El silencio en el almacén de Sham Shui Po era sofocante, solo interrumpido por el leve burbujeo de los tanques de fermentación de Amber Lee. El maestro del Velo, Arkadi, Aiko y Volkhov seguían atados a las columnas de cemento, sus cuerpos entumecidos por la toxina de acción lenta de Amber. La puerta por la que ella había salido seguía cerrada, dejando a los tres en un limbo de parálisis y frustración.
Aiko fue la primera en recuperar el control suficiente de sus cuerdas vocales. La toxina afectaba sus movimientos, pero no su voluntad.
—Amber, sé que aún estás cerca. Esto no tiene que ser así —dijo Aiko, forzando la voz. El sonido era áspero, pero claro—. Esos tipos que mataron a tu familia. Necesitas saber que no estás sola. Déjanos ayudarte.
La puerta lateral se abrió de nuevo. Amber Lee reapareció, con el puñal verdoso en la mano, y una expresión de fría incredulidad. Había estado escuchando.
—¿Ayudarme? —repitió Amber, acercándose lentamente—. ¿Crees que soy tan ingenua como para aceptar ayuda de tres desconocidos que me persiguen? Su "ayuda" tiene un precio. Y ese precio es mi libertad. Mi familia fue eliminada por quienes creían tener el derecho de controlar mi linaje. No voy a cambiar un amo por otro.
—No somos amos —respondió Volkhov, su voz baja y uniforme, calculando cada palabra para transmitir credibilidad—. Somos expertos en neutralizar amenazas. Has identificado a tus enemigos, quienes son responsables de la muerte de tu gente. Nosotros podemos hacerlos desaparecer de forma rápida y definitiva. Tu método de venganza te expone demasiado.
Amber se detuvo junto a Aiko, examinándola como a un insecto. —Tus músculos están casi tan paralizados como los de ellos, y aun así hablas de neutralizar. Tu fuerza es impresionante, Aiko, pero tu situación no lo es. Ya te dije, no tengo tiempo para perder. Mi venganza debe ser rápida.
—Precisamente por eso necesitas manos extra —insistió Aiko—. Dijiste que ibas al Dragón de Huesos, al corazón del dinero ilícito. No es un lugar para un asalto en solitario, ni siquiera para alguien con tu dominio biológico. Hay guardias, hay trampas. Te costará horas conseguir el Artefacto de la Plaga, y más tiempo acabar con los responsables.
Aiko miró a sus compañeros, luego regresó a Amber. —Nosotros te ayudamos a entrar, y tú nos dejas en paz cuando el trabajo esté hecho. Un trato.
Amber dudó. La mención del Artefacto de la Plaga hizo que su mirada parpadeara. Era evidente que el tiempo era su peor enemigo y que Aiko había acertado al presionar ese punto.
—¿Y qué garantía tengo de que no me traicionarán en el momento en que liberen sus manos? —demandó Amber.
Fue entonces cuando Arkadi, rompió su silencio. Había estado observando la conversación con su ojo pálido, y su rostro huesudo se mostraba tenso.
—Mi palabra es tu garantía —dijo Arkadi, con una voz que, aunque ronca por el veneno, poseía la resonancia de la autoridad antigua.
Amber se giró hacia él, intrigada por la voz del hombre que había sido capaz de rastrearla donde nadie más pudo.
—No iré contigo, Amber Lee —declaró Arkadi, su mirada fija en el vacío—. He visto suficiente sangre. He vivido demasiado tiempo para manchar mis manos con más venganza, por justa que sea. Mi único propósito era encontrarte. Y ahora, mi propósito aquí ha terminado.
El silencio se hizo denso. Aiko y Volkhov miraron a Arkadi con incredulidad. Esta decisión no solo era inesperada, sino que amenazaba con desmantelar la única oportunidad de contener la situación.
—¿Te vas? —preguntó Aiko, la frustración inundando su tono.
—Sí —respondió Arkadi, con firmeza inamovible—. La violencia genera más violencia. Tu camino, Amber, es justo en su motivación, pero equivocado en su ejecución. Necesitas a Aiko para el asalto frontal, y a Volkhov para la estrategia de infiltración. Ellos pueden ayudarte a minimizar el daño colateral. Yo no. Yo vuelvo al hotel, a descansar de este viaje y a observar el Velo. Los resultados de esta noche me dirán si me equivoqué al dejar que dos guerreros se unieran a la Serpiente.
Amber Lee miró a los dos guerreros atados, y luego a Arkadi. La decisión de Arkadi de autoexcluirse, de renunciar al conflicto, era la garantía más extraña y poderosa que podría haber recibido. Demostraba que no estaban allí para controlarla, sino para cumplir una misión que, de momento, convergía con la suya.
—De acuerdo —dijo Amber, y el asentimiento fue casi imperceptible—. Los liberaré. Pero si en un solo instante, cualquiera de ustedes intenta desviarme de mi objetivo, mi veneno hará que sus corazones fallen antes de que puedan pestañear. ¿Aceptan?
—Acepto —dijo Aiko, con resolución.
—Acepto —confirmó Volkhov, frío y analítico.
Amber se acercó a Aiko, su puñal brillando. En lugar de cortar los cables, tocó la piel de Aiko con la punta de la hoja. Al instante, Aiko sintió una oleada de frío que recorrió sus venas, una contra-toxina que neutralizó el paralizante. Los músculos de Aiko se tensaron. Con su fuerza física recién recuperada, rompió los cables de plástico sin esfuerzo.
Aiko hizo lo mismo con Volkhov, liberándolo. Volkhov se masajeó las muñecas, sus ojos ya enfocados en la puerta.
Amber entonces se dirigió a Arkadi. Él no se movió, esperando la liberación. Ella le cortó los cables. Arkadi se puso de pie, su expresión imperturbable, su cuerpo aún fatigado, pero su voluntad intacta.
—Ve con Dios, Arkadi —dijo Aiko, sin resentimiento.
— Yo no creo en ningún Dios — respondió este
Arkadi asintió, recogió su capa de viaje y se dirigió a la puerta. Antes de salir, se detuvo y miró a Amber Lee.
—Ten cuidado con el Artefacto de la Plaga. No es solo un arma de venganza. Es un catalizador. Y la venganza, Amber, es un veneno que te consumirá antes que a tus enemigos.
Con eso, Arkadi salió del almacén, dejando atrás a un trío improbable: Aiko, la guerrera del músculo y la velocidad; Volkhov, el estratega preciso y letal; y Amber Lee, la maestra de las toxinas y la desesperación.
Amber tomó un mapa de la zona y lo extendió sobre una mesa de metal. Sus ojos ámbar se clavaron en Aiko y Volkhov.
—El Dragón de Huesos es la antigua torre de las finanzas negras. Hay túneles de drenaje abandonados que conducen directamente a la bóveda principal. Ustedes dos me ayudarán a entrar por esos túneles sin alertar a los guardias. Quiero a los responsables de mi familia en el piso, no en pedazos. Después, nos separamos.
El pacto había sido sellado. La misión había cambiado de la cacería a la peligrosa alianza. El nuevo equipo de asalto se preparó, ajustando sus armas y su determinación. La noche en Hong Kong era joven, y la promesa de sangre y venganza flotaba sobre la ciudad.
