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prólogo

Dicen que cuando la luna se tiñe de rojo, el cielo recuerda los nombres de los que amaron más allá del destino.

Antes de que existieran los clanes, antes de que el primer hombre aullara al firmamento, hubo una promesa.

La Luna, solitaria entre las estrellas, miró hacia la tierra y se enamoró de un guerrero. Él era mortal, fuerte y libre; su alma ardía como el fuego y su corazón latía al ritmo de la noche. Cada noche, ella lo observaba desde lo alto, deseando poder tocarlo, aun sabiendo que su luz lo quemaría.

El guerrero, enloquecido por los sueños en los que veía su rostro plateado, subió a la montaña más alta y gritó su nombre.

Y la Luna descendió.

Por un instante, fue humana.

Por un instante, el cielo y la tierra se tocaron.

De su unión nació la primera raza de lobos lunares: seres mitad hombre, mitad espíritu, que llevaban dentro de sí el fuego del amor prohibido y la luz de la eternidad.

Pero ese amor trajo consecuencias.

Los dioses celosos los castigaron: ningún lobo podría amar sin pagar un precio, y cada vínculo verdadero traería la destrucción o la salvación del mundo.

Desde entonces, la Luna eligió a los suyos.

Cada mil años, dos almas nacen marcadas por la misma luna roja: el Alfa destinado a proteger el equilibrio… y su compañera, la única capaz de romperlo.

Son la sombra y la luz, la sangre y el alma, el fuego y el agua.

Juntos pueden sanar o condenar a toda su especie.

Muchos creen que son solo cuentos.

Pero las montañas de Liria aún guardan sus nombres escritos en piedra, y los lobos aúllan cada vez que la luna vuelve a teñirse de sangre.

Dicen que la marca ha regresado.

Que el Alfa sin luna ha nacido de nuevo.

Y que su compañera —la sanadora de los sueños— ya camina entre nosotros, sin saber que su destino la espera bajo un cielo rojo.

"La luna no olvida.

Solo espera el momento de reclamar lo que es suyo."

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