La esfera de luz descendió con una fuerza inimaginable y se estrelló contra la criatura. Al impactar, una explosión descomunal arrasó con todo el terreno alrededor. La tierra tembló. El cielo pareció desgarrarse. Por un momento, el mundo entero quedó en silencio.
Cuando la luz se desvaneció y el humo comenzó a disiparse, los magos se acercaron al cráter que había quedado en el lugar del impacto. Era gigantesco, profundo, como si el mismo cielo hubiera caído sobre la tierra.
Todos miraban con atención… y entonces lo vieron.
La criatura seguía allí. Viva.
Estaba herida. Su cuerpo temblaba. Se le notaban grietas, heridas profundas, como si su propia forma estuviera rompiéndose… pero aún respiraba. Aún existía.
Los magos retrocedieron, atónitos. ¿Cómo podía seguir con vida después de recibir el hechizo más poderoso jamás lanzado?
Las versiones sobre lo que ocurrió en ese instante cambian según a quién le preguntes. Algunos dicen que la criatura fue sellada. Otros aseguran que murió, pero que su odio permaneció. Sin embargo, lo único que todos coinciden en recordar… fueron sus últimas palabras:
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> —No pueden matar lo que nació de ustedes.
Yo no existía… hasta que lo hicieron posible.
¿Y ahora quieren culparme?
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Y con esas palabras, el Oscuro cerró los ojos.
No se movió más.
Pasaron los siglos, y aquella gran batalla quedó marcada en la historia del mundo. Algunos la llaman el día del juicio, otros el despertar del horror. Pero todos, sin excepción, saben que algo… sigue allí, debajo de la tierra.
Esperando.