Sant Filix, Reino de Rohaar
Año 860 de la Era Vampírica
Los tres mandamientos de los santos:
Ashém es la fe verdadera del mundo
La Sacra Hermandad es nuestra iglesia
Los santos son los guerreros de la humanidad, los mártires de la luz
Nina Arden, sentada frente al austero escritorio del Maestro Santo Koran, tenía la leve sospecha de que Archer y Karina habían cometido alguna estupidez. De lo contrario, el santo no la habría convocado a esa hora de la madrugada.
Por otro lado, también creía que podría tratarse de Rune, pues ya corrían rumores de su secuestro por los pasillos de la organización. Pero Nina, como encargada de las armas, no consiguió sacarle más información a Karina cuando ella fue a visitarla.
«Es una misión secreta», le habría dicho con el fin de conseguir unas cuantas dagas y un par de frascos con polvos negros.
—Maestro, no tengo información útil de los movimientos de los santos. Solo sé que fueron asignados con una misión, al parecer, secreta. Lo siento.
—¿Sabes lo que sucedió con Rune Klein? —preguntó el anciano sin siquiera apartar la vista de los documentos que revisaba.
—Bueno, hay rumores acerca de su desaparición —dijo ella—. Dicen que se lo llevó un príncipe vampiro.
—Sí, es muy probable que el príncipe que gobierna el sur del Imperio tenga a Rune.
Los ojos de Nina se abrieron grandes.
—Pero los vampiros no toman prisioneros. En ese caso, Rune…
La mirada del Maestro Santo saltó al rostro de Nina. Ella frunció el ceño mientras un escalofrío recorría su espalda al sentir la mirada extraña de Koran estudiándola.
—Por desgracia, Archer piensa que el muchacho está vivió. Él va a buscar la manera de rescatarlo. Incluso si eso transgrede las normas.
—¿Y qué piensa al respecto? —inquirió Nina.
—Que hay que detenerlo, por ahora, lo mejor es no intervenir en las decisiones del destino. Es peligroso.
—¿No intervenir? —habló ella algo confundida con la elección de palabras—. ¿A qué se refiere?
El santo suspiró.
—No hay que dejarnos llevar por los sentimientos. A veces las cosas suceden por una razón que desconocemos, y tenemos que abrir nuestros ojos a las posibilidades —La voz del Maestro Santo sonaba demasiado serena—. Por otro lado, señorita, Arden, les ha proporcionado armas y polvo negro sin mi autorización.
Ella se tensionó.
—Yo pensé que…
—Sin excusas, no es necesario. Ya está hecho —la interrumpió el viejo santo—. Sin embargo, como ha de saber, cada acción conlleva una consecuencia.
—¿Me va a destituir?
Koran reflexionó un instante su respuesta.
Nina se puso todavía más nerviosa al punto que saltó de su silla y dijo:
—¡No volverá a suceder, Maestro! Prometo que tendré más cuidado la próxima vez. Yo, solo quería…
El santo levantó una mano y ella se calló.
—No la sacaré de su puesto, señorita Arden, pero a cambio deberá hacer algo por mí. —Ella regresó a su asiento y asintió—. Tendrá que ir a buscar a los dos santos desobedientes a la frontera.
Los labios de Nina se abrieron para discutir, pero la mirada fría del santo la hizo reconsiderarlo.
—¿Yo? —consiguió decir—. ¿A la frontera?
—¿Tiene una mejor idea? De ser así, la escucho —el Maestro Santo se recostó en su sillón, esperando una respuesta.
La muchacha vaciló. Entonces, resignada, negó con la cabeza.
—No la tengo —murmuró. Luego miró al santo, lo estudió y vio en sus ojos fríos un atisbo de preocupación camuflada con su dureza—. ¿Por qué la frontera?
Koran enarcó una ceja.
—Es lógico que hayan ido allí —dijo mientras deslizaba sus dedos por el borde del escritorio—. Conozco a Archer, quizá mucho mejor de lo que se conoce él mismo, así que puedo asegurarle, señorita Arden, que nuestro santo ha ido a la frontera para buscar una brecha que le permita atravesar al Imperio del Acero.
Nina sintió que el maestro escondía algo. Lo percibía; estaba en el ambiente que los rodeaba, había aquella vibra de misterio imposible de ignorar.
—Tal vez ya hayan cruzado —dijo—. ¿Y si en verdad han logrado recatar a Rune?
El rostro de Koran se contorsionó como si estuviera a punto de explotar.
—¡Eso es imposible! —restalló, controlando su voz—. Son solo dos santos contra un ejército de vampiros. No hay manera, señorita Arden. Los vampiros no perdonan vidas. No hacen intercambios. ¡El joven Klein está perdido!
Nina evitó responder. Obvio, no le convenía. En su lugar asintió.
—De acuerdo —dijo, poniéndose en pie—. Partiré por la mañana.
—¡No! —dijo Koran con voz ronca—. Que sea ahora mismo. Toma el caballo más veloz y ve hacia la frontera.
Ella se envaró, pero no se negó.
—Eso haré, Maestro Santo —dijo, notando cierta ansiedad en la voz de su superior—. Partiré de inmediato.
—¡Perfecto! Cuanto antes mejor. No quiero perder a más santos a manos de los vampiros —Koran hizo un gesto con la mano para que la muchacha se retirara—. Que Ashém cuide su alma, señorita Arden.
Nina realizó una corta reverencia en honor a su Dios y, con la cabeza inclinada, abandonó al santo. En la soledad de su oficina, Koran tuvo la fugaz sensación de que Nina no alcanzaría a Archer y Karina; de pronto sintió pánico. Sin darse cuenta, se mordió el labio hasta hacerlo sangrar. Y solo cuando percibió el aroma de su sangre, entró en razón.
Ashém, pensó casi como una súplica. No permitas que lleguen al castillo del príncipe Kaladin.