matt se rió. Yo no.
Porque sabía que para Cody, la música no era solo talento. Era refugio. Era expresión. Era forma de decir lo que no decía con palabras.
Y lo que siguió fue una escena que me dejó sin aliento.
Cody se paró frente a todos. Tocó.
No explicado. No adornó. No pedí permiso.
Solo tocó.
Y lo que salió de sus manos... les llegó.
A todos.
A los campistas. Al presentador. A los técnicos. A nosotros.
No era solo una melodía. Era una declaración. Una forma de decir "esto soy" sin decir "esto fui".
Y yo... lloré.
No con escándalo. Con profundidad. Con reconocimiento.
Porque entendí que Cody no solo estaba jugando. Estaba mostrando su alma.
Después del castigo, vino el reto principal.
Una competencia de no dormir.
Los campistas debían mantenerse despiertos el mayor tiempo posible, enfrentando pruebas, distracciones y el cansancio acumulado.
Cody se mantuvo firme. No solo por resistencia física. Por voluntad. Por estrategia. Por deseo.
Y entonces, al final del desafío, ocurrió.
Cody y Gwen, la chica gótica, estaban juntos. Exhaustos. Sentados uno al lado del otro, con los ojos a medio cerrar, con las palabras ya gastadas. Habían resistido. Habían ganado. Y en ese momento, mientras caían dormidos, se besaron.
Matt gritó.
"¡Lo sabía! ¡Era ella! ¡Siempre fue ella!" dijo.
Yo me quedé en silencio.
Porque había perdido la apuesta.
Yo había apostatado por Lindsay. Por Bridgette. Por la dulzura. Por la calma.
Pero Gwen... tenía otra cosa.
Tenía intensidad. Tenía misterio. Tenía esa mirada que no juzga, pero que lo ve todo.
Y Cody... la elegida.
No por espectáculo. Por conexión.
Y eso... me dolió.
No porque no me gustara Gwen. Porque entendí que mi hijo ya no elegía como yo esperaba.
Elegía como él sentía.
Y eso... eso me hizo feliz.
Aunque no lo diga.
Aunque no lo muestre.
Aunque aún me cueste aceptarlo.
Después del episodio, recibimos más mensajes.
"¡Tu hijo es un galán!"
"¡Qué escena!"
"¡Qué cambio!"
Y yo... solo quería abrazarlo.
No para felicitarlo.
Para decirle que lo entiendo.
Porque aunque no siempre lo supe mostrar, Cody es lo más importante que tengo.
Y ahora... estaba brillando.
Y yo... lo estaba viendo.
Por fin.
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El cuarto episodio me hizo sonreír más de lo que esperaba. No por el reto. Por lo que empezó a florecer entre líneas, entre risas, entre miradas.
El juego era físico. Quemados. Pelotas volando. Campistas esquivando. Un caos controlado. Y Cody... ahí estaba. En su elemento.
Desde el primer minuto, se notaba que había aprendido a usar su cuerpo. No solo como herramienta. Como lenguaje. Como presencia. Se movía con precisión. Con estrategia. Con esa mezcla de fuerza y humor que lo hacía destacar sin imponerse.
Matt y yo lo mirábamos con orgullo. Él por la técnica. Yo por la expresión.
Porque Cody no solo jugaba. Se divertía. Y eso... me alegraba.
Durante años, lo vi esconderse detrás de pantallas, de bromas, de silencios. Y ahora, lo veía correr, lanzar, esquivar, reír. Como si por fin estuviera viviendo en voz alta.
Pero lo que más me llamó atención la no fue el juego.
Fue ella.
Lindsay.
La rubia. La dulce. La que parecía vivir en su propio mundo, pero que, de pronto, empezó a orbitar cerca de Cody.
Al principio, pensé que era casual. Que simplemente coincidían. Pero no. Lindsay lo buscaba. Lo miraba. Le hablaba. Le sonreía.
Y Cody... respondería.
Sin nervios. Con ternura. Con paciencia. Con interés.
Y yo... me emocioné.
Porque aunque había apostado por Bridgette —la deportista, la serena, la que parecía tener los pies en la tierra—, algo en Lindsay me empezó a gustar.
No por lógica. Por intuición.
Porque Lindsay tenía esa luz que podía tocar el corazón de Cody. Esa espontaneidad que podía romper sus defensas. Esa dulzura que podía enseñarle que no todo tiene que ser tan serio, tan profundo, tan pensado.
Y Cody... parecía encantado.
Matt lo notó.
"¿Crees que te gusta?" preguntó.
"Creo que ella lo hace feliz", dije.
Y eso... me bastó.
Porque más que ganar la apuesta, quería que Cody encontrara a alguien que lo hiciera sonreír sin esfuerzo. Que lo mirara sin juicio. Que lo aceptará sin condiciones.
Y Lindsay... lo hacía.
Durante el juego, hubo un momento que me quedó grabado.
Cody esquivó una pelota con un salto que parecía sacado de una película. Cayó cerca de Lindsay. Ella lo miró como si acabara de ver a un superhéroe. Y él... se sonrojó.
No mucho. Apenas. Pero lo suficiente para que yo lo notara.
Y eso... me hizo reír.
Porque ese gesto, ese pequeño rubor, me recordó al Cody niño. Al que me pedía ayuda para comprar flores. Al que ensayaba frases frente al espejo. Al que temia no ser suficiente.
Y ahora... era suficiente.
Para él. Para ella. Para mí.
Después del juego, hubo una traición. Un compañero le lanzó una pelota por la espalda. Lo hizo perder. Fue injusto. Fue cruel. Pero Cody... no se quejó.
Se levantó. Se sacudió. Siguió.
Y Lindsay... lo defendió.
"No fue justo", dijo. "Él estaba jugando bien."
Y yo... me emocioné.
Porque no era solo atracción. Era cuidado. Era lealtad. Era conexión.
El episodio terminó con Cody en el segundo plano. No por falta de protagonismo. Por elección.
Se alejaba. Observaba. Pensaba.
Y Lindsay... lo seguía.
No como sombra. Como compañía.
Y yo... lo vi.
No como madre celosa. Como madre esperanzada.
Porque aunque no siempre lo supe mostrar, Cody es lo más importante que tengo.
Y si Lindsay puede hacerlo feliz... entonces ella también tiene un lugar en mi corazón.
Por ahora, la apuesta sigue en pie.
Y yo... estoy feliz.
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El quinto episodio fue distinto desde el primer minuto. No hubo gritos. No hubo retos físicos. No hubo caos. Solo una fogata, un escenario improvisado, y una consigna clara: mostrar quiénes eran.
Una noche de talentos.
Y yo... me pongo nerviosa.
Porque sabía que Cody no iba a hacer algo superficial. Porque cuando él se expresa, lo hace desde el fondo. Sí, eso... duelo. Pero también sano.
Matt y yo nos sentamos en el sofá como si fuéramos a ver una confesión. Y lo fue. Pero no como esperábamos.
Los primeros talentos fueron variados. Algunos divertidos. Otros extraños. Algunos conmovedores. Pero lo que más me impactó fue lo que ocurrió entre las chicas.
Heather, la de mala cara, hizo algo cruel con Gwen. No entendí todo lo que pasó, pero estaba tenso. Incómodo. Violento en lo emocional. Gwen se mantuvo firme. Pero Cody... Cody se acercó a ella. La abrazo. La sostenida. No dijo nada. Solo estuvo ahí.
Y entonces, otra chica vomitó sobre él.
Matt gritó. Yo también.
"¡¿Qué está pasando en ese lugar?!" dije.
Pero Cody... se limpió. Se río. Siguió.
Como si ya supiera que la vida a veces te lanza cosas que no puedes evitar. Y que lo importante no es evitarlo, sino cómo te levantas después.
Y entonces, llegó su turno.
Cody subió al escenario. No con arrogancia. Con calma. Con respeto. Con intención.
No dijo nada al principio. Solo coloque el micrófono. Respir hondo. Y proyectaron una imagen detrás de él.
Era él.
El Cody original.
Delgado. Con ropa pasada de moda. Con una sonrisa nerviosa. Con una postura encorvada. Con el cabello desordenado y esa expresión que parecía pedir permiso para existir.
Era él. Era mi hijo. Era el que conocí por años. El que vi crecer sin saber cómo acercarme.
Y ahí verlo, en pantalla, como símbolo de lo que dejó atrás... me dolio.
No porque me avergonzara. Porque entendí que ese Cody había estado solo. Había buscado afecto en lugares equivocados. Había intentado encajar sin saber cómo. Había esperado que alguien lo viera. Lo escuchara. Lo entendiera.
Y yo... no super hacerlo.
Pero Cody no se quedó en la imagen. No se quedó en el pasado.
Tocó música.
No explicado. No adornó. No pedí permiso.
Solo tocó.
Y lo que salió de sus manos... les llegó.
A todos.
A los campistas. Al presentador. A los técnicos. A nosotros.
No era solo una melodía. Era una escena. Una declaración. Una forma de decir "esto fui" sin decir "esto soy".
Y yo... lloré.
No con escándalo. Con profundidad. Con reconocimiento.
Porque entendí que Cody no solo estaba mostrando talento.
Estaba mostrando alma.
Después de tocar, los demás lo aplaudieron. Algunos lloraban. Otros lo miraban con admiración.
Y Lindsay... lo miraba como si acabaría de descubrir algo nuevo.
Y yo... me emocioné.
Porque vi en sus ojos algo más que atracción.
Vi ternura.
Vi respeto.
Vi conexión.
Y eso... me dio esperanza.
Porque aunque no siempre lo supe mostrar, Cody es lo más importante que tengo.
Y si Lindsay puede verlo así... entonces ella también tiene un lugar en mi corazón.
Por ahora, la apuesta sigue en pie.
Y yo... estoy feliz.
Y conmovida.
Porque ese episodio no fue solo una muestra de talento.
Fue una muestra de alma.
Y yo... lo vi.
Por fin.
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El sexto episodio fue el más difícil de ver. No por lo que se mostró. Por lo que sentí. Por lo que temí. Por lo que entendí demasiado tarde.
Desde el inicio, el reto parecía extremo: supervivencia en el bosque. Algo físico, sí, pero también emocional. Los campistas debían orientarse, construir refugios, encontrar comida. Todo parecía diseñado para llevarlos al límite.
Y Cody... estaba tranquilo.
Demasiado tranquilo.
Matt lo notó. Yo también.
"Está en modo protector", dijo Matt.
"Está en modo adulto", pensé.
Porque Cody ya no era el chico que se dejaba llevar. Era el que cuidaba. El que pensaba. El que se adelantaba.
Y entonces, el rugido.
La cámara tembló. Los gritos se mezclaron. El caos estalló.
Un oso.
Un maldito oso.
Atacó al grupo de Cody. No fue una escena editada para drama. Fue real. Fue cruda. Fue brutal.
Y Cody... se lanzó.
No corras. No se escondió. No se paralizó.
Se lanzó a salvar a sus compañeros.
Matt gritó. Yo también.
"¡¿Qué está haciendo?! ¡¿Por qué no corre?!" dije.
"¡Voy por él! ¡No me importa el contrato!" gritó Matt.
Ya estaba buscando vuelos. Barcos. Abogados. Yo llamaba a la productora. A quien fuera. A quien pudiera detener esto.
Pero entonces, lo vimos caer.
El oso lo golpeó.
Cody se cayó.
Y yo... me rompí.
No por el golpe. Por el silencio que siguió.
Porque por un segundo, pensé que lo habíamos perdido.
Mi cuerpo se paralizó. Mi mente se vació. Mi corazón se detuvo.
Matt caminaba por la casa como un animal enjaulado. Yo me senté en el suelo. No podía respirar.
Y entonces, sonó el teléfono.
Era Cody.
Su voz estaba cansada. Lista. Pero firme.
"Estoy bien," dijo.
"No estás bien. ¡Te atacó un oso!" dije.
"Ya pasó. Me revisaron. Estoy vendado. Estoy entero", dijo Cody.
"¡Nos vamos por ti! ¡No puedes quedarte ahí!" dijo Matt.
"Papá, mamá... esto es mío. Esto lo elegí. Esto lo estoy viviendo. No quiero que me salven. Quiero que me respeten", dijo Cody.
Y eso... me partió.
Porque por primera vez, nuestro hijo no pidió ayuda.
Pedía autonomía.
Pedía confianza.
Pedía que lo viéramos como lo que era: un joven que había aprendido a cuidarse. A decidir. Un enfrentamiento.
Pero no fue una conversación tranquila. Fue una pelea. Una de esas que no se gritan, pero que duelen más que cualquier grito.
"¡No entiendes lo que vimos! ¡Tu padre está destrozado! ¡Yo estoy destrozada! ¡No puedes quedarte ahí como si nada!" dije.
"¡No fue como lo mostrado! ¡Sí, fue peligroso, pero estoy bien! ¡Estoy vivo! ¡Estoy entero! ¡Estoy aquí!" dijo Cody.
"¡No quiero que estés 'aquí' en una llamada! ¡Quiero que estés en casa! ¡Quiero verte! ¡Quiero saber que estás seguro!" dije.
"¡Seguro no significa encerrado! ¡Seguro no significa que me quiten lo que estoy construyendo! ¡No me saquen de esto! ¡No me quiten lo que por fin es mío!" dijo Cody.
"¡No entiendes lo que es perder a un hijo! ¡No entiendes lo que es ver tu sangre en una pantalla y no poder hacer nada!" dije.
"¡Y ustedes no entienden lo que es vivir con miedo a no ser suficiente! ¡A no ser visto! ¡A no ser respetado! ¡Esto me está dando algo que nunca tuve!" dijo Cody.
Y yo... lloré.
No con escándalo. Con profundidad. Con reconocimiento.
Porque entendí que Cody ya no era el niño que necesitaba que lo guiáramos.
Era el joven que había aprendido a caminar solo.
Y yo... aún quería tomarle la mano.
Pero él... ya caminaba.
Y entonces, algo más.
"Gwen está conmigo. Me está cuidando. Es mi novia", dijo Cody.
Mattió frunció el ceño. Yo también.
"No me gusta esa chica", dije.
"Pero lo hace feliz", dijo Matt.
Y eso bastó.
No para calmar el dolor. Pero para entender que, aunque nos duela, Cody está creciendo. Estás eligiendo. Está viviendo.
Ese fue el episodio más duro.
Porque nos demostró que no podemos protegerlo de todo.
Que no podemos evitarle el dolor.
Que no podemos decidir por él.
Pero también nos mostró que, a pesar de todo, él está bien.
Está fuerte.
Está amado.
Está vivo.
Y eso... eso es suficiente.
Por ahora.
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