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Chapter 162 - Rugido del Mañana

El frío de la madrugada en las Montañas Rocosas se filtraba incluso a través de las paredes vivas de la Base Genbu. Eran cerca de las cuatro de la mañana cuando un pequeño crujido en la puerta de la habitación de Ryuusei rompió el silencio. No era el sonido metálico de Snow emergiendo de las sombras, ni la pisada pesada de un guardia. Era algo más ligero, casi orgánico.

Sylvan se asomó con curiosidad, su cuerpo de niño-rama moviéndose con una agilidad silenciosa. Se acercó a la cama y comenzó a sacudir el hombro de Ryuusei con entusiasmo.

—¡Jefe! ¡Jefe, despierta! —susurró Sylvan, con los ojos brillando en la penumbra—. Las ardillas de afuera dicen que el sol ya viene. ¡Vamos a jugar! ¡Vamos a ver si puedo hacer crecer un árbol más alto que el helicóptero!

Ryuusei abrió un ojo, sintiendo el peso de mil años sobre sus párpados. El entrenamiento nocturno con Snow lo había dejado físicamente destrozado y mentalmente exhausto. Sus músculos todavía palpitaban por la gravedad simulada y el calor radiactivo que había tenido que soportar en sus visiones.

—Sylvan... por favor —balbuceó Ryuusei, hundiendo la cara en la almohada—. No tengo ganas de jugar. Estoy muy cansado. Solo... cinco minutos más.

—¡Pero el tío Ezequiel dice que los guerreros no duermen! —insistió el pequeño, intentando subirse a la cama.

En ese momento, la puerta se terminó de abrir y Amber Lee entró con paso rápido, todavía ajustándose los guantes de su nuevo traje de combate. Al ver la escena, suspiró y tomó a Sylvan suavemente del brazo.

—Sylvan, deja al jefe descansar —dijo Amber con voz firme pero cariñosa—. Ryuusei tiene un día muy largo por delante. Todos lo tenemos. Ven aquí.

Amber miró a Ryuusei con una expresión de disculpa. —Lo siento, Ryuusei. Se escapó mientras yo revisaba los últimos viales de antitoxinas. Tiene demasiada energía acumulada.

Ryuusei se incorporó con dificultad, frotándose la cara. —No te preocupes, Amber. Es... bueno tener un poco de esa energía aquí dentro. El silencio a veces se vuelve demasiado pesado.

Amber asintió, llevándose a Sylvan, quien se despidió de Ryuusei sacando la lengua de forma juguetona. Ryuusei se quedó sentado en el borde de la cama, mirando sus manos. En dos horas, el destino del equipo dejaría de ser una teoría para convertirse en una realidad sangrienta.

A las seis de la mañana en punto, la sala principal de Genbu estaba iluminada por las luces halógenas de emergencia y el suave resplandor esmeralda de las raíces de la tortuga. Todo el equipo estaba allí, formados y con sus nuevos trajes puestos. El aire olía a café fuerte y a la ansiedad metálica que precede a la acción.

Ryuusei se paró frente a ellos. No llevaba un discurso escrito, ni buscaba sonar como un general de película. Se veía como lo que era: un hombre joven cargando con el peso del mundo.

—Gracias por levantarse temprano —comenzó Ryuusei, su voz resonando clara en el salón—. En unos días estaremos en suelo ruso. Esta es la primera vez que vamos a una guerra de verdad. No una escaramuza, no un rescate en una ciudad... una guerra.

Hizo una pausa, mirando a cada uno a los ojos. Se detuvo un momento en Bradley, en Charles, en Kaira.

—Tengo que ser sincero con ustedes —continuó—. Tengo miedo. Por primera vez, siento un miedo que no puedo controlar con solo respirar. Sé que Volkhov es el único de nosotros que tiene experiencia real en este tipo de infiernos, pero eso no quita que el resto estemos caminando hacia lo desconocido. Las guerras no son como las películas. No hay música heroica, no hay cortes de escena cuando el dolor se vuelve insoportable. Ni siquiera yo sé exactamente cómo se siente estar en medio de un frente donde miles de personas intentan matarse al mismo tiempo.

Un silencio pesado cayó sobre el grupo. No era un silencio de derrota, sino de honestidad.

—Pero estamos juntos —dijo Ryuusei, suavizando el tono—. Y eso es lo único que nos mantendrá cuerdos.

De forma espontánea, fue Bradley quien dio el primer paso hacia adelante, y pronto, todo el grupo se unió en un abrazo colectivo. Fue un momento de calor humano, un ancla antes de lanzarse al mar de hierro que les esperaba. Incluso Volkhov, con su habitual dureza, puso sus enormes manos sobre los hombros de los más jóvenes, transmitiendo una seguridad silenciosa.

—Bien —dijo Ryuusei separándose, con una pequeña sonrisa—. Arthur ha dispuesto que un contingente de guardias canadienses de élite se quede aquí para cuidar de Genbu. Ella necesita descansar y estar tranquila. No permitiremos que nadie perturbe su sueño mientras no estemos.

En el exterior, el rugido de los motores de los vehículos de transporte anunció que era hora de partir.

Mientras caminaban hacia los autos que los llevarían a la zona de despegue, Ryuusei se detuvo un momento. Metió la mano en su chaqueta y sacó una pequeña pistola de defensa personal, un modelo compacto pero letal. Llamó a Sylvan, quien caminaba distraído junto a las raíces.

—Sylvan, ven aquí —dijo Ryuusei, agachándose a su altura—. Toma esto. Es por si acaso... por si ocurre una emergencia y alguien se acerca demasiado a ti o a Genbu.

Ryuusei extendió el arma, pero antes de que Sylvan pudiera tocarla, una mano enguantada interceptó el movimiento. Amber Lee se interpuso, su mirada gélida y decidida.

—No, Ryuusei —dijo Amber, bajándole la mano con firmeza—. Armas a los niños no. Nunca.

—Amber, es solo por seguridad... —intentó explicar Ryuusei.

—No me importa la seguridad —sentenció ella—. Sylvan es un ser de vida, no un soldado de metal. Si le das eso, le estás diciendo que su valor reside en la muerte que puede causar. Él ya es lo suficientemente fuerte; si llega una emergencia, él sabrá qué hacer con sus propias manos y su naturaleza. Pero no le pongas pólvora en los dedos.

Ryuusei miró a Sylvan, quien miraba el arma con una mezcla de curiosidad y confusión, y luego miró a Amber. Comprendió que ella estaba protegiendo lo último de inocencia que quedaba en esa base.

—Tienes razón —admitió Ryuusei, guardando la pistola—. Lo siento.

Siguieron caminando, pero antes de llegar a los vehículos, Arkadi se acercó a Ryuusei. El anciano caminaba con una calma que contrastaba con el ajetreo militar a su alrededor.

—Ryuusei, debo dejar algo en claro antes de subir a ese helicóptero —dijo Arkadi, apoyándose en su bastón—. Yo los acompañaré al frente, pero no voy a manchar mis manos con sangre. Hace mucho tiempo que me retiré de la tarea de quitar vidas.

Ryuusei se detuvo, sorprendido. —¿Por qué, Arkadi? Con tu poder, podrías terminar esto mucho más rápido. ¿Por qué negarte a pelear si estamos yendo a una guerra?

Arkadi miró hacia las montañas, sus ojos pareciendo ver algo que no pertenecía a este plano. —No querrás saber las razones, muchacho. Hay cosas en el pasado de un mago que deben quedarse enterradas bajo siete llaves. Solo diré que la magia no es una herramienta de destrucción gratuita; tiene un precio que mi alma ya no puede pagar.

Ryuusei lo observó con curiosidad, pero decidió no presionar. —Entiendo. ¿Entonces cuál será tu papel?

—Ayudaré de forma defensiva —explicó Arkadi—. Crearé escudos, curaré las heridas que la medicina de Amber no pueda cerrar y mantendré las mentes de nuestros aliados estables. Tal vez... —el anciano soltó una pequeña risa irónica— tal vez incluso me haga viral. Después de todo, los magos de verdad casi han desaparecido de la faz de la tierra. La gente ha olvidado que existimos, y vernos en acción es algo que hoy en día se considera casi un mito.

—Lo que sea que puedas aportar será bienvenido, Arkadi —dijo Ryuusei, asintiendo con respeto.

—¡Kisaragi! ¡Muévanse, ya estamos demorados! —gritó un oficial canadiense desde el primer vehículo.

El equipo subió a los autos y recorrieron el trayecto hacia el aeródromo improvisado donde los helicópteros de transporte pesado ya tenían las hélices girando, levantando nubes de polvo y nieve. Arthur Sterling los esperaba al pie de la rampa del helicóptero principal.

—Es un viaje largo, Ryuusei —dijo Sterling, gritando por encima del ruido del motor—. Vamos a movernos en etapas. Helicópteros hacia la costa, luego un transporte de largo alcance. Nos va a tomar una semana entera llegar al punto de inserción en Rusia debido a los rodeos que tenemos que dar para evitar los radares de la OTAN y de la Asociación de Héroes.

Ryuusei asintió, ajustándose la mochila. —No te preocupes por el tiempo, Arthur. Usaremos esa semana para repasar el plan y descansar lo que podamos.

Sterling miró a todo el grupo, su expresión volviéndose severa y oficial.

—Escuchen todos —dijo el Primer Ministro, alzando la voz—. La situación en Rusia es crítica. Las fuerzas japonesas de Aurion han avanzado más de lo que la inteligencia preveía. Su misión principal allí no es aniquilar a cada soldado enemigo, eso sería imposible. Su objetivo es la desestabilización estratégica. Necesitamos que las fuerzas japonesas se retiren. Si logran golpear sus centros de mando y suministros de forma que mantener la ocupación sea insostenible, habremos ganado esta etapa.

Ryuusei miró a sus compañeros. Ezequiel jugueteaba con su hacha de tungsteno, Bradley golpeaba sus empuñaduras, Kaira mantenía una mirada fría y calculadora, y Charles observaba sus guantes explosivos con fascinación.

—Haremos que se retiren, Arthur —aseguró Ryuusei—. O haremos que deseen nunca haber cruzado el mar.

Sterling le dio un último apretón de manos a Ryuusei. —Buena suerte. El mundo está mirando, aunque todavía no lo sepa.

Uno a uno, los miembros de la Operación Kisaragi subieron al helicóptero. Ryuusei fue el último en entrar. Se sentó junto a la ventana y, mientras la aeronave se elevaba, vio cómo la Base Genbu se hacía pequeña entre los árboles. La gran tortuga se quedaba atrás, pero su espíritu iba con ellos.

El viaje de una semana acababa de comenzar. Siete días de encierro metálico, de estrategias susurradas y de enfrentarse a los demonios internos antes de enfrentarse a los del campo de batalla. Ryuusei cerró los ojos, sintiendo el frío de la oscuridad de Snow en su pecho y el calor de la mano de Kaira, que se había sentado a su lado.

La guerra por Rusia, y por el alma del mundo, estaba a solo siete días de distancia.

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