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Chapter 2 - CAPITULO 1

El Matadero no tenía calles, solo cicatrices.

No estaban pavimentadas, ni señalizadas. Eran trozos de tierra quemada, charcos oscuros que no se evaporaban ni con el calor, y muros de piedra húmeda que aún guardaban el olor de generaciones enteras rotas por la pobreza.

Las torres del reino se alzaban al norte, altísimas, blancas y brillantes como si fueran de otro mundo. Desde "El Matadero", solo podían verse entre los huecos de los edificios caídos, como estrellas inalcanzables atrapadas entre ruinas.

Escarlata caminaba entre la niebla matutina, una mano en el bolsillo, la otra sujetando una bolsa de cuero que contenía pan duro y una fruta podrida que había tomado prestada del mercado antes del amanecer. Su sombra, larga y temblorosa por la luz oscilante de los faroles mágicos, parecía caminar medio segundo detrás de él.

—Estás madrugando más de lo normal —dijo una voz conocida desde una ventana baja.

Escarlata levantó la mirada. En el marco polvoriento del tercer edificio, medio derrumbado, se asomaba Liora, una joven de piel morena, trenzas plateadas y mirada afilada como el vidrio roto que decoraba la calle.

—O quizás tú te estas despertando más tarde —respondió él, esbozando una sonrisa mínima.

—Mentira. ¿No has dormido nada verdad?.

—Tú tampoco.

Liora bufó, desapareciendo un momento tras la cortina y luego reapareció con una taza de madera humeante.

—Café de raíz. Lo menos malo que he robado esta semana. ¿Vas a subir o prefieres seguir posando como sombra trágica bajo la bruma?

Escarlata miró hacia el edificio, luego hacia el cielo. No se veía el sol, solo una neblina rojiza que flotaba sobre los techos. Finalmente subió.

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La habitación de Liora era tan pequeña que dos personas de pie ya la llenaban. Había un colchón en el suelo, mapas dibujados a mano clavados en las paredes y un gato negro dormido sobre un libro de páginas sueltas.

Escarlata se sentó frente a la ventana, apoyando la bolsa sobre el alféizar. Liora le ofreció la taza sin hablar, y él aceptó. El café estaba amargo, pero caliente. Como casi todo en ese lugar.

—¿Sigues teniendo los sueños? —preguntó ella finalmente, con la voz más suave.

Sai’Jax no respondió de inmediato. Observó su sombra en el suelo. El gato la miró, frunció el ceño felino, y luego se dio vuelta como si la desaprobara.

—Anoche soñé que estaba en un salón sin techo. Todo flotaba. Las paredes, los muebles, yo mismo… pero el suelo era de agua. Oscura.

—¿Y qué hiciste?

—Bajé. No floté como las demás cosas. Caminé sobre el agua. Cada paso dejaba una grieta en la superficie. Y de ahí... empezaron a salir manos.

Liora se cruzó de brazos, pensativa.

—¿Y la sombra?

—No estaba.

—¿Y eso te asusta?

Sai’Jax negó con la cabeza.

—Me preocupa. No saber quién soy no me molesta. Pero no saber qué soy… eso es distinto.

Liora suspiró, acercándose a la ventana para mirar hacia el norte. Las torres del reino brillaban con arrogancia, incluso desde ahí.

—No vas a encontrar respuestas aquí, este lugar devora las preguntas. Y a veces, también a los que las hacen.

—¿Y tú qué harás cuando yo me vaya? —preguntó él con una seriedad que congeló el aire por un segundo.

—Sobrevivir. Como siempre. Quizá hasta tenga paz sin ti dando vueltas por los techos como cuervo sentimental.

Escarlata sonrió más de lo normal esa vez. Un gesto raro, honesto.

—Tal vez no me vaya solo.

Liora no respondió. Solo miró hacia su taza vacía, y el gato maulló como si supiera algo que ninguno de los dos se atrevía a decir en voz alta.

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Esa noche, Escarlata volvió a soñar.

El mismo salón. El mismo cielo sin techo.

Pero esta vez, una voz —ni humana ni completamente real— dijo su nombre. No como un llamado, sino como una condena.

Escarlata. Hijo del Vacio. Caminante entre la sombra y el filo.

Y en su reflejo, no vio su rostro.

Vio una corona de sombra flotando sobre un abismo

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