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Chapter 4 - Capitulo 4:

Capítulo 4:

La mañana era gris, como si el cielo se rehusara a mostrar alegría en un día tan importante para Matt. El muchacho, aún acostumbrado al silencio de las calles que lo habían criado durante años, despertó sobresaltado al sentir una presencia en su habitación. Un murmullo bajo, apenas audible, lo hizo abrir los ojos.

—Hora de levantarse, Matt —dijo una voz fría pero no hostil.

Era Severus Snape, vestido con su habitual túnica negra. Su rostro serio no mostraba ni un ápice de emoción, pero sus ojos oscuros contenían un brillo que solo alguien muy atento podría notar: una mezcla de curiosidad y una pizca de respeto.

Matt se incorporó con lentitud. Su cuerpo aún se sentía extraño en la cama suave que el profesor snape hizo para el, Pasar de dormir entre cartones a una habitación acogedora del mundo mágico había sido un cambio brusco.

—¿Hoy vamos al… callejón? —preguntó, tallándose los ojos.

Snape asintió.

—Callejón Diagon. Hoy comprarás lo necesario para tu primer año en Hogwarts. Y tu varita.

Matt se quedó quieto por un momento. La palabra resonó con un eco especial en su mente. Varita. Algo dentro de él se agitó, como si su cuerpo reconociera una parte de sí mismo que aún no conocía.

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La chimenea del pequeño refugio mágico crepitó con llamas verdes. Snape tomó un puñado de polvo de su bolsillo y lo arrojó al fuego.

—Callejón Diagon —dijo con firmeza, y luego miró a Matt—. Entra.

El chico tragó saliva. Había visto magia por accidente, la suya propia, cuando la rabia o el miedo lo superaban. Pero esto era distinto. Era un acto consciente. Un paso.

Se lanzó dentro del fuego esmeralda y sintió como si un torbellino lo engullera. En segundos, fue lanzado con suavidad a una chimenea más grande, y al salir, sus ojos se abrieron como platos.

Había llegado.

El Callejón Diagon se extendía ante él como un sueño hecho realidad: tiendas apretujadas unas contra otras, calderos humeantes en las vitrinas, lechuzas graznando en jaulas colgadas y magos caminando con túnicas de colores vivos. La magia impregnaba el aire.

—¿Todo esto es real? —susurró Matt.

—Bienvenido al mundo mágico —respondió Snape.

Matt caminó con cautela, como si temiera romper algo con solo mirarlo. Al pasar frente a una tienda donde una vitrina exhibía escobas flotantes, un niño con lentes le sonrió desde dentro. Pero al notar que Matt no tenía túnica, su sonrisa se desvaneció y desvió la mirada.

Ahí está otra vez, pensó Matt. La diferencia.

Snape parecía notarlo todo, pero no dijo nada. Se limitó a avanzar, y Matt lo siguió.

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La primera parada fue en Madam Malkin's: túnicas para todas las ocasiones.

Una bruja de mediana edad los recibió con una sonrisa amplia y ojos chispeantes.

—¡Primer año en Hogwarts! ¿Verdad? Suba al taburete, jovencito.

Matt obedeció, y mientras le medían los brazos y hombros, la mujer no dejaba de hablar.

—Verás que te encantará Hogwarts. Un poco intimidante al principio, claro, pero nada que no puedas manejar. Oh, ¡tienes una complexión interesante! Eres delgado, pero se ve que has vivido... intensamente.

Matt no respondió. Sus ojos se posaron en el espejo frente a él. Por primera vez en su vida, se vio como un estudiante más. Aún sin varita, aún sin libros... pero encajando, aunque fuera solo por fuera.

Snape aguardaba en silencio, con los brazos cruzados, observando como un centinela que no necesitaba palabras para infundir respeto.

Una hora después, Matt tenía su primer juego de túnicas, capa de invierno, guantes y un sombrero puntiagudo que no terminaba de convencerlo.

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La siguiente parada fue en la librería Flourish and Blotts.

Matt quedó hipnotizado. Las estanterías llegaban hasta el techo, y algunos libros flotaban por sí solos. Otros murmuraban entre ellos en susurros mágicos. Snape le entregó una lista con los libros requeridos para primer año.

Mientras buscaba títulos como Transformaciones para Principiantes o Mil Hierbas y Hongos Mágicos, sus dedos se detuvieron en un tomo negro sin título, encajado entre libros polvorientos.

Apenas lo tocó, el libro se sacudió como si respirara.

—No ese —advirtió Snape, apareciendo a su lado—. Aún no.

—¿Qué era? —preguntó Matt, sin soltarlo.

—Magia antigua. Oscura. No para ti... todavía.

Matt sintió cómo el libro le temblaba en las manos, como si lo llamara. Pero soltó el tomo y asintió.

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Cruzaron luego hacia la tienda de pociones, donde Matt se abasteció de ingredientes básicos. Snape aprovechó para enseñarle nombres de componentes.

—Cola de rata peluda. No es tan útil como suena. —Snape le lanzó una mirada lateral—. Pero a veces la poción más simple puede salvarte la vida.

Matt asentía, escuchando con más atención de la que nunca había prestado en su vida. Algo dentro de él se conectaba con ese conocimiento. Como si lo hubiese estado esperando desde siempre.

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Finalmente, llegaron a la tienda más importante.

Ollivanders: fabricantes de varitas desde 382 a.C.

El interior de Ollivanders era un caos perfectamente ordenado. Cajas y cajas de varitas reposaban en estantes que se alzaban hasta tocar el techo, como si guardaran la historia misma de la magia. El polvo flotaba en el aire iluminado por la tenue luz de una lámpara flotante, y una sensación casi sagrada impregnaba cada rincón del lugar.

Matt se mantuvo de pie junto a Snape, observando en silencio mientras el señor Ollivander, un hombre de ojos saltones y cabello alborotado, se acercaba desde la trastienda.

—Ah, Severus Snape… —musitó el anciano con una sonrisa—. Hace años que no te veía por aquí. ¿Y este joven?

—Su nombre es Matt —respondió Snape con voz grave—. Es su primera varita.

Ollivander se inclinó levemente hacia Matt, mirándolo como si pudiera leer su alma con un vistazo.

—Sí… sí… lo siento. Es… diferente.

Matt no dijo nada, pero su estómago se revolvió. Otra vez esa palabra: diferente.

—Probemos algo simple —dijo Ollivander, sacando una varita de una caja cercana—. Fresno, 25 centímetros, núcleo de pelo de unicornio. Flexible, dócil. Adelante, agítala.

Matt la sostuvo. Era ligera, agradable al tacto. La agitó suavemente.

Nada.

Ni una chispa.

—Mmm… no —dijo Ollivander—. Veamos esta. Sauce, 28 centímetros, fibra de corazón de dragón.

Matt la intentó.

Silencio. Como si la varita no lo reconociera.

Una tras otra, Ollivander le fue entregando varitas: de tejo, cerezo, abeto, nogal, caoba. Núcleos de pluma de fénix, pelo de veela, incluso fibra de testral.

Ninguna reaccionó.

Algunas temblaban en su mano, otras ni eso. Una incluso explotó en una pequeña chispa inofensiva que rebotó en el suelo. Snape alzó una ceja, preocupado.

—Esto no es normal —murmuró Ollivander, entrecerrando los ojos—. No… esto es raro.

Matt tragó saliva. Una vez más, el rechazo. Las varitas lo sentían... fuera de lugar. Indigno.

—Tal vez… —Ollivander giró bruscamente sobre sus talones y desapareció en la parte trasera de la tienda.

El silencio fue tenso. Matt bajó la mirada a sus manos. Pensó en la llama negra que había visto arder sin control meses atrás. Pensó en los sueños donde el fuego lo rodeaba, obediente, como si fuera parte de él.

Volvió Ollivander con una caja distinta, envuelta en una tela negra vieja, con bordes dorados y una inscripción que Matt no pudo entender.

—No suelo ofrecer esta varita —dijo con voz baja—. Nunca ha encontrado un dueño. Es especial.

La caja se abrió con un leve clic, revelando una varita de madera oscura, casi negra, con vetas doradas que parecían brillar bajo la tenue luz de la tienda. Un leve calor emanaba de ella.

—Madera de ébano abisal, una de las más resistentes conocidas. Núcleo doble: pluma de fénix y corazón de dragón. Nunca he creado otra igual. El núcleo arde con fuego, literalmente. Tiene voluntad… como pocas.

Matt extendió la mano.

La varita pareció responder antes de tocarla. Un susurro de magia recorrió el aire, y en cuanto sus dedos la cerraron, un estallido de energía lo envolvió. Una chispa oscura, una llamarada negra como el carbón brilló en el aire, envolviendo brevemente su brazo.

Snape retrocedió instintivamente.

Ollivander no dijo nada. Solo sonrió.

—Sí —dijo en un murmullo reverente—. Ella te ha elegido.

Matt bajó lentamente la varita. El calor aún vibraba en su palma. No era fuego común. Era… suyo. Familiar. Vivo.

—Pertenecen el uno al otro —dijo Ollivander—. Pero… ten cuidado. Esa varita es como un dragón dormido. Si la despiertas sin estar preparado… podrías quemarte.

Snape lo miró de reojo, preocupado pero silencioso.

—Vamos —dijo al fin, girando hacia la salida.

Matt guardó la varita con cuidado, como si llevara un pedazo de sí mismo por primera vez.

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