El silencio en la lujosa habitación del hotel de Kowloon era casi palpable, roto solo por el susurro distante del tráfico de Hong Kong. Durante tres días, Arkadi Rubaskoj, el maestro del Velo, había permanecido sumido en un sueño profundo, su cuerpo recuperándose del inmenso esfuerzo mágico de un teletransporte que había drenado su energía hasta el límite. Aiko y Volkhov se habían turnado para vigilarlo, la tensión de la espera y la impotencia grabadas en sus rostros.
Finalmente, en la mañana del cuarto día, un leve gemido rompió la quietud. Los párpados de Arkadi temblaron y se abrieron lentamente, revelando su único ojo blanco, ahora con un brillo tenue y confuso, como una luna menguante.
—¿Dónde…? —murmuró con voz ronca, intentando incorporarse.
Aiko, que estaba sentada junto a la ventana observando el bullicio de la ciudad, se acercó de inmediato. Su alivio era sutil, contenido, pero perceptible.
—Arkadi, has vuelto. Estás en Hong Kong.
Volkhov, que estaba revisando su equipo en una esquina de la habitación, también se acercó. —¿Cómo te sientes, viejo? Pareció que intentaste beberte toda la magia del mundo.
Arkadi parpadeó, tratando de enfocar la mirada. —Hong Kong… Ah, sí. El salto… fue más agotador de lo que anticipé. Mi cuerpo ya no es lo que era. Usar tanto poder para desplazar el Velo me ha dejado la mente hecha jirones.
Intentó sentarse, pero una punzada profunda en su centro energético lo hizo jadear. Aiko, con una inusual ternura, lo ayudó a acomodarse con almohadas.
—Tranquilo, necesitas descansar un poco más —dijo Aiko—. Has estado inconsciente durante tres días.
Los ojos de Arkadi se abrieron con genuina sorpresa. —¿Tres días? Vaya… el tiempo corre en nuestra contra. ¿Y bien? ¿Encontraron ya a nuestra escurridiza Amber Lee?
Volkhov negó con la cabeza, su tono volviendo al pragmatismo táctico. —Hemos estado buscando. La tecnología de rastreo de Ryuusei no funciona bien aquí; la ciudad es demasiado ruidosa, y el Velo está saturado de interferencia electrónica. No tenemos ni idea de dónde podría estar.
Arkadi frunció el ceño, llevándose una mano huesuda a la sien. —No… no me gusta la idea de buscar a ciegas. Las máquinas fallan donde el espíritu persevera.
Cerró su ojo y permaneció en silencio durante unos instantes, su rostro mostrando una intensa concentración. Aiko y Volkhov se mantuvieron en respetuosa distancia, sabiendo que Arkadi estaba utilizando su habilidad única para rastrear las hebras energéticas de la ciudad. Estaba dibujando el aura de Hong Kong.
Al cabo de un rato, Arkadi suspiró y abrió su ojo. —Amber Lee… su aura es… peculiar. Como un hilo de jade enredado en una madeja de acero. Fuerte, pero intrincado. Su poder, una maestría biológica de toxinas, tiene una sofisticación notable. Está usando su veneno no solo para matar, sino para marcar su territorio sin ser obvia.
—¿Puedes sentirla? —preguntó Aiko con esperanza, la mano ya cerca del mango de su katana, lista para la acción.
—No directamente —respondió Arkadi, su mirada fija en algo que solo él podía ver—. Pero puedo sentir su presencia en el tejido de esta ciudad. Hay ciertos lugares… nodos de energía… donde su rastro es más fuerte. Hong Kong es una ciudad construida sobre antiguas leyendas, sobre la confluencia de energías terrestres y espirituales, un punto de encuentro de culturas que han venerado a deidades por siglos. Hay templos antiguos, mercados ocultos… lugares donde los velos entre los mundos son más delgados por la acumulación de fe y creencia. Creo que encontraremos una pista allí.
—¿Qué tipo de lugar? —inquirió Volkhov, pragmático, buscando un punto en el mapa que pudiera ser relevante para la misión.
Arkadi sonrió con melancolía, la sabiduría de su dominio sobre el Velo en su expresión. —Piensa en los lugares donde la gente busca respuestas, donde se aferran a la esperanza y a la tradición. Lugares donde la energía de la fe y la creencia es palpable. Donde el Velo es un pergamino constantemente reescrito por las oraciones.
Tras un breve y nutritivo desayuno, Arkadi, aunque aún débil, insistió en salir. Aiko y Volkhov lo apoyaron mientras se dirigían a las caóticas calles. Arkadi parecía guiarse por una intuición misteriosa, deteniéndose en ciertos cruces, observando los rostros de la multitud con una atención que iba más allá de lo físico.
Finalmente, se detuvo frente a un antiguo templo taoísta, escondido entre modernos rascacielos. El contraste era violento . El aire aquí era diferente, cargado con el aroma a incienso y el murmullo constante de las oraciones, una burbuja de espiritualidad en el torbellino capitalista.
—Aquí —dijo Arkadi con convicción—. Siento su presencia más fuerte aquí. No está dentro del templo, pero su rastro la trae a este lugar. Ella usó la energía de la fe como un punto ciego para ocultar su propia resonancia tóxica.
Pasaron varias horas explorando los alrededores del templo. Aiko, siempre al borde de la impaciencia, se sentía sofocada por la pasividad de la observación, su cuerpo anhelando la adrenalina del combate. Volkhov, por su parte, se movía entre la multitud con la calma de un depredador que espera, su mirada escudriñando cada detalle, cada micro-expresión.
Cuando el sol comenzó a descender, tiñendo el cielo de tonos naranjas y morados, Arkadi sugirió visitar un mercado nocturno cercano. Los nodos de energía tienden a converger en áreas de intenso comercio y acumulación de objetos con historia.
Mientras caminaban por el laberinto de puestos iluminados por farolillos de papel, Arkadi se detuvo bruscamente. Sus ojos se fijaron en un pequeño puesto que vendía tallas de jade.
—Esto… —murmuró Arkadi, extendiendo una mano temblorosa hacia una pequeña figura de jade, intrincadamente tallada en forma de una serpiente enroscada alrededor de una flor de loto . La estatuilla poseía una energía peculiar, limpia pero con matices de veneno contenido.
El anciano vendedor, un hombre de rostro arrugado y ojos penetrantes, sonrió levemente. —Una pieza antigua, señor. Imbuida de una energía especial. Me la vendió una joven con prisa.
—¿Sabes algo sobre la persona a la que perteneció? —preguntó Aiko con cautela, sus instintos en alerta máxima.
El vendedor la observó con atención, midiendo su intención. —La joven que me vendió esto hace unas semanas… tenía un aura fuerte. Como un espíritu libre atrapado en una jaula. Llevaba un colgante similar, pero mucho más grande. Dijo que era un regalo de su abuela.
—¿Recuerdas su nombre? —inquirió Volkhov, acercándose al puesto, su voz baja y persuasiva.
El vendedor hizo una pausa, pensativo. —Amber… sí, creo que ese era su nombre. Amber Lee. Me dijo que buscaba algo… un artefacto antiguo escondido en la ciudad. Algo que su familia había protegido por generaciones.
El corazón de Aiko dio un vuelco. —¡Un artefacto antiguo! ¿Mencionó dónde podría estar?
El vendedor negó con la cabeza. —Solo dijo que estaba siguiendo pistas. Que su abuela le había dejado un mapa codificado, o un poema, no recuerdo bien. Algo que solo ella podía descifrar.
Arkadi tomó la figura de jade en sus manos, sintiendo su energía peculiar. —Esta es ella. El hilo de jade enredado. La serpiente y el loto… simbolizan dualidad, fuerza y pureza en la cultura oriental. El veneno y la sanación. Esta pieza es un fragmento de su firma vital.
—¿Y ahora qué? —preguntó Volkhov—. ¿Cómo encontramos ese mapa? Ella no lo tiene.
Arkadi miró a su alrededor, sus ojos brillando con una nueva determinación. —Amber Lee está buscando algo. Algo importante, probablemente una reliquia que active o mejore su poder de manipulación biológica con un componente místico. Y si queremos encontrarla, tendremos que seguir sus pistas, pero no las que dejó ella. Debemos ir a la fuente.
—La abuela de Amber Lee —concluyó Aiko—. Ella podría tener la clave. Si el mapa estaba codificado, la abuela es el origen de la pista, el punto de partida de este rastro.
La noche había caído sobre Hong Kong, pero para Aiko, Volkhov y Arkadi, la búsqueda de Amber Lee acababa de comenzar, guiada por un misterioso artefacto de jade y las palabras de un anciano vendedor en un mercado nocturno. La ciudad, con sus secretos y leyendas, se abría ante ellos como un laberinto lleno de posibilidades y peligros, todos apuntando a un solo lugar: el corazón de la familia Lee. El siguiente paso no era perseguir a Amber, sino desenterrar el legado que ella estaba persiguiendo. La cacería de la Serpiente apenas comenzaba.
