*ANNI*
Ver a mi hermano enfrentarse a nuestros padres de esa manera me destrozaba por dentro. Había algo en su mirada, algo en su voz, que mostraba una determinación inquebrantable, pero a la vez me daba la sensación de que no sabía lo que realmente le esperaba.
Yo lo miraba desde un rincón, sin poder intervenir demasiado, con el corazón apretado. Daniel estaba luchando por algo que sabía que era importante para él, algo que había construido con esfuerzo, con deseo, y con la esperanza de que todo saliera bien. Pero yo también sabía que la situación era más compleja de lo que él estaba dispuesto a ver. Sus palabras eran firmes, pero ¿realmente entendía lo que estaba arriesgando?
Ellos estaban buscando respuestas. Ellos querían entender qué diablos estaba pasando, por qué Daniel había tomado una decisión tan compleja, tan arriesgada. Porque no podían ver la relación desde nuestra perspectiva, no podían entender cómo algo tan extraño para ellos podía tener algún sentido. Y me dolía ver cómo todo eso lo estaba afectando.
Mis padres seguían mirándolo, confundidos, molestos, con la rabia y el dolor de no saber cómo procesar lo que estaba pasando. Y yo sentía la misma rabia, pero también el miedo, el miedo de lo que vendría después. Ellos, aunque no lo dijeran abiertamente, estaban buscando algo en lo que pudiera aferrarse: una debilidad, una rendición. Querían ver si había algo que los convenciera de que Daniel no acabaría destruido. Querían ver si realmente todo esto podía sostenerse, o si era solo una ilusión que se derrumbaría tan pronto como las mujeres de su vida decidieran irse, o él mismo se cansara de todo.
"¿Qué vas a hacer cuando las chicas se vayan una por una?" preguntó mi madre con la voz quebrada. "¿Qué vas a hacer cuando te quedes solo, cuando ya no puedas seguir? ¿Qué va a pasar cuando todo se caiga?"
Esas preguntas calaban hondo en mí. Las conocía, las había hecho muchas veces en mi mente. Sabía que nuestros padres no estaban buscando solo una respuesta; estaban buscando la verdad de lo que Daniel realmente quería, lo que realmente pensaba. Estaban buscando la certeza de que su hijo no se destruiría cuando todo esto se viniera abajo. Y no podía decirles lo que realmente temía. No podía decirles que, tal vez, no iba a poder soportarlo, que todo esto podía terminar de una manera muy fea.
Miraba a Daniel, y lo veía tan seguro, tan firme, pero yo también veía el agotamiento en su rostro, la palidez en su piel, las líneas de cansancio bajo sus ojos. Estaba luchando, pero no se daba cuenta de cuánto lo estaba desgastando todo esto.
"Lo que ellos buscan, lo que todos quieren escuchar…" comencé a decir en voz baja, para que solo él pudiera oírme. "Es la certeza de que no vas a quedarte solo, de que no te vas a destruir cuando las cosas no funcionen. Ellos están esperando ver que no te vas a romper, que no te vas a hundir en el caos que esto puede causar. Quieren saber si este amor que tienes por ellas es suficiente para que sigas en pie cuando todo lo demás se derrumbe."
Daniel me miró, sus ojos aún con esa determinación feroz. "No me voy a romper. No dejaré que me destruyan. Yo no soy débil."
"No es debilidad", respondí, sintiendo un nudo en la garganta. "Es que hay cosas que no puedes controlar. Las chicas tienen sus propios pensamientos, sus propios sentimientos, y no van a estar contigo para siempre si todo esto se vuelve más complicado. Y tú…" suspiré, mirando el cansancio en sus ojos, "tú tampoco vas a poder con todo esto por siempre. El amor no lo es todo, Daniel. No siempre lo es."
Él no dijo nada al principio. Solo me miró, como si no supiera qué responder. Yo tampoco sabía qué más decir. Pero no podía dejar de pensar que tal vez, solo tal vez, estaba tomando un camino que lo llevaría a su propia destrucción.
Lo que nuestros padres querían escuchar, lo que él estaba tratando de demostrarles, era que todo esto tenía sentido. Que estaba en control, que podía con todo. Pero yo sabía que estaba agotado, que cada palabra que decía lo desgastaba más y más, que su cuerpo y su mente ya estaban al borde del colapso.
Y ahí estaba, luchando con fervor, con toda su fuerza, para no rendirse, para no caer. Pero, por dentro, algo me decía que quizás lo que más necesitaba era descansar, tomar un paso atrás, pero él no podía hacerlo. No podía darse ese lujo. Porque si lo hacía, si cedía, eso significaría que todo había sido en vano, que lo que había luchado tanto por construir se desmoronaría.
Al final, lo único que podía hacer era mirar, escuchar y temer por él.
La pelea continuaba, y Daniel seguía defendiendo su postura con todo lo que le quedaba de energía. Su voz, aunque firme, temblaba por momentos, y podía ver cómo las fuerzas lo abandonaban poco a poco, como si el peso de todo lo que estaba viviendo lo estuviera consumiendo desde adentro.
Mis padres no dejaban de lanzarle preguntas, como si cada una de ellas fuera una espada afilada, buscando la forma de atravesarlo, de hacerlo rendirse, de obligarlo a ver la realidad que él no parecía querer aceptar. Pero él no cedía, no se rendía.
Finalmente, después de todo lo que había sido dicho, uno de ellos, mi padre, soltó una sola pregunta que resonó en todo el cuarto:
"Si tú estás luchando por ellas con tanta fuerza, ¿nos puedes decir si ellas lucharán de esa manera por ti?"
La pregunta cayó sobre él como una bomba. Y vi cómo Daniel, a pesar de todo, vaciló por un segundo, como si la pregunta lo hubiera golpeado más de lo que imaginaba. Su mirada se desvió por un momento, y su respiración se hizo más entrecortada. Me di cuenta de que esta era la pregunta que más lo había aterrorizado, la que no se había atrevido a responder con claridad, porque, en el fondo, sabía que no tenía una respuesta definitiva.
Daniel se quedó en silencio por unos segundos, y yo lo miraba con miedo. Estaba agotado, su mente y su cuerpo ya no resistían. Pero esa pregunta... esa pregunta lo estaba desbordando.
Finalmente, sus palabras salieron en un susurro, casi como si lo estuviera diciendo más para sí mismo que para ellos: "No lo sé... No lo sé…"
El dolor en su voz fue real. No era una respuesta decidida, no era la certeza con la que había defendido su postura hasta ahora. Era la duda, el miedo, la verdad que había estado intentando evitar.
Mis padres no lo dejaron descansar. Mi madre, con la voz llena de frustración, siguió presionando: "¿Cómo puedes esperar que esto funcione, Daniel? ¿Cómo puedes esperar que ellas te sigan luchando por ti, cuando ni siquiera puedes estar seguro de lo que ellas quieren?"
La sala se llenó de un silencio pesado, como si todos estuviéramos esperando una respuesta que nunca llegaría. Daniel cerró los ojos un momento, como si intentara reunir todas sus fuerzas para continuar, para seguir luchando, pero su cuerpo ya no respondía de la misma manera. El sudor caía por su frente, sus manos temblaban y su respiración se volvió más difícil.
"¡No lo sé!" gritó al fin, su voz quebrada por el agotamiento. "¡No lo sé, okey? ¡No sé si ellas van a luchar por mí de la misma forma! Pero lo que sí sé es que yo no puedo rendirme. No puedo… No puedo dejar que todo esto se destruya. No puedo…"
El grito de Daniel resonó en el aire, desgarrando la tensión que se había acumulado durante toda la conversación. Sus palabras, cargadas de desesperación, de cansancio, de miedo, se apagaron lentamente mientras su cuerpo temblaba con la presión de todo lo que llevaba sobre sus hombros. Vi cómo su rostro palidecía aún más, cómo su respiración se volvía más agitada, como si de repente todo su cuerpo decidiera que ya no podía más.
Y, en medio de todo eso, vi cómo Daniel cerraba los ojos un instante, sus manos temblando sobre sus rodillas, como si quisiera aferrarse a algo que ya no podía tocar.
De repente, su cuerpo se sacudió violentamente. Su cabeza se inclinó hacia adelante, sus ojos estaban cerrados, y todo su ser pareció ceder de golpe, como si su mente y su cuerpo finalmente decidieran que era suficiente. No hubo una advertencia. No hubo tiempo para que nadie reaccionara. Solo vi cómo sus piernas cedían y, antes de que pudiera hacer algo, su cuerpo se desplomó al suelo, cayendo pesadamente contra el suelo frío de la sala.
Mi corazón se detuvo en ese instante. Todo lo que había estado acumulándose, todo lo que había estado pesando sobre él, lo había llevado a este momento. Daniel, mi hermano menor, había colapsado.
Un grito involuntario salió de mi boca mientras corría hacia él. Mis padres no sabían qué hacer, sus ojos se llenaron de pánico. Mi madre se levantó rápidamente, pero su rostro reflejaba más confusión que capacidad para actuar. Yo solo podía mirar a Daniel, tirado en el suelo, inmóvil. Un sudor frío recorría su frente, su respiración era irregular, y su piel, antes pálida, se veía aún más descolorida.
"¡Daniel!" grité, mi voz llena de terror mientras me arrodillaba junto a él, buscando una respuesta en su rostro, en su respiración. Mis manos temblaban mientras intentaba levantarlo ligeramente, pero su cuerpo parecía un peso muerto, inerte, completamente agotado.
"¡Daniel!" volví a decir, sacudiéndolo suavemente, con la esperanza de que reaccionara, pero no lo hizo. Los minutos pasaron, y mi desesperación creció. Vi cómo mi madre se acercaba, incapaz de ocultar el miedo que reflejaba en su rostro.
"¡Tenemos que hacer algo!" dijo mi madre, con los ojos bien abiertos, mirando a mi padre como si esperara que él tuviera alguna respuesta.
Mi padre, más tranquilo en apariencia, intentó tomar el control de la situación. "Llama a una ambulancia, Anni", dijo, con voz baja pero firme. "Necesitamos que se lo lleven al hospital."
Pero yo no podía dejar de mirarlo. ¿Cómo habíamos llegado hasta aquí? Todo lo que había hecho Daniel, todo lo que había intentado, su lucha incansable, y al final, todo terminó así. Inconsciente, tirado en el suelo, agotado hasta el último aliento.
Todo había colapsado, no solo su cuerpo, sino también todo lo que había construido. La relación, su esperanza, sus sueños… todo se desmoronó en un solo instante.
La ambulancia llegó rápidamente, pero mientras esperábamos, el silencio llenaba la habitación, pesado, insoportable. Mis padres no sabían qué decir, yo tampoco. Nadie se atrevía a pronunciar palabra. Todo lo que podíamos hacer era esperar, esperando que este no fuera el final para Daniel, esperando que no fuera demasiado tarde para arreglar todo lo que se había roto.
Al final, todo lo que quedaba era la preocupación, la angustia de no saber qué pasaría después, y la profunda sensación de que algo irremediable había comenzado a suceder, que el colapso de Daniel no era solo físico, sino emocional, psicológico… una caída de la que no sabíamos si podría levantarse.
*****
*LAURA*
La noche caía lentamente, cubriendo la habitación con su manto oscuro mientras Sofía, finalmente, había logrado descansar más tiempo. Comía algo ligero, como me había pedido que le trajera, aunque la preocupación seguía flotando en el aire. Ella estaba mejor, pero algo seguía rondando en mis pensamientos. No podía evitarlo. Aún no sabíamos nada de Daniel. Las horas pasaban, pero no había señales de que la conversación con sus padres hubiese terminado. Y el silencio, ese silencio pesado, no ayudaba a aliviar la ansiedad que sentíamos todos.
De repente, mi celular vibró sobre la mesa. Miré la pantalla con algo de esperanza, tal vez un mensaje de Daniel, algo que nos dijera que todo había salido bien, que las cosas se calmaban. Pero al ver el nombre, mis manos se tensaron. Era una llamada de Daniel. Un suspiro de alivio escapó de mi boca, pero cuando contesté, la voz que escuché no era la suya.
No era Daniel. Era la voz de Anni. Su tono, incluso sin palabras, me hizo sentir un escalofrío recorrer mi cuerpo.
"Laura..." escuché claramente, pero la siguiente frase, las palabras que dijo, me hicieron caer en un silencio absoluto.
Mis manos comenzaron a temblar, mi estómago se encogió, y el aire en la habitación se volvió espeso. No pude procesarlo de inmediato, mi mente no alcanzaba a entender lo que me estaban diciendo. No sabía si era real, no sabía si lo que acababa de escuchar era lo que pensaba. No quería creerlo, no podía. Pero, al instante, el celular resbaló de mis manos y cayó al suelo con un golpe seco.
Mariana y Valeria se voltearon rápidamente hacia mí, notando el cambio repentino en mi rostro, el pálido terror que se reflejaba en mis ojos. No pude hablar, las palabras no salían. Solo un nudo doloroso se formaba en mi garganta.
Mariana fue la primera en levantarse, su mirada fija en mí, ansiosa. "¿Qué pasó?" me preguntó, pero yo no podía articular nada. Era como si mi mente se hubiera quedado en blanco, como si las palabras de Anni aún estuvieran resonando en mis oídos, como si no pudiera salir de la pesadilla que se estaba formando.
Mi cuerpo, movido por el impulso, se puso en marcha antes de que pudiera detenerlo. "Llamen a un taxi," dije, con la voz rasgada, como si las palabras me costaran el doble de lo que realmente deberían. "Nos vamos al hospital. Ahora."
No me importaba lo que pasara después, no me importaba si la comida que Sofía había comido le hacía mal o si aún no estaba completamente descansada. No importaba. Daniel estaba en problemas. Algo terrible había pasado. Y sin siquiera pensar en lo que eso significaba, supe que teníamos que ir, teníamos que llegar allí antes de que fuera demasiado tarde.
Las chicas se miraron entre ellas, con la misma desesperación reflejada en sus ojos. Valeria asintió rápidamente, corriendo hacia la puerta para llamar al taxi. Mariana no se apartó de mí, pero pude ver la misma preocupación en su rostro, el mismo miedo que se había apoderado de mí.
Mientras esperábamos el taxi, sentí que mi cuerpo temblaba, incapaz de calmarse. Sofía, al vernos a todas tan tensas, se levantó de la mesa, alarmada por nuestra actitud. "¿Qué pasó?" preguntó, su voz temblorosa al igual que la mía. Pero antes de que pudiera responder, el sonido del taxi llegó hasta la puerta.
"No hay tiempo para explicaciones," le dije, mi voz un susurro desesperado. "Solo... tenemos que ir."
No había más palabras. Ya no importaba el por qué. Lo único que importaba era que Daniel necesitaba nuestra ayuda. Y nada más era importante en ese momento.
