El amanecer de Luminaria, capital de Aldoria, bañaba las murallas con un resplandor dorado. Las campañas del templo resonaban como un recuerdo de paz, y los comerciantes abrían sus puestos con la misma rutina de siempre. Para la ciudad, era un día cualquiera.
Para Eiden, era otro día de correr por las calles empedradas, esquivando guardias y vendedores, con la sonrisa de un joven que aparentaba no tener preocupaciones. Su cabello oscuro, caía sobre la frente, y sus ojos grises, extraños en un humano, parecían reflejar más de lo que mostraban. Nadie lo sabía, pero en esos ojos se escondía un poder que aún dormía.
Los niños del barrio, lo llamaban "el soñador", porque a menudo se quedaba mirando al cielo como si pudiera escuchar algo que los demás no pedían oír. Y eso n efecto, Eiden escuchaba. En sus noches, las sombras le susurraban palabras incomprensible, ecos que lo despiertan sudando y con el corazón acelerado.
"Eiden... el mundo no es lo que crees"
Al despertar, todo volvía a la normalidad. Su madre adoptiva lo regañaba por llegar tarde, los vecinos lo saludaban con afecto, y los sabios del templo lo ignoraban como a cualquier joven sin magia destacable.
Ese día, mientras ayudaba a cargar agua desde la fuente central, Eiden se distrajo observando el Cosmo Cristal que coronaba la plaza. Era el mismo cristal, que en el Festival Sagrado, revelaba la magia de cada joven. Aún faltaban unos años para que el participara, pero algo lo atraía.
De pronto, el agua en el cántaro vibró. Una onda invisible recorrió la fuente, y por un instante, el cristal brilló con un destello oscuro. Nadie más lo notó. Solo Eiden.
