Mi nombre es Haruki kiryuu, y aunque muchos podrían envidiar mi vida, la realidad es que nunca la he considerado perfecta.
Soy nieto de uno de los empresarios más influyentes de Japón, lo que me ha permitido llevar una vida cómoda, sin demasiadas preocupaciones materiales. Desde pequeño, crecí rodeado de lujos: educación de élite, ropa de diseñador y un departamento en una de las mejores zonas de Tokio. Todo eso, cualquier otro lo consideraría una bendición. Para mí… no ha sido más que una jaula silenciosa.
Siempre he sido un chico solitario, introvertido. Prefiero la tranquilidad de los libros al bullicio de las relaciones sociales. No tengo amigos. Ni los busco. La mayoría solo se me acercan por mi apellido o mi dinero, y aprendí pronto a mantenerlos a raya.
Mi familia es otro asunto complicado. Tengo dos primos con los que, digamos… no me llevo del todo bien. Pero la verdad, no me importa. Apenas los veo un par de veces al año, en esas reuniones donde todos fingen ser cercanos mientras ocultan sus verdaderas intenciones tras sonrisas falsas y vasos de whisky caro.
Vivo solo, en un departamento en la zona alta de Tokio. Desde mi balcón, se ve la ciudad parpadeando en neón como un cielo artificial hecho de concreto y vidrio. Suelo pasar las tardes leyendo novelas ligeras mientras disfruto una taza de té verde, con el aroma del jazmín que llega flotando desde los jardines cercanos.
Mi mundo es ordenado, silencioso, predecible. Y eso, para mí, significa seguridad.
Uno de los pocos lazo reales que tengo en esta vida es mi abuelo. El hombre que más respeto. No compartimos la misma sangre, pero me adoptó y me dio un hogar cuando más lo necesitaba. Gracias a él, tengo lo que tengo. Por él me esfuerzo. Por él quiero ser alguien digno de Admiración.
Pensaba que mi vida era estable. Que nada cambiaría. Pero el destino no necesita más que un instante para volverse cruel.
Todo comenzó una tarde cualquiera.
Estaba en el balcón, sumergido en la lectura de una novela ligera titulada El Dios de la Calamidad. Una historia sobre un dios solitario que destruía todo lo que amaba. Mi abuelo me la había regalado cuando era niño, pagó más de 200,000 yenes solo porque le gustaba la portada con estética medieval. En aquel entonces pensé que estaba loco por gastar tanto en un libro, pero con el tiempo comprendí que para él, el valor no estaba en el precio… sino en lo que significaba.
Justo cuando la historia alcanzaba su punto más intenso, mi teléfono vibró.
Era mi tía.
—Haruki… —su voz sonaba temblorosa, apenas un susurro quebrado—. Tienes que venir al hospital. Es tu abuelo… está muy grave.
Mi mente se quedó en blanco.
El libro resbaló de mis manos y cayó al suelo.
Mi corazón comenzó a latir con fuerza, demasiado fuerte.
El mundo a mi alrededor se volvió irreal, como si alguien hubiera bajado el volumen de todo lo que existía.
—¿Qué… dijiste?
En ese momento no lo sabía, pero esa fue la última tarde en que el mundo tuvo sentido.