― ¿Todavía duele? ―preguntó un hombre, mirando el brazo vendado de Richarzon, allí donde antes estaba su mano.
Ambos permanecían en la enfermería de la secundaria, el olor a desinfectante mezclado con la sangre reseca en las vendas.
―La anestesia ya hizo efecto ―respondió con sequedad―. Pero no puedo creer que perdí una mano… maldito niño mono… ―escupió, cansado y furioso.
―Según escuchamos, Nordor y Noeredor están peleando contra el abuelo de la chica. Y Gorgo y el pibe están contra esa criatura rara…
―Ya veo… ―murmuró Richarzon, con los ojos entrecerrados. Luego bajó la voz―. Ey… ¿no te parece excesivo lo del secuestro? Al fin y al cabo, la nieta del anciano no tiene nada que ver…
El otro se encogió de hombros.
―Me da igual. Nos pagan bien. Y nuestros nombres jamás van a mancharse… somos inmunes a la ley.
Richarzon lo miró de reojo, en silencio. El eco de la palabra inmunes le dejó un sabor amargo.
«Hace años estaba dispuesto a pagar la pena de muerte por mis actos… morir hoy es un privilegio. Que vos te aferres a la vida, sabiendo la basura que fuiste… me deja en claro lo egoístas que somos y fuimos…».
Las palabras de Gorgo volvieron a martillarle la cabeza a Richarzon. Palabras de un hombre que estaba preparado para morir.
―Mierda… deberíamos estar alertas ―dijo el hombre, nervioso―. Nos avisaron que Nordor y Noeredor quedaron fuera de combate. El viejo puede aparecer en cualquier momento…
―Es verdad… ―susurró Richarzon.
― ¿Eh?…
―Tenés razón… somos inmunes a la Ley. ―Richarzon bajó la mirada, y una sombra se dibujó en su rostro―. Una lástima que vos no seas inmune… a las tijeras.
― ¿De qué hablas?… ―alcanzó a preguntar, antes de sentir el filo atravesándole el pecho.
Un chorro caliente de sangre manchó el suelo. Richarzon lo sostuvo de cerca, clavándole la tijera con la misma calma con la que se vendaba.
―Do'cientos cree que nos controla… pero hoy… hoy yo soy carne de cañón… ―escupió, apretando los dientes. ―hoy le romperé la ecuación.
…
Un estruendo sacudió la calle cuando Max apareció como un relámpago, conectando una patada que Garuda detuvo apenas con su antebrazo.
El choque levantó chispas de energía.
Aprovechando la apertura, Gorgo rugió y se abalanzó, aferrando con ambas manos la cola del simio divino. Los dedos se hundieron con fuerza… hasta que un grito animal cortó el aire.
― ¡Maldito! ―
Garuda giró sobre sí mismo, y con un movimiento de pura furia descargó una patada de hacha. El impacto sacudió el pavimento y estrelló a Gorgo contra el suelo con un estrépito seco.
El semidiós jadeaba, con la mirada encendida. Una sonrisa grotesca le deformó la cara.
― ¡Qué divertido…! ¡Es muy divertido! ―rugió, abriendo los brazos como si el dolor y la lucha fueran un festín.
― ¡Tenemos que seguir! ¡Estamos cerca! ― rugió Max, lanzándose de frente contra Garuda. El golpe resonó como un trueno, sacudiendo la mandíbula del semidiós y arrancándole un gruñido visceral.
…
En otra parte de la ciudad, el silencio del cuarto de Gouten estaba roto solo por su propia respiración agitada.
―Maldita sea… maldita sea… ― repetía, cada palabra acompañada de un salto, una sentadilla, un movimiento torpe, desesperado por hacer sudar su cuerpo.
El sudor le corría por la frente, pero no era suficiente.
― ¡Necesito hambre…! Necesito ver esa esfera roja… ¡tengo que dominarla! ¡Dominar el instinto! ― golpeó el suelo con los puños.
Su voz se quebró, cargada de rabia y miedo.
― ¿De qué sirvo, encerrado aquí, mientras Max y el maestro arriesgan la vida por Oliver y Hanabi? ― jadeó, apretando los dientes. ― ¡No puedo permitirme ser un inútil!
― ¡Por el bien de mi primo! ― rugió Gouten, con la garganta ardiendo. ― ¡Voy a dominar a Gouron! ¡Kyodaina… serás mío!
…
El crujido de huesos retumbó en el aire cuando Garuda hundió el puño en el torso de Gorgo, lanzándolo contra el chasis retorcido de un auto. El grandulón jadeó, alzando la vista justo a tiempo para ver los ojos carmesí de Max, encendidos por la furia del Kyodaina.
Los dos se encontraron en un instante brutal.
Un giro, un rugido, y el choque de sus puños levantó ondas en el suelo como si la tierra misma se estremeciera.
― ¡Así me gusta! ― bramó Garuda con una sonrisa salvaje. ― ¡Esfuérzate más!
Garuda sujetó a Max del brazo y lo arrojó como si fuera un muñeco, estampándolo contra Gorgo. Antes de que pudieran reaccionar, una esfera de Ki estalló detrás del auto, envolviendo todo en fuego y lanzando a los dos hombres de nuevo hacia él.
Con ambos brazos extendidos, Garuda los recibió con un golpe seco en la tripa, doblándolos en un mismo impacto.
― ¡Esto sí es vida! ― rugió, con los ojos brillando de frenesí.
Pero en el instante siguiente, sintió la presión. El brazo de Max se enroscó como una serpiente en su cuello, y con una sacudida feroz lo arrastró de cara contra el suelo, levantando polvo y chispas.
Garuda se apartó con agilidad felina, dejando espacio a Gorgo para lanzar un auto hacia él. Max replicó el movimiento con precisión, haciendo estallar el vehículo con una orbe de Ki.
Entre las llamas y los escombros, Garuda se levantó, su sonrisa carbonizada irradiando emoción y motivación.
― ¡Hagamos las cosas más interesantes! ― rugió, mientras manifestaba una esfera de energía del tamaño de una pelota de béisbol.
― ¿Qué va a…? ― murmuró Max, confundido ante la súbita maniobra.
― ¡Mira lo que tu hermano desarrolló mientras entrenaba! ― exclamó Garuda, clavando sus ojos carmesí en Max.
Con un impulso feroz, alzó el pie, giró la cadera y lanzó la esfera. Antes de desprenderla, acarició con dos dedos el borde de la esfera, imprimiéndole un giro lateral brutal.
La esfera voló recta, pero girando a una velocidad vertiginosa, como un taladro energético imposible de detener. Max levantó las manos, preparado para recibirla.
Max soltó un leve suspiro antes de que la esfera impactara con violencia en sus palmas. La fuerza de rotación era tan brutal que desgarraba la carne de sus dedos, quemándolos en el acto.
Fue inteligente. Muy inteligente. En vez de resistir de frente, Max cerró los ojos por un instante, sintiendo la rotación con sus manos. Moviéndose a favor del giro, desvió la trayectoria de la esfera en el último segundo, lanzándola hacia un costado.
El precio: sus manos quedaron destrozadas por quemaduras horribles, y parte del abdomen fue rozado por la energía, dejando una herida profunda.
Pero seguía en pie.
Garuda lo miró sorprendido, sus labios curvándose en una sonrisa de respeto.
―A pesar de no haber visto la técnica ni una sola vez… te salvaste…
Max cerró los ojos un instante, respirando hondo con orgullo, y volvió a fijar la mirada en su rival.
― ¿Eras un soldado? ―preguntó Garuda, ladeando la cabeza con curiosidad salvaje―. Dime… ¿qué clase eras?
―Clase media… ―respondió Max, serio, con los puños ensangrentados en alto.
El semidiós sonrió con respeto.
―Pues yo, Garuda, hijo de Gouron, te nombro Guerrero de clase alta, Max Songoku. ¡Pelea para afirmar tu dignidad en este título!
Max esbozó una media sonrisa, con sangre goteando por sus manos.
―Me honra que un dios me reconozca… pero no son rangos lo que busco para mi futuro.
― ¡Gorgo! ―rugió Max de repente.
Garuda giró la mirada justo a tiempo para ver el puño aproximándose a su rostro.
― ¡No lo digas dos veces! ―gritó Gorgo, extendiendo su brazo al unísono.
El semidiós se cubrió instintivamente, pero fue un error. El puño de Max descendió en seco, impactando contra el asfalto y levantando fragmentos de piedra. En ese mismo instante, el brazo faltante de Gorgo se enroscó como una cadena viva alrededor de la cintura de Garuda.
Con un giro brutal, lo enlazó con el otro brazo y lo levantó por encima de su cabeza.
Luego, se dejó caer de espaldas con todo su peso, enterrando al dios de cabeza contra el suelo con un estruendo que hizo temblar el asfalto.
―¡Lo tenemos! ―gritó Max, corriendo hacia ellos, con la mirada fija en la cola del dios.
«¡Debo arrancársela! ¡Ahora o nunca!»
―¡APÚRATE! ―rugió Gorgo, tensando los músculos mientras contenía a Garuda con todas sus fuerzas.
Los dedos de Max estaban a centímetros de enroscarse en la debilidad del semidiós, a un paso de recuperar a su hermano. Pero en ese instante, un estallido repentino los sacudió.
La onda expansiva lanzó a Max y a Gorgo en direcciones opuestas, arrancándolos de su oportunidad.
Libre al fin, Garuda se incorporó con una mueca de furia. Un tenue brillo carmesí se extinguía en su garganta.
Con el rostro aún hundido en la tierra, había descargado un rayo desde su boca, desatando una explosión en área que lo salvó de aquella humillante derrota.
Max fue el primero en levantarse entre los escombros… y también el primero en caer.
Garuda lo atrapó del cabello con una sonrisa torcida y, sin darle respiro, le estampó la rodilla de lleno en la nariz.
Max intentó zafarse, pero un puñetazo seco le sacudió la mandíbula.
― ¡Mierda! ―rugió Gorgo, lanzándose a auxiliarlo.
Garuda giró con una fluidez inhumana: un solo movimiento bastó para impactar su puño en el pecho del grandulón y devolverlo al suelo.
Antes de que Max pudiera responder, el pie del semidiós se estrelló en su estómago como un martillo, lanzándolo de espaldas contra la reja de hierro.
― ¡mocoso! ― grito preocupado Gorgo desde el suelo. Pero él ya estaba fuera de combate. Max había soltado su ultimo suspiro de conciencia antes de quedar dormido.
Lo único que alcanzó a ver Gorgo fue el resplandor carmesí en los ojos de Garuda.
Intentó retroceder, correr aunque fuera unos metros… pero la velocidad del dios lo interceptó al instante. Un golpe seco en la base del cráneo lo hizo tambalear.
Comparado con lo que le había hecho a Max, ese golpe parecía contenido… casi misericordioso. Pero la verdadera crueldad llegó después: Gorgo cayó de bruces, y en ese instante sintió la garra del semidiós hundiéndose en su espalda, desgarrándole carne y orgullo por igual.
―Hoy presencié dos cosas… ―dijo Garuda con una calma monstruosa, clavando más su mano en la herida.
―La hermosa fortaleza que nos define como Senkaynes… ―señaló, refiriéndose a Max.
―Y la decadencia de alguien a quien alguna vez llamaron monstruo… ―concluyó, retirando la garra lentamente.
El rugido ahogado de dolor de Gorgo quedó suspendido en el aire como un eco amargo.
―Maldito… ―gruñó Gorgo, mordiendo el dolor que le atravesaba la espalda. ―No… no te saldrás con la tuya…
―Ojalá que tu escasa voluntad se contagie a tus aliados… porque tu existencia ya está en la recta final ―dijo Garuda, alejándose con pasos suaves, sin una sola mirada atrás.
Gorgo notó el charco oscuro que crecía bajo él. La herida punzante le quemaba el pecho, cortando su respiración.
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Con lo poco que le quedaba, Gorgo se arrastró por el asfalto y los escombros. Una hilera de sangre marcaba su camino. Poco a poco, llegó hasta un contenedor de basura y se dejó caer, apoyando la espalda sobre bolsas de reciclaje y cartones. La sangre lo empapaba, manchando todo a su alrededor.
Con un suspiro profundo y doloroso, apoyó la cabeza sobre una bolsa llena de papeles. No había señales de Garuda. De verdad se había marchado, dejándolo solo, tirado en su propia miseria. La sangre comenzó a subir por su garganta, desbordando entre sus labios.
Había perdido demasiada fuerza arrastrándose hasta su lecho improvisado: cuatro metros de agonía que parecían una eternidad.
—Mocoso… —murmuró con dificultad, pero no hubo respuesta. Max estaba inconsciente, fuera de su alcance.
—Max… despierta… ayúdame… —su voz era un hilo, rota por el dolor, por la sangre, por la desesperación.
«Mierda… es mi fin… y no logré nada a favor…»
«En fin… no tengo derecho a llorar ni a rogar por ayuda… Las cosas pudieron haber sido distintas en mi vida… si tan solo no hubiera ido a ahogar mis penas en alcohol…
¿Qué hubiera pasado aquel día? Si en lugar del bar, hubiera ido a mi casa. Bañarme, dejar crecer mi cabello, buscar un trabajo… abrir, tal vez, algún negocio…
Tal vez todo habría sido más tranquilo, con oportunidades ganadas bajo mi manga y no del portafolios de un mafioso…
Me hubiera molestado en conseguir una buena mujer… tener una hija y que me diga: "¿Cómo te fue en la pelea de hoy, papá?"
No… qué estúpido soy… habría ido a verme… a gritar en las gradas clamando por mi victoria. Incluso si perdiera, estaría ahí…
¿Por qué? ¿Por qué elegí esta vida?
Ahora lo estoy pagando, de la forma más merecida posible… una muerte indigna, para alguien indigno…»
Su mirada se nublaba. La respiración colapsaba. Intentó mantenerla tranquila, a pesar del dolor. No derramó lágrimas. No las merecía. Sus labios y ojos se sellaron en un último suspiro.
A pesar de sus pensamientos, que reducían la situación a un castigo merecido, Gorgo Garilla aceptó su muerte con la dignidad de un ser humano arrepentido. Su corazón se detenía, aunque su cuerpo le permitía mantenerse vivo por otros tres minutos y cuarenta y tres segundos… él solo acepto su final sin resistencia…
