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Chapter 48 - Capítulo 47: Fuera de Control

*DANIEL*

El silencio en la habitación era palpable, como si el aire mismo estuviera conteniéndolo todo, esperando que alguien hiciera el primer movimiento. Miré a mis padres, tratando de reunir las palabras adecuadas, pero las palabras nunca parecían ser suficientes.

"Papá, mamá..." comencé, mi voz sonando mucho más cansada de lo que hubiera querido. "Sé que esto no es fácil, pero necesito que escuchen lo que tengo que decir."

Mi madre cruzó las manos sobre la mesa, su expresión ya bastante seria, y mi padre se acomodó en su silla, sus ojos clavados en mí. El tiempo parecía haberse detenido, y el peso de lo que iba a decirme aplastaba cada palabra en mi garganta.

"Lo que voy a contarles no es algo que haya pasado de la noche a la mañana", seguí, mi mente luchando por ordenar los pensamientos. "Hace un tiempo, conocí a un grupo de personas con las que empecé a tener una relación... diferente."

Mis padres intercambiaron miradas. No decía nada específico aún, solo lo que sentía que era el inicio de una explicación, pero de alguna manera sentía que lo que seguía era mucho más grande, mucho más complejo que cualquier cosa que pudiera decir con simples palabras.

"Una relación que comenzó de forma... complicada", seguí, sintiendo cómo mi voz temblaba. "No era algo que pensara que sería así. Pero me vi envuelto en ella de una forma que... que ahora no sé si puedo manejar de la mejor manera."

Mi madre suspiró, su rostro mostrando una mezcla de desilusión y preocupación. "¿Qué quieres decir con 'relación complicada', Daniel?", preguntó con calma, pero la tensión en sus palabras era imposible de ignorar.

Fue entonces cuando el malestar comenzó a crecer en mí. No quería ir tan rápido, no quería que se les escapara algo más que ya no pudiera controlar. Pero, inevitablemente, las palabras seguían saliendo de mi boca.

"Bueno... no es solo una relación con una persona. Es... con varias."

El aire en la habitación se tensó aún más. Mis padres no sabían qué esperar, y no pude evitar notar cómo sus expresiones cambiaban de curiosidad a incredulidad, y de ahí a una especie de tensión absoluta.

"Lo que quiero decir es que estoy en una relación polígama", añadí, casi en un susurro, sintiendo que cada palabra que decía me desgarraba un poco más. "Y sé que no lo entienden, que no lo aceptan, y que tal vez esto sea mucho para asimilar... Pero es lo que hay."

Mi madre comenzó a frotarse la frente, como si estuviera procesando algo que no quería aceptar. Mi padre, en cambio, no dijo nada de inmediato, pero la irritación en su rostro era evidente.

"Daniel...", comenzó mi madre con la voz tensa. "No sé si puedo entender esto. ¿Cómo puedes estar en una relación así? ¿Por qué? ¿Es eso lo que quieres para ti?"

No pude evitar sentirme cada vez más agotado, pero lo que me afectaba más era su desconcierto, esa mirada de desilusión profunda que sentía que me atravesaba por completo. "No fue algo que planeé, mamá", respondí con una mezcla de frustración y cansancio. "No fue algo que se haya dado por un capricho. Me encontré con ellas, con cada una de ellas, de una manera en la que ni siquiera me di cuenta hasta que ya era tarde para retroceder."

Mi padre, quien se había mantenido en silencio hasta ese momento, finalmente habló, su tono duro y cortante. "Esto no es normal, Daniel. No importa cómo lo mires, esto no es algo que puedas justificar. Esto es... es una locura."

Las palabras me golpearon como una bofetada. Sabía que sus reacciones serían duras, pero no imaginé que fueran a ser tan crudas. "Sé que no lo entienden, pero les estoy contando la verdad. Y aunque no lo crean, esto también ha sido difícil para mí. Pero las quiero a todas, y no quiero perderlas."

"¿Y qué pasa cuando esto se rompa? ¿Qué pasa cuando te des cuenta de que no puedes manejarlo?" Mi madre estaba empezando a perder la paciencia. "Esto no es una relación. No es un amor sano. Es un desastre, y tú lo sabes."

"¿Qué sabes tú de lo que es el amor?" La rabia de mi padre surgió de repente, y el ambiente se tensó aún más. "Estás jugando con la vida de esas mujeres. ¿Qué les estás ofreciendo? ¿Qué futuro les estás dando? ¿Y qué pasa con tu futuro, con tu vida, con tus responsabilidades? ¿De verdad crees que esto es sostenible?"

Las palabras de mi padre se sintieron como una presión que se acumulaba dentro de mí, apretándome el pecho. Pero seguí firme, aunque mi voz comenzaba a vacilar. "No lo sé, papá. Pero no quiero que me digas que esto es un error, porque yo ya lo sé. Lo sé, y lo estoy intentando. Estoy luchando por esto."

La desesperación comenzó a invadir mi mente, pero no podía ceder, no podía abandonar lo que había decidido.

Mi cuerpo, exhausto por tanto esfuerzo emocional, comenzó a sentirse cada vez más pesado, como si cada palabra que decía estuviera drenando toda la energía que me quedaba. Pero lo peor era que, a medida que avanzaba la conversación, me daba cuenta de que esto no era solo algo que necesitaba resolver con mis padres... Era algo que tendría que enfrentar durante mucho tiempo.

"¿Qué esperas que pase, Daniel?" Mi padre casi gritó, su rostro rojo de frustración. "¿Que el mundo aplauda tu decisión? ¿Que todos digan 'Oh, qué valiente, qué bien por ti'? ¿Qué pensabas? ¿Que sería fácil? ¿Que todo se iba a dar como si nada, que la gente iba a aceptarlo sin cuestionarlo?"

Lo que menos necesitaba era escuchar su sarcasmo cargado de ira. Pero no podía dejar que eso me derrumbara, no podía ceder ante las preguntas que me lanzaba, aunque cada una me atravesara como una lanza.

"¿Qué esperas, Daniel?", continuó, su tono más acerado ahora. "¿De verdad crees que esto es algo normal? ¿Que las familias de esas mujeres, las mujeres que están involucradas en esto, no van a gritar y cuestionarte? ¿No piensas en sus padres, sus vidas, sus futuros? ¿Crees que pueden vivir con esta carga? ¿Que la sociedad los va a aceptar, aplaudirte por esto?"

"¿Qué quieres, que todos estemos felices con tu... tu 'decisión'?" Mi madre interrumpió con su voz quebrada, como si no pudiera entender cómo habíamos llegado tan lejos. "¿Qué esperas que pase cuando todo se desplome, Daniel? Esto no es algo que puedas sostener por mucho más tiempo. No puedes jugar con las vidas de esas mujeres, ni con las nuestras. Y, sobre todo, con la tuya."

No sabía cómo contestar. Ya lo sabía, lo había estado sintiendo en cada palabra que salía de su boca. Pero, ¿qué podía decir? No podía decir que no sentía que había tomado la decisión equivocada, no podía decir que no me arrepentía de todo lo que estaba pasando, porque la verdad es que no lo sentía. Simplemente no podía dejar ir a esas mujeres, no podía renunciar a lo que había construido, aunque todo se estuviera derrumbando a mi alrededor.

"No es tan fácil," respondí, mi voz rota por la mezcla de agotamiento y desesperación. "No puedo dejarlo todo atrás. No lo haré."

"¿Y qué pasa con tu futuro?" Mi padre no se detenía. "¿De verdad crees que esto no te va a destruir? No solo a ti, sino a todos los involucrados. No puedes vivir así, Daniel. No puedes vivir en un constante caos, en un mundo donde todo es inestable."

"Yo no quería que esto fuera así," musité, la frustración filtrándose entre mis palabras. "No pedí que fuera así. Solo... solo sucedió. Y ahora no sé cómo salir de esto. No sé qué hacer."

Las preguntas de mi padre seguían lloviendo como una tormenta, cada una más hiriente que la anterior. "¿Qué piensas que pasará cuando te enfrentes a las familias de esas mujeres? ¿Que vas a poder hablar con sus padres y convencerlos de que lo que estás haciendo es lo correcto? ¿Crees que ellos no van a verte como un idiota? ¿Que van a aplaudirte por lo que haces?"

Mi corazón se aceleraba con cada palabra, sintiendo cómo el agotamiento se apoderaba de mí. Pero algo en mi interior me mantenía firme. Tal vez por mi necesidad de probarles que podía manejar todo, tal vez por mi terquedad, o tal vez porque, de alguna manera, sentía que ya no había vuelta atrás.

"Lo haré," dije, con más convicción de la que sentía en ese momento. "Hablaré con ellos. Hablaré con todos. No me voy a esconder. Voy a hacer frente a lo que está pasando, aunque sea lo más difícil que haya hecho."

Mi madre me miró como si quisiera ver a su hijo de vuelta, como si esperara que todo esto fuera solo una fase que pasaría, pero no dijo nada. Mi padre, por otro lado, se levantó de su silla con rabia y empezó a caminar por la habitación, como si estuviera buscando una salida a algo que no podía comprender.

"¿Qué estás esperando?" La rabia de mi padre era palpable, y su tono estaba cargado de dolor. "¿Qué piensas que el mundo va a hacer? ¿Qué crees que va a pasar cuando tus amigos, tus compañeros de trabajo, toda la familia vean lo que estás haciendo? No lo entienden. Nadie lo va a entender."

La tristeza se apoderó de mí y sentí cómo el peso de la situación me aplastaba aún más. "Lo sé," susurré. "Lo sé. Nadie lo entiende."

De repente, un silencio incómodo llenó la habitación. Todo lo que sentía era el agotamiento que se acumulaba en mi cuerpo, la sensación de que no iba a poder seguir mucho más tiempo soportando esta presión. Cada palabra, cada mirada, me drenaba de energía, me dejaba vacío, pero no podía detenerme, no podía irme sin decirles lo que había estado pensando todo este tiempo.

"Esto no es algo que vaya a desaparecer, papá," respondí finalmente, mi voz rota, cansada. "Sé que no lo entienden, pero las quiero a todas, y no voy a dejarlas. No sé cómo todo esto va a terminar, pero lo voy a hacer. Lo voy a enfrentar, porque no sé qué otra cosa hacer."

Mi madre cerró los ojos con un suspiro de desesperación, mientras mi padre dejó escapar una risa amarga. "Eres un idiota, Daniel", dijo con voz baja, y esa fue la gota que colmó el vaso.

Mi cuerpo se sintió más pesado aún, pero lo que más me pesaba era ver en sus ojos esa desilusión tan profunda, como si ya no quedara nada de aquel hijo que alguna vez tuvieron, como si la versión de mí que amaban ya no existiera.

El aire en la habitación estaba denso, como si el calor de la discusión hubiera absorbido toda la frescura que solía estar presente en este lugar. Mi cuerpo estaba completamente agotado, mi mente nublada, pero los gritos de mi padre y las preguntas punzantes de mi madre seguían golpeándome con fuerza, como martillazos en mi pecho.

"¡Dímelo! ¡Dímelo ahora, Daniel!" Mi padre gritó, avanzando hacia mí. "¡¿Qué esperas, eh?! ¿Qué quieres, que todos estemos de acuerdo con tu estúpida relación? ¿Con todas esas mujeres, con toda esta locura que has armado? ¡Esto no es un juego, Daniel! ¡No es una maldita broma! ¿Qué piensas hacer cuando se decida tener hijos? ¿Cómo les vas a dar un futuro con todo esto encima?"

El sudor frío recorrió mi espalda, mi cuerpo temblaba levemente, no solo por el agotamiento físico, sino por la presión que se me venía encima. Pero no podía dejar que el miedo se apoderara de mí, no ahora, no después de todo lo que había enfrentado. No podía permitir que mi padre me viera ceder.

"¡No lo sé!" mi voz salió rasposa, quebrada por el cansancio y la frustración, pero traté de mantenerme firme. "No sé cómo va a salir todo esto, pero no puedo dar marcha atrás. Las quiero a todas. Las quiero y no voy a dejar que el miedo de lo que otros piensen me haga renunciar a lo que hemos construido."

Mi madre soltó una risa amarga. "¿Qué hemos construido, Daniel?" dijo con desdén, la tristeza y la rabia mezclándose en su tono. "¡¿Qué has construido?! ¿Un desastre? ¡Eso es lo que has hecho! Y ni siquiera estás pensando en el daño que esto nos está haciendo a todos! Estás arruinando todo. No te das cuenta de lo que estás haciendo, ¿verdad? ¡Estás destruyendo nuestras vidas! ¡La vida de todos! ¿Te das cuenta?"

Mi respiración se hizo más pesada, el aire de la habitación parecía volverse cada vez más denso. Mi madre me miraba como si fuera un extraño, con los ojos llenos de furia y tristeza, como si ya no quedara nada de aquel hijo que alguna vez conoció. Mi padre seguía ahí, implacable, lanzando preguntas como cuchillos afilados que se clavaban en mi pecho.

"¡¿Qué quieres, que se repita todo esto?!" mi padre siguió, dando un paso más hacia mí. "¡¿Qué va a pasar con ellos?! ¡¿Las vas a dejar en un limbo?! ¡¿Qué pasará cuando ellos también empiecen a cuestionarse tu... tu vida?!"

Mis piernas estaban al borde del colapso, mi mente dando vueltas, tratando de encontrar algo de consuelo, algo que me hiciera sentir que esto tenía algún sentido. Pero la verdad era que no tenía respuestas. Solo estaba tratando de hacer lo que sentía, de seguir mi instinto, pero ya no sabía si estaba tomando las decisiones correctas.

"¡Por Dios, Daniel, ya basta!" Mi madre estalló, las lágrimas comenzando a asomar en sus ojos. "¡¿Qué pasa por tu cabeza, Daniel?!"

El sudor frío me empapaba la frente, y la presión en mi pecho se intensificaba. ¿Cómo explicar lo que estaba haciendo? ¿Cómo hacerles entender que no podía simplemente abandonar a las mujeres que había llegado a amar? Pero no podía encontrar las palabras adecuadas. No había forma de explicar todo esto de manera que lo entendieran.

"Lo sé," musité, mi voz apenas un susurro. "Sé que esto no es fácil de entender. Sé que no lo va a entender nadie. Pero... no puedo dejar de luchar por esto. No puedo abandonar lo que hemos construido, aunque sea difícil."

"¡¿Luchar?! ¡¿Qué diablos estás luchando, Daniel?!" Mi padre explotó. "¡Estás luchando contra tu propia familia! ¡Estás luchando contra la sociedad! ¡Estás luchando contra la vida misma!"

Y entonces, sin querer, las palabras que había estado evitando salieron de mi boca, como si ya no pudiera soportar más el peso de la conversación.

"Y también estoy luchando por el bebé de Sofía," dije en voz baja, sin mirar a mis padres, como si todo lo que había guardado durante tanto tiempo ya estuviera fuera de mi control.

Un silencio pesado se instaló en la habitación. Podía sentir la presión de las palabras colisionando en el aire, la atmósfera se volvió aún más densa, cargada de una tensión insoportable. El sudor en mi cuerpo aumentaba, mi respiración más acelerada, y por un momento, todo parecía ralentizarse, como si mi madre y mi padre estuvieran procesando lo que acababa de decir. Lo que acababa de confesar.

"¿Qué... qué has dicho?" Mi madre murmuró, la incredulidad tomando su voz.

Mi padre, por otro lado, quedó en silencio, mirándome fijamente como si quisiera asegurarse de que lo que acababa de escuchar fuera una mentira. Pero sabía que no lo era. Sabía que el peso de la verdad había caído sobre nosotros, sobre mí, de la manera más cruel posible.

"El bebé de Sofía," repetí, sintiendo el agotamiento físico y emocional consumiéndome poco a poco. "Ella... ella está embarazada."

El estallido de silencio fue ensordecedor. Mis padres se quedaron allí, mirándome con una mezcla de incredulidad y furia, incapaces de asimilar lo que acababa de decir. No podía ver sus expresiones con claridad, pero sabía que todo había cambiado en ese instante. La habitación se llenó de un frío insoportable, y yo me sentía atrapado, como si las palabras que acababa de decir fueran un veneno que no podía detener.

"¿Estás... estás mal de la cabeza?" Mi madre susurró, pero su voz temblaba de rabia. "¿Cómo pudiste ocultarlo todo este tiempo? ¿Por qué no nos lo dijiste antes? ¡¿Por qué?!"

El golpe de sus palabras fue como un látigo que cortó el aire, y sentí como si todo mi cuerpo estuviera a punto de colapsar. Pero no podía irme. No podía retroceder. Ya estaba demasiado adentro de todo esto para huir. Ahora solo quedaba enfrentar las consecuencias, aunque me desgarraran por dentro.

"Porque no sabía cómo decírselo," respondí, mi voz rota por la emoción. "No sabía cómo decirles que las mujeres que amo... tienen un bebé. No sabía cómo contarles que mi vida ya no está bajo mi control, que todo lo que creía que entendía está fuera de mis manos."

La furia de mi padre era evidente, pero sus palabras eran aún más venenosas, como si todo lo que había dicho hasta ahora fuera solo un preludio a lo que iba a desatarse.

"¡¿Qué vas a hacer, Daniel?! ¡¿Qué diablos vas a hacer con todo esto?!"

El aire se espesó aún más, como si la habitación entera estuviera presionando contra mi pecho. Las palabras de mi padre aún retumbaban en mis oídos, pero las mías salieron pesadas, lentas, como si las costara salir de mi garganta, arrastrando todo el agotamiento que me consumía.

"La familia de Sofía ya lo sabe", dije, dejando que el peso de esa declaración se asentara en el aire. "Ya los conocí, los enfrenté. Luché por ellos, por nosotros, por lo que estamos construyendo. Me gané su permiso, pero todo se fue al carajo cuando ellos supieron que Sofía está embarazada."

Mis palabras flotaban en la habitación, pesadas, intensas. Estaba agotado, tanto emocional como físicamente, y aunque intentaba mantenerme firme, mi cuerpo se resquebrajaba bajo la presión de todo lo que estaba diciendo. Cada vez me sentía más pequeño, atrapado entre lo que quería y lo que todos esperaban de mí.

"Pero esto empeoró aún más", suspiré, sintiendo el dolor de revivir esos momentos difíciles. "La madre de Sofía nos descubrió, y no sabía lo que estaba pasando entre nosotros. No entendía la relación, y lo peor fue cuando se enteraron de que Sofía estaba embarazada. Y no solo eso, me dieron un ultimátum... o encontraba estabilidad con todas ellas, o me quitarían a Sofía para siempre, y al hijo que estamos esperando."

Mis padres me miraban como si me estuvieran viendo por primera vez. No lo culpaba. Yo mismo me sentía irreconocible, como si este fuera el Daniel que apenas conocía. Todo lo que había hecho y construido, todo lo que había sido, estaba ahora colapsando ante sus ojos. Y no tenía idea de cómo arreglarlo, de cómo salir de esto.

"¿Y por qué no viniste primero a nosotros para hablar de todo esto?" Mi madre finalmente preguntó, su voz dura, pero con un toque de vulnerabilidad que me hizo detenerme por un momento. "¿Por qué esperar hasta ahora para contarnos todo esto? ¿Por qué no nos dijiste antes?"

El agotamiento en mi cuerpo era total. Pero lo que más me dolía era la distancia emocional que se había creado entre nosotros. Ellos no entendían. No podían entender, no todavía.

"Porque ustedes iban a ser los últimos a quien yo confrontaria", respondí, mi voz ya casi sin fuerzas, pero sincera. "Pensé que si enfrentaba a las otras familias primero, si lograba encontrar algo sólido con ellas, algo real, algo que les demostrara que esto no es una locura pasajera o un capricho... entonces, tal vez, cuando llegara el momento de hablar con ustedes, podríamos tener una relación sólida. Un futuro claro. Quería que ustedes vieran que no era solo una fase, que no era solo una aventura. Quería que vieran que estábamos en serio, que esto era real."

La expresión en el rostro de mis padres era una mezcla de incredulidad y desconcierto, como si no pudieran entender cómo había llegado a este punto, cómo mi vida se había convertido en algo tan caótico, tan impredecible. Pero, en el fondo, sabía que no podían ver todo lo que yo veía, todo lo que había pasado para llegar hasta aquí.

"¿Y ahora qué?" mi padre preguntó, casi con desesperación en su voz. "¿Qué vamos a hacer ahora, Daniel? ¿Qué vas a hacer con todo esto?"

Mi mente estaba agotada, pero traté de juntar las piezas de todo lo que había dicho, de todo lo que había pasado, y de lo que vendría. No sabía cómo resolverlo todo, pero lo que tenía claro era que no podía rendirme. No podía dejar que todo colapsara por completo. No podía dejar que todo lo que había construido se desmoronara sin luchar.

"Voy a enfrentar todo esto", respondí, sintiendo la determinación tomar control de mi voz, aunque me temblara el cuerpo. "Voy a seguir luchando, por ellas, por Sofía, por el bebé, por todo. No voy a dejar que nos separen. No voy a rendirme."

Mi madre cerró los ojos, y cuando los abrió de nuevo, vi el dolor y la tristeza reflejados en ellos. Pero también vi algo más, algo que no había visto antes: preocupación, amor. Sabía que esto no era fácil para ellos, pero lo que no sabía era si podía seguir adelante solo, si podía hacer que todo esto valiera la pena, si podía hacer que lo aceptaran.

Pero no había vuelta atrás. No podía tirar todo lo que había luchado por conseguir. Y, aunque las dudas seguían martillando mi mente, sabía que tenía que seguir adelante.

La habitación parecía cerrarse sobre mí, y mi cuerpo, aunque aún de pie, estaba a punto de colapsar. Mi mente luchaba por mantener el control, pero cada palabra que salía de mi boca se sentía como un esfuerzo titánico, como si cada vez que hablaba, la energía me abandonara un poco más.

Ellos seguían preguntando, sus voces graves llenaban la habitación, golpeando mi cabeza como martillos. No había forma de detenerlas, sus palabras eran rápidas y pesadas, y cada pregunta me dolía más que la anterior.

"¿Y qué pasará cuando alguna de ellas ya no quiera seguir?" preguntó mi madre, con la mirada llena de miedo y duda. "Cuando sus sentimientos cambien, cuando haya celos, peleas, envidia... todo eso se acumula. Son muchas mujeres contra un solo hombre, ¿realmente crees que podrás seguir en pie cuando tu mundo de fantasía se destruya?"

Mis ojos se entrecerraron, mi pecho subía y bajaba al ritmo de mi respiración acelerada, y el sudor frío recorría mi frente, mi cuello, cayendo por mi espalda. Me dolía el cuerpo, me dolía la cabeza, y todo lo que quería era que esta conversación terminara, que de alguna forma todo eso que pesaba sobre mis hombros se desvaneciera. Pero no podía callar, no podía dejar que todo esto terminara sin decir lo que tenía que decir, aunque mis fuerzas ya casi no estuvieran.

Me eché atrás, apoyando las manos en mis rodillas, buscando algún punto de apoyo en el que descansar mientras las preguntas seguían cayendo. Y no pude evitar una risa seca, sin gracia, que escapó de mi garganta. El sonido de mi risa parecía una burla, pero no de ellos, sino de mí mismo.

"Ya me han hecho esa pregunta", respondí con voz áspera, mientras sentía como si mi cuerpo estuviera a punto de derraparse. "Una y otra vez, me han preguntado lo mismo, y siempre les doy la misma respuesta." Cerré los ojos por un momento, buscando un respiro, tratando de recuperar algo de compostura, aunque me fuera desmoronando poco a poco. "Les dije lo mismo que le dije a los padres de Sofía. Esto no es un capricho. No estoy aquí porque me guste la idea de tener todo esto... No. Lo hago porque quiero a esas mujeres, porque quiero estar con ellas. Y no... no me voy a rendir. No voy a dejar que las cosas se destruyan por algo tan trivial como los celos o la envidia. Si alguna de ellas se siente así, si alguna de ellas decide irse, lo acepto. Pero no voy a dejar que eso me derrumbe."

Mi voz ya estaba rasposa, mi cuerpo tenso, y mis fuerzas se agotaban más con cada palabra. A pesar de que intentaba mostrarme firme, sabía que todo esto me estaba destrozando por dentro, que el agotamiento ya era tanto físico como mental. El sudor me empapaba por completo, el aire me faltaba, y no sabía cuánto más podía seguir soportando esto.

"Pero... ¿y tú, Daniel?" preguntó mi madre, su voz más suave, aunque no menos incisiva. "¿Qué va a pasar cuando tú ya no puedas más? ¿Cuándo todo esto te consuma?"

Yo traté de mantener la calma, traté de sonar más fuerte, más seguro, pero mi cuerpo no mentía. Estaba agotado. El dolor me alcanzaba en cada rincón de mi ser, y mi mente estaba a punto de romperse bajo el peso de todas las decisiones que había tomado.

"¿Qué quieres que te diga?" solté, casi sin poder evitarlo, la risa desbordando de mis labios de nuevo, aunque esta vez era amarga, desesperada.

"Que todo será perfecto y fácil, que todo se arreglará solo porque quiero que funcione. No es así. Lo sé. Es complicado, difícil, y a veces me siento como si todo estuviera a punto de caer. Pero lo que quiero... lo que quiero más que nada en este mundo, es que esto funcione, que ellas sigan a mi lado, que todas podamos salir adelante. No puedo prometerles que será fácil. Nadie puede."

Mi voz estaba quebrada, pero no podía dejar de hablar, no podía dejar que se quedaran con esa duda, aunque mi mente ya estuviera más allá de cualquier sentido lógico.

Me quedé en silencio por un momento, mi respiración entrecortada. Estaba agotado, completamente agotado. Cada músculo de mi cuerpo pedía descanso, cada parte de mi ser gritaba por dejar de luchar, por rendirse. Pero no podía. No podía darles esa satisfacción, no a ellos, ni a ellas, ni a mí mismo.

La sala estaba en silencio ahora, solo mi respiración agitada se oía, y mis padres, aunque preocupados y desbordados por lo que acababan de escuchar, no sabían cómo seguir. Yo tampoco lo sabía.

Mis padres me miraron por un momento, esperando una respuesta, una solución, pero no había respuestas fáciles, no en este punto. El agotamiento seguía colándose en cada rincón de mi cuerpo, y sabía que no me quedaba mucho más tiempo antes de que colapsara por completo. Pero no podía rendirme. No podía.

"Voy a seguir adelante", murmuró, con una voz más baja, casi rota. "No sé cómo, no sé cuándo, pero lo voy a hacer. Todo esto... tiene que valer la pena."

Y con esas palabras, sentí que mi cuerpo finalmente comenzaba a ceder, la lucha de cada momento pesando demasiado para seguir de pie. Pero las palabras aún flotaban en el aire, y la lucha, aunque agotada, no había terminado. No aún.

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N/A: no tengo ni la más mínima idea de que diablos estoy haciendo, pero en mi cabeza está armado buen mamalon, solo es editar los capítulos que ya tenía preparados y ver qué tal nos va, ;).

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