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First blood call

D21
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Synopsis
Son principios de los 2000, y el mundo se ve sumergido poco a poco por la bruma. Despierte en una choza abandonada durante los primeros días del surgimiento de la nieblas, Sin nombre y Sin pasado. Solo ropas empapadas y un vacío donde debería estar mi identidad. El pueblo donde desperté es un un lugar olvidado y testigo de años de "Cambios" la corrosión lenta que ha desgarrado la realidad. Primero fueron noticias confusas en televisores fenómenos inexplicables, desapariciones masivas. Luego, las voces en la radio solo hablaban de la Niebla su avance, su densidad letal, teorías desesperadas tratando de explicar este desastre. Finalmente... solo quedó estática. Un zumbido blanco y plano. El silencio fue más aterrador que cualquier noticia. El aire apesta a humedad, óxido y el dulce aroma del miedo, mientras La Niebla estrangula las calles jugando con la mente.
Table of contents
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Chapter 1 - Little star

Al amanecer

Los primeros rayos de sol disiparon la niebla como el viento barre las hojas. Iluminaron un pueblo olvidado por el tiempo: fachadas de madera podridas por la humedad, calles adoquinadas donde la maleza brotaba de las grietas y letreros de neón oxidados que decían "Jenson Hardware" o "Dixie Café".

El olor a tierra húmeda, salitre y promesas rotas inundaba las calles.

Desde la colina se alzaba una casa. Su techo se hundía bajo el peso de años de abandono y cambios silenciosos: ventanas tapiadas, sombras que parecían moverse tras los cristales mugrientos.

La casa

La casa era una herida abierta en el paisaje. Pintura descascarada de... ¿de qué color? ¿Verde? ¿O gris? Un porche que crujía bajo el peso de los pasos y ventanas como ojos cegados por el polvo. Dentro, el aire era denso, frío y olía a polvo y moho...

En la cocina, una estufa de gas portátil apenas funcionaba. Sobre ella, una olla esmaltada con la pintura descascarillada calentaba agua de lluvia. Vertió el agua hirviendo sobre un colador lleno de posos de café reciclados. El aroma amargo se extendió como un frágil hechizo contra la descomposición.

Sentado en una silla tambaleante, ante una mesa con las patas atascadas por fragmentos de ladrillo, bebió un sorbo de café. El calor le quemó la lengua, pero lo agradeció; le ayudó a soportar el frío. Mientras revolvía la avena grumosa, su mirada se posó en la grieta del yeso que serpenteaba por la pared como si reflejara su mente.

"Te encontramos tirado en la Carretera Vieja, justo donde la Niebla empieza a corroer el asfalto", le había dicho el viejo Marlowe el primer día, entregándole una manta sucia. "No tenías identificación. Ni billetera. Solo esa ropa empapada..."

Recordó cómo los vecinos lo observaban tras las cortinas entreabiertas. Susurros como cucarachas: [Chismes implícitos] . Pero el viejo Marlowe, dueño de la Tienda de Todo, le había lanzado un salvavidas:

La casa de los Henderson lleva años vacía. Nadie te molestará allí... si te atreves a quedarte. —Una pausa, escupiendo tabaco al suelo—. Y si quieres ganarte la vida, barre la tienda, descarga cajas. Te pagaré con comida y provisiones.

La rutina

Ahora, cada mañana caminaba a la tienda. Pasaba junto a la Fuente Seca —una pila de piedra llena de basura y agua estancada—, esquivaba el Teléfono Público colgado como un ahorcado y saludaba con un breve gesto a la señora Greta, que vendía huevos de gallina.

La Tienda de Todo era un caos: estantes medio vacíos con latas abolladas, algunas herramientas oxidadas, pilas y juguetes de otra década. Un televisor cuadrado, siempre encendido.

"Hoy llega un cargamento de harina", gritó Marlowe desde detrás del mostrador, limpiando una escopeta. "Y no pierdas de vista a los mozos del molino. Vienen a robar dulces. Ese es tu trabajo hoy, Murphy".

Como no tenía nombre, Marlowe decidió llamarlo Murphy, "-al menos hasta que recuerde mi verdadero nombre-".

Asintió. Su trabajo era sencillo: organizar los artículos, disuadir a los curiosos con su presencia y anotar las existencias faltantes y los pagarés en una vieja libreta. A veces, mientras apilaba latas de sopa, sentía el viento acariciar los cristales de las ventanas.

Una vez terminado el día, regresó a la destartalada casa, aunque en su camino encontró unas cajas de madera desechadas y decidió llevárselas.

De vuelta en la casa abandonada, al anochecer, abrió el cajón de la mesita de noche. Dentro, tres objetos:

Una navaja suiza con dos hojas rotas.

Un walkman Suny sin pilas.

Una fotografía quemada.

Los tocó uno por uno, esperando un destello, un nombre, un rostro.

Afuera, la niebla se espesaba, royendo los límites del pueblo. Encendió su linterna —un haz débil que apenas atravesaba la niebla— y murmuró:

«Mejor me voy a dormir».