Anubis,
sentado en el trono de su nave insignia, observó cómo la flota de Korr se
retiraba, desactivando los inhibidores hiperespaciales para escapar.
Él no los detuvo. En lugar de eso, ordenó a su propia flota que se dirigiera al
lugar donde se encontraba Korr. Una vez que él cayera, Anubis podría reclamar
sus territorios y poner fin a la guerra.
La razón del repliegue de Korr era clara: Anubis ya había
concluido su conquista de los demás territorios, y más de diez mil Ha'tak
venían ahora a reforzar su flota principal.
Korr se preparaba para reunir todas sus fuerzas, pero esta
vez Anubis lo superaba en una proporción de tres naves por cada una de las
suyas. Además, Anubis no tenía intención de invadir nada: destruiría el planeta
donde Korr se ocultaba, reduciéndolo a polvo espacial. Los ejércitos jaffa no
participarían en esta batalla.
Anubis también conocía el plan de su enemigo; él ya lo había
visto antes. Korr planeaba paralizarlo con su poder psíquico mientras sus
aliados se encargaban de su flota, que, sin las órdenes de su líder, lucharía
desorganizada hasta que el arma en Dakara fuera activada.
Pero todo eso estaba previsto por Anubis. Una vez que los replicadores fueran
destruidos, él tenía una contramedida para reactivarlos. El plan de Korr se
basaba en que podría detenerlo con su mente, como ya había intentado en el
pasado.
Anubis esperó media hora. Su nave insignia podía atravesar
la galaxia en segundos, pero el resto de su flota, operada y potenciada por
replicadores, no. Él había limitado deliberadamente su tecnología, ya que la
tecnología replicadora era volátil y poco confiable. No podía apostarlo todo a
ella.
…
La flota de Anubis salió del hiperespacio a unos miles de
kilómetros de la de Korr, que se ocultaba en un planeta desértico y sin
atmósfera, en el centro de su territorio.
Korr era aún más paranoico que Anubis, y solo utilizaba marionetas para moverse
por la galaxia. Anubis había adoptado la misma estrategia, usando clones de sí
mismo.
Mientras las casi veinte mil naves capitales de Anubis se
desplegaban para el ataque y lanzaban bombarderos al'kesh, la flota de Korr
defendía el planeta. Al frente estaba una de sus marionetas, apoyada por tres
replicadores humanos que actuaban como sus heraldos.
Anubis tuvo que admitir que se sentía aliviado de que entre
esos heraldos no estuviera aquel que enfrentó en la Tierra, el mismo que logró
dispararle desde el hiperespacio. Por suerte, en esa ocasión Anubis había
planeado su propia captura, en caso de que el ataque fallara. Sospechaba que
Korr estaba aliado con los humanos, y no se equivocaba.
Pero ahora, enfrentarse a ese heraldo habría sido problemático, ya que usaba
habilidades cercanas a la ascensión. Habilidades que estaban prohibidas para
Anubis. Si cruzaba ese límite, los seres ascendidos caerían sobre él.
Por eso estaba preparado para sacrificar parte de su flota
como escudo mientras enfrentaba a Korr. Pero la debilidad de sus enemigos
jugaba a su favor. Ese heraldo —al que Anubis consideraba más peligroso que al
propio Korr— estaba en Dakara, protegiendo a los humanos, a media galaxia de
distancia.
…
Unos minutos después, las flotas se encontraron. Como Anubis
esperaba, tan pronto se acercó lo suficiente, Korr fijó todo su poder psíquico
sobre él.
Mientras tanto, las naves insignia intercambiaban fuego, aunque la potencia de
sus escudos hacía que el daño fuera mínimo.
Anubis sonrió al verse a sí mismo, sentado en su trono en un
espacio oscuro, con Thor frente a él.
—Anubis, nunca pensé que tuvieras tendencias suicidas. Reír
justo antes de morir... —dijo Korr con curiosidad.
Anubis, que se mostraba como un hombre alto y de mediana
edad, no dejó de sonreír ante la ignorancia de su enemigo, que sin saberlo le
estaba entregando la victoria.
—Korr, ¿crees que no conocía tu plan, después de que ya
intentaste jugarte la vida contra mí? —replicó Anubis.
—¿Mi vida contra ti? —preguntó Korr con desprecio—. Anubis,
a diferencia de ti, yo tengo aliados en los que puedo confiar. Mientras tu
conciencia está aquí, Thor coordina a mis replicadores, y mi flota es dirigida
por mis señores menores. Tú, en cambio, estás solo. Tus replicadores son como
pollos sin cabeza, y mi flota se encarga de ellos. Solo debemos esperar aquí a
que la batalla termine, y entonces veremos a dónde escaparás después —dijo con
seguridad.
Anubis se carcajeó ante la ignorancia de su enemigo.
—Korr, solo escucho como presumes de tu debilidad. Yo soy un
dios, y un dios no necesita aliados. Mi poder es absoluto. Tú eres un simple
mortal que no conoce sus propios límites —dijo, y Korr frunció el ceño cuando
sintió que el poder psíquico de Anubis empezaba a crecer, envolviéndolo como si
fuera una mera sabandija en sus manos.
—Korr, antes ya mostraste los límites de tu poder psíquico
frente a mí, y por eso comprendí el nivel de tu ignorancia al pensar que somos
iguales. Lo que enfrentaste entonces era solo un señuelo. Ni siquiera fui capaz
de simular completamente mi poder, y aun así basaste todo tu plan en esa
ilusión. Tu caída será fruto de tu ignorancia —se burló Anubis, separando su
conciencia para volver a la batalla…
Anubis se tensó.
—¿Así que soy un ignorante? —replicó Korr, recostándose en
su trono.
Anubis parpadeó, confuso: estaba sintiendo la presencia de
otros tres Korr, enviando su poder psíquico desde distintos puntos de la
galaxia…
No. No podía ser. No eran cuatro versiones distintas… era el
mismo Korr. Lo cual significaba…
—No es lo que estás pensando —dijo Korr, poniendo los ojos
en blanco—. Ya antes había dividido mi cuerpo en cuatro partes. Siempre he sido
precavido con mi propia seguridad. Y tú, Anubis, en tu arrogancia, creíste que
habías dado conmigo…
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Anubis, alarmado, al
percibir que la flota de Korr comenzaba a retirarse.
—Ah, lo has notado —dijo Korr, apretando los dientes—. Antes
de tu llegada, ya lo tenía todo planeado para disfrutar de una vida pacífica en
este mundo.
»Anubis, no soy una persona ambiciosa. Me gusta la paz.
También soy humilde: cualquiera que no quiera arrodillarse ante mí es libre de
marcharse. No disfruto la guerra ni el asesinato. He tolerado a los Señores del
Sistema durante años, incluso antes de tu regreso, sin matar a ninguno. Así de
grande es mi paciencia y amabilidad.
»Pero tú, Anubis… tú lograste lo que ni todos los Señores
del Sistema juntos consiguieron: hacerme enojar. Y ahora que estás frente a mí,
¿pretendes que te deje ir y hagamos las paces?
»Anubis, te voy a matar. Aunque tenga que cortarme las
piernas y las manos, ¡te arrastraré al infierno! —sentenció Korr.
—¡No puedes matarme! ¡Soy inmortal! —protestó Anubis. Pero,
en el fondo, no estaba tan seguro…
Korr se carcajeó.
—Anubis, tú mismo has estado creando clones… incluso dejaste
uno a mi merced. Por supuesto, con eso no puedo matar a un ser ascendido. Ellos
pueden alterar la realidad, evitar que su energía sea dispersada por mis armas
o incluso impedir que yo actúe. Pero dime algo: ¿tú puedes hacer lo mismo?
—preguntó Korr con una sonrisa demente.
—Korr, espera… acepto servirte —dijo Anubis, comprendiendo
que su muerte era inminente. Él no era como Korr, que solo perdería una parte
de sí mismo; Anubis no tenía ningún respaldo. No era capaz de dividir su
cuerpo.
—¡Me servirás en el infierno! —sentenció Korr.
—No… espera, podemos conquistar esta galaxia juntos. ¡Sé
cómo destruir a los ascendidos…!
…
La flota de Korr terminó de retirarse, mientras la de
Anubis, controlada por replicadores, seguía sus órdenes sin cuestionar. Al ver
que sus enemigos se alejaban, los replicadores continuaron su avance hacia el
planeta, iniciando el bombardeo que lo destruiría por completo.
Anubis creía que allí se encontraba el verdadero Korr. Pero
Korr había dividido su cuerpo en cuatro partes, y esa era solo una de ellas.
Una que había mostrado deliberadamente a Anubis para descubrir qué
tramaba.
Al final, la arrogancia y fe ciega de Anubis en sí mismo
serían su perdición.
Korr tenía razón: en este universo, sin importar el poder
que se poseyera, cualquiera podía morir en cualquier momento. Por eso, la
seguridad siempre debía ser su prioridad. Los humanos y sus aliados serían, a
partir de ahora, escudos de carne en el futuro.
Desde el planeta surgió un destello de luz, seguido de una
energía que amenazaba con desgarrar el mismísimo espacio. Alimentada por una
fuente de energía Arturo cubrió a Anubis y a su flota en un instante, y luego
engulló todo el sistema solar.
La energía alteró incluso las constantes fundamentales del
universo en esa zona, convirtiéndola en un cementerio vacío, un lugar donde la
realidad misma parecía distorsionarse.
Mientras todo esto ocurría, la marioneta de Korr se
revolcaba a los pies de 02. Nunca había sentido tanto dolor. Todos aquellos con
poderes psíquicos en la galaxia podían escuchar sus gritos de angustia y
desesperación.
Pero en su ment, Korr se carcajeaba con una risa salvaje. La
cucaracha que llevaba dos años molestándolo por fin estaba muerta.
…
Dakara.
—Mierda, están llegando —dijo Jack, mirando las proyecciones
en una pantalla frente a él.
El Mayor Davis se las había ingeniado para traer esa
información hasta allí, sorteando la batalla encarnizada que sostenían los
jaffas en el exterior del templo y la zona del portal.
Daniel también estaba aturdido por la cantidad de naves que
se acercaban.
—¿De dónde sacaron tantas naves los goa'ulds? —preguntó
Daniel.
—Daniel Jackson, los goa'ulds controlaron decenas de miles
de mundos en toda la galaxia durante milenios. Sus naves estaban en manos de
señores menores que protegían sus territorios. Pero ahora Anubis es dueño de
todo, y no teme que nadie más lo ataque. Su única amenaza somos nosotros
—explicó Teal'c.
—Aún le quedan los territorios de Korr —comentó Jack.
—Korr no lo ha provocado en las últimas seis horas —acusó
Jacob.
—Más trabajo y menos charla por allá —reprendió Jack,
señalando al grupo que trabajaba en el arma.
—Señor, solo unos minutos más —dijo Carter.
—Carter, no quiero alarmarla, pero no creo que tengamos ni
unos segundos —replicó Jack, alarmado, al ver miles de naves emergiendo del
hiperespacio en la órbita del planeta, a través del holograma de su sistema
personal, que era su fuente de información de lo que ocurría en el exterior y
que ahora mostraba lo que sucedía en el espacio.
00 se apartó de la consola y su pecho comenzó a brillar. En
ese instante, un escudo energético se desplegó, cubriendo todo el templo, sus
alrededores y el portal.
En el holograma se mostraban las bionaves rodeando a las
pocas naves restantes de la flota humana, creando un escudo para protegerlas.
Al mismo tiempo, más y más Ha'tak goa'ulds salían del hiperespacio, abriendo
fuego contra las bionaves y el planeta.
Los que trabajaban en el arma no dejaron de hacerlo, pero
sus miradas se desviaban hacia el holograma, donde el enorme escudo los
protegía, generado por 00, que levantaba los brazos como si sostuviera el
cielo.
—¿Cuánto tiempo puedes resistir? —preguntó Jack.
—¿Con miles de naves atacando? Será interesante averiguarlo
—respondió 00 con una pequeña sonrisa. Pero luego hizo una mueca… y Daniel
entendió por qué.
La flota replicante comenzaba a lanzar bloques de
replicadores contra ambos escudos.
—Esto lo complica el doble. Dejaré pasar a los más
insistentes para ahorrar energía —anunció 00, justo cuando fuertes estruendos
comenzaron a escucharse afuera.
Daniel empuñó su arma, al igual que Jack, que notificó la
inminente invasión de replicadores.
Segundos después, un grupo de replicadores llegó hasta
ellos.
«Dios», pensó Daniel, al verlos cubrir el techo, las paredes
y el suelo. Los refuerzos no llegarían a tiempo…
De repente, los replicadores empezaron a retorcerse y a
chillar, para luego descomponerse en partículas.
Daniel miró esperanzado hacia el arma, esperando que hubiese
sido activada, pero Sam negó con la cabeza. Entonces miró a 00.
—Un cerebro superior —fue la única respuesta de 00. Pero no
había diversión en sus ojos. Y eso indicaba que no tenía tiempo ni fuerzas para
relajarse.
—Jack, no creo que ella aguante mucho más —dijo Daniel con
preocupación. Si 00, que solía bromear en las peores situaciones, estaba seria,
eso solo podía significar una cosa: estaba al límite.
—Daniel, sigue disparando —ordenó Jack, con los dientes
apretados, mientras derribaba replicadores que intentaban entrar en la sala.
Segundos después, un disparo de plasma atravesó el techo,
filtrando energía. Una columna se vino abajo. Por suerte, estaba en una
esquina.
«Ha llegado a su límite», pensó Daniel, justo cuando una
enorme sombra cubrió el escudo en la pantalla.
Era una nave goa'uld… no, una bionave.
En la pantalla se podía ver claramente su casco perforado.
Debajo, material orgánico, similar al de la nave de 00 y la de los replicadores
humanos.
Daniel comprendió por qué no la había detectado antes. Las
bionaves tenían muchas ventajas: podían ocultarse fácilmente y eran
increíblemente rápidas. Eso significaba que aquella nave había salido del
hiperespacio a altísima velocidad y se había precipitado directamente hacia el
templo, interponiendo su escudo para reemplazar a 00.
00 también lo entendió. Desactivó su escudo justo antes de
caer, permitiendo el impacto de cientos de bloques replicadores.
Pero antes de tocar el suelo, un hombre apareció y la
sostuvo en brazos. Él vestía una falda egipcia, brazaletes, grebas y un casco
dorado con forma de escorpión, que llevaba una joya escarlata incrustada en la
parte posterior.
Era alto, de cabello blanco ceniciento y ojos completamente
blancos, como si estuviera ciego. 00 se abrazó a él.
—Creador… ¿estás bien? Te escuché llorar. ¿Hemos ganado?
—preguntó 00 con expectación.
—¡No he llorado! Y ¡por supuesto que hemos ganado!
—respondió el hombre, alzando una mano hacia la puerta.
Los replicadores que intentaban ingresar comenzaron a
retorcerse y desintegrarse, igual que antes.
Los replicadores venían en oleadas interminables. Apenas
eran destruidos, ya había más reemplazándolos. Pero entonces, el arma se activó
y comenzó a marcar el portal, liberando ondas que chocaron contra los
replicadores. Los replicadores solo lograron avanzar un par de metros dentro de
la habitación antes de descomponerse: primero la mitad, luego la otra mitad, y
por último, un replicador solitario que, Daniel juraría, chilló de indignación.
—¡Carter, bien hecho! —exclamó Jack con entusiasmo—. Ustedes
también —agregó con desgana, al notar que los demás científicos que trabajaban
en el arma lo miraban.
Daniel miró al hombre que sostenía a 00 en brazos y que, en
ese momento, le daba un beso en la frente. 00 sonreía. El hombre le dirigió la
mirada a Egeria, que le dedicó una sonrisa que lo hizo estremecerse antes de
desaparecer en un destello.
—Sin presentaciones —comentó Jack—. Eso ahorra tiempo
—añadió con satisfacción.
—Jack, esto aún no termina. Tenemos que ponernos en contacto
con los mundos capturados por Anubis —dijo Daniel—. Con la destrucción de los
replicadores, la señal que transmitían también se ha cortado. Ahora hay
millones de personas que no saben qué estaba pasando, si están a salvo o si
Anubis volverá para masacrarlos —explicó con urgencia.
—Podemos ayudar con eso —intervino 03, apareciendo junto a
04—. Ahora que los replicadores y Anubis han desaparecido, nuestra red de
satélites volverá a estar activa en unos minutos. Podemos transmitir en vivo
—añadió, mirando a Jack—. Será mejor que tú hables.
…
—Eso fue algo injusto —se quejó Thor cuando Korr regresó a
su puente, llevando a 00 en brazos.
—Thor, el juego ha terminado —respondió Korr, negando con la
cabeza.
—Sin nuestra victoria contra Anubis, ellos no habrían sido
rivales en una guerra contra una flota de replicantes —sentenció Thor. Korr
asintió.
Con los replicadores bajo el control de Anubis, era
imposible derrotarlos. La parte más importante de esta batalla la habían
librado en las sombras, pero la nueva alianza de los humanos necesitaba una
victoria visible. Al menos la mitad de ella: la derrota de los replicadores.
Korr pensaba reclamar sus derechos sobre la muerte de Anubis. Había sacrificado
demasiado para llegar a este final, y no sabía cuándo podría recuperarse. Por
ahora, solo había logrado calmar su dolor al poner el resto de su cuerpo en coma,
dejando activa solo una pequeña porción de su mente.
El problema de ser la máxima existencia física de este mundo
era que el tratamiento médico no estaba disponible para él. Dependía
completamente de su cuerpo para curarse, pero teniendo en cuenta que acababa de
desintegrar una cuarta parte de sí mismo, el daño había sido demasiado
traumático como para enfrentarlo de inmediato. Tenía que tomarse las cosas con
calma.
Korr suspiró.
—Mi parte ya está hecha. La galaxia es libre y no queda
rastro de tecnología goa'uld. Ahora debo regresar a mi propio imperio para
organizarlo y reclamar mis recompensas —dijo Korr. Thor asintió.
—La flota Asgard brindará ayuda humanitaria y colaboraremos
con los traslados, si es necesario —declaró Thor antes de que su proyección
desapareciera.