LightReader

Chapter 1 - Reencarnado como Kenji Hori

Morí. No hubo un accidente trágico, ni un acto heroico, ni siquiera una enfermedad que me preparara para el final. Simplemente dejé de existir. El último recuerdo que tengo de mi vida anterior fue el momento exacto en que terminé de leer Horimiya: Piece, el epílogo. Cerré la historia con una sonrisa silenciosa, feliz por el cierre que sus personajes recibieron, nostálgico por dejarlos atrás… y luego, oscuridad. No dolor. No confusión. Solo un silencio que se sintió eterno.

Hasta que lo oí.

—Vaya, eso fue más rápido de lo que esperaba.

La voz no venía de ningún lugar. Ni eco, ni tono definido. Solo una presencia, suave y absoluta. A mi alrededor, un blanco que no tenía fin ni inicio, ni arriba ni abajo. Frente a mí, una figura indefinida, como un contorno de humano dibujado con luz. No necesitó presentarse. Lo supe.

—¿Dios?

—Llámame como quieras. Algunos dicen "Coordinador", otros "Administrador". Me agrada 'Dios', tiene un buen branding —la figura se encogió de hombros con naturalidad, como si acabara de salir de una junta creativa celestial.

Yo no sabía qué sentir. ¿Estaba muerto? ¿Soñando? ¿Renacido?

—¿Qué pasa ahora?

—Eso depende de ti. He leído tus pensamientos justo antes de morir. Tu apego por Horimiya, ese deseo inconsciente de haber podido entrar en ese mundo. No solo como espectador… querías ser parte de su historia.

No respondí, pero lo recordaba. En especial esa sensación de querer proteger a Kyoko, darle a Sota la figura de un hermano mayor más presente, hacer que Izumi Miyamura nunca tuviera que pasar por el dolor de ocultarse para ser amado. No era simple fanatismo. Era una necesidad de sanar lo que yo no había podido sanar en mi propia vida.

—¿Quieres una segunda oportunidad? No como protagonista. No como alguien que lo cambia todo… sino como alguien que puede influir sin robar luz.

—¿Reencarnar?

Asintió.

—Serás Kenji Hori. Hermano mayor de Kyoko y Sota. No apareció en la historia original porque, bueno, estaba en el extranjero. Pero existe. Y ahora serás tú.

No supe si sonreír o temblar. Kenji. Una figura invisible en la obra, apenas mencionada en registros familiares. Pero con eso bastaba. Una ficha nueva en un tablero que conocía de memoria.

—¿Tendré habilidades especiales?

—No. Nada fuera de lo humano. Pero tu cuerpo será atlético, tu mente despierta, tus talentos afilados como en tu vida anterior. Deportes, ciencia, música… llevarás todo contigo. Lo que no llevarás serán recuerdos dolorosos ni privilegios narrativos. Este será tu nuevo mundo. Construye tu lugar desde cero.

—¿Y el amor?

—El amor lo tendrás que merecer —dijo simplemente—. No hay líneas escritas para ti.

Y en un suspiro que pareció venir desde dentro del alma, desperté.

El techo era blanco. No el del hospital donde nací, ni el de una habitación prestada. Era mi habitación. Una que reconocí al instante, aunque jamás había visto con estos ojos. Una mezcla entre lo familiar y lo nuevo. Me levanté con lentitud. El cuerpo era más alto, más fuerte. Mis músculos estaban definidos, no exagerados. Una armonía perfecta entre fuerza y agilidad.

Caminé hasta el espejo.

Cabello castaño oscuro. Ojos ligeramente almendrados, con una expresión amable pero firme. Era el rostro de Kyosuke Hori, su padre… y ahora, el mío. Solo que más joven. Más afilado.

Entonces la escuché.

—¡Kenji! ¡Baja ya! ¡Se te va a enfriar el desayuno!

Esa voz me congeló. Tenía la tonalidad exacta. Esa mezcla de fastidio, cariño y urgencia que solo una hermana mayor —o en este caso, menor— podía perfeccionar.

Bajé.

La cocina olía a tostadas y salsa de soya. Kyoko discutía con Sota sobre quién había usado primero la televisión. Al verme, Sota se iluminó y me saludó con un entusiasmo tan puro que me partió el alma.

—¡Kenji-nii! ¡Buenos días!

—Buenos días, campeón.

Kyoko me lanzó una mirada fugaz mientras tomaba un bocado de arroz.

—Te estás haciendo el importante otra vez. Llegaste ayer y ya caminas como modelo de revista.

—No todos pueden levantarse y verse tan bien —dije, soltando una sonrisa que provocó un leve, apenas perceptible rubor en su cara.

—Presumido.

Pero en sus ojos había alivio. Una conexión ya establecida. Como si, dentro de esta línea temporal, de verdad hubiéramos crecido juntos. Sentía todo como real. Más que real.

Ese día no fui a clases. Aún no oficialmente.

Había llegado de Estados Unidos el fin de semana, y aunque los papeles de transferencia estaban listos, empezaría en Katagiri oficialmente el lunes. Hoy era viernes. Pero acompañaría a Kyoko hasta la entrada.

—No hace falta que vengas, en serio —decía mientras ajustaba su bolso—. No soy una niña.

—¿Y Sota sí? Porque también lo llevo.

—Él tiene excusa, tú no.

A pesar de las quejas, no protestó cuando nos fuimos juntos.

El camino fue un desfile de recuerdos: el templo del cruce, la panadería de la esquina, el parque donde más adelante vería a Sawada. Todo era como en el anime, pero vibraba con otra vida. La real.

Al llegar a Katagiri, Kyoko entró al edificio tras saludar brevemente a unos compañeros. Yo me quedé en la verja exterior. Técnicamente no tenía permiso para ingresar… pero eso no me impidió mirar.

Estudiantes pasaban en grupos. Otros en solitario. Voces, risas, pasos, mochilas… la vida escolar. El sonido más querido por alguien como yo, que ya la había dejado atrás.

Entonces la vi.

Sakura Kouno salía del edificio con un grupo reducido que se dirigía hacia la biblioteca. Caminaba con elegancia involuntaria, su carpeta abrazada al pecho. Había algo en su serenidad que me atrapó. Una tranquilidad medida, como si se moviera entre palabras que no necesitaban decirse. Se detuvo por un instante a mirar las flores del jardín delanero. No por romanticismo. Era más bien un gesto reflexivo, como quien se toma un segundo antes de seguir adelante.

Apenas la observé unos segundos. Pero suficientes para saber que había algo en ella que no se mostraba fácilmente. Algo que quería conocer.

Y justo después de eso, lo vi a él.

Izumi Miyamura, arrastrando los pies, la mochila colgando como un lastre. Su cabello le cubría parcialmente el rostro, pero no lo suficiente como para ocultar el cansancio en sus ojos. Llevaba un cuaderno abierto y lo revisaba mientras caminaba.

Desde la distancia, noté que cada tres páginas había marcas, tachones, correcciones. Las respuestas a los ejercicios estaban incompletas. En una de ellas, había escrito "No lo entiendo". El trazo era delgado, como si tuviera miedo de dejar rastro.

Fruncí el ceño. No porque me sorprendiera, sino porque me dolía. Sabía que Miyamura era inteligente, sensible, curioso. Pero también sabía cuánto tiempo pasaba creyendo que no valía. Que era invisible.

Me quedé ahí, observando. No era momento de intervenir. Aún no. Pero el primer hilo ya estaba lanzado.

Esa noche, cenamos los tres juntos. Yuriko llegó más tarde del trabajo y se sorprendió al verme cocinando.

—¿Ya tomaste el control de la cocina? —bromeó, colgando su bolso.

—Solo por hoy. Si sobreviven, quizás repita.

—Así que el chico de América se volvió japonés de corazón.

Sus palabras fueron ligeras, pero había algo más en su mirada. Me escaneó con detalle. Como si buscara a su hijo en mí… y no lo reconociera del todo. Como si supiera, en algún rincón de su instinto maternal, que algo en Kenji había cambiado desde su regreso.

—Estoy feliz de tenerte en casa —dijo al final, antes de servir arroz para todos.

Durante la cena, Sota hablaba sin parar sobre lo que vio en clase. Kyoko discutía con él por sus modales. Yo solo observaba.

Había regresado.

No al mundo.

A la historia.

A la familia.

A la oportunidad.

Y aunque aún no había empezado oficialmente las clases… el juego ya había comenzado.

Y esta vez, sería parte del tablero.

More Chapters