El dolor abrasaba cada fibra del ser de Ryuusei. Usar todas sus habilidades al mismo tiempo (el Toque de la Entropía, la Distorsión del Destino) había llevado su cuerpo al borde del colapso. Su visión se tornó borrosa, su respiración errática, un estertor ahogado por el esfuerzo. La Entropía, la misma fuerza que él invocaba para destruir, devoraba su carne más rápido de lo que su regeneración podía restaurarla. Se estaba autodestruyendo por la furia de su poder.
Y ellos lo notaron. Vieron el temblor, la grieta en la armadura del Heraldo.
Kenta fue el primero en moverse, impulsado por una rabia que trascendía el miedo. Un rugido de furia, mezclado con el dolor reflejado del Eco de la Vida, escapó de su garganta mientras cruzaba el campo de batalla a una velocidad abrumadora. Sus Guadañas Gemelas del Eclipse silbaron con cada tajo, buscando el corazón de su excompañero.
Ryuusei intentó levantar una de sus dagas para bloquear, pero su brazo tembloroso carecía de la fuerza suficiente para convocar la Distorsión. La precognición de la Visión del Abismo le mostraba el ataque, pero su cuerpo era demasiado lento.
El filo de la guadaña atravesó su defensa inestable.
Un corte profundo le desgarró el muslo.
—¡AAAAH! —El grito de Ryuusei se ahogó en su propia sangre. La herida se regeneró al instante, pero el dolor insoportable lo hizo desplomarse, arrodillado sobre el suelo.
No había tiempo para reaccionar, ni para que su cuerpo se ajustara al trauma.
Daichi se lanzó sin vacilar. La Lanza del Juicio brilló como un relámpago al caer sobre su presa. Ryuusei se inclinó apenas, su Instinto reaccionando en el último microsegundo, esquivando el golpe fatal. Pero la lanza no perdonó: desgarró su costado con violencia.
Un chorro de sangre oscura y viscosa manchó el suelo. El dolor, duplicado por el Eco de la Vida en Daichi, hizo tambalear al portador de la Lanza.
Pero el daño en Ryuusei se había acumulado demasiado rápido. El dolor lo hizo tambalearse por el shock. Y en ese instante de vulnerabilidad…
Haru disparó.
—¡Muere de una vez! —bramó Haru, su voz rasposa por el esfuerzo y el dolor que sentía en sus propios músculos.
La flecha carmesí atravesó el hombro de Ryuusei con precisión, perforando músculo y hueso. Su brazo derecho, el que portaba el martillo del Caos, cayó inerte a su costado.
La ofensiva no se detuvo. Kenta giró con un tajo brutal, usando la inercia de su cuerpo.
La guadaña silbó en el aire, buscando inmovilizarlo, buscando desarmarlo.
Y el antebrazo izquierdo de Ryuusei fue cercenado.
El grito de agonía resonó por toda la calle. El sonido fue puro, desesperado, roto. Su brazo cayó con un golpe sordo, sumergido en un charco de sangre. Haru no dudó. Otra flecha surcó el aire, cargada con la voluntad de detenerlo.
Esta vez, apuntó a su rodilla.
El impacto hizo que Ryuusei se desplomara con violencia. Un borbotón de sangre escapó de sus labios mientras se doblaba sobre sí mismo.
—¡Se acabó, Ryuusei! —gruñó Daichi, alzando su lanza para darle el golpe final, el golpe que pondría fin a todo esto.
Justo cuando la punta dorada de la Lanza del Juicio se dirigía al pecho de Ryuusei, una ola de dolor recorrió a sus atacantes. El Eco de la Vida alcanzó su punto máximo.
Kenta gritó y se llevó las manos a la cara. Sintió el dolor punzante y agudo del muslo cortado, del hombro perforado por la flecha, y, de forma más devastadora, la agonía insoportable de un miembro cercenado.
Daichi cayó de rodillas, el dolor lo cegó, y la Lanza del Juicio se desvió por centímetros. Sintió cómo si su propio costado fuese desgarrado y su pierna explotara por el impacto de la flecha. El precio de herir a Ryuusei era que ellos debían sentir su sufrimiento.
Haru se desplomó contra la pared. El dolor del brazo cercenado fue tan intenso que vomitó bilis, incapaz de disparar.
Habían ganado, pero la victoria los había aplastado bajo el peso de la agonía de su enemigo.
Entonces, el giro. Un destello negro y violento.
Antes de que la lanza de Daichi, desviada por el dolor reflejado, pudiera hundirse en el pecho de Ryuusei, una fuerza irrefrenable se interpuso.
Aiko.
En un parpadeo, su Espada del Heraldo Negro interceptó la embestida, desviándola con un estruendo metálico que sacudió el aire y provocó una nueva lluvia de chispas.
—¡No lo toquen más! —rugió con furia.
El suelo tembló bajo su presencia. La energía oscura que la envolvía creció exponencialmente. Se agachó junto a Ryuusei, su mirada encendida en una mezcla de ira y una desesperación animal. Su compañero estaba al borde de la muerte. La regeneración luchaba en una guerra perdida contra la Entropía. Ella no podía permitir que cayera.
—No lo entienden… —susurró Aiko, con una sonrisa torcida que no prometía nada bueno—. No han visto nada aún.
El aura oscura se convirtió en un vórtice. La energía que salía de ella: Rudimentarios Físicos (con mejoras significativas) se desató, superando su ya aterradora forma Berserk. Su piel se cubrió de escamas negras iridiscentes que parecían absorber la luz, y sus ojos se volvieron pozos de oscuridad pura de los que emanaba un vapor venenoso.
—¡Ya estoy harta! —gritó con una voz gutural, casi inhumana.
Daichi, Kenta y Haru, aun lidiando con el dolor reflejado, se quedaron sin aliento. La amenaza que enfrentaban ahora era mucho más tangible y biológicamente aterradora que el caos abstracto de Ryuusei.
—¡Maldición! —masculló Kenta, tratando de ignorar el dolor fantasma del brazo perdido.
Aiko se irguió por completo, cubriendo a Ryuusei, quien tosía sangre mientras su cuerpo luchaba por reconstruirse.
—Él es mi única familia —declaró Aiko, y la oscuridad en su voz era absoluta—. Y si tienen que sentir mi dolor, lo sentirán diez veces más fuerte.
Con un grito feroz, desató su verdadero poder, liberando una oleada de toxinas oscuras mezcladas con el aura del Heraldo Negro. El aire se hizo irrespirable, y la batalla, que antes era de singularidades y juicios, se transformó en una lucha brutal y desesperada por la supervivencia física.
La batalla aún no había terminado. De hecho, acababa de pasar a la fase más tóxica y violenta. Los excompañeros de Ryuusei acababan de cambiar un dios roto por un demonio protector.