*MADRE DE DANIEL*
No podía dejar de escuchar las palabras de ellas, todas tan firmes, tan decididas, y sin embargo, algo dentro de mí me decía que era todo un juego.
Un juego peligroso, uno en el que ni siquiera ellas sabían en lo que se estaban metiendo.
Ellas hablaban de lucha, de no rendirse, pero lo que no entendían era que estaban jugando con el destino de su vida, con el de mi hijo. Y, aunque me costara aceptarlo, yo no podía quedarme de brazos cruzados y permitir que todo esto los destruyera. No mientras tuviéramos una oportunidad de detenerlo.
Sus palabras me alcanzaban, una tras otra, cada una más desafiante que la anterior. Ellas decían que sabían lo que venía, que comprendían lo que implicaba estar en una relación como esta, que los celos y las peleas, las diferencias, serían inevitables, pero que aún así, no se rendirían.
No entendían que lo que proponían no era una "lucha" lo que hacían era condenarse, a sí mismas, y a él. Era como si creyeran que podían manejarlo todo, como si todo estuviera bajo su control.
Las miraba a todas, una por una. Sus ojos brillaban con la promesa de un amor inquebrantable, pero no podían ver lo que yo veía, lo que veían mis años de experiencia, de vida, lo que había visto con mi propio hijo a lo largo de su vida. Ellas estaban abrazando una esperanza venenosa, una que no tenía futuro.
Sus palabras, cargadas de pasión, de una determinación ciega, me golpeaban con una fuerza que, en principio, me había sorprendido, pero ahora solo me provocaban un profundo dolor. Estaban equivocadas, todas. Lo sabían, aunque no lo quisieran aceptar.
Me volví hacia Sofía, que era la que parecía tener más coraje. Sus palabras eran las más fuertes, las más resueltas. Y de alguna manera, eso me hacía pensar que, si en algún momento una de ellas iba a arrastrar a Daniel hacia este abismo, sería ella. "Si Daniel nos protege con fuerza y voluntad, ¿por qué no habríamos de hacerlo nosotras por él?" Había algo en su voz, algo que decía que no entendía lo que estaba jugando. Como si en su mente, el amor lo fuera a resolver todo. No había más que esa idea fija, esa ilusión, esa mentira, que era tan dolorosa de escuchar, como si no tuvieran idea de las consecuencias que todo esto traerá.
Pero no podía dejar que eso se quedara en mi mente sin intentar detenerlo, sin intentar que entendieran lo que estaban haciendo. ¿De verdad pensaban que todo esto podría terminar bien? ¿Que el amor iba a bastar para sostener esta relación rota por los cimientos? El futuro de Daniel estaba en juego, y no iba a dejar que lo destruyeran, que lo arrastraran al abismo con promesas vacías.
"Ustedes no entienden," dije, mi voz temblando de furia y dolor. "No entienden lo que están haciendo. No ven lo que le están haciendo a mi hijo, lo que le están arrastrando a través de esto. Esta no es una lucha que puedan ganar, no es algo que se pueda sostener por pura voluntad. El amor no basta cuando se está jugando con la estabilidad de toda una vida, cuando el corazón de mi hijo está en juego. Pueden decir todo lo que quieran sobre luchar por él, pero eso no cambia lo que está pasando aquí. Lo único que va a pasar es que van a destruirlo, lo van a deshacer."
Me volví hacia el grupo, la rabia quemando mi garganta. "¿Y qué pasa cuando una de ustedes se canse? ¿Cuando una de ustedes se dé cuenta de que este no es el amor que pensaba que iba a ser? ¿Qué pasará entonces? ¿Lo dejarán atrás? O peor aún, ¿lo harán sufrir en silencio mientras todo se viene abajo? ¿De verdad creen que el amor va a salvarlos de lo que vendrá?"
Mi voz comenzó a elevarse con cada palabra, la desesperación, el miedo, la rabia de no ver más que un futuro oscuro, que no podía dejar de temer para él. "¡No entienden nada! Ustedes no entienden lo que están diciendo. Están tan cegadas por esta idea, por esta fantasía, que no ven lo que les está esperando. Daniel... mi hijo... no se merece esto. Ninguno de ustedes se merece esto. Pero él está aquí, atrapado, en el centro de todo esto. Y lo que más me duele, lo que más me quema, es ver cómo están dispuestas a destruirlo."
Sus palabras ya no me alcanzaban, y sentía el nudo en el pecho hacerse más grande con cada segundo. Quería que entendieran. Necesitaba que entendieran que lo que estaban defendiendo no era amor, era una condena. Y aún así, ahí estaban, tan dispuestas a seguir, tan cegadas por esa esperanza venenosa que las mantenía unidas, mientras todo se desmoronaba.
****
*LAURA*
La ira en los ojos de la madre de Daniel no se apagó, pero tampoco apagó la nuestra. Nosotras no estábamos aquí para pedir permiso ni para pedir su bendición, sino para hacerles entender que, por más que quisieran negarlo, esto ya estaba decidido.
"¿Creen que esto es un simple capricho?" dijo Mariana con la voz firme, tocándose la mejilla donde aún ardía la bofetada. "¿Qué estamos aquí porque es divertido? No tienen ni idea."
Valeria dio un paso adelante. Sus ojos ámbar brillaban con una intensidad feroz.
"Ustedes solo ven el desastre, lo inevitable, pero no nos ven a nosotros. No ven los siete años de amistad, de sentimientos reprimidos, de risas, de peleas, de noches en vela juntos, de apoyarnos en los peores momentos. No ven que Daniel siempre, siempre puso a otros antes que a él. Siempre."
Sofía asintió.
"¡Y ahora, por primera vez en su maldita vida, está luchando por sí mismo! Por lo que él quiere, no por lo que los demás esperan de él. Y sí, ¡se está destruyendo! Pero, ¿creen que es el único?"
Apreté los puños.
"Nosotras también nos estamos destruyendo. Todos los días pensamos en lo que va a pasar, en el futuro. Sabemos que algún día esto podría romperse, que una de nosotras podría no querer seguir, que podrían surgir celos, inseguridades, miedo… Pero no somos unos niños jugando a la familia feliz."
Mi voz se quebró un segundo, pero no dejé que eso me detuviera.
"Esto es lo que decidimos. Lo que aceptamos. Porque sí, esto va a doler. Sí, esto va a ser difícil. Pero si nos vamos a destruir, entonces que así sea… ¡pero juntos! No importa una mierda lo que pase en cinco, diez o veinte años. ¡Estamos hablando del ahora! ¡Del segundo que está pasando ahora mismo!"
La madre de Daniel apretó los labios con furia, su rostro temblando de frustración. Su padre, por otro lado, nos miraba con los ojos entrecerrados, como si estuviera evaluando cada una de nuestras palabras, buscando una grieta en nuestra determinación. Pero no la encontraría.
"Ustedes…" su madre apenas podía hablar de la rabia. "Ustedes son unas malditas egoístas."
Mariana rió sin humor.
"¿Y qué? ¿Quién en esta sala no lo es? ¿Ustedes no lo son?"
El silencio cayó sobre todos nosotros. Un silencio pesado, cargado de palabras no dichas.
"Nosotras no nos vamos a rendir" susurró Sofía con la voz firme. "Y Daniel tampoco lo hará."
El padre de Daniel suspiró y se pasó una mano por la cara, como si de repente todo el cansancio del mundo cayera sobre él.
"Eso es lo que más miedo me da."
Las palabras del padre de Daniel cayeron como plomo en mi pecho.
Eso es lo que más miedo me da.
Ese simple susurro contenía algo más que preocupación. No era solo desaprobación. No era solo enojo. Era miedo genuino.
Los adultos frente a nosotras no eran monstruos. No eran villanos. Eran solo padres que veían a su hijo en una camilla, inconsciente, destruido por el peso de algo que ellos nunca entenderían.
Pero nosotras tampoco éramos niñas ingenuas jugando a amar.
"Si eso es lo que le da miedo, entonces debería abrir los ojos" dije, sintiendo mi propia respiración agitada por la tensión. "Daniel ha pasado toda su vida poniéndolos a ustedes, a su trabajo, a sus amigos, a todo, antes que a sí mismo. Esta es la primera vez que elige algo para él. La primera vez que lucha por lo que realmente quiere."
"Y por eso está en un hospital" escupió su madre, mirándome con desprecio.
"Sí" admití, sin apartar la mirada. "Pero él sabía que esto podía pasar. Sabía que al enfrentarlos terminaría agotado, al borde del colapso. Pero aún así lo hizo. ¿Eso no les dice nada?"
La madre de Daniel cerró los ojos, apretando los labios como si contuviera algo que no quería decir en voz alta.
"¿No ven lo ridículo que es todo esto?" dijo el padre de Daniel, sacudiendo la cabeza. "No pueden decirme que realmente creen que esto funcionará."
"No lo sabemos" respondió Valeria con franqueza. "Nadie lo sabe. Pero la incertidumbre no es suficiente razón para rendirse."
"No somos unos niños que creen que esto será fácil" agregó Mariana. "Pero si creen que vamos a apartarnos solo porque las cosas podrían ponerse difíciles, entonces no nos conocen en absoluto."
"Esto no es un maldito cuento de hadas" murmuró la madre de Daniel, con la voz llena de frustración y cansancio.
"Lo sabemos" dijo Sofía. "Pero tampoco queremos que se convierta en una historia de tragedia."
Otro silencio se extendió por la sala de espera. Solo se escuchaban los murmullos lejanos de los médicos y enfermeras caminando por los pasillos.
Yo sentía el cuerpo tenso, como si cada fibra de mi ser estuviera al límite. Pero no me arrepentía de nada de lo que habíamos dicho.
Daniel nos había protegido con todo lo que tenía. Ahora era nuestro turno.
Su madre pasó la mirada entre nosotras, como si buscara una grieta en nuestra determinación. Como si esperara que, en cualquier momento, alguna de nosotras bajara la cabeza, dudara o se retractara. Pero eso no iba a pasar.
"No lo entienden" susurró al final, su voz temblando. "Ustedes no entienden lo que es ver a tu hijo destruirse frente a ti."
Yo tragué saliva.
"¿Cree que nosotras no lo hemos visto destruirse antes?" pregunté, con la voz más firme de lo que me sentía. "¿Cree que esto es nuevo para nosotras?"
La madre de Daniel se quedó en silencio, observándome como si no supiera qué responder.
"No vamos a apartarnos" dije. "Y ustedes tampoco deberían hacerlo."
La madre de Daniel respiró hondo, pero su rostro se mantenía tenso, los labios apretados, los ojos nublados por emociones que ni siquiera ella parecía entender del todo.
"Ustedes hablan como si estuvieran en un maldito campo de batalla" dijo, con un deje de amargura en su voz. "Como si esto fuera una guerra en la que deben pelear hasta la muerte."
"Porque lo es" respondió Mariana sin titubeos. "No con armas, pero sí con todo lo que somos."
El padre de Daniel dejó escapar una risa seca.
"¿Realmente creen que esto es amor? ¿Creen que este desastre en el que están metidos es amor?"
"¿Y qué creen ustedes que es el amor?" Valeria cruzó los brazos, mirándolos con intensidad. "¿Algo bonito y sin complicaciones? ¿Algo que se ajusta a las reglas de la sociedad sin hacer ruido?"
La madre de Daniel cerró los ojos un instante antes de hablar.
"El amor es algo que se construye, que se cuida, que se protege."
"Eso es exactamente lo que estamos haciendo" dijo Sofía con voz baja pero firme. "Estamos protegiendo lo que hemos construido."
La madre de Daniel negó con la cabeza.
"No lo entienden. No saben lo que están diciendo."
"Sabemos exactamente lo que estamos diciendo" insistí. "Sabemos que esta relación tiene todas las probabilidades en contra. Sabemos que podemos fallar. Sabemos que en algún punto puede doler tanto que queramos rendirnos."
"¡Entonces termínenlo antes de que eso pase!" explotó la madre de Daniel, su voz resonando con frustración. "Antes de que se destruyan por completo."
Mi pecho se apretó, pero no por sus palabras. Sino porque, por primera vez, en su voz no solo había enojo. También había miedo.
"¿De verdad creen que terminarlo ahora dolería menos?" preguntó Mariana con frialdad. "¿Que, si fingimos que esto nunca pasó, vamos a estar bien?"
La madre de Daniel no respondió.
"No podemos garantizar que esto funcione para siempre" dijo Valeria. "Pero podemos garantizar que ninguno de nosotros quiere dejarlo."
"Por ahora" espetó el padre de Daniel. "Pero cuando la realidad los alcance, cuando se den cuenta de lo que han hecho, cuando el mundo entero los juzgue, cuando la presión sea demasiado… ¿entonces qué?"
Tomé aire lentamente.
"Entonces veremos qué hacemos" respondí.
La madre de Daniel me fulminó con la mirada.
"Eso no es una respuesta."
"Es la única respuesta honesta que podemos dar."
Silencio.
No había respuesta correcta para ellos. No había nada que dijéramos que pudiera hacer que aceptaran esto.
Pero eso no significaba que íbamos a rendirnos.
Sofía dio un paso al frente, con la mirada firme.
"No estamos pidiendo su aprobación" dijo. "Estamos pidiendo que no nos quiten la oportunidad de demostrarles que esto es real."
Su madre apretó los puños.
"¿Y si nunca lo aceptamos?"
Sofía la miró directo a los ojos.
"Entonces no será nuestro .
La pregunta cayó sobre nosotras como una losa.
"¿Y si nunca aceptamos a ese bebé en camino?"
El peso de esas palabras me aplastó el pecho. Me faltó el aire. Sofía no reaccionó de inmediato, solo pestañeó, como si la pregunta la hubiera desconectado del mundo por un instante. Mariana y Valeria se tensaron a mi lado, y yo… yo sentí un ardor subir por mi garganta.
No podía creerlo. No podía creer que lo hubieran dicho.
Pero ahí estaba.
El padre de Daniel nos miraba con dureza, pero su esposa… ella nos miraba con algo más. No solo rechazo. No solo enojo. Había algo roto en su expresión. Algo que dolía. Algo que me asqueaba.
Sofía, con los labios apretados y las manos temblando, fue la primera en hablar.
"¿Está diciendo que jamás aceptarán a su propio nieto?"
El silencio fue insoportable.
"No lo sé " respondió la madre de Daniel, su voz baja, temblorosa, pero aún cargada de obstinación. "No sé si podré mirar a ese niño sin pensar en el desastre que han causado."
Sentí que la sangre se me helaba.
"¿Desastre?" La voz de Mariana estaba impregnada de incredulidad y rabia. "¿Está llamando "desastre" a un bebé?"
La madre de Daniel cerró los ojos con frustración.
"Estoy llamando "desastre" a toda esta situación" murmuró. "Y ese bebé es solo una consecuencia más de lo que han hecho."
Sofía soltó una risa sin humor.
"No puedo creer lo que estoy escuchando…"
"¡¿Y qué esperaban?!" La madre de Daniel perdió la paciencia y alzó la voz. "¿Esperaban que saltáramos de felicidad porque una de ustedes va a tener un hijo con mi hijo mientras comparte su cama con otras tres mujeres? ¡Esperaban que aceptáramos este absurdo como si fuera normal!"
Sofía se quedó en silencio, pero no apartó la mirada.
"Esperaba que lo amaran. Que, al menos, pensaran en él antes de pensar en su propia incomodidad."
"No es tan sencillo" murmuró el padre de Daniel.
"Para ustedes, quizá no" dijo Mariana. "Para nosotras, sí."
La madre de Daniel negó con la cabeza.
"No tienen idea de lo que les espera…"
"Sabemos que el mundo va a juzgarnos" Valeria tomó aire, intentando mantener la calma. "Sabemos que tendremos problemas, que la sociedad nos verá como un error, que ustedes tal vez nunca nos acepten…"
Valeria dio un paso al frente y alzó la mirada con firmeza.
"Pero nos importa una mierda."
El silencio cayó de golpe.
"Este bebé no necesita su aprobación" continuó. "Daniel tampoco. Y mucho menos nosotras."
Los padres de Daniel se quedaron sin palabras.
Sofía exhaló con pesadez, llevándose las manos al vientre con un gesto protector.
"Este niño es amado" dijo en un susurro. "Más de lo que cualquiera de ustedes puede imaginar."
Me mordí el labio con fuerza.
"Y si ustedes deciden no formar parte de su vida, será su pérdida. No la nuestra."
La atmósfera en la sala se tensó aún más. Cada palabra que salía de nuestras bocas parecía golpear el aire con más fuerza. Estábamos empujando con toda nuestra rabia, nuestras inseguridades, nuestras dudas. La madre de Daniel no estaba dispuesta a ceder, y nosotros no estábamos dispuestas a que ella nos hiciera retroceder. El choque era insoportable. Y mientras eso sucedía, algo pasó.
De repente, la sala quedó en absoluto silencio.
Todos nos callamos al instante.
Anni, que había permanecido callada todo el tiempo, se adelantó. Sus ojos, normalmente tan duros, ahora reflejaban algo más profundo. Algo que solo había quedado oculto por su silencio.
Con voz tranquila, pero cargada de una intensidad que logró que todos nos quedáramos en suspenso, pronunció cuatro palabras:
"Ahí viene el médico."
Nadie reaccionó inmediatamente. Fue como si esas palabras cortaran la presión en el aire. Todo el mundo, desde los padres de Daniel hasta nosotras, se quedó petrificado, observándola con la misma incredulidad.
De pronto, como si hubiera sido un resorte que nos despertó, todos comenzamos a escuchar el sonido de pasos acercándose. El ritmo de los pasos acelerados, tal vez por la urgencia, resonó en la sala, interrumpiendo todo lo demás.
El médico apareció en la entrada, y con una voz autoritaria, miró al grupo reunido y dijo:
"Familia de Daniel Vázquez, por favor."
Fue como si se tratara de una orden. Y sin pensarlo, todos respondimos al unísono.
"Aquí."
El médico nos miró, evaluando rápidamente la situación. La sala estaba cargada de tensiones no resueltas, pero la realidad del hospital nos arrastró nuevamente. La pregunta de todos era la misma: ¿qué había pasado con Daniel?
Los padres de Daniel, con las manos temblorosas, se levantaron al mismo tiempo que nosotras, preparándose para escuchar lo que fuera que ese médico tuviera que decir. No había más palabras. Las discusiones, los gritos, las amenazas y las promesas, todo quedó suspendido, de alguna manera apaciguado por el miedo que todos compartíamos.
El médico, con su rostro imperturbable, nos indicó que lo siguiéramos. No había tiempo para más discusiones. No hoy. El momento de confrontación se había detenido, al menos por ahora.
