Siguiendo la vaga descripción del vendedor de antigüedades y la peculiar energía que emanaba de la figura de jade, Arkadi guio a Aiko y Volkhov a través de los laberínticos callejones del mercado nocturno, adentrándose en una zona menos concurrida y más oscura. El aire aquí olía a especias exóticas y a humedad rancia, y los farolillos proyectaban sombras danzantes que jugaban con los nervios.
—Ella estuvo aquí —murmuró Arkadi, deteniéndose frente a un puesto cerrado con una persiana de bambú desvencijada—. Puedo sentir su energía residual… mezclada con algo más… un toque de veneno.
Aiko frunció el ceño. —Tenía sentido. El vendedor dijo que se llamaba Amber Lee. ¿La Reina del Veneno?
Volkhov asintió, su mano instintivamente cerca de su arma. —Si es tan peligrosa como dicen, no nos esperará con los brazos abiertos.
Arkadi señaló un pequeño símbolo grabado en el marco de madera del puesto: una serpiente enroscada alrededor de una flor de loto, idéntico al de la figura de jade que ahora sostenía en su mano.
—Este es su símbolo. Lo dejó aquí a propósito. Una miga de pan para quien sepa leerla.
Siguiendo una serie de símbolos similares, discretamente marcados en paredes y postes, el trío se adentró aún más en el corazón del mercado oculto. Finalmente, las marcas los llevaron a una puerta de madera sin adornos, al final de un callejón estrecho y sin salida.
—Aquí termina el rastro físico —dijo Volkhov, examinando la puerta con cautela—. ¿Qué hacemos ahora?
Arkadi cerró los ojos y respiró profundamente, concentrándose en la energía que aún podía sentir en el aire. —Ella está detrás de esta puerta. Lo sé. Pero no está sola. Siento otras presencias… hostiles.
Aiko desenvainó su katana con un movimiento fluido. —Entonces entremos. No hemos llegado hasta aquí para dar la vuelta.
El lugar era un santuario polvoriento. Estantes llenos de botellas vacías, morteros de piedra y pergaminos enrollados. En el centro, había una mesa de trabajo de madera maciza.
Arkadi se acercó a la mesa y tocó el mortero. —Ella estuvo aquí. No hace mucho. La energía de la voluntad aún vibra.
Aiko se movió con su rapidez habitual, revisando los estantes. Sus manos se detuvieron en una fila de cajas de madera. En la última, grabada con una frase antigua, Aiko sintió una resonancia peculiar. La caja estaba vacía, pero un compartimento falso había sido abierto recientemente.
—La clave no está aquí —dijo Aiko, mostrando el compartimento—. Amber la tomó. Pero dejó algo.
En el fondo de la caja, en lugar del mapa codificado, había una nota doblada en papel de arroz, marcada con el mismo carácter Yào (Medicina/Drogas).
Volkhov la tomó y la desdobló con cuidado. No era un mapa. Era una cuarteta enigmática, la clave del siguiente paso:
El dragón duerme en la cima de los huesos.Su aliento es la niebla sobre el río.Donde el dinero canta su himno de avaricia,Allí la Serpiente encuentra su primer veneno.
Aiko frunció el ceño. —¿Dragones y huesos? ¿Qué demonios significa eso?
—Significa que Amber nos ha estado observando —dijo Arkadi, su ojo brillando con conocimiento—. Este acertijo es para nosotros. Es una trampa.
Al mismo tiempo, Aiko y Volkhov sintieron la presencia. No era una amenaza física, sino un cambio en el aire, un olor dulzón y almizclado que no pertenecía a las hierbas secas.
—¡Cuidado! —gritó Volkhov, pero era tarde.
El aire se hizo denso, pesado, y el olor se intensificó, atacando no los pulmones, sino el sistema nervioso. Era la niebla letal de Amber Lee, una toxina orgánica de acción rápida que superaba la velocidad de reacción de la mente consciente. Aiko sintió que sus músculos, a pesar de su increíble fuerza, se paralizaban. Volkhov, con su precisión superlativa, logró levantar la mano, pero el impulso de su cuerpo se detuvo a medio camino.
Arkadi, el maestro del Velo, intentó invocar una barrera de energía, pero su cuerpo, ya debilitado, no respondió lo suficientemente rápido. El mundo se inclinó y la oscuridad los reclamó a los tres.
El despertar fue lento y doloroso. La toxina de Amber Lee no mataba, pero paralizaba y entorpecía la percepción.
Aiko fue la primera en volver. Su cuerpo, acostumbrado a los límites extremos, ya luchaba contra el veneno. Se encontró atada a una columna de cemento, sus muñecas y tobillos firmemente sujetos con cables de plástico de alta resistencia. A su lado, Volkhov y Arkadi estaban amarrados de manera similar.
El lugar era un almacén diferente al anterior, limpio y lleno de equipos de laboratorio improvisados, con tanques de fermentación burbujeando suavemente en las esquinas. En el centro, bajo una luz de neón titilante, estaba ella: Amber Lee.
No vestía ropa de combate, sino una bata de laboratorio simple. Era joven, su cabello recogido y sus ojos de un intenso color ámbar, tan fríos y duros como la resina petrificada. En una mesa cercana, descansaba un puñal cuyo filo brillaba con un tinte verdoso, el color de su poder.
Amber se acercó a Volkhov, que luchaba silenciosamente contra sus ataduras. Su voz era tranquila y sin emoción, sin rastro de la ira que Aiko esperaba.
—De todos los equipos que podrían haberme seguido en esta ciudad, ¿por qué ustedes? —preguntó Amber, su voz apenas un susurro que resonó en el almacén—. No entiendo el motivo de esta persecución.
—Hemos venido a detenerte —dijo Aiko, forzando las palabras a través de la boca adormecida.
Amber soltó una risa seca, desprovista de humor. —Detenerme. Por supuesto. Todos quieren detenerme. Pero, ¿por qué? No son policía, y no tienen el aura de los cazadores de recompensas. ¿Quién los envió?
—Eso no te concierne —intervino Volkhov, su voz grave y controlada a pesar de la debilidad.
Amber se detuvo y lo miró, una expresión de profundo hastío cruzando su rostro. Se arrodilló, su rostro peligrosamente cerca del suyo.
—Me concierne todo lo que interfiera con mi tiempo. El tiempo es lo único que no tengo. Fui muy cuidadosa al borrar mi rastro. Vender ese fragmento de jade fue un riesgo calculado, una distracción. Pero ustedes me siguieron aquí, a la única pista real de mi abuela. Tienen que ser muy capaces, o muy afortunados. No creo en la suerte.
Se acercó a Arkadi, el maestro del Velo, que la observaba con una expresión indescifrable.
—Tú eres interesante, viejo. Fuiste tú quien me encontró, ¿verdad? ¿Con qué propósito?
Arkadi mantuvo un silencio obstinado, cerrando su ojo.
Amber suspiró, enderezándose. —Mi familia fue exterminada. Los que lo hicieron están a punto de cometer un error que pondrá en peligro a esta ciudad. Mi prioridad es detenerlos y encontrar el Artefacto de la Plaga que mi abuela me escondió. No tengo tiempo para interrogatorios. No tengo tiempo para negociaciones. Y ciertamente no tengo tiempo para explicarles mi dolor.
Regresó a la mesa, tomó el puñal y lo acarició suavemente.
—Lo que quiero es venganza y justicia. Y no necesito su permiso. Cada minuto que pierdo aquí, es una oportunidad que les doy a quienes eliminaron a mi linaje. Ellos morirán hoy.
Se enderezó. —No los mataré, a menos que me obliguen. Su muerte me generaría problemas y llamadas innecesarias. El veneno los mantendrá dormidos por doce horas. Cuando despierten, habré terminado mi trabajo. No se molesten en intentar escapar; las toxinas en el aire mantendrán sus músculos lo suficientemente débiles como para no romper el plástico.
Sin decir una palabra más, Amber tomó un maletín y se dirigió a una puerta lateral del almacén. El silencio que dejó atrás era más pesado que el veneno en sus venas.
El equipo había fallado. No solo habían sido superados por una dotada que operaba por venganza, sino que ahora estaban inmovilizados, a doce horas de la acción, mientras Amber Lee se dirigía al lugar más peligroso de Hong Kong para ejecutar su plan de guerra. Su misión, la razón por la que la seguían, se desvanecía en la urgencia de la venganza de Amber.
