La habitual rutina de la casa Snape estaba completamente alborotada.
Hoy sería el primer partido de fútbol de León, y todos —aunque no lo dijeran en voz alta— estaban nerviosos.
Severus había confirmado su asistencia.
Contra todo pronóstico, afirmó que iría.
León quedó totalmente sorprendido.
—Vamos, León, tienes que comer —decía Anya, acercándole un plato de cereal.
—Maestro, le traigo, sírvase —dijo Loki, sosteniendo un plato lleno de salchichas.
—Gracias, Loki, pero solo comeré cereal —respondió León.
Severus solo lo miró de reojo por encima del Profeta, antes de volver a leer.
Después del desayuno, los tres Snape salieron de la casa rumbo al campo deportivo donde sería el encuentro.
Este peculiar grupo no pasó desapercibido: el cabello blanco de León, el rosa de Anya y el negro de Severus llamaban la atención.
Y ni hablar de la ropa que llevaba Snape: su atuendo muggle consistía en una camisa descolorida, botas de cuero partido y pantalones remendados una y otra vez.
Algunas personas murmuraban.
Otras señalaban con disimulo.
Snape los ignoró; estaba acostumbrado.
En su infancia no había tenido dinero: usaba la ropa vieja de Tobias, y lo poco que reunía vendiendo botellas o haciendo tareas ajenas lo destinaba a sus materiales del colegio.
A veces ni eso alcanzaba…
Y terminaba internándose en el Bosque Prohibido.
Pero entonces algo le golpeó la conciencia:
León. Anya.
Los miró de reojo.
León caminaba tranquilo…
Pero Anya estaba algo cohibida.
Su ropa también empezaba a verse gastada.
Snape pensó, con frialdad característica pero con un trasfondo muy humano:
Necesitan ropa nueva.
Al mismo tiempo, León, que también había notado la mirada de su padre hacia Anya, pensó lo mismo.
Recordó todo el dinero que había ganado y se dijo:
Necesitan ropa nueva… los dos.
Antes de entrar al campo, León se despidió de ellos y se dirigió a los camerinos.
Al abrir la puerta sintió la tensión en el aire.
—Llegaste, León.
—¿Y tú no dijiste que no vendría?
—No digas mentiras.
Varios se rieron… hasta que la voz firme de Robson cortó el ambiente.
—Ya basta. Es hora de cambiarse.
En las tribunas, Anya y Snape esperaban a que empezara el partido.
—Papá, esto es aburrido. ¿Cuándo comenzarán? Y hace mucha calor… —se quejó Anya mientras se abanicaba con las manos.
Snape miró a su alrededor, vio a un vendedor ambulante y le hizo una seña.
Compró bebidas para ambos.
Justo entonces, un estallido de gritos llenó la tribuna.
Ambos equipos entraban al campo.
El partido estaba por comenzar.
—Sí que eres valiente para presentarte, Robson —dijo uno de los chicos del equipo contrario.
—Sí, estábamos seguros de que estarían llorando en casa —intervino otro.
—Paul, Mike, cierren la boca —gruñó Dean, molesto.
—Nadie pidió tu opinión, Dean —se quejó Paul.
—Dejen que el partido decida quién va a llorar. Ya va a empezar —dijo Robson con seriedad.
El árbitro entró al campo y lanzó una moneda.
El equipo de León sacaba primero.
El silbato sonó.
El partido comenzó.
Dean le pasó el balón a Robson; este lo recibió y avanzó con velocidad, esquivando a un rival, luego a otro, luego a otro.
Parecía imparable.
—¡Pasa por aquí, estoy libre! —gritó Sam.
Pero Robson ignoró las voces de sus compañeros.
Estaba obsesionado con marcar.
Debo anotar… debo anotar…
Cuando estuvo cerca del arco rival, preparó el disparo, pero una barrida limpia le quitó el balón y lo mandó al suelo.
—Idiota —se burló Paul, quien había sido el autor del quite. Luego lanzó un pase al centro.
—¡Retrocedan, retrocedan! —gritó Robson, desesperado.
Pero era tarde.
El contragolpe avanzaba sin oposición: Paul corrió por la banda derecha, atrayendo a la defensa y generando un enorme hueco en el área.
—No, no, no, no… —gritaba Robson mientras regresaba a toda velocidad. Sabía que Paul no desperdiciaría la oportunidad.
Paul levantó un centro perfecto, confundiendo al arquero y a los defensas.
El balón voló por encima de ellos.
Al girar, vieron con horror a un jugador rival saltar para cabecear…
…pero León apareció también, saltando a destiempo.
No tenía mala intención, pero terminó golpeando con el codo al atacante.
El árbitro no dudó: pitó la falta y levantó la tarjeta amarilla.
En la tribuna, Anya abrió los ojos como platos.
—¡Es malo, papá! León tiene una tarjeta amarilla.
—¿Qué significa? —preguntó Snape, frunciendo el ceño.
—Es una advertencia por una falta. Y si le sacan otra, lo expulsan —explicó Anya muy seria.
El árbitro cobró penal.
Paul tomó carrera y marcó sin dificultad.
El marcador quedó 1 – 0.
El partido apenas comenzaba… y ya estaba cuesta arriba.
Ambos volvieron su mirada al juego.
El equipo de León estaba al ataque, liderados por Wright, quien intercambiaba pases con Dean y Sam. Pero, lamentablemente, todos sus intentos eran bloqueados.
El contraataque rival comenzó con rapidez. Volvieron a centrar el balón y León se preparó para saltar, pero dudó. Temía cometer otra falta.
Esa duda le costó caro: el jugador contrario remató sin oposición y anotó.
2 – 0.
Así terminó el primer tiempo.
El equipo de León jugó completamente a la defensiva, incapaz de remontar. El marcador era desalentador.
Los jugadores estaban desanimados.
—Lo siento… sé que es mi culpa que estemos así —dijo León, cabizbajo.
—Sí es tu culpa —se quejó Robson, frustrado.
—Ya basta. No solo fue error de León. Tú eres el principal culpable, Robson —intervino Dean, serio.
—¿Qué dijiste? —reclamó Robson, enfadado.
—El fútbol es un juego en equipo, pero tú quieres hacerlo todo solo —dijo Robinson.
—No estoy equivocado. Yo estoy bien —insistió Robson.
—Estás mal —agregó Sam.
Todo el equipo comenzó a reclamarle, pero Robson hacía oídos sordos.
Hasta que una voz detrás de ellos habló:
—Ellos tienen razón, hijo.
Al virar, Robson abrió los ojos.
—Papá…
—Debes reconocer tu error. El fútbol es trabajo en equipo. Cuando tenías posesión del balón, ¿pensaste en pasarla a tus compañeros? —preguntó su padre con firmeza.
Robson se quedó en silencio, recordando cada jugada fallida.
—Lo siento… chicos. León… de verdad, lo siento —admitió finalmente.
—Aún están a tiempo —dijo su padre—. Robson, recuerda cómo se juega el fútbol.
—Sí, papá —respondió Robson.
El segundo tiempo comenzó con el equipo contrario en posesión del balón. Sus pases eran precisos y Paul ya estaba dentro del área, listo para disparar…
Pero de pronto alguien se barrió limpiamente, haciéndolo perder el equilibrio.
Era León.
Había robado el balón.
Esta vez no dudó. Avanzó con calma y, en lugar de arriesgarse, dio un pase perfecto a Robson.
Robson burló a dos jugadores y cedió el balón a Dean. Este avanzó por la banda derecha y lo regresó al centro, donde Sam lo recibió sin pensarlo dos veces.
Disparó.
Gol.
El primero de su equipo.
El partido continuó con un trabajo en equipo impecable. La coordinación mejoró y lograron anotar varios goles más por parte de Robson, Robinson y Sam.
El árbitro sopló el silbato final.
Marcador: 2 – 5.
La tribuna estalló en gritos y aplausos.
El equipo de Cokeworth había ganado.
Anya saltaba de alegría mientras Severus la vigilaba de cerca, temeroso de que cayera.
