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Chapter 2 - Capítulo 2 Hipótesis y registros

Nota del compilador

 

Durante años recorrí lo que quedaba de los antiguos territorios habitables buscando patrones.

 

No fue un viaje continuo ni ordenado. En esta época, desplazarse entre regiones es una tarea lenta, peligrosa y muchas veces imposible. Las rutas que antes conectaban países hoy son fragmentos inconexos, y gran parte del tránsito depende de ventanas breves, acuerdos precarios o simple suerte.

 

Por esa razón, el proceso de recopilación fue irregular. Algunos archivos se perdieron antes de poder ser rescatados. Otros fueron destruidos sin intención, simplemente porque nadie entendía su valor en ese momento.

 

El registro de Australia sigue siendo, hasta donde he podido comprobar, el primer indicio documentado previo a los avistamientos confirmados.

 

No puedo afirmar que haya sido el primero en ocurrir.

 

Es posible —incluso probable— que existan registros anteriores que nunca llegaron a preservarse. Grabaciones eliminadas, dispositivos dañados, archivos sobrescritos o destruidos durante los primeros episodios de caos. Si existieron, hoy están fuera de nuestro alcance.

 

El corredor que grabó ese video permanece sin identificar.

No encontré referencias cruzadas.

No hubo seguimiento mediático.

No dejó más registros conocidos.

 

Según los datos recuperados, la grabación fue realizada varias semanas antes del primer avistamiento reconocido oficialmente.

 

En su momento, no fue interpretada como una advertencia.

Hoy, resulta imposible no verla como tal.

 

[Archivo 04 – Registro personal / Costa / Día despejado]

 

La imagen aparece con un movimiento brusco. El sonido del motor domina el audio durante los primeros segundos. El encuadre es inestable, como si quien graba estuviera intentando mantener el equilibrio.

 

—Esto es una pésima idea —dice una voz fuera de plano.

 

—Relájate —responde Matías, riendo—. Es un bote turístico, no vamos a morir.

 

La cámara se gira y enfoca a Sebastián, sentado rígidamente en uno de los asientos, con ambas manos aferradas al borde. Su rostro está pálido. Sus lentes reflejan el brillo del agua.

 

—No me subí a esto para morir —dice—. Me subí porque dijiste que era "tranquilo".

 

—Lo es —contesta Matías—. Mira, gente feliz.

 

La cámara se mueve mostrando a otras personas a bordo: turistas, parejas, un par de niños señalando el mar con entusiasmo. El bote avanza suavemente por las aguas cercanas a la costa de Valparaíso. El sonido del motor se mezcla con risas y el viento.

 

—Contexto —dice Matías, hablando al lente—. Convencí a Sebastián de salir otra vez. Esto cuenta como exposición gradual al mundo real.

 

—Esto cuenta como tortura —murmura Sebastián.

 

El bote da un pequeño salto al pasar sobre una ola. Sebastián se inclina hacia adelante, respirando hondo.

 

—¿Estás bien? —pregunta Matías, aún sonriendo.

 

—No —responde Sebastián—. Pero todavía no he vomitado, así que es progreso.

 

Matías ríe más fuerte.

 

—Siempre tan dramático.

 

La cámara apunta al mar. El agua se extiende tranquila, de un azul irregular, con reflejos del sol que dificultan distinguir el fondo. A lo lejos, la costa se ve estable, inmóvil, ajena a lo que ocurre en el bote.

 

—Igual es bonito —admite Sebastián, sin soltar el borde—. Desde acá se ve distinto.

 

—¿Ves? —dice Matías—. Naturaleza. Aire. Vida.

 

—Vida… —repite Sebastián, distraído.

 

Matías no nota el tono.

 

—Oye —continúa—, ¿qué fue lo último que estabas leyendo ahora?

 

Sebastián hace una mueca.

 

—Nada importante.

 

—Mentira.

 

—En serio. Era… más de lo mismo.

 

—Eso nunca es "nada" contigo.

 

Sebastián no responde de inmediato. Mira el agua, entrecerrando los ojos por el reflejo.

 

—¿Nunca te da curiosidad? —pregunta—. Todo lo que hubo antes.

 

—Me da hambre —contesta Matías—. Eso cuenta.

 

Sebastián sonríe apenas, pero vuelve a concentrarse en su respiración.

 

El bote reduce ligeramente la velocidad. El motor baja de intensidad. Se escuchan voces del guía turístico explicando algo fuera de cuadro, pero el audio no es claro.

 

—Si me caigo —dice Sebastián—, no me rescates.

 

—Claro que sí.

 

—No.

 

—Claro que sí.

 

—No quiero ser noticia.

 

Matías vuelve a reír.

 

La cámara se mantiene grabando unos segundos más: el mar, el cielo despejado, el movimiento suave del bote. No ocurre nada fuera de lo común.

 

Nada relevante.

Nada que destaque.

Nada que, en ese momento, merezca atención especial.

 

La grabación se corta de forma abrupta, como si alguien hubiera bajado el teléfono sin detener el registro.

 

Nota del compilador

 

Este archivo no contiene indicios, advertencias ni anomalías.

 

No hay sonidos extraños.

No hay imágenes confusas.

No hay reacciones inexplicables.

 

Precisamente por eso decidí conservarlo.

 

La reconstrucción de un colapso no se compone solo de señales previas, sino también de la insistencia de la normalidad. De los días comunes. De los momentos que, vistos en retrospectiva, parecen ajenos a todo lo que vendría después.

 

Matías y Sebastián no registraron nada relevante ese día.

Y sin embargo, el mundo ya había comenzado a cambiar.

 

Ellos aún no lo sabían.

 

Registro secundario

 

Nota del compilador

 

El archivo que sigue corresponde a un registro doméstico, grabado pocos días después del metraje marítimo frente a la costa de Valparaíso.

 

No contiene acontecimientos extraordinarios desde el punto de vista inmediato. Sin embargo, su valor reside en la reacción de los sujetos frente a un material externo que, en retrospectiva, fue uno de los primeros indicios visuales ignorados.

 

Este tipo de registros —comentarios casuales frente a imágenes ambiguas— se repite con frecuencia en las semanas previas a los avistamientos confirmados.

 

En su momento, nadie los consideró advertencias.

 

[Archivo 05 – Interior / Noche]

 

La grabación comienza con una luz tenue. El encuadre muestra la habitación de Sebastián desde un ángulo lateral. La única fuente de iluminación proviene del monitor del computador, que proyecta un resplandor azulado sobre las paredes cubiertas de afiches prehistóricos.

 

Matías está sentado en una silla giratoria, sosteniendo la cámara con una mano. Sebastián permanece frente al escritorio, inclinado hacia la pantalla.

 

—Esto apareció hace poco —dice Sebastián—. No es tan viral, pero igual se empezó a mover.

 

—¿Otro video raro? —pregunta Matías, sin demasiado interés.

 

—No exactamente raro. Es… normal. Hasta que no lo es.

 

Sebastián hace clic y el video comienza a reproducirse en la pantalla.

 

El metraje muestra una montaña rocosa. El movimiento de la cámara es estable, propio de alguien acostumbrado a grabar en terreno. Se escuchan respiraciones agitadas y el viento golpeando el micrófono.

 

—Son escaladores profesionales —explica Sebastián—. Tienen canal, permisos, todo.

 

En el video, un hombre graba a una mujer unos metros más adelante. Ella intenta afirmarse del borde, claramente cansada. El hombre le habla con calma, dándole instrucciones.

 

—Tranquila, ya casi… eso… —se oye decir en el video.

 

—Hasta aquí no pasa nada —dice Matías—. Videos de escalada hay miles.

 

—Sí —responde Sebastián—. Mira el fondo.

 

Matías se inclina un poco hacia la pantalla.

 

Durante unos segundos, detrás de la pareja, algo cruza el encuadre.

 

No es el foco de la grabación. Aparece desenfocado, parcialmente oculto por la profundidad de campo y el movimiento. Una silueta oscura, alargada. Las alas —si es que lo son— no se mueven como las de un ave común.

 

El objeto cruza el fondo y desaparece.

 

—Ahí —dice Sebastián, pausando el video.

 

Rebobina unos segundos y vuelve a reproducirlo en cámara lenta.

 

La silueta vuelve a aparecer.

 

—¿Eso es un pájaro? —pregunta Matías.

 

—No —responde Sebastián, sin apartar la vista—. No tiene plumas. Y la forma de las alas… no coincide con nada actual.

 

—Podría ser un dron.

 

—No vuela como dron.

 

—Un muñeco colgado con hilos —insiste Matías—. O CGI barato.

 

Sebastián niega con la cabeza.

 

—El que grababa no se dio cuenta —dice—. Subió el video tal cual. Fue la gente en los comentarios la que empezó a notar eso del fondo.

 

—Claro —responde Matías—. Internet viendo cosas donde no las hay.

 

Sebastián amplía la imagen. El contorno sigue siendo borroso. Inconcluso.

 

—Si fuera IA —continúa—, alguien tendría que haberlo agregado después. Pero el archivo original coincide con las copias subidas antes de que explotaran los comentarios.

 

Matías se encoge de hombros.

 

—Hoy en día todo se puede falsificar. Además, mira la calidad. Podría ser cualquier cosa.

 

Sebastián guarda silencio unos segundos.

 

—No digo que sea real —aclara—. Solo digo que no sé qué es.

 

—Eso no es lo mismo —dice Matías.

 

—Para mí sí.

 

Matías se reclina en la silla.

 

—Sebastián, si cada video borroso fuera prueba de algo, viviríamos en un apocalipsis distinto cada semana.

 

Sebastián sonríe apenas, sin humor.

 

—Sí —dice—. Supongo.

 

La grabación continúa unos segundos más. El video sigue pausado en la pantalla. Ninguno de los dos habla.

 

Finalmente, Matías baja la cámara.

 

—¿Grabaste esto? —pregunta Sebastián.

 

—Sí.

 

—¿Para qué?

 

—No sé —responde Matías—. Por si después dices que no me mostraste nada raro.

 

Sebastián no responde.

 

El archivo termina.

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