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Chapter 9 - Capítulo 8 – Ecos de un nombre olvidado

Gotham Sur – 08:37 a. m. – Biblioteca Pública East Narrows

Elías Grave llegó una hora antes de lo necesario. No porque quisiera impresionar a sus empleadores, ni porque fuera particularmente amante de las rutinas laborales. Lo hacía porque la biblioteca estaba vacía a esa hora, y el silencio tenía un eco distinto cuando aún no se manchaba con la respiración del mundo.

Entró sin hacer ruido. El conserje, un anciano de rostro huesudo y gafas gruesas, le dedicó un saludo con la cabeza. A estas alturas, ya no le preguntaba por qué llegaba tan temprano. Ni por qué no tomaba descansos. Ni por qué se quedaba después de la hora de cierre, archivando libros que nadie había leído en una década.

Era un buen lugar para un fantasma.

Camino entre los estantes, Elías se detenía de vez en cuando a deslizar las yemas por los lomos de libros viejos, como si pudiera absorber su memoria por ósmosis. “La peste escarlata”, “Mitología mesopotámica”, “Política y justicia en la era post-Darkseid”. Nada muy alejado de las tragedias que había presenciado.

A veces, las sombras a su alrededor susurraban, impacientes por moverse. No hablaban en voz alta. No lo necesitaban. Una mirada bastaba.

—No aún —dijo en voz baja, para nadie y para todos.

Beru, invisible para los ojos mortales, permanecía cerca. Igris, a metros de distancia, vigilaba como estatua viviente desde la azotea del edificio. Bellion solo se manifestaba cuando las emociones de Jin-Woo (o Elías) se agitaban demasiado.

Pero hoy era un día para la rutina. Para los humanos.

A las 9:00 a. m., encendió los sistemas de préstamo. A las 9:03, ajustó los códigos de seguridad internos. A las 9:10, la puerta principal se abrió, y el primer visitante cruzó el umbral.

Una niña.

Tendría unos ocho años. Piel morena, cabello rizado y grandes ojos con ojeras prematuras. Se llamaba Nara. Venía casi todos los días, y siempre sola. Ya lo conocía.

—¿Tienes el libro de los dragones otra vez?

Elías asintió con una sonrisa leve. Su voz, como su rostro, era suave pero difícil de descifrar.

—Lo devolvieron anoche. Segunda estantería a la izquierda, tercer nivel.

Ella corrió sin decir más. Y él la observó, como un padre observando lo que no pudo tener.

“Jin-Ho tendría esa edad ahora…”

“Si el mundo no hubiera sido devorado.”

No dejó que el pensamiento madurara. Tenía cosas que hacer.

Distrito Bowery – 13:22 p. m. – Archivo Civil de Gotham

Días antes, Elías Grave no existía.

Literalmente.

Y sin embargo, ahí estaba su registro de nacimiento, certificado por la ciudad de Gotham. Padre fallecido, madre desconocida. Educación virtualizada en la periferia. Un historial laboral limpio. Referencias laborales comprobables. Residencia alquilada en el distrito East End.

Todo en regla.

Todo falso.

Con ayuda de Greed —una de sus sombras menores con capacidades técnicas sorprendentes—, Jin-Woo se infiltró en el sistema informático sin disparar una sola alarma. No fue magia, ni un simple hackeo: fue una reescritura quirúrgica de la base de datos oficiales, acompañada por pruebas físicas bien sembradas. Fotografías de infancia generadas por magia ilusoria. ADN de una sombra humana previamente consumida. Un rastro tan limpio que se convertía, para los ojos expertos, en una mancha evidente.

Y esa mancha llegó a Amanda Waller.

Sala de Inteligencia de Cadmus – 01:47 a. m. del día anterior

—¿Elías Grave? —preguntó Amanda, con la voz cortante.

Una pantalla proyectaba su expediente. Una persona demasiado perfecta, con un pasado demasiado incomprobable. Ni una multa, ni una enfermedad, ni una visita a urgencias. Solo un patrón de comportamiento estable y predecible.

Demasiado estable.

—¿Por qué Gotham? —preguntó.

Uno de los analistas de Cadmus, un joven de apellido Tran, levantó la mano.

—Coincidencia. O eso parece. Trabaja como bibliotecario en una de las zonas más tranquilas. No interactúa con figuras de riesgo, no tiene historial de comunicación digital sospechosa, y nunca ha salido de la ciudad desde su llegada. Pero… hay un pequeño problema.

—¿Cuál?

—Detectamos una anomalía en la activación del sistema cívico de Gotham hace tres semanas. Una sobrescritura de seguridad, perfectamente camuflada, pero… imposible de rastrear con precisión. Como si alguien supiera exactamente cómo no ser encontrado.

Amanda entrecerró los ojos. Había aprendido a temer a lo que no podía rastrear. Y ese tipo se escondía demasiado bien para estar huyendo de algo tan simple como la vida.

—Mantengan vigilancia pasiva. Nada agresivo.

—¿Y si se trata de un meta?

—No actúen. Observamos. Y si rompe el patrón… lo sabremos.

Gotham Sur – 15:06 p. m. – Librería adjunta a la biblioteca

Ese mismo día, después de su turno, Elías solía cruzar la calle y pasar unos minutos en la pequeña librería que quedaba justo enfrente de la biblioteca. No compraba nada. A veces no leía. Simplemente observaba.

La dueña, una mujer en sus cincuenta llamada Magda, ya se había acostumbrado a su presencia silenciosa.

—Hoy pareces más humano —dijo con media sonrisa.

Él la miró con una ceja alzada.

—Eso suena a insulto para algunos.

—En Gotham no. Aquí lo inhumano es moneda corriente. Lo que da miedo no son los monstruos, sino los hombres sin alma.

Jin-Woo se permitió una sonrisa breve.

—Y sin embargo seguimos vivos.

—Por costumbre —replicó ella—. ¿Quieres café?

Aceptó. Magda tenía un pasado más interesante que muchos agentes del DEO. Ex periodista. Casi fue asesinada por Black Mask. Su esposo murió durante la guerra con Apokolips. Pero su alma seguía entera. Y su mirada, afilada.

—No eres de aquí —le dijo una vez, sin malicia.

—¿Por qué lo crees?

—Porque los tuyos no miran como tú. Tú observas. Como alguien que ha visto demasiadas ciudades morir.

Él no respondió. No tenía cómo hacerlo sin quebrarse un poco.

Callejón trasero – Gotham Sur – 19:41 p. m.

Jin-Woo caminaba hacia casa, siguiendo una ruta distinta. No por miedo. No por necesidad. Simplemente… para explorar. Era una manía adquirida desde sus días de cacería en portales: nunca volver por el mismo camino.

Los callejones de Gotham tenían vida propia. Grafitis de advertencia. Basura acumulada. Techos bajos que pesaban sobre los hombros. En uno de ellos, una figura juvenil lo esperaba sin saberlo.

—Oye… alto ahí.

Era un chico. No más de dieciséis años. Sostenía un cuchillo oxidado con ambas manos. El miedo le temblaba en los labios más que en las piernas. Piel clara, cabello sucio, camiseta de los Gotham Knights, y los ojos de alguien que dormía con un ojo abierto cada noche.

—Dame lo que traes.

Jin-Woo no se movió.

—No tengo nada de valor.

El chico dudó. Le apuntó al pecho.

—Mentira. Ese abrigo cuesta más de lo que gano en un mes.

—¿Trabajas?

—¿Y tú qué crees?

La sombra de Igris se agitó tras los muros, pero Jin-Woo levantó una mano leve. No. Aún no.

—¿Cómo te llamas?

—Tú cállate y suelta el maldito—…

Una sombra envolvió el cuchillo. Desapareció de sus manos. El chico cayó hacia atrás del susto, aterrizando sobre basura húmeda.

—¡¿Qué fue eso?! ¡¿Qué hiciste?!

Jin-Woo se agachó frente a él. Sus ojos no eran hostiles. Solo… insondables.

—Vuelve mañana. A la biblioteca. Diles que te mando yo.

—¿Qué…?

—Pregunta por Elías Grave.

Y se marchó, sin volverse. La sombra que había tomado el cuchillo se deslizó hacia una rendija y desapareció como el humo.

Residencia de Elías Grave – Distrito East End – 21:08 p. m.

Su apartamento era pequeño. Ordenado. Había pocos muebles. Libros en las paredes, una mesa de té, una pequeña cocina, y una ventana con vista a las luces sucias de Gotham.

Encendió la lámpara con un gesto lento. No necesitaba dormir, pero lo hacía a veces. Por disciplina. Para sostener su fachada humana. O tal vez porque los sueños eran lo único que le devolvía rostros que el mundo había borrado.

Se sentó.

Beru apareció a su izquierda, en cuclillas, con sus ojos compuestos brillando de preocupación.

—Mi rey. ¿Por qué no lo detuvimos?

—No era necesario.

—Intentó heriros.

—Estaba desesperado, no corrompido. Eso marca la diferencia.

Beru bajó la mirada. Igris apareció también, silencioso como siempre. Jin-Woo giró hacia él.

—¿Tú qué piensas?

El caballero negro alzó la cabeza con lentitud.

—Si deseáis crear raíces aquí… necesitáis también salvar lo que aún es redimible.

Una frase simple. Pero en ella estaba la razón de su nueva existencia.

Flashback mental – Dimensión entre sombras – Tiempo indeterminado

Las imágenes eran fragmentadas.

Su madre, preparando sopa. Jin-Ah, quejándose por la temperatura. Jin-Ho, dormido sobre su regazo mientras el mundo ardía.

La escena se partía. Luego aparecía Beru, gritando de agonía mientras evolucionaba bajo su mando. Igris enfrentando hordas con un estoicismo que parecía eterno. Bellion inclinando la cabeza con respeto… y con una sombra de temor.

Jin-Woo, de rodillas, sintiendo que todo lo que había protegido se le escapaba entre los dedos.

Y luego, el mundo reiniciado.

Pero los recuerdos seguían allí. Enteros. Vivos.

“No soy un dios. Ni un gobernante.”

“Soy un hombre que se niega a olvidar lo que perdió.”

Cuando despertó de ese trance de pensamiento, las sombras ya estaban dispersas. Solo Beru permanecía cerca, vigilando desde la oscuridad como un centinela fiel.

Biblioteca – Día siguiente – 08:52 a. m.

El chico volvió.

No llevaba cuchillo. No llevaba nada. Solo una cara más limpia y un rastro de vergüenza mal disimulada. Jin-Woo lo estaba esperando en la sección de libros juveniles, leyendo uno de psicología conductual.

—Pensé que no vendrías —dijo sin levantar la vista.

—Tampoco yo. Pero… no tenía otro lugar.

—Eso se puede arreglar.

—¿Por qué haces esto? —preguntó el chico, tenso.

Jin-Woo alzó la mirada.

—Porque tú aún puedes elegir quién ser. Eso es más de lo que muchos tienen en esta ciudad.

No hubo respuesta inmediata. Solo silencio. Luego el chico tomó asiento. Y por primera vez en mucho tiempo, abrió un libro.

Sala de Control – Cadmus – 23:12 p. m.

Amanda Waller revisó los reportes del día.

Elías Grave había entrado a las 8:00 a. m.

Se retiró a las 16:00.

Tomó té en la librería vecina.

Ayudó a una mujer mayor con un libro sobre su pensión.

Y pasó dos horas enseñando a leer a un menor con antecedentes.

Todo… perfecto.

Y sin embargo, ni una sola llamada telefónica. Ninguna red social. Ninguna visita médica. Ningún rastro de emoción fuerte detectada por el algoritmo de comportamiento.

Era como si Elías Grave hubiera sido diseñado para parecer humano. No para serlo.

Amanda cerró el expediente con gesto seco.

—Vigilen su entorno. No a él. A lo que toca.

Una de sus asistentes alzó la voz.

—¿Y si solo es un civil particularmente reservado?

—Entonces es el primero en Gotham —dijo Waller, en tono fúnebre—. Y eso lo hace el más sospechoso de todos.

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