El sol no calentaba igual en esta realidad.
O quizás era solo que "Aiden", ahora "Aylene Varela", tenía la piel más fina y sensible.
Le temblaron los párpados al abrir los ojos por segunda vez en este nuevo cuerpo. El aire olía a flores silvestres y hierba húmeda. Sonaba hermoso... hasta que intentó incorporarse.
Antes de hacerlo, sin embargo, su mirada se fijó en un pequeño lago al pie de la colina.
Se arrastró torpemente hasta la orilla y se miró.
El reflejo en el agua la desconcertó.
Una chica de cabello plateado y rostro de porcelana la miraba fijamente. Sus ojos —grandes, brillantes y húmedos— no parecían suyos. Parecían... frágiles.
Retrocedió y cayó hacia atrás.
"¿Qué demonios...?"
Luchó por levantarse, tambaleándose como si estuviera borracha. Bueno, borracha. O lo que fuera. Dio un par de pasos, pero cada uno se sentía como una marioneta recién animada: torpe, descoordinada.
Un paso en falso y ¡zas! Otra caída en la hierba.
"Perfecto. Mi primer día de vida y ya parezco un espantapájaros borracho...".
Entonces oyó una voz femenina firme y clara a lo lejos:
"¡Señorita Varela! ¡Sus clases empiezan en veinte minutos! ¡Y por favor, vístase apropiadamente esta vez!"
Aylene palideció.
"¿Clases? ¿Apropiadamente? ¡Todavía no sé usar este maldito cuerpo...!".
Caminó hacia el origen de la voz y alguien la dirigió a lo que aparentemente era su habitación. Al entrar, sus ojos se dirigieron instintivamente hacia un espejo.
Un viejo tocador con bordes dorados y un espejo ovalado algo agrietado reflejaba su nueva realidad.
Se acercó con cautela.
La imagen que volvió la dejó sin palabras.
Cabello largo y plateado, como seda de luna.
Pómulos suaves, nariz delicada, labios que no parecían haber pronunciado una sola maldición en su vida.
Y esos ojos... demasiado grandes para parecer reales, demasiado húmedos para no parecer tristes.
Un temblor recorrió sus pestañas.
"No estoy atrapada en otro cuerpo...", susurró, llevándose una mano al pecho plano con resignación. "Yo también perdí mi cuerpo bien entrenado..."
Casi lo dijo de luto.
Por un instante, destellos de su antigua vida se cruzaron por su mente. Proyecto Éter. La misión final. El código que nunca debió ejecutarse.
Y entonces... oscuridad.
"Agente Aiden Varela: impecable, calculador, con una reputación cimentada en la precisión y el control. Algunos lo admiraban. Otros sabían que era una mala idea confrontarlo."
Ese hombre estaba muerto.
Y ahora... esto.
Negó con la cabeza, apretando los dientes. El siguiente paso era encontrar algo que ponerse.Y ahí empezó la verdadera tragedia.
"¿Dónde están los pantalones?", buscó con urgencia en el armario. "¿Un abrigo? ¿Una camisa, al menos?".
Nada.
Encajes, faldas, corsés… más encajes.
Y allí, como una elegante serpiente esperándola cruelmente, colgaba un corsé blanco con cintas de seda.
"¿Qué clase de instrumento de tortura es esta?"
Intentó ponérselo.
No pudo. Lo
intenté de nuevo.
Terminó atrapada con los brazos a la espalda, como si la moda la hubiera apresado.
Resbaló. Tropezo. Cayó al suelo, atada a su propio corsé como un rollo de sushi humano.
"¡Dios mío... que alguien me mate otra vez!"
Se oían los pasos de una criada acercándose.
"¡Señorita Varela! ¿Está lista?"
Aylene tragó saliva con dificultad.
"¡S-sí! Solo... apreciando el arte de vestirse despacio", dijo con voz aguda mientras intentaba liberarse del corsé asesino, con su dignidad desplomándose.
Apenas logró ponerse una blusa algo menos elaborada y una falda larga.
No podía hacer nada con su altura, pero sí con su orgullo: se recogió el pelo en una coleta alta, buscando al menos un aire más masculino.
Al mirarse de nuevo en el espejo, jadeando, pensó:
"Sea lo que sea esta segunda vida… es una broma muy bien urdida del destino".
Los pasillos del Instituto de Reeducación Noble Florelle de Lys olían a cera de abedul ya té caro derramado sobre alfombras que ya nadie limpiaba como es debido.
"Señorita Varela", dijo una voz fría, cortante y elegante.
Aylene se tensó. Era ella: Madame Brigitte, la directora. El terror de las cucharas mal sostenidas y los saludos fuera de lugar.
"Su clase de comportamiento ya ha comenzado. Las demás señoritas están en el salón de té".
Aylene se enderezó lo mejor que pudo, apenas recordando las instrucciones básicas que una vez escuchó sobre cómo comportarse en la nobleza. Hizo una pequeña reverencia… demasiado exagerada.
"S-sí… Disculpe la demora, señorita".
Brigitte apenas parpadeó. Asintió con gravedad.
"Sígueme".
Entraron en una larga sala decorada con columnas pálidas y jarrones de flores frescas. En una mesa central, cinco chicas elegantemente vestidas bebían té con teatral elegancia. Algunas practicaban la inclinación de la muñeca para agitar sus abanicos. Otras recitaban frases elegantes en tono meloso.
Aylene caminó hacia su asiento, sintiéndose como una intrusa.
Una de las chicas levantó la vista y sonriendo con aire venenoso.
"Oh... ¿estás practicando una representación trágica, Aylene?", dijo con dulzura envenenada. "Interpretas muy bien 'alma perdida'".
Rhianna Darcourt. Su voz era como porcelana recién afilada.
Aylene se detuvo. No sabía si responder o fingir que no la había oído. Cuando intenté tomar su taza de té, cometió el peor error posible: Ella agarró la taza por el borde.
La directora se aclaró la garganta.
"Señorita Varela, ¿está limpiando su taza con los dedos?"
Una suave risa recorrió la habitación como susurros de seda.
Aylene, sonrojada, dejó la taza y se enderezó. Pero al hacerlo, tira la cuchara al suelo.
"Dios mío... que alguien me haga desaparecer".
Mientras los demás continuaban con su práctica, Aylene permaneció inmóvil. El perfume de lavanda le resultaba insoportablemente extraño. Las paredes parecieron cerrarse sobre ella.
Y entonces... un destello.
O sonido de metal oxidado.
Un laboratorio, iluminado por luces rojas de emergencia. Un hombre con un abrigo oscuro estaba de pie frente a una consola. Su voz era profunda, definitiva.
"Es una pena que ese agente haya terminado así. Pero por fin encontramos la puerta".
Fragmentos.
Y luego, oscuridad.
Susurros:
"Ella lleva la marca de tu ser... y de tu alma. Vivirás".
Su mente dio un salto. Estaba de vuelta en el salón de té. Rhianna le hablaba, pero ella no la escuchaba. Solo tenía un pensamiento:
"¿Y si no puedo volver? ¿Y si esta es mi única oportunidad?".
Apretó los puños.
Aylene Varela se levantó con forzada elegancia, tomó la taza correctamente esta vez y disgustada.
"Lo siento, Rhianna. A veces me cuesta prestarte atención".
La otra chica la miró sorprendida. Un leve brillo cruzó los ojos de Aylene.
No era solo una chica caída.
Era un agente, un superviviente, una anomalía con un propósito.
Y tenía mucho que hacer en este nuevo cuerpo.
Las clases terminaban con una puntualidad casi militar. Los estudiantes salían en orden, como pétalos guiados por el viento de la costumbre. Aylene caminó en silencio por el pasillo alfombrado, sintiendo las paredes susurrar suavemente a su alrededor.
Al pasar junto a un ventanal, su reflejo le devolvió una imagen que aún no sentía suya: cabello plateado perfectamente peinado, un vestido impecable y esa postura que la antigua Aylene había cultivado durante años. Una máscara.
Al doblar una esquina, tropezó.
Fue un roce apenas perceptible, pero suficiente para que se le parara el corazón un instante. Frente a ella se encontraba una mujer de figura erguida y ojos imponentes: vestía con tonos oscuros y sobrios, y sostenía un bastón más ornamental que funcional.
La conocia de oidas. Lady Aureny Lyselle, noble mediadora del Consejo Interno. Vigilante silencioso. Nadie sabía realmente cuál era su poder, pero todos sabían que lo poseía.
La observaba en silencio. Ni con desdén ni con ternura. Sino como si evaluara algo más que su postura o su nombre.
"Tus ojos...", murmuró la mujer, apenas audible. "No son los de una dama desesperada. Son muy desafiantes, pero desorientados… como si no supieras dónde estás".
Antes de que Aylene pudiera responder, Lady Lyselle se giró elegantemente y se alejó. Su aroma a madera y tinta antigua flotaba en el aire, como si la escena hubiera sido un examen sin preguntas.
Aylene no comprendía del todo lo que sentía. Pero algo en su interior temblaba.
Esa noche, la luna filtraba su luz a través de las cortinas violetas de su habitación. Las otras chicas dormían con las suyas, pero ella no podía encontrar descanso.
Lentamente desabrochó los botones de su camisón; sus dedos temblaban más por intuición que por frío.
Justo encima de su pecho, un delgado símbolo circular, que apenas parecía una cicatriz... pulsó levemente al contacto con la luz de la luna. No brillaba. No quemabas. Pero había una extraña intensidad en su geometría imperfecta. Como un eco de algo más allá del lenguaje.
Cuando lo tocó, su cuerpo reaccionó.
Un ligero escalofrío, como si algo dentro de ella respondiera con conciencia propia. No era dolor, ni visión. Reconocimiento de época.
"No me reencarné por accidente...", susurró con la voz entrecortada. "Alguien me trajo aquí... a propósito".
Se dejó caer en la silla frente al espejo. Los ojos de Aylene la miraban desde el reflejo, pero en ellos vivía ahora una extraña voluntad. No era la suya, no del todo. Ni la de la antigua Aylene.
Era una mezcla de ambas.
Impulsada por una sospecha, se levantó y revisó el pequeño escritorio junto a la cama. Uno de los cajones era más corto que los demás. Instinto de espía. Lo abrió con cuidado, sintiendo cómo un doble fondo cedía con un suave clic.
Dentro, una carta doblada con precisión obsesiva. Papel seco, tinta azul marino.
"Si estás leyendo esto... ya no soy yo.
Este mundo no perdona a los débiles...
Pero quizás tú no seas uno de ellos.
Hazlo bien".
No estaba firmada. Pero la letra, los bordes doblados con precisión... era de la verdadera Aylene.
Y ese detalle lo decía todo: sabía lo que iba a pasar. No con certeza, sino con miedo. Y dejó una advertencia para quien despertará después.
Aylene guardó la carta en el dobladillo de su ropa y se miró una vez más en el espejo.
Esa noche no durmió.
Porque por primera vez desde que despertó... sintió que alguien la observaba.
Se acercó a la ventana y observó un gran palacio que podía ver desde lejos; Tenía toques tecnológicos, pero era más fantasía. Y estatuas de caballeros gigantes con espadas hundidas en el suelo, algunas distintivas por detalles sutiles, como orejas largas, alas en la espalda, orejas de animal.
"Parece un mundo curioso... este agente tendrá que aceptar otra misión en este lugar".
Fin del capítulo 2