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Chapter 6 - Capitulo 4 – Entre la niebla y el recuerdo

Volví al escritorio.

La lámpara seguía encendida, pero ahora la luz me parecía más amarilla.

Más vieja.

Como si también ella supiera que algo había cambiado.

Me senté.

Abrí el cuaderno.

Las hojas seguían en blanco.

Pero no por falta de palabras.

Sino por miedo.

Porque escribir su nombre sería confirmarlo.

Sería hacer real lo que todavía quería pensar que fue un sueño o una alucinación o un delirio nocturno.

Afuera, el viento sopló.

Las ventanas no se movieron.

Pero dentro de mí, una puerta crujió.

Pensé en su voz.

En cómo dijo todo.

Sin gritar.

Sin suplicar.

Solo con la calma de quien sabe que obtendrá lo que vino a buscar.

Me toqué el cuello.

Todavía sentía el calor.

Como si sus dedos hubieran dejado una marca invisible que no se borraría con agua ni con tiempo.

Me pregunté si era peligroso.

Me pregunté si yo lo era.

Porque hay cosas que se despiertan solo cuando alguien nos mira sin miedo.

Y él…

él no me tuvo miedo.

Me habló como si ya supiera lo que guardo.

Como si mis secretos no lo espantaran.

¿Y si no era un hombre?

¿Y si era un eco?

¿Una sombra de algo que escribí antes de saber que era capaz?

No importa.

Lo que sea que sea…

ya me cambió.

Y eso, en mí, es irreversible.

Volví a escribir.

No supe qué palabra fue la primera.

No lo pensé.

Solo la sentí.

Damián.

La tinta se deslizaba como si ya conociera el camino.

Como si mis dedos no necesitaran preguntarme nada.

Escribí su nombre una, dos, tres veces…

Hasta llenar la hoja.

No lo hacía para recordarlo.

Lo hacía para entender que nunca lo había olvidado.

Ese nombre no era nuevo.

Era antiguo.

Era un eco enterrado bajo capas de silencio.

Y ahora, al verlo escrito, el mundo pareció inclinarse hacia otro eje.

Uno que no controlaba.

Uno que ardía.

Cerré el cuaderno.

Respiré hondo.

Me levanté y fui hasta el espejo del pasillo.

No me reconocí del todo.

Mis ojos eran los mismos, pero más oscuros.

Como si hubieran visto algo que nadie más había visto.

—Estoy cambiando —susurré.

La casa calló.

La noche también.

Me abracé a mí misma.

No por frío.

Sino por la necesidad de sostenerme.

Porque algo en mí se quebró…

y no sé si quiero repararlo.

Y entonces, con la espalda aún frente al pasillo, sentí el aire cambiar.

Una corriente suave.

Una promesa.

Me giré de golpe.

No había nadie.

Solo el cuaderno.

Abierto.

Una palabra escrita en la última hoja,

que no recordaba haber puesto.

Pronto.

Ese fue el final. De lo que yo era antes de él.

Me quedé sola.

Las paredes parecían respirar conmigo.

La casa, viva.

El silencio, alerta.

Fui al escritorio.

Encendí la lámpara.

Tomé el cuaderno de tapas negras.

No pensé.

No planifiqué.

Solo escribí.

Una palabra.

Un nombre.

Uno que nunca había escuchado.

Uno que no sabía que sabía.

Damián.

Y cuando lo vi escrito…

supe que todo iba a romperse.

Que ya nada sería igual.

Porque a veces, recordar no es abrir una puerta.

Es destruirla.

Y yo ya había cruzado el umbral.

Esa noche no dormí.

Las palabras se quedaron suspendidas en el aire,

como luciérnagas sin destino.

Releí su nombre tantas veces

que las letras se deshicieron en mi mente,

como si hubieran sido inventadas por él,

solo para hacerme caer.

Y caí.

Caí en mí misma.

En los recuerdos que no recordaba.

En esa voz que me hablaba desde dentro,

pero no era mía.

Lo soñé.

O tal vez no fue un sueño.

Lo vi parado frente a mi cama,

con la misma sombra en los ojos,

como si llevara siglos esperando que lo nombrara otra vez.

Y lo hice.

En voz baja.

Como un secreto.

Damián.

Él sonrió, pero no de felicidad.

Sonrió como si supiera que ya no había vuelta atrás.

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