LightReader

Chapter 43 - Capítulo 42

LUCIA

—Dos semanas… —murmuré por tercera vez, recostada con la cabeza contra la ventanilla mientras el paisaje árido pasaba como si estuviéramos atrapados en un bucle desértico—. Apenas dos semanas y ya quiero llorar. No quiero imaginar cómo será en dos meses. O cinco. O cuando me digan que no puedo comer cosas que amo.

 

—O cuando tu mamá te diga que hacer y que no hacer cada cinco minutos —agregó Evan desde el asiento del conductor, sin quitar la vista del camino pero con esa sonrisa que ya conocía tan bien.

 

—No empieces… —resoplé, rodando los ojos—. Mi madre es médica, mi padre es médico militar, y yo apenas soy una enfermera que cometió el error de enamorarse de un mercenario adolescente…

 

—Ey, no soy un adolescente cualquiera. Soy tu adolescente mercenario.

 

—Eso no lo hace mejor, Evan.

 

Se rió.

 

—O sea que ahora sí me vas a echar la culpa a mí, ¿no? Cuando fuiste tú la que pidió una noche completa y no me dejó salir ni una vez.

 

—¡Y tú fuiste el idiota que no trajo condones! —le contesté, cruzándome de brazos, aunque una parte de mí quería reír.

 

—Perdón, mi amor —dijo con falsa solemnidad—. Lo siento mucho por no saber que esa noche ibas a decidir arrastrarme al infierno y que íbamos a hacerlo toda la maldita noche hasta que mis piernas dejaran de responder.

 

—Oh, claro, ahora soy la demonio —bufé.

 

—La más sexy —añadió él, estirando una mano para tomar la mía—. Y la única que ha logrado que me ría como un idiota después de años. Así que sí… me condenaste tú primero.

 

Lo miré de reojo, en silencio.

 

Sí, lo condené. 

 

Lo atrapé. 

 

Lo hice mío. 

 

Y aun así… aquí estaba.

 

Conduciendo a través de medio país por mí, por nosotros, por esto.

 

Apreté su mano.

 

—Y tú me condenaste desde que dijiste que me amabas. Así que estamos a mano.

 

Nos quedamos en silencio un rato más.

 

El motor sonaba suave. 

 

Mi cuerpo se sentía raro.

 

Y el corazón… bueno, ese ya no sabía ni en qué semana iba.

 

Pero claro, aun tengo mis miedos.

 

El sol ya comenzaba a bajar un poco, tiñendo de naranja el asfalto. Habíamos pasado otro letrero que indicaba que aún faltaban más de mil kilómetros para Nueva York. Me removí en el asiento, incómoda y sintiéndome un poco hinchada… y un poco culpable.

 

—No sé cómo voy a decirle esto a mis papás —murmuré—. Es que… apenas llevamos… ¿qué? ¿Tres semanas? ¿Menos? Y ya estoy… ya estoy embarazada.

 

Evan desvió la vista apenas un segundo hacia mí, sin dejar de manejar. Esa forma en que me miraba… siempre me hacía sentir desnuda de alma.

 

—¿Te arrepientes?

 

—¡Claro que no! —respondí de inmediato, girándome para mirarlo de frente—. Pero… no era algo planeado. Nunca lo fue. Ni siquiera sabíamos si esto iba a funcionar, Evan. Ni tú, ni yo. Esto… esto empezó con demasiadas cosas sin resolver. Con tus heridas, tu historia… con que ni siquiera habías vivido una vida fuera de un campo de batalla.

 

Me froté la frente, frustrada.

 

—Yo no quería que estuvieras conmigo solo porque te lo pedía. Quería… quiero que estés aquí porque tú lo deseas. Porque tú elegiste estar.

 

Se hizo un silencio breve, solo interrumpido por el motor y el leve sonido del aire pasando por las rendijas.

 

—No me estás obligando, Lucía —dijo con firmeza, sin dejar de mirar al frente—. Es verdad que es mi primera relación de este tipo… y que todo esto apenas estaba comenzando para mí. Pero no me quedo porque tú me lo dijiste, me quedo porque yo quiero. Ya te lo dije una y mil veces. Quiero intentar vivir. De verdad vivir.

 

Sonrió un poco, apenas un gesto, pero cálido.

 

—Y sí, tal vez estoy un poquito obligado por ese frijolito que crece dentro de ti, pero no me arrepiento. Tengo miedo, claro. Miedo de lo que viví… de cómo eso te puede afectar. A ti. A él o ella. Llevo el paquete completo, ya lo sabes.

 

Lo miré, tragando saliva, sintiendo cómo las emociones me apretaban el pecho.

 

—Solo… solo no quiero que un día te despiertes y me resientas —dije, bajando la voz—. Que sientas que te alejé de lo único que conocías. Que te forcé a dejarlo todo… a olvidar tu mundo, tu vida pasada…

 

—Nunca podría resentirte —me interrumpió con voz suave pero firme—. Nunca. No cuando tú… tú me estás dando más de lo que yo podría darte a ti. Me estás dando una nueva vida. Y no hablo solo del bebé.

 

Sus palabras me atravesaron el alma.

 

—Estás seguro de eso, ¿no? —pregunté en voz baja, buscando su mirada en medio del atardecer que empezaba a envolvernos.

 

—Lo estoy —dijo, y finalmente, me miró—. Lo estoy porque por primera vez siento que tengo algo que proteger que no sea por orden de alguien más. Porque esto es mío. Tú eres mía. Esto… —colocó su mano sobre mi vientre, aunque aún no se notaba nada— …es nuestro.

 

No dije nada. Solo le apreté la mano que aún tenía sobre mí.

 

Y supe que, con todo el miedo, el caos y las incertidumbres, *sí*, esto era algo que queríamos intentar. 

 

Aunque no supiéramos cómo. 

 

Aunque doliera. 

 

Aunque el mundo temblara a cada paso.

 

Porque a veces… vivir era eso.

 

Intentarlo. Con todo. 

 

Incluso con el corazón en llamas.

 

Evan soltó una risa ronca, esa que siempre soltaba cuando algo lo divertía de verdad, no solo por cortesía. Se pasó la mano por la nuca mientras me miraba de reojo, con una sonrisa burlona dibujándose en sus labios.

 

—Ana se va a volver loca —dijo, negando con la cabeza como si ya pudiera imaginarse la escena—. Esa mujer va a explotar de la emoción en cuanto se entere. ¿Recuerdas cómo no dejaba de decir—:¿Ya hicieron a mi sobrino?

 

Rodé los ojos, pero no pude evitar reír.

 

—Dios… —solté entre dientes, cubriéndome la cara con las manos—. Sí. O cuando salimos de casa después de que estábamos llendo a California y gritó desde la puerta—:¡Usen protección!... No, ¡espera! ¡No lo hagan! ¡Quiero un sobrino!—

 

Evan se rio más fuerte, casi sin poder respirar, como si acabara de recordar todo junto.

 

—O la mañana que apenas llevábamos, ¿qué?, unas horas juntos oficialmente, y ya estaba diciendo—: Debemos empezar a preparar baberos. ¡Baberos, Lucía!

 

—Deberíamos empezar a prepararnos para recibir un bebé, —repetí yo, imitando la voz dramática de Ana mientras me reía—. ¡Apenas habíamos desayunado juntos por primera vez y ella ya estaba buscando nombres en Pinterest!

 

Nos miramos un segundo y reímos como niños, dejando que ese momento de ligereza nos envolviera como un abrazo.

 

—Creo que ella lo supo antes que nosotros —dijo él, bajando un poco la voz, con ese tono suave que a veces se le escapaba cuando no lo estaba pensando.

 

—Sí —asentí, sintiendo cómo mi risa se transformaba en ternura—. Ana siempre ve más de lo que uno cree.

 

—A veces da miedo.

 

—Sí, pero de la buena manera.

 

Evan volvió a mirar al frente, la carretera estirándose infinita bajo el cielo naranja. Sus dedos jugaron con los míos encima de la palanca de velocidades.

 

—Bueno —murmuró—. Supongo que ahora sí es oficial. Vamos a tener que empezar a preparar baberos.

 

—Y no tenemos ni pañales, ni cuna, ni casa, ni…

 

—Ni idea de cómo criar a un bebé —completó él con una media sonrisa.

 

—Pero tenemos ganas. ¿Eso cuenta?

 

—Mucho más de lo que crees.

 

Y por un segundo, incluso en medio de ese coche sin dirección fija, con la incertidumbre del futuro flotando como polvo en el aire… me sentí en casa.

 

***

 

—Nos quedamos aquí —dijo Evan con firmeza mientras giraba hacia la entrada del hotel modesto, pero limpio, junto a la carretera.

 

Fruncí el ceño mientras me estiraba un poco en el asiento. —¿Estás seguro? —Puedo dormir mientras tú conduces. De verdad, no me molesta.

 

Aparcó el auto sin contestarme de inmediato, bajó la marcha con suavidad y apagó el motor. El silencio se adueñó del espacio por un segundo. Luego se giró a mirarme, sus ojos más apagados de lo usual, con esa sombra de cansancio que a veces escondía demasiado bien.

 

—Sé que puedes —murmuró con una media sonrisa—. Pero... la verdad es que mis heridas están empezando a fastidiar. El pie izquierdo se siente un poco hinchado, y si me quedo más tiempo en esta posición voy a terminar caminando como anciano con bastón.

 

Me giré de inmediato hacia él, preocupada, mi mano ya revisando su pierna, el vendaje debajo del pantalón. —¿Se abrió alguna herida?

 

Negó con la cabeza.

 

—No. Solo incomodan... —se detuvo un momento—. Bueno, pican y duelen un poco. El pie es lo que más fastidia, pero los muslos y la espalda también están tensos. Recibí varios balazos, por si lo habías olvidado —agregó con sarcasmo cansado, soltando un bufido.

 

Le toqué el hombro con suavidad, bajando la voz. —No lo olvido. No hay un día que lo haga.

 

Evan bajó la vista por un instante, tragando saliva. Luego, como si le costara decirlo —porque siempre le costaba admitir debilidad— murmuró:

 

—Por primera vez... creo que quiero descansar un rato. Solo unas horas. Dormir en una cama decente, darme una ducha sin tener que estar atento a cada ruido. Dejar que el cuerpo respire, aunque sea un poco.

 

Sentí cómo se me apretaba el pecho, esa mezcla de ternura, culpa y cariño. Le acaricié el rostro, y él apoyó su mejilla contra mi mano como si necesitara ese ancla para no desmoronarse.

 

—Entonces nos quedamos. Te vas a dar ese baño, y luego te metes en la cama conmigo. Nada raro, lo juro. Solo... dormir.

 

—¿Nada raro, aunque estés embarazada de mí?

 

Le di un golpecito en el brazo con una sonrisa.

 

—Evan.

 

—Está bien, está bien —cedió él, alzando las manos con rendición burlona—. Solo dormir. Lo prometo. Aunque no prometo no tocarte la panza de vez en cuando. Siento que ya está haciendo su presencia.

 

—Apenas son dos semanas, exagerado.

 

—¿Y? El frijolito tiene presencia. Lo juro. Como su madre.

 

Me reí, sacudí la cabeza y tomé las llaves para salir del auto. Pero antes de que pudiera abrir la puerta, Evan me detuvo con su mano sobre la mía.

 

—Gracias —dijo, con esa voz suave que casi nunca dejaba ver—. Por quedarte, por entender... por dejarme ser débil un rato.

 

—No eres débil. Estás herido. Y te amo, así como estás.

 

Nos miramos un segundo más, el motor apagado, la noche cayendo fuera y un hotel sencillo que, por ahora, sería nuestro refugio. Porque a veces, incluso los más fuertes necesitan parar... y ser cuidados.

More Chapters