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Chapter 160 - El Eco del Corazón Dormido

El sol de la mañana se filtraba por las claraboyas orgánicas de la base, pero para Ryuusei, la luz era un recordatorio punzante del dolor. Se despertó con una sensación de desgarro en las comisuras de los labios y un entumecimiento en la mandíbula que le dificultaba incluso tragar saliva. Era el precio físico de que Snow utilizara su cuerpo como portal. Limpió los restos de sangre seca frente al espejo, mirando su reflejo: sus ojos parecían un poco más profundos, como si una sombra se hubiera instalado permanentemente detrás de sus pupilas.

A pesar del malestar, cumplió con su deber de líder. Bajó al comedor y compartió el desayuno y el almuerzo con el equipo. Vio a Charles bromeando con Bradley sobre quién era más rápido provocando explosiones, a Ezequiel comiendo en silencio mientras Sylvan intentaba imitar sus gestos, y a Kaira, quien lo observaba con detenimiento. Los ojos de Kaira eran capaces de leer no solo sus pensamientos, sino también su fatiga. Ryuusei le dedicó una sonrisa forzada para tranquilizarla, pero ella solo asintió, respetando su espacio.

Después del almuerzo, aprovechando un momento de quietud mientras los demás revisaban el equipo técnico con Aiko, Ryuusei se retiró a una de las cámaras naturales de la base. Recordó las palabras de Arkadi. Se sentó en el suelo, apoyando la espalda contra una de las raíces maestras que pulsaban con una luz esmeralda tenue. Cerró los ojos y, por primera vez en semanas, dejó de planear ataques. Simplemente respiró.

Poco a poco, el ruido de su propia mente se apagó.

De repente, la sensación de su cuerpo desapareció. Ryuusei intentó abrir los ojos, pero no pudo. Intentó mover un dedo, pero sus extremidades pesaban como si estuvieran hechas de plomo fundido. Era una parálisis total, similar a una pesadilla de la que no puedes despertar. El pánico empezó a ascender por su garganta, pero antes de que pudiera gritar, una voz inmensa, vibrante y extrañamente suave inundó su consciencia. No era una voz que se escuchara con los oídos, sino que retumbaba en sus huesos.

—Cálmate, pequeño... me alegra que mi dueño haya vuelto a casa.

Ryuusei, en su estado de parálisis mental, logró formular una respuesta.

—¿Dueño? ¿Quién eres? ¿Genbu?

—Así me han llamado los que caminan sobre mi piel... —la voz era como el crujido de un glaciar moviéndose—. Siento algo familiar en ti. Una sombra antigua, un aroma a hogar que no he sentido en eones. Por esa razón nunca los ataqué cuando entraron en mis pulmones. Eres el dueño de la esencia que me dio vida.

Ryuusei sintió un escalofrío. ¿Era por la oscuridad de Lara? ¿O por algo más profundo en su linaje?

—No entiendo por qué me llamas así... pero necesito tu ayuda. Necesito saber cómo manejarte, cómo proteger a mi gente contigo.

—La conexión entre amo y sirviente aún es delgada, como un hilo de seda en una tormenta —respondió la criatura—. Para que mis extremidades obedezcan a tu voluntad, para que mi caparazón sea tu escudo, debemos reforzar este vínculo. Debes aprender a escuchar mi latido y yo el tuyo.

Ryuusei, sintiendo la inmensidad de la criatura, cometió un error de suposición.

—Lo entiendo... te protegeré a ti también, amigo.

Hubo una vibración que pareció una risa profunda y maternal.

—Soy hembra, pequeño dueño. No confundas mi género con la rudeza de mi piel. Soy la madre de este valle, no su guardián.

Ryuusei se sintió abochornado en su propia mente. —Lo siento... Genbu. Me disculpo por mi ignorancia. Dime una cosa... ¿puedes controlar tu tamaño? ¿Podrías hacerte más pequeña si lo necesitáramos, o más grande para enfrentar a un dios?

—Puedo ser una brizna de hierba o una cordillera que tape el sol —respondió Genbu con solemnidad—. Pero ese poder consume mi esencia y la tuya. La conexión debe ser absoluta. Si mi cuerpo cambia, tu alma debe sostener el peso del cambio. Por ahora, solo soy tu refugio. Pero, dueño... te pido un favor.

—Lo que quieras.

—Esos hombres de metal... los militares. Caminan con ruido, clavan estacas de hierro en mis poros y sus máquinas vibran en mis sueños. No me dejan dormir. Por favor... haz que se alejen un poco más. Necesito descansar para la tormenta que huelo en el viento.

La conexión se rompió bruscamente. Ryuusei se incorporó de golpe, sudando frío y con el corazón martilleando contra sus costillas. Sus manos temblaban. La parálisis había desaparecido, pero la sensación de haber hablado con un ser que podía aplastar ciudades seguía ahí.

Sin perder tiempo, Ryuusei tomó su comunicador y llamó a Arthur Sterling.

—Arthur, necesito que muevas a tus hombres —dijo Ryuusei sin rodeos—. El perímetro de seguridad debe alejarse al menos cinco kilómetros de la base principal.

Al otro lado de la línea, Sterling se quedó en silencio un momento. —Ryuusei, mis generales ya están nerviosos por estar en medio de la nada. Si los alejo más, la logística de defensa se complica. ¿Por qué el cambio?

—Es por ella —respondió Ryuusei, mirando la pared de la cueva—. No puede dormir. Y si Genbu no está tranquila, ninguno de nosotros lo estará. Confía en mí, es necesario para que la alianza funcione.

Sterling suspiró. —Está bien. Daré la orden de desplazar los campamentos hacia el valle exterior. Pero espero que esto valga la pena cuando Japón empiece a buscarnos.

Llegó la noche, y con ella, el verdadero horror de la preparación.

Ryuusei se encerró en su habitación, asegurando la puerta con el cerrojo metálico. No quería que nadie, ni siquiera Kaira, viera lo que estaba a punto de suceder. Se sentó en el suelo, esperando. El dolor en su boca regresó, más intenso que nunca.

Sus ojos se pusieron en blanco y, con un espasmo violento, Snow emergió de su garganta. La entidad de sombras se materializó frente a él, su vestido negro flotando en un aire que de repente se volvió gélido.

—Es hora, Ryuusei —dijo Snow, con una sonrisa cruel—. Genbu te ha aceptado como dueño, pero eso no te servirá de nada si Aurion te convierte en vapor en el primer segundo del combate.

Snow levantó una mano y la habitación pareció expandirse hasta convertirse en un vacío infinito.

—Primer entrenamiento: El Sol del Fuego —sentenció Snow.

De repente, el frío desapareció. Ryuusei sintió como si miles de agujas incandescentes perforaran su piel. El aire se volvió radiactivo, una simulación exacta de la radiación que emanaba de Aurion.

—Tu cuerpo es biológicamente débil —le gritaba Snow mientras Ryuusei se retorcía en el suelo, sintiendo que su sangre empezaba a hervir—. Si no aprendes a canalizar la oscuridad de Lara para crear un campo de aislamiento molecular, tus células se separarán. ¡Siente el calor! ¡Siente cómo el sol de Aurion desintegra tu voluntad!

Ryuusei gritó, pero no salió sonido. Tuvo que concentrarse en la mancha de oscuridad que vivía en su pecho. Poco a poco, bajo la tortura de Snow, aprendió a extender esa sombra por debajo de su piel, creando una barrera de "frío absoluto" que contrarrestaba el calor insoportable. Era un equilibrio agónico: si usaba poca oscuridad, se quemaba; si usaba demasiada, su corazón se detenía por el frío.

—¡Bien! —exclamó Snow, pero no se detuvo—. Segundo entrenamiento: El Sol de la Fuerza.

El calor cesó, pero fue reemplazado por un peso aplastante. Ryuusei sintió que la gravedad se multiplicaba por cien. Sus rodillas golpearon el suelo con un estrépito sordo. Sus pulmones colapsaron, incapaces de expandirse bajo la presión. Sentía que sus huesos se astillaban bajo el peso de una estrella invisible.

—Aurion no te golpea, Ryuusei. Aurion te aplasta con su mera existencia —decía la sombra, caminando alrededor de él sin esfuerzo—. Tienes que encontrar los huecos en la trama de la gravedad. Usa la oscuridad para aligerar tu masa, para volverte etéreo. ¡Levántate!

Pasaron horas que parecieron años. Ryuusei aprendió a manipular su propia densidad, usando la energía de Snow para "flotar" en medio del colapso gravitatorio. Sus músculos ardían, y el sudor que caía de su frente era negro como el petróleo.

—Y finalmente... el más letal —susurró Snow, inclinándose sobre él—. El Sol de la Voluntad.

Ryuusei sintió una presión en su mente que superaba cualquier dolor físico. Era una luz cegadora que le decía que se rindiera, que Aurion era la justicia, que la lucha era inútil, que él era solo un niño jugando a ser rey. Era la voluntad de un dios absoluto intentando borrar su identidad.

—¡No! —rugió Ryuusei, aferrándose a sus recuerdos de su equipo, a la cara de Kaira, al berrinche de Sylvan—. ¡Yo decido quién soy!

La luz estalló y Ryuusei fue lanzado contra la pared de su habitación.

Se despertó horas después, tirado en el suelo frío. Snow había desaparecido, regresando al abismo dentro de él. Su cuerpo estaba cubierto de moretones y quemaduras superficiales que ya estaban sanando gracias a la energía residual.

Se levantó con dificultad, acercándose a la ventana para ver el amanecer sobre las montañas de Alberta. A lo lejos, vio las luces de los campamentos militares canadienses moviéndose más allá del horizonte, cumpliendo la voluntad de Genbu.

Ryuusei apretó el puño. Su cuerpo dolía, su mente estaba exhausta, pero por primera vez, sentía que no era solo una presa huyendo de un cazador. Estaba empezando a entender el lenguaje de los dioses y el silencio de las sombras. La conexión con Genbu se había fortalecido, y el entrenamiento de Snow estaba forjando un arma que el mundo no esperaba.

Aurion tenía tres soles, pero Ryuusei estaba aprendiendo a convertirse en el eclipse que los apagaría a todos.

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