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Chapter 3 - Capítulo 3:Al parecer somos compañeros de equipo.

N/A: por cierto, el protagonista no es el Richard Aiken de los juegos, sino una reinvención que pudo ser él, pero que ahora fue reemplazado.

Capítulo 3:Al parecer somos compañeros de equipo.

Rebecca se pone de pie, dejando que la sábana caiga por completo. Richard no dice una palabra. La mira.

Ella está de espaldas, completamente desnuda, rebuscando ropa en la mochila. Se inclina apenas, mostrando la curva perfecta de su cuerpo, sin pudor ni prisa. Toma una tanga de encaje negro y se la pone lentamente, luego una camiseta interior, apretada al cuerpo, que deja sus pezones ligeramente marcados. Es consciente de que él la observa. No lo detiene. Le deja mirar.

—Tengo que presentarme en el helipuerto en dos horas. Quieren desplegar un escuadrón de reconocimiento. Dicen que esta vez no podemos actuar tarde.

Richard se levanta, la rodea con los brazos desde atrás y apoya los labios en su cuello.

—Quiero decirte que no vayas… pero no sería justo.

—Tampoco sería yo —susurra ella.

—Entonces prométeme que volverás.

Rebecca se gira. Lo besa despacio, como si cada segundo tuviera que quedarse grabado en la piel.

—Solo si tú también prometes seguir aquí cuando lo haga.

El asiente.

—Ni aunque el mundo se venga abajo, Rebecca Chambers.

Ella termina de vestirse en silencio, metódica, concentrada. Él la observa como devorándola con los ojos.

Y entonces, justo cuando ella está por abrir la puerta, se detiene.

—Richard… gracias por anoche.

—Gracias a ti —responde, sonriendo de lado—. Aunque…anoche aún no ha terminado del todo.

Ella sonríe con esa mezcla de picardía y ternura que solo ella sabe manejar… y desaparece tras la puerta, dejando el eco de su perfume y la promesa silenciosa de un reencuentro.

* helipuerto *

El viento en el helipuerto era más frío de lo que recordaba.

Rebecca se ajustó su chaqueta, caminando con paso firme mientras los rotores del helicóptero ya se encendían aullaban como una advertencia en el aire. El amanecer teñía las nubes bajas con un tono acero, y el concreto bajo sus botas parecía absorber todo el color del mundo.

No esperaba ver a nadie más conocido allí.

Y mucho menos… a él.

Su corazón dio un pequeño vuelco cuando lo vio.

“Richard Aiken”.

Erguido, serio, con el rostro parcialmente oculto bajo la sombra del visor de su gorra. Sostiene un fusil con familiaridad, como si toda la vida hubiera sido parte de esta unidad. Su uniforme es impecable, con la insignia de STARS en el hombro y la cinta identificatoria recién planchada en el pecho: “Aiken, R.”.

Rebecca se detiene en seco.

El corazón se le acelera. No por la sorpresa de verlo ahí, sino por la imposibilidad de entender cómo llegó antes que ella… y por qué nadie le había dicho que él era parte del equipo BRAVO.

Y es entonces cuando el sonido del helicóptero se diluye...

*hotel desconocido*

Richard aún estaba en la habitación, sentado en la cama revuelta. El aroma de Rebecca flotaba en el aire, y sus dedos aún temblaban por lo vivido. Buscaba entender qué le estaba ocurriendo, cómo había llegado allí, quién era en esta nueva realidad.

El celular que encontró en su chaqueta vibró. Un tono metálico, desconocido.

Atendió, dudando.

¿Richard Aiken? —preguntó una voz automática.

-…Si.

—Confirmamos su activación inmediata al protocolo de emergencia. Como nuevo integrante del equipo BRAVO de STARS, debe presentarse en el helipuerto del distrito este a las 05:30. Los detalles se entregarán en vuelo.

Richard parpadeó. Miró en su mano: la placa que colgaba de su cuello brillaba con el nombre “Richard Aiken – EQUIPO BRAVO”.

Su garganta se cerró.

—Disculpe, ¿yo… soy parte del equipo?

—Ha sido transferido del escuadrón táctico externo, aprobado por el Cap. Enrico Marini. Tenemos registros. ¿Hay algún problema, oficial?

Tragó saliva.

—No... ningún problema.

La llamada se cortó. Richard miró su reflejo en el espejo de la habitación. No reconocía la mirada firme que lo observaba desde el cristal. No recordaba nada de esa vida... pero la llevaba puesta.

Y por ahora, debía fingir que lo sabía.

* helipuerto *

El rugido del helicóptero amaina un poco cuando los motores pasan al modo de espera. Rebecca aprieta el paso, aun digiriendo lo que ve.

Richard, con el chaleco táctico ajustado, las botas relucientes y el fusil cruzado sobre el pecho, voltea cuando la siente cerca. Sus miradas se cruzan por primera vez desde la habitación, y aunque ninguno dice nada, el silencio lo dice todo.

—¿Tú…? —musita ella, apenas audible.

Él la observa con una mezcla de desconcierto y alivio. Una parte de él —esa que no entiende cómo llegó aquí, ni por qué el uniforme le resulta tan natural— se siente en paz solo al verla.

—Al parecer... sí —responde, con una media sonrisa.

Un silbido se escucha desde atrás.

—¡Vaya! ¡Así que el nuevo recluta logró flechar a la pequeña tigresa! —suelta Forest Speyer, lanzando una mirada divertida entre ambos.

—Cállate, Forest —masculla Enrico sin levantar la vista del mapa.

—¿Tigresa? —pregunta Kenneth, finciendo inocencia—. Pensé que era un gato de biblioteca...

Rebecca cierra los ojos por un segundo y respira hondo.

— ¿Se acabaron los chismes de secundaria o necesitan una clase urgente de ética profesional?

—¡Uy! —Bosque de Salta, alzando las manos—. Mordió. Confirmado.

—Lo que “muerde” es el filo de mi bisturí si no callas —replica ella con un brillo contenido en la mirada.

Algunos se ríen. Otros disimulan. Richard no dice nada, pero la curva en su boca lo traiciona. Aun sin recuerdos, sabe reconocer la familiaridad de un equipo... y el calor que solo un pasado compartido puede brindar, aunque él lo ignore.

Rebecca se gira hacia él, más seria.

— ¿Desde cuándo eres parte del equipo BRAVO?

Richard titubea. No sabe qué decir. La verdad es un laberinto que aún no comprende.

—Me llamaron esta madrugada —responde—. Me dijeron que ya formaba parte. Que tenía historial, expediente… todo. Pero yo no...

—¿No lo sabías?

—No lo recordaba.

Ella lo mira, con atención. No lo juzgues. No lo interrogaré. Solo asiático.

—Luego hablaremos —dice suavemente, y se aparta para colocarse en la fila de embarcar.

Él la observa irse. Su silueta es ahora una mezcla de rigidez militar y belleza feroz. Esa “pequeña tigresa” que, aunque solo unas horas antes yacía entre sábanas, ahora se mueve como un soldado lista para entrar en el infierno.

Desde la cabina, el piloto hace una señal. Enrico levanta la voz.

 

—¡Vamos, EQUIPO BRAVO! En cinco minutos despegamos. Rumbo: zona montañosa de Cedar Creek. Objetivo: investigar desapariciones, reportes de ataques violentos.

Rebecca toma asiento en la esquina posterior del helicóptero. Richard se sienta frente a ella. No dicen nada... pero los ojos lo dicen todo.

Sentía que esto no iba a ser tan simple como se lo imaginaban.

Al parecer era la viva referencia de la frase…” pasar del cielo al infierno en menos de una noche”

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