La tarde caía lentamente sobre Los Ángeles, tiñendo el cielo de colores cálidos: naranjos, rosados y púrpuras que parecían pintados a mano. En el barrio de Mid-City, donde los murmullos de autos se mezclaban con el olor a comida callejera, vivía Alex, un niño de 11 años con un sueño tan brillante como las luces del mismísimo Paseo de la Fama.
Su habitación era pequeña, pero en ella habitaba un universo. En las paredes, recortes de revistas mostraban artistas en conciertos colosales, guitarras firmadas por estrellas y escenarios con pirotecnia.
Pero lo más destacado era una guitarra de madera clara, apoyada en un soporte humilde, pero tratada como un tesoro.
Era la guitarra de su abuelo.
Alex la tomaba con cuidado, como si pesara toneladas de recuerdos.
Su abuelo había sido músico callejero, un artista que nunca alcanzó la fama, pero que dejó algo más valioso: la pasión.
Ese día, mientras el sol se escondía y la ciudad encendía sus luces nocturnas, Alex practicaba enfrente del espejo.
Respiró hondo.
—Algún día… cantaré para miles —susurró.
Su madre apareció en la puerta, sonriendo con orgullo y un leve toque de nostalgia.
—¿Listo, amor?
Alex la miró, confundido.
—¿Listo para qué?
Ella se rió.
—Para el estudio, Alex. El productor del barrio quiere escucharte. Dice que tienes... algo especial.
El corazón del niño golpeó su pecho como un tambor emocionado.
¿El estudio? ¿Hoy?
¿Alguien lo había escuchado cantar… y le había gustado?
Su cabeza se llenó de preguntas, pero solo una dominó su mente:
¿Y si era su oportunidad?
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🌆 Camino al estudio
El auto avanzó por las calles iluminadas. En cada esquina había un sueño: actores esperando castings, bailarines practicando coreografías, músicos cargando instrumentos.
Hollywood era un monstruo brillante que te podía devorar o convertir en una estrella.
Alex observaba todo con la frente pegada al vidrio.
Su madre lo miró de reojo.
—No te preocupes, solo quieren escucharte. No tienes que impresionar a nadie, ¿ok?
Alex apretó su guitarra.
—Pero quiero. Quiero que todos escuchen cómo canto.
Ella sonrió.
—Entonces canta con el corazón. Como te enseñó tu abuelo.
El auto se detuvo frente a un pequeño edificio pintado de azul oscuro, con un letrero que decía:
Blue Star Records — Estudio Comunitario
No era un gran estudio de Hollywood. No tenía paredes de oro ni productores multimillonarios.
Pero tenía algo mejor: oportunidades reales para jóvenes con talento.
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🎧 El encuentro
Dentro, el ambiente olía a mezcla de cables, madera y café viejo. Había micrófonos colgando del techo, consolas de sonido con luces titilantes y una cabina de grabación pequeña pero profesional.
El productor, un hombre de unos 40 años con barba canosa y gafas redondas, salió a recibirlos.
—Así que tú eres Alex —dijo, ofreciéndole la mano—. El chico del que hablan todos los vecinos. Dicen que cantas como si tuvieras un escenario adentro del pecho.
Alex tragó saliva.
—Yo… intento dar lo mejor.
—Eso es más que suficiente —respondió el productor—. Hoy haremos algo especial.
Se inclinó y le guiñó un ojo:
—Vamos a grabar tu primera canción original registrada.
A Alex se le nublaron los ojos por un segundo.
—¿Mi… primera canción?
—Claro —dijo el productor—. Necesito que elijas una canción original, creada solo para ti.
Algo que represente el inicio de tu camino.
Algo único, como las canciones de diseño artístico… como si fueran creadas con imágenes y alma.
Canciones DALL·E, ¿sabes?
Alex asintió.
—Y esa canción quedará registrada legalmente, como una obra única —añadió el productor—. La primera de muchas.
Alex sintió un escalofrío de emoción recorrerle los brazos.
—Pero antes… —el productor se cruzó de brazos— la decisión más importante es tuya.
Se acercó al niño, mirándolo a los ojos con una mezcla de seriedad y entusiasmo.
