Minutos atrás…
Max y Baldur observaban en silencio la fachada de la secundaria. El edificio parecía normal, con adolescentes entrando y saliendo, risas y pasos que resonaban en los pasillos. Sin embargo, la energía en el aire tenía un pulso extraño, irregular.
—Aquí se siente una alteración en el Ki… —murmuró Baldur, entrecerrando los ojos—. No es lo bastante fuerte como para llamar la atención… pero tampoco lo bastante débil como para pasar desapercibida.
—Y por la ubicación… y la cantidad de gente dentro… —añadió Max con firmeza—. Aquí está. Aquí está Hanabi.
El silencio pesó unos segundos. La mano de Baldur se apoyó en el hombro del joven.
—Gracias, Max… de verdad te lo agradezco.
Max negó con la cabeza.
—No me agradezca. No se trata de favores. Se trata de Hanabi. Su seguridad lo es todo.
Baldur apretó los labios, como si esas palabras lo atravesaran más de lo que mostraba.
—Adelántese —dijo Max, apartando la mano y enderezándose—. Yo iré a ayudar a Gorgo. Garuda es demasiado poderoso para que él lo enfrente solo.
Un crujido eléctrico interrumpió la calma, reverberando en las ramas de un árbol cercano. Una voz rugió como un trueno:
—¡Nos volvemos a encontrar, anciano!
Noeredor se dejó ver, apoyado con despreocupación contra el tronco. El aire a su alrededor vibraba con chispas azules.
—Incluso con el radar activo… —dijo Max con calma, sin perder el foco— no pude sentir su presencia hasta que se detuvo.
—¿Eh? —masculló Noeredor, frunciendo el ceño, desconcertado.
<< La verdad era otra: Max y Baldur ya sabían que estaba ahí. No había sorpresa, solo paciencia, esperando el momento justo de enfrentarle. >>
Ambos se giraron a mirarlo.
—Yo me encargo de él —dijo Baldur con voz grave—. Ya lo derroté una vez.
Noeredor sonrió, ladeando la cabeza, divertido. Entonces, una segunda figura emergió de entre las sombras del mismo árbol.
Nordor, su hermano.
La calma se quebró en mil pedazos.
Max cerró los puños, pero Baldur levantó la mano. pidiendo calma. Una señal que indicaría que; Baldur se encargaría de ambos velocistas. Max trago saliva y asintió aun estando indeciso.
Dio medio vuelta y se hecho a correr. Nordor trato de taparle el paso, pero una ola baja le rompió el equilibrio y tiró al suelo. Max logro alejarse, dejando a Baldur solo contra los gemelos relámpago.
―Quiero… ser completamente sincero con ustedes dos ―dijo Baldur sin rodeos, sus ojos fijos en los hermanos relámpago―.
―Tengo apuro, y no pienso contenerme. Si quieren evitar conflictos, a tres cuadras hay una parada de autobús.
La sonrisa torcida de Noeredor destelló bajo la sombra del árbol.
―No será como la vez anterior, anciano. Hoy te va a ir mal…
El aire se volvió denso, cargado de humedad. Baldur bajó apenas la vista, como quien lamenta una decisión inevitable.
―Es una pena… ―murmuró el maestro, y el suelo bajo sus pies comenzó a oscurecerse con una fina capa de agua.
El agua se esparció hasta los pies de los hermanos. En el mismo instante, ambos descargaron su electricidad, intentando convertir el suelo en una trampa mortal.
Pero Baldur ya se había anticipado. Había secado el área a su alrededor, manipulando incluso la humedad del aire con un control quirúrgico.
La descarga fue tan intensa que, al alcanzar las raíces de un árbol cercano, lo hizo arder en un fogonazo. La flama iluminó el rostro sorprendido de los gemelos. Fue su error.
Baldur ya tenía las manos juntas, apuntando a Nordor.
―Arte del Agua: Chorro a presión, medio ―sentenció con calma.
De entre la rendija de sus dedos, un torrente compacto y brutal emergió, golpeando de lleno el pecho de Nordor. El impacto lo lanzó varios metros atrás, hasta estrellarlo contra la reja metálica de la escuela, que vibró con un estruendo metálico.
Noeredor giró ante el estruendo metálico, viendo a su hermano incrustado contra la reja. La furia le recorrió el cuerpo. Sus dedos se cargaron de electricidad, y con un giro lanzó un relámpago devastador que hizo estallar el suelo en un fogonazo.
Pero Baldur ya no estaba allí.
Alzó la vista justo a tiempo para ver la silueta del viejo caer desde las ramas, sus ojos serenos, sus pies firmes. La planta de ambos pies se estrelló en su pecho con violencia, arrojándolo de espaldas contra la tierra.
Un relámpago negro surcó la escena. Nordor apareció tras Baldur, veloz como un espectro, con el puño extendido listo para atravesarlo.
El maestro, sin mirar atrás, juntó las manos.
De inmediato, una presión invisible contuvo el golpe, forzando el brazo de Nordor hacia atrás. La energía acuática se arremolinó en torno a su cuerpo, empujándolo sin piedad.
― ¡Maldita sea! ―gruñó el joven, tratando de resistir.
Baldur giró las manos en un movimiento fluido, y el torrente se desató de nuevo.
―Arte del Agua: Chorro a presión, medio―.
El impacto lo golpeó de lleno en el pecho, catapultándolo hacia la calle. Nordor voló varios metros antes de estrellarse contra un poste de luz, que se dobló con un crujido metálico.
<< Estaba claro: Baldur Brauner no estaba para juegos. Dos jóvenes de cuarta no eran más que un estorbo frente a quien el mundo llamaba el Pilar del Agua. >>
…
[Actualmente]
El presente golpeó con crudeza.
Garuda presionaba lentamente el pecho de Gorgo con su pie. El metal del traje crujía bajo la fuerza divina, mientras la armadura se hundía contra el cuerpo del gigante.
El aire se le escapaba en toscos jadeos. Tosió sangre, sintiendo cómo cada respiración era un suplicio. No podía contrarrestar el peso de aquel pie que descendía como una sentencia.
Era cuestión de segundos…
Las costillas terminarían por quebrarse, y sus órganos serían aplastados bajo la presión del semidios.
En ese instante, justo frente a las narices de Garuda, apareció una esfera de energía celeste, chisporroteando con un zumbido agudo.
Era la técnica "Detonación".
El semidiós apenas alcanzó a tirar la cabeza hacia atrás cuando el orbe estalló en su rostro. La onda lo empujó con violencia, obligándolo a retroceder y liberando el pecho de Gorgo.
El boxeador tosió, enderezándose como pudo, mientras sus ojos buscaban el origen de aquel ataque.
Un estruendo metálico lo reveló: Max había hecho su entrada.
El joven cayó desde las alturas, reventando el capó de un automóvil estacionado. La chapa chirrió, deformándose bajo su peso, pero él ni se inmutó. Con un movimiento fluido, se incorporó, giró sobre sí mismo y, con una sola mano, arrancó el techo del coche como si fuera papel.
Con un grito seco, lo lanzó directo hacia Garuda, como si fuera un proyectil improvisado.
Garuda levantó el brazo y, con un solo tajo, partió el techo en dos. Los pedazos metálicos giraron como cuchillas al rojo vivo, pero apenas se apartaron, lo sorprendió el auto entero, que lo embistió de lleno. El impacto lo arrastró varios metros, destrozando el pavimento hasta estrellarlo contra el final de la calle con un estruendo ensordecedor.
Las luces de las casas comenzaron a encenderse una tras otra, alarmadas por el estrépito. A lo lejos, el eco de sirenas comenzó a acercarse, cortando la noche.
—¡Gorgo! —gritó Max, tendiéndole la mano y señalando la dirección de escape.
El grandulón no dudó: empezó a correr tambaleante, mientras la sangre bajaba por su mandíbula. Max lo siguió de cerca, cubriéndole la retirada.
Entre los restos retorcidos del vehículo, Garuda se levantó lentamente, sacudiéndose el metal como si fuera polvo. Chasqueó la lengua con un gesto de puro fastidio, sus ojos carmesí encendidos como faros de cacería.
En un parpadeo, se lanzó tras ellos con velocidad brutal.
La cacería había comenzado.
Max giró sobre sí mismo y apuntó los dedos hacia Garuda. Con un rápido movimiento ascendente, una esfera celeste emergió del suelo, golpeando al semidiós en el estómago y elevándolo varios metros hacia el cielo.
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Con Garuda suspendido en el aire, nada podía detener a Max. Concentró toda su fuerza y lanzó otra esfera de detonante. La explosión sacudió la calle entera, alcanzando un 53% de la potencia total de la técnica.
—¡Tu hermano! —gritó Gorgo preocupado.
—Garuda no permitirá que el cuerpo muera… es demasiado orgulloso como para morir —respondió Max mientras corría, con los ojos fijos en la posición del enemigo.
Garuda cayó al suelo envuelto en una nube de humo. Cada músculo, cada hueso, le dolía; quemaduras recorrían su cuerpo como brasas vivas. Intentó apoyarse con la mano en el asfalto… y cayó de cara. Al incorporarse, notó algo que lo dejó helado: le faltaba un brazo.
Pero Garuda no tardó en reír, una carcajada que cortaba el aire. Sin esfuerzo, su brazo destrozado comenzó a reconstruirse con una velocidad que incluso desconcertó al semidiós. La carne, los tendones, el hueso… todo se recompuso en cuestión de segundos.
Garuda lo observó, los ojos abiertos, incapaz de apartarse.
«Normalmente, la gestión de Ki divino permite regeneración… pero esta velocidad… esto no es normal…» pensó la bestia, evaluando cada detalle.
—Mocoso… ¿qué eres? —murmuró Garuda, la voz cargada de confusión y miedo—. Eres… más que la perfección de un híbrido.
…
Max y Gorgo irrumpieron en una plaza de estacionamientos desierta.
El eco de los pasos de Gorgo iba acompañado de su respiración entrecortada, pesada como un tambor. Max, en cambio, parecía un monje en calma, estirando los hombros con movimientos lentos.
—Estás demasiado tranquilo… considerando que tu hermano es quien nos quiere matar… —gruñó Gorgo, limpiándose la sangre de la boca.
Max dejó escapar una risa breve, seca.
—Es mentira. En realidad, estoy cagado de miedo… —admitió, bajando la mirada por un segundo—. Pero me niego a volver a mostrarle esa cara a Garuda.
El grandulón lo observó en silencio, sin saber si envidiarlo o preocuparse aún más.
Max, con los dedos brillando levemente de energía celeste, señaló con calma:
—Recuerda… hay que ir por la cola. Cortarla o arrancarla. Eso es lo único que no puede regenerar…
…
―No puedo ver qué sucede afuera… ―susurró Oliver, perdido en la negrura infinita. Frente a él, sobre un trono improvisado de pieles mal curtidas que aún rezumaban sangre, descansaba Garuda. Sus ojos brillaban como brasas en la penumbra.
―No importa cuánto lo intente… ―gruñó el semidiós, apoyando el mentón en una mano enorme―. No puedo apagar tu mente. ¿Qué demonios eres?
―Solo soy un niño… ―respondió Oliver, con la voz quebrada―. Quiero mi cuerpo de vuelta… ¿por qué haces esto?
Garuda soltó una carcajada seca, casi animal.
―Soy un mensaje del universo, mocoso. Soy la viva imagen de la anarquía y del salvajismo de los Senkayne. El instinto que todos reprimen… Y a ti, por desgracia, te tocó ser mi mensajero.
―Entonces… ¿no eres malo? ―preguntó Oliver, frunciendo el ceño―. ¿Qué es lo que estás haciendo con mi cuerpo?
Garuda entrecerró los ojos, mostrando los colmillos en una sonrisa siniestra.
―Eso depende. Yo solo hago lo que se me da la gana. No pongo etiquetas como "blanco" o "negro" …
―Y con tu cuerpo… simplemente sacio mis ganas de existir ―rió Garuda, apoyando el codo en el trono―. Me divierto… como lo haría cualquier niño.
― ¿Entonces por qué intentas suprimir mi mente? ―replicó Oliver, cerrando los puños.
―Porque quiero diversión sin cadenas. Y tú… ―Garuda lo señaló con un dedo enorme, la uña afilada como un cuchillo―, tú eres la cadena que limita este cuerpo.
―Quiero mi cuerpo de vuelta ―dijo Oliver con firmeza―. No me importan tus juegos. Tu voz, tu mirada… no me transmiten nada bueno. ¡Estás haciendo algo malo!
El semidiós sonrió de lado, casi aburrido.
―Aguanta hasta el amanecer, mocoso. Con el día, la transformación se revierte. Hasta entonces… yo mando.
―Y en la noche…
―Todo vuelve a empezar ―dijo Garuda con indiferencia―. Es un simple cambio de turno.
―¡No! ¡No quiero!
―Lo siento por ti… mi reencarnación es irrevertible.
―¡Es injusto! ―gritó Oliver, con los ojos brillando en la penumbra―. ¡Dijiste "reencarnación"! ¡Ya tuviste tu vida! ¡¿Por qué tienes que robarme la mía?!
Garuda no respondió. Su sonrisa se borró en un gesto de absoluta indiferencia. Con un chasquido de dedos, se desvaneció del trono y del mundo interior de Oliver.
…
En el exterior, sobre la caseta del estacionamiento, la figura de Garuda se inclinaba hacia adelante, observando a Gorgo y Max con una sonrisa de fiera emoción.
Dos contra uno. Exactamente lo que quería.
