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He despertado

Jose_Ripoli
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Chapter 1 - 1 El Estratega Sin Rostro

El silencio no era un vacío. Era una sustancia pesada, fría como el mármol de una tumba. Kirson no soñaba. No existía. Hasta que, de pronto, fue.

No fue un despertar, sino un encendido. Como si un interruptor maestro en el cosmos hubiera sido accionado, y su conciencia, una bombilla fría y desnuda, se hubiera iluminado en la oscuridad.

Lo primero fue la ausencia.

Intentó abrir los ojos. No respondieron. Porque no había ojos que abrir. No había párpados, ni pestañas, ni el leve picor del polvo en la córnea. Un pánico animal, primitivo, se alzó en lo que había sido su pecho. Movió un brazo. Una extremidad de sombra sólida, de una sustancia que no era carne ni hueso, obedeció con un susurro de tela rasgada en la quietud. Chocó contra una superficie lisa y gélida.

¿Dónde estoy?

La pregunta, formulada con la voz mental que reconocía como suya, chocó contra un muro de recuerdos que no le pertenecían. Un torrente de imágenes, sensaciones y conocimientos ajenos irrumpió en su mente como un ejército invasor.

Kaelen.

El nombre surgió de la inundación, tallado en piedra negra. Él era Kaelen. Uno de los Siete. General del Rey Demonio. La Sombra que Susurra. El Que No Tiene Rostro.

No. Yo soy Kirson. Coronel Kirson. Estratega de la... de la...

Su propia identidad, la del hombre, se aferraba a un precipicio resbaladizo. Los recuerdos de Kaelen eran vastos como un océano nocturno. Siglos. Cientos de años de existencia, de intrigas en cortes de pesadilla, de masacres en campos de batalla bajo lunas verdes. Conocía las razas: los elfos de corazón de hierro, los enanos forjadores de runas, las bestias que hablaban en la oscuridad de los bosques. Conocía la jerarquía del Reino Demoníaco, la lealtad retorcida y el odio que unía a los Siete. Conocía el sabor del miedo ajeno, un manjar para su anfitrión.

Y conocía el poder. Una energía latente en este nuevo cuerpo, esperando como una serpiente enroscada.

Con un esfuerzo de voluntad que le drenó una energía que no sabía que poseía, se incorporó. Su "cuerpo" se deslizó sobre la losa de obsidiana pulida que había sido su lecho. Ante él, en la pared de la cámara, había un espejo de la misma sustancia, un portal a la negrura absoluta.

Se acercó.

El reflejo no devolvió la imagen de un hombre de mediana edad, con el rostro marcado por el estrés y el cabello empezando a encanecer. No devolvió nada humano.

Era una silueta alta, envuelta en una capa de oscuridad que se movía como humo vivo. Donde debería haber un rostro, solo había un vacío perfecto, una negrura tan profunda que parecía tragarse la escasa luz de las gemas púrpuras que iluminaban las paredes. No tenía ojos, pero podía ver. No tenía boca, pero sabía que podía hablar.

Levantó una mano. La extremidad de sombra se alargó, y en su punta, cinco largas y afiladas garras de energía violácea destellaron por un instante antes de retraerse.

Esto es un arma, pensó la mente de Kirson, imponiendo su fría lógica sobre el horror. Un arma de alto nivel de infiltración y guerra psicológica. Misión: evaluar la situación.

Su entrenamiento tomó el mando. El pánico fue comprimido, empaquetado y almacenado en un rincón remoto de su conciencia. Miró a su alrededor. La cámara era vasta, circular, sin más mobiliario que la losa. Era un lugar de reposo, un sarcófago para un ser que no moría, solo... esperaba.

Y entonces lo supo, con la certeza que le daban los recuerdos de Kaelen. Él se había activado. Se había despertado. Demasiado pronto.

El Rey Demonio aún dormía su sueño de siglos. Los otros seis generales yacían en sus propias cámaras, inertes. El castillo entero, una estructura viviente de piedra negra y pulsos de energía maligna, respiraba en un letargo profundo.

Estaba solo. Completamente solo en el corazón del territorio enemigo absoluto. Y él era, ahora, una de sus piezas clave.

Un ruido ínfimo, el roce de unas vestiduras contra la piedra, llegó desde el corredor más allá de la gran puerta de la cámara. Algo se acercaba. Algo que había sentido su despertar.

Kirson, la mente del estratega, se puso en alerta máxima. Kaelen, el cuerpo del general, se irguió hasta su altura completa, la capa de sombra agitándose a su alrededor sin un viento que la moviera. No había tiempo para más. No había tiempo para el duelo por su humanidad perdida.

Era el momento de la verdad. La primera jugada en el tablero más peligroso que un hombre podría imaginar.

Concentrándose en los recuerdos de su anfitrión, en la forma en que Kaelen se movía, hablaba y proyectaba su aura de autoridad glacial, Kirson se volvió hacia la puerta. Desde el vacío donde estaba su rostro, dos puntos de luz carmesí se encendieron, fríos como las estrellas de la muerte.

La puerta comenzó a abrirse.

(Fin del Capítulo 1)