El silencio del castillo se siente diferente desde que desperté. Antes, solo era el eco lejano de pasos que ignoraban mi existencia. Ahora es un murmullo constante: susurros, miradas furtivas, rumores que me siguen como sombras. Algunos me llaman monstruo. Otros, un milagro. Sigo sin saber qué soy.
Lo que sí sé es que mi vida ya no es solo mía. Y eso me asfixia.
Mi madre, Lirae. La única que me protegió, incluso desde las sombras. En sus ojos nunca vi desprecio, solo tristeza. Ahora entiendo por qué: ella sabía que este día llegaría. La amo, pero me duele que me ocultara tanto. ¿Cuánto sabía de mi destino híbrido? ¿Cuánto de mi sufrimiento podría haberme ahorrado? Y aun así... si sigo de pie hoy, es porque nunca me dejó ir del todo. Quizás su silencio fue otra forma de protegerme. Quizás.
Selene Draemyr. Un misterio que jamás esperé. Apenas me dirigía la palabra, y ahora... me mira como si hubiera descubierto un secreto prohibido. Puedo sentir su atracción. La veo en sus ojos, la oigo en su respiración cuando se acerca demasiado. Y lo peor es que yo también la siento. Pero cada vez que está cerca, mi hambre se despierta. Su sangre late como un tambor, llamándome. ¿Es lo que siento por su deseo... o solo mi instinto vampírico? No lo sé. Y me aterra descubrirlo.
Kaelis Moura. Con ella no hay duda: me odia. Siempre me ha odiado, y ahora más que nunca. No hay fascinación en su mirada, solo desconfianza. Y, sin embargo, cuando luchamos en el campo de entrenamiento, vi algo más en ella. Vi respeto. Aunque lo niegue, aunque lo oculte, sabe que ya no soy el debilucho que despreciaba. Kaelis es una espada afilada: me corta con cada palabra, pero también me obliga a mantenerme alerta. Quizás, de todas ellas, ella es la que me mantiene con los pies en la tierra.
Respiro hondo, observando las sombras a mis pies retorcerse como un reflejo de mi alma. Dentro de este castillo me temen, me vigilan, me juzgan. Y sin embargo... por primera vez, no soy invisible.
"Selene, Kaelis, Madre… ¿qué papel desempeñarán en lo que me convierta?"
El eco de mi propia voz se desvanece en la habitación. No tengo respuesta.
Pero una cosa es segura: estas cadenas que me atan ya no me parecen prisiones. Ahora son ataduras que decidirán si seré la salvación... o la condenación.