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Chapter 5 - Capitulo 5:

Capítulo 5:

La tienda de Ollivanders quedó atrás, envuelta en un silencio que no se rompía ni siquiera con el crujir de las viejas maderas del Callejón Diagon bajo sus pies. Matt caminaba al lado de Snape, pero el mundo que los rodeaba parecía distante, como si se hubiera sumido en un sopor luego de presenciar algo que no comprendía del todo.

Apretaba la varita en su mano, todavía sintiendo el leve calor que esta le había dejado en la palma. Era suya. Por primera vez en su vida, algo lo había elegido.

No supo cuánto tiempo caminaron hasta que llegaron a un pequeño restaurante mágico escondido en una esquina entre Emporio de la Lechuza y una tienda de pociones raras. La fachada era discreta, pero dentro, el aire estaba tibio y olía a pan recién horneado, hierbas frescas y un leve toque de canela.

Snape eligió una mesa al fondo, junto a una ventana que daba a un pasadizo empedrado. Cuando se sentaron, nadie los miró demasiado. Pero Matt sí los miró a ellos.

Familias. Madres arreglándole las túnicas a sus hijos. Padres dándoles monedas de oro para comprar dulces. Hermanos riendo y peleando por el último pastel de calabaza. Toda una vida que él solo podía imaginar.

Matt desvió la mirada.

Una bruja amable se acercó para tomar el pedido. Snape pidió té oscuro y un estofado de ternera con puré de raíces. Matt simplemente murmuró: "Lo mismo", sin levantar mucho la vista.

Cuando la comida llegó, el silencio los acompañó un largo rato. Snape comía con la calma de quien había repetido ese almuerzo un centenar de veces, mientras Matt jugueteaba con la cuchara.

—¿No tienes hambre? —preguntó Snape, sin mirarlo.

Matt se encogió de hombros.

—No estoy acostumbrado a comer con alguien.

Snape no respondió de inmediato. Se limitó a tomar un sorbo de té, dejando que el silencio se acomodara entre ellos una vez más. Pero esta vez, no era incómodo. Era como una pausa necesaria antes de algo importante.

—¿Quieres hablar de ellos? —preguntó Snape finalmente.

Matt tardó unos segundos en entender a qué se refería. Luego, asintió, bajando la mirada al plato intacto.

—Murieron cuando tenía siete años. Un accidente... o eso dijeron. Un coche chocó con el nuestro. Me desperté en medio del fuego... y salí ileso.

Snape lo miró por primera vez directamente. Sus ojos eran oscuros, pero no vacíos. Había en ellos un tipo de comprensión que Matt no había visto en nadie, excepto en sus padres.

—Después de eso... algo cambió. Empecé a sentir cosas raras. A veces cuando me enojaba, cosas explotaban. O la gente me evitaba. Al principio pensé que estaba mal de la cabeza.

Snape dejó el tenedor a un lado.

—No estabas loco. Tu magia se liberó por el trauma. Es más común de lo que crees, aunque no en esa... magnitud.

Matt asintió, aunque en su interior seguía sintiéndose extraño. Había hablado tan poco de aquello, que ahora, al ponerlo en palabras, le parecía una historia ajena.

—Viví en la calle unos años. Aprendí a esconderme, a no confiar. Dormía donde podía. Robaba cuando tenía hambre. Una vez un hombre intentó... —se detuvo, su voz se quebró brevemente—. No importa. Hice que su coche explotara solo con gritarle. Fue la primera vez que lo vi. El fuego... el negro.

Snape no se inmutó, pero algo en su mandíbula se tensó.

—Tu magia está viva, Matt. No es solo un poder. Es una extensión de tu alma. Cuando uno sufre tanto... la magia no solo responde. Protege.

Matt finalmente lo miró.

—¿Te ha pasado a ti?

Snape sostuvo su mirada un segundo demasiado largo.

—Sí —respondió con voz baja—. Aunque no fue fuego... fue otro tipo de oscuridad.

El ambiente se volvió más espeso, como si el aire mismo se hubiera empapado de memorias. Matt dejó de comer por completo. Sentía que la conversación, sin saber cómo, estaba a punto de tocar algo más grande que él, algo enterrado.

Snape se recostó ligeramente en la silla, su mirada fija en la ventana, como si lo que iba a decir no fuera para Matt, sino para alguien más que ya no estaba.

—Hubo una vez... —comenzó, y su voz no tembló, pero se hizo más grave, más íntima— alguien que también necesitaba protección. Una mujer.

Matt escuchó, en silencio.

—Éramos niños cuando la conocí. Ella era... brillante. Capaz de ver cosas que los demás no podían. Me aceptó cuando nadie más lo hacía. Era una bruja, claro. Yo... un muchacho con más rabia que futuro. Pero con ella... todo parecía más claro.

Matt no interrumpió. Podía sentir cómo cada palabra salía de un rincón cuidadosamente sellado del corazón de Snape.

—Pasaron los años. Fuimos a Hogwarts. Ella a una casa, yo a otra. El mundo empezó a dividirse y... cometí errores. Palabras que nunca debí decir. Elecciones que no sabía que eran tan peligrosas. Y para cuando me di cuenta de lo que estaba en juego... ya era tarde.

Snape desvió la mirada por primera vez. Parecía luchar contra recuerdos que no deseaban ser compartidos.

—Ella murió —continuó, con la voz apenas más que un susurro—. A manos de alguien a quien juré servir. Pensé que podría protegerla. Pensé que si hacía lo suficiente, si suplicaba lo suficiente, ella viviría.

Matt contuvo el aliento.

—Pero no fue así. Él fue tras su familia. Su esposo también murió. Los dos... dejaron un niño. Un bebé.

El silencio se volvió absoluto. Las palabras de Snape colgaban en el aire, tan pesadas como el recuerdo que las impulsaba.

—El hechicero que los mató... era el más oscuro que el mundo ha conocido. Algunos no se atreven ni a pronunciar su nombre. Pero ese día, cuando intentó asesinar al niño, algo falló. El hechizo rebotó. Él... desapareció. Y el niño vivió.

Los ojos de Matt se agrandaron.

—¿Sobrevivió? ¿Un bebé?

Snape asintió lentamente.

—Sí. Aunque no sin consecuencias. Esa noche le dejó una cicatriz... y una vida marcada. Todos lo ven como un símbolo. Como "el niño que venció al señor oscuro". Pero no ven el peso que eso trae. La soledad. La expectativa. La pérdida.

Matt apretó su varita con fuerza. Podía sentir cómo las emociones se arremolinaban dentro de él: tristeza por esa mujer, por ese niño; una silenciosa rabia hacia ese mago que les había quitado todo... y una extraña conexión con la historia.

—¿Y tú? —se atrevió a preguntar— ¿Qué hiciste después?

Snape volvió a mirarlo, y por un instante, sus ojos no eran los del profesor frío y severo que todos temían, sino los de un hombre que había cargado demasiadas tumbas en el alma.

—Me arrodillé ante el único que pudo salvarlo. Le juré lealtad. Le ofrecí mi vida. No por redención. No por perdón. Sino por ella. Porque era lo único que me quedaba de ella.

Matt sintió un nudo en la garganta. No había nombre en esa historia. Ningún rostro. Pero la forma en que Snape la había contado... era como una confesión sellada en sangre.

—¿El niño sabe? —preguntó, en voz baja.

—No —respondió Snape con firmeza—. Y no debe saberlo. No ahora.

El silencio volvió. Pero esta vez no era incómodo, ni pesado. Era solemne. Como si ambos entendieran que habían compartido algo sagrado.

—¿Y qué pasó con ese mago oscuro? —preguntó Matt finalmente, su voz apenas un murmullo entre la vajilla y la brisa que se filtraba por la ventana.

Snape bajó la mirada, como si aquella pregunta despertara un temor que jamás abandonaba su conciencia.

—No murió —respondió con tono seco, casi resentido—. Simplemente... desapareció. Herido, quebrado, despojado de forma. Pero no muerto. Y los que lo seguimos... —hizo una pausa breve, como si la palabra fuera veneno en su boca—, los que lo seguimos, fuimos marcados para siempre. Algunos escaparon. Otros fingieron haberlo abandonado. Y unos pocos... seguimos luchando para que jamás regrese.

Matt sintió que un escalofrío le recorría la espalda. Aquel mago no era un mito ni una sombra del pasado; seguía siendo una amenaza, un susurro latente en los rincones de la historia mágica.

—¿Y ese niño? ¿Él lo sabe?

Snape le dirigió una mirada más dura, no de ira, sino de advertencia.

—Él sabe lo que el mundo le cuenta. Que es un símbolo. Una esperanza. Pero el mundo olvida que los símbolos también sangran. Y ese niño... ha sangrado más de lo que debería a su edad.

Matt desvió la vista hacia su plato, aunque ya hacía rato que no probaba bocado. Había dolor en esas palabras, no solo por la historia contada, sino por lo que no se decía. Ese niño... no solo era la herencia de una guerra; era también un espejo de todo lo que Snape había perdido.

—¿Tú lo proteges? —se atrevió a decir, sin mirarlo.

La respuesta no tardó, aunque fue más suave de lo que esperaba.

—Lo intento.

Silencio.

Un cuervo graznó en el alféizar de la ventana. Las sombras en las paredes comenzaban a alargarse. Y aun así, la conversación no se disolvía, como si en ese rincón del Caldero Chorreante el tiempo se hubiera detenido a escuchar.

—No es fácil cargar con una historia —susurró Matt—. Que te miren como algo que no pediste ser... que esperen cosas que no sabes si puedes dar...

Snape lo observó por un largo momento. Sus ojos se entrecerraron, como si repentinamente viera algo en Matt que antes no había notado del todo.

—No es lo mismo, pero sí —dijo al fin—. El mundo mágico suele olvidar que detrás de cada historia... hay una infancia que se pierde. Una identidad que se fragmenta.

Matt asintió, entendiendo.

—Tal vez por eso yo nunca quise ser un símbolo —añadió—. Solo quería un lugar. Un hogar. Que alguien me mirara sin miedo.

Snape se quedó en silencio. Luego, de forma inesperada, retiró su plato con un suave gesto de varita y se levantó.

—Ven —dijo simplemente.

—¿A dónde?

—Hay algo que quiero mostrarte.

Matt se puso de pie, confundido pero curioso. Salieron juntos del comedor del Caldero Chorreante, cruzando el pasillo de madera crujiente que llevaba hacia una puerta trasera. No dijeron nada mientras bajaban unos peldaños de piedra que daban a un pequeño patio interior, vacío salvo por unas bancas y unas flores silvestres que crecían desordenadamente.

Snape se sentó, indicándole con un gesto que hiciera lo mismo.

—Hay una razón por la que te estoy contando esto —dijo finalmente, en tono más bajo—. No solo porque lo merezcas, sino porque estás a punto de entrar a un mundo donde muchos no te entenderán.

—¿Por ser muggle?

—Por ser diferente.

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