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Chapter 7 - El cruce de las Sombras Largas

La noche en Konoha tenía una textura diferente a la de Amegakure. No había lluvia para lavar los pecados ni el ruido industrial para ocultar los gritos.

 Aquí, el silencio era un manto pesado, tejido por el zumbido de los insectos y la vigilancia omnipresente de la barrera sensorial.

En la clínica veterinaria del Clan Inuzuka, Sayuri terminó de ajustar las correas de su mochila táctica. No llevaba su chaleco verde reglamentario de Jōnin. Ese chaleco representaba la autoridad de la aldea, una autoridad que estaba a punto de desafiar. 

En su lugar, vestía un traje de viaje gris oscuro, reforzado con malla de armadura ligera en los codos y rodillas, y una capa con capucha diseñada para romper la silueta humana en el bosque.

Miró su banda de Konoha sobre la mesa. El metal pulido reflejaba su rostro: las marcas rojas en sus mejillas parecían heridas de guerra bajo la luz estéril.

—Si te la quitas, es una declaración —dijo Akira desde la puerta. Se apoyaba en el marco, pálido pero de pie, vestido con la ropa civil genérica que ella le había dado. Su propia banda rasgada de la Lluvia estaba oculta en un bolsillo interior.

Sayuri pasó el pulgar por el símbolo de la hoja.

—No soy una renegada, Akira. No voy a rasgar mi símbolo. —Se ató la banda al cuello, dejándola colgar suelta—. Pero esta noche no actúo bajo las órdenes del Hokage. Actúo bajo mi propio juicio. Si eso me convierte en traidora a los ojos de Danzō, que así sea.

Kuromaru soltó un resoplido impaciente junto a la salida trasera. El enorme lobo ya había olfateado el perímetro tres veces.

—El viento cambia, compañera —gruñó el ninken—. Los insectos de los Aburame están inquietos. Si nos vamos, debe ser ahora.

Sayuri apagó las luces. La oscuridad inundó la habitación, dejando solo la luz de la luna filtrándose por las persianas.

—Vamos. Usaremos la "Ruta del Can Mayor". Es un antiguo sendero de contrabando que mi abuelo usaba durante la Segunda Guerra para meter suministros médicos sin pasar por la burocracia. Cruza el río Naka por debajo del nivel freático y sale en el sector sureste, justo en un punto ciego de la barrera esférica.

Akira asintió y se ajustó el vendaje del hombro. El dolor era un latido constante, sordo y caliente, pero las píldoras de soldado que Sayuri le había obligado a tragar estaban empezando a hacer efecto, inundando su sistema con un chakra artificial y nervioso.

Salieron a la noche. No miraron atrás. Konoha, la aldea oculta entre las hojas, dormía ignorante de que dos de sus hijos (uno adoptado por la fuerza de las circunstancias) se marchaban para salvarla de un olvido que ni siquiera sabía que existía.

...

La travesía por el bosque del País del Fuego fue una prueba de resistencia agónica. Sayuri marcaba un ritmo brutal, diseñado para poner la mayor distancia posible entre ellos y los rastreadores de Raíz antes del amanecer. Kuromaru iba en vanguardia, una sombra gris que se deslizaba entre los robles gigantes sin hacer crujir una sola hoja.

Akira iba en la retaguardia, concentrándose en cada pisada. Su técnica de carrera ninja era impecable, pero su cuerpo estaba al límite. Cada vez que impulsaba chakra a sus pies para saltar de una rama a otra, sentía como si agujas calientes le recorrieran los meridianos del brazo izquierdo.

—Estás sangrando de nuevo —dijo Sayuri sin detenerse, su voz llevada por el viento.

—Es solo suero —mintió Akira, aunque sentía la humedad tibia bajo el vendaje—. Sigue moviéndote. Si Torune Aburame sospechó de ti en el archivo, ya habrá enviado un equipo de rastreo.

—Torune es metódico. No enviará un equipo hasta que tenga una confirmación visual de mi ausencia o encuentre residuos de feromonas de miedo en la clínica. Tenemos unas cuatro horas de ventaja.

—Cuatro horas contra Raíz es como cuatro minutos contra ninjas normales —replicó Akira.

Descendieron hacia el lecho de un río seco para ocultar sus huellas. La geografía comenzaba a cambiar. Los árboles vibrantes y llenos de vida de Konoha daban paso a una vegetación más densa, oscura y salvaje. Estaban acercándose a la frontera con el País de los Bosques, una pequeña nación no alineada conocida por sus mercenarios y sus monasterios abandonados.

Durante un breve descanso para beber agua, Akira sacó el Diario 3 (El Ritual). Necesitaba entender más sobre la conexión espiritual del sello.

—¿Por qué lo llaman "Kitsune"? —preguntó Sayuri, vigilando el perímetro con el Byakugan desactivado (metafóricamente, usando sus sentidos Inuzuka).

Akira no levantó la vista del libro.

—En la mitología, los Kitsune, zorros, son embaucadores. Pueden cambiar de forma, poseer cuerpos y crear ilusiones. Pero en los experimentos de Kirigakure... —Akira pasó una página llena de garabatos temblorosos de Tateshina—. Lo llamaron así porque su chakra se sentía "falso". Al intentar detectarlo, los sensores no encontraban a un humano, sino una distorsión, un fantasma.

—Un agujero en la realidad —completó Sayuri—. Como un zorro que se esconde a plena vista.

—Exacto. Y ahora, ese agujero está creciendo. —Akira cerró el diario—. El informe que leíste decía que encontraron bandidos "secos". Eso significa que Kitsune ha dejado de contener el Mokuton Inverso. Ya no es una defensa pasiva. Se está convirtiendo en una singularidad activa.

Kuromaru levantó la cabeza de golpe, sus orejas girando hacia el este. El pelo de su lomo se erizó como agujas de acero.

—No estamos solos —gruñó el lobo.

Sayuri se tensó, llevando la mano a su bolsa de herramientas. Olfateó el aire profundamente.

—No huelo nada —susurró ella.

—Exacto —dijo Akira, poniéndose de pie y sacando un kunai con la mano derecha—. Si no hueles nada en un bosque lleno de animales y moho, es porque alguien ha limpiado el aire. O porque hay insectos comiéndose el olor.

...

La primera señal de ataque no fue un sonido, sino una sombra que se separó de la corteza de un árbol.

Tres figuras aterrizaron en el lecho del río seco, formando un triángulo perfecto alrededor de ellos. Llevaban capas grises sin insignias y máscaras de porcelana blanca sin rasgos animales, solo un símbolo rojo en la frente: el sello de "Silencio".

No eran ANBU regulares de Konoha. Eran Raíz. La guardia pretoriana de Danzō Shimura.

—Jōnin Inuzuka —dijo la figura central. Su voz era plana, desprovista de entonación, como si hablara una máquina—. Se te acusa de deserción y conspiración con un enemigo de clase A. Orden 66: Eliminación inmediata. Recuperación de los activos documentales.

—Ni siquiera un "rindaos" —murmuró Akira, calculando las distancias. Estaban rodeados. Él estaba herido. Sayuri era fuerte, pero Raíz luchaba para matar, no para capturar.

—La Fundación no toma prisioneros, Akira —respondió Sayuri, sus uñas alargándose y brillando con chakra bestial—. Kuromaru, Formación Colmillo Doble.

El líder de Raíz no esperó. Hizo una señal de mano apenas perceptible.

—Estilo de Viento: Balas de Vacío.

El ninja exhaló tres esferas de aire comprimido a velocidad supersónica.

Sayuri reaccionó con una velocidad aterradora.

—¡Gatsūga! (Colmillo Sobre Colmillo)

Ella y Kuromaru se convirtieron en dos tornados de furia giratoria, interceptando las balas de aire y desviándolas hacia las rocas, que estallaron en polvo.

La batalla estalló.

Akira sabía que no podía enfrentarse a un miembro de Raíz en Taijutsu directo con su hombro destrozado. Su papel era el de soporte táctico.

Mientras Sayuri y Kuromaru mantenían ocupados a dos de los atacantes con una danza salvaje de garras y velocidad, el tercer miembro de Raíz se fijó en Akira. Desenvainó un tantō (espada corta) que brillaba con un veneno viscoso.

El enemigo se lanzó hacia él. Akira no esquivó hacia atrás; se dejó caer al suelo, deslizándose sobre la grava.

—¡Trampa de Cuerda: Lazo de Serpiente!

Akira tiró de un hilo invisible que había soltado segundos antes. Un bucle de alambre de acero surgió de la tierra, atrapando el tobillo del ninja de Raíz. Pero un agente de la Fundación no cae por algo tan simple. El enemigo cortó el alambre con su espada en medio del salto y continuó su trayectoria descendente para empalar a Akira.

Akira sonrió. El alambre era la distracción.

— ¡Katsu!

El verdadero ataque estaba pegado en la suela de la bota del ninja, donde Akira había logrado adherir un pequeño sello adhesivo durante el breve contacto visual del inicio (usando un truco de prestidigitación con un shuriken fallido).

¡AUGE!

La explosión fue pequeña pero dirigida. Destrozó la pierna del atacante en pleno aire. El ninja de Raíz cayó, rodando, pero no gritó. Ni un sonido. Se levantó sobre una pierna, listo para lanzar su espada.

—Son monstruos —pensó Akira, lanzando una bomba de humo para cubrirse.

Al otro lado del lecho del río, Sayuri estaba demostrando por qué era una Jōnin de élite.

—¡Arte Ninja Inuzuka: Danza de la Bestia Humana!

Se movía a cuatro patas, sus movimientos erráticos e imposibles de predecir. Uno de los agentes de Raíz intentó usar un Jutsu de Tierra para atraparla, pero Kuromaru lo flanqueó, mordiendo su brazo armado con una presión capaz de partir el acero.

Sayuri aprovechó la apertura. Giró en el aire y sus garras, imbuidas de chakra, rasgaron la máscara y el cuello del enemigo en un solo movimiento fluido.

El cuerpo cayó. Sayuri no se detuvo a mirar. Se impulsó hacia el líder del escuadrón.

—¡Akira, abajo! —gritó ella.

Akira se tiró al suelo, cubriéndose la cabeza.

El líder de Raíz, viendo caer a sus subordinados, decidió usar su carta de triunfo. Abrió su capa, revelando un torso cubierto de sellos explosivos suicidas. Iba a detonarse para eliminar a los objetivos y los documentos.

—Por la Fundación...

—¡Colmillo Perforante!

Sayuri y Kuromaru, combinados en un solo tornado gigantesco de chakra, golpearon al líder antes de que pudiera completar la secuencia de detonación. El impacto fue brutal. El cuerpo del ninja fue lanzado contra la pared del acantilado con tal fuerza que la roca se agrietó, enterrándolo bajo toneladas de piedra. Los sellos explosivos detonaron bajo los escombros, creando una explosión sorda y contenida que hizo temblar el suelo.

El silencio regresó al lecho del río.

Akira se levantó, tosiendo polvo. Miró al ninja de Raíz que él había herido. El hombre, con la pierna destrozada, había aprovechado la explosión para clavarse su propia espada en el corazón. Suicidio táctico para evitar el interrogatorio.

Sayuri aterrizó junto a Akira, jadeando ligeramente. Tenía sangre en su traje, pero no era suya. Kuromaru sacudió su pelaje, lanzando gotas rojas al suelo seco.

—Danzō no perdió el tiempo —dijo Sayuri, mirando los cadáveres—. Estos eran agentes de campo medio. Carne de cañón para probar nuestras defensas. El próximo equipo será de élite. Posiblemente Aburame o Yamanaka.

Akira caminó hacia el cadáver del suicida y registró sus bolsas rápidamente. Encontró un pergamino de misión sellado.

—No nos estaban rastreando solo a nosotros —dijo Akira, rompiendo el sello con chakra. Leyó el contenido—. Tenían órdenes de seguir nuestro rastro hasta el objetivo "Kitsune" y luego eliminarnos a los tres. Nos estaban usando como sabuesos.

Sayuri apretó los dientes. La manipulación era la marca de la casa de Danzō.

—Entonces tenemos que movernos más rápido. Si nos usaban como guías, significa que no saben la ubicación exacta de Kitsune, solo la región general. Todavía tenemos la ventaja de la información específica de los diarios.

—Akira —Sayuri lo miró, notando cómo se sujetaba el hombro sangrante—. Tu herida se ha abierto.

—Sobreviviré. —Akira se ajustó la correa de su mochila—. Pero si nos quedamos aquí, seremos historia antigua. Vámonos. El País de los Bosques está a diez kilómetros.

...

Cruzaron la frontera al amanecer. No hubo carteles de bienvenida ni puestos de guardia. La transición fue atmosférica.

El País de los Bosques era conocido por sus árboles gigantescos, similares a los de Konoha, pero más antiguos y oscuros. Sin embargo, a medida que se adentraban en la región señalada en los mapas de Tateshina, el paisaje comenzó a cambiar de una forma inquietante.

Los árboles no estaban muertos, pero estaban... apagados. Las hojas tenían un color grisáceo, como si alguien hubiera drenado la clorofila. El musgo en las rocas era quebradizo y blanco. No había sonido de pájaros. Ni grillos. Ni viento.

Era un silencio absoluto. Un vacío sensorial.

—Siento... frío —murmuró Sayuri, abrazándose a sí misma. Kuromaru caminaba pegado a su pierna, con la cola baja y las orejas gachas—. No es temperatura. Es mi chakra. Se siente pesado, como si estuviera caminando bajo el agua.

—Estamos entrando en el radio de efecto —dijo Akira, consultando el Diario 2—. El "Mokuton Cero" pasivo. Kitsune debe estar cerca, probablemente en el centro de esta zona muerta. Su cuerpo está absorbiendo la energía ambiental en un radio de kilómetros.

Avanzaron con cautela. El terreno se volvió más abrupto, con raíces gigantes que sobresalían de la tierra como costillas de un leviatán muerto.

Al llegar a un claro, encontraron la primera evidencia física del horror.

Era un campamento de bandidos. O lo que quedaba de él.

Había diez cuerpos. No tenían cortes, ni quemaduras, ni moratones. Estaban sentados alrededor de una hoguera apagada hace mucho tiempo, o acostados en sacos de dormir.

Parecían momias. Su piel estaba pegada a los huesos, gris y apergaminada. Sus ojos estaban hundidos en las cuencas, con las bocas abiertas en un grito silencioso que nunca llegaron a emitir. Sus armas estaban oxidadas, como si hubieran pasado cien años, aunque la ropa sugería que llevaban ahí solo unas semanas.

Sayuri se acercó a uno de los cuerpos. Como médico, había visto la muerte en todas sus formas, pero esto la hizo retroceder un paso.

—No tienen chakra —susurró, activando su visión de diagnóstico—. Ni una gota. Sus redes de keirakure están colapsadas. Es como si... como si su fuerza vital hubiera sido aspirada instantáneamente.

—No instantáneamente —corrigió Akira, señalando las marcas de uñas en el suelo de tierra junto a uno de los cuerpos—. Mira los surcos. Intentaron arrastrarse. Murieron lentamente, sintiendo cómo se les escapaba la vida sin poder moverse.

Akira miró hacia el norte, donde las copas de los árboles grises se alzaban hacia una montaña cubierta de niebla estática. En la cima, apenas visible, se distinguía la silueta de una pagoda en ruinas. El Templo de la Prajna.

—Ahí es donde está —dijo Akira—. El ojo de la tormenta.

Sayuri se puso de pie, sacudiéndose el horror. Su rostro se endureció.

—Entonces vamos a buscarlo. Antes de que esto —señaló los cuerpos secos— le pase a todo el continente.

—Sayuri —Akira la detuvo, su mano sobre el brazo de ella—. Hay algo más. Mira esto.

Akira señaló un árbol cercano. Clavado en el tronco seco con un kunai negro, había una nota. El papel era de alta calidad, impermeable.

Akira lo arrancó y leyó. No era un mensaje de Raíz. Era peor.

El papel tenía un dibujo simple en tinta roja: Una nube roja.

—"Hemos llegado primero. Esperad vuestro turno." —leyó Akira.

Sayuri sintió un escalofrío real esta vez.

—Akatsuki.

—Deben haber llegado hace horas —dijo Akira, mirando las huellas frescas alrededor del árbol, huellas que no pertenecían a los bandidos muertos—. No están muertos. Sus capas de chakra son lo suficientemente densas para resistir el drenaje pasivo por un tiempo.

—¿Quiénes? —preguntó Sayuri.

Akira estudió las marcas de quemaduras sutiles en la corteza y el rastro de tierra removida de forma antinatural.

—Un usuario de Doton (Tierra) pesado y alguien que usa explosivos... o fuego.

La realidad de la situación se asentó sobre ellos como una losa. No iban a una misión de rescate. Iban a una carrera contra dos inmortales de Akatsuki para llegar a un arma de destrucción masiva que estaba asustada, inestable y matando todo lo que tocaba.

—Si Akatsuki llega a él primero, lo convencerán de que el mundo lo odia y que debe destruirlo —dijo Akira.

—Entonces tenemos que convencerlo de que vale la pena salvarse —respondió Sayuri

—. Kuromaru, rastro de olor. Ignora la muerte. Busca el chakra vivo más fuerte.

El lobo aulló, un sonido desafiante en el bosque muerto.

Comenzaron a correr hacia el templo. La verdadera batalla por el Sello Cero había comenzado.

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