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Chapter 8 - Mîmi

7.

Lo que sentía dentro de su boca no era exactamente amargor, tampoco dulzor. Era una pasta tibia, de consistencia fibrosa, con un deje meloso y punzante, como raíz fermentada. Una hebra de hierba amarillenta —triturada toscamente— descendía por su garganta con lentitud, empujada por la presión de una lengua cálida que acababa de rozar su labio inferior.

Ye Luo se estremeció, no por el contacto, sino por el asco visceral.

Un sonido brusco se alzó junto a su oído, el crujido húmedo de carne palpitando. Algo grande se movía. El cuerpo frente a él, esa criatura extraña, flexionó la espalda como un resorte, preparándose para atacar.

Ye Luo no emitió palabra. Solo lo miró.

Sus muñecas estaban inmovilizadas con cordeles cristalinos que vibraban con un resplandor espiritual tenue. Era energía condensada, probablemente de tipo ilusorio o felínico. Sus dedos no podían moverse siquiera medio centímetro. Y aún así, escupió de inmediato lo que quedaba de esa pasta vegetal.

Su lengua ardía. El regusto era dulce, pero artificial, como una medicina cultivada a base de flores espirituales.

Frente a él, el par de ojos almendrados y brillantes como azúcar cocida lo observaban con la más absoluta ausencia de emoción.

—Miau.

El maullido fue suave, casi burlón.

El albino se quedó petrificado, con la saliva escurriendo por la comisura.

El minino, que se había mantenido recostado sobre sus patas, se estiró con un movimiento felino tan elegante como amenazante. En una fracción de segundo dio una voltereta y una luz líquida brotó de sus extremidades.

El cuerpo del gato se deformó en ondas de qi. No se escuchó hueso, ni sangre, ni hueso quebrado. Solo una burbuja de luz.

Y, en su lugar, emergió una figura infantil.

Tenía apenas ocho años a simple vista. Piel nívea, cabello largo y blanco como nieve recién cuajada. Su rostro era tan simétrico que parecía una estatua de jade joven tallada por un artesano de otra era. Sin embargo, sus pupilas no contenían inocencia.

No tenía órganos sexuales. Su cuerpo parecía incompleto. Una carcasa vacía. Solo un niño fantasmal con ojos que no parpadeaban.

Ye Luo apretó los dientes. La desesperación lo tomó como una mordaza.

—¡Clemencia! Solo quería dormir, ¡te lo juro! No era mi intención cazar ni domesticar a nadie.

Su voz salió más aguda de lo que habría deseado.

El niño no respondió. Solo ladeó la cabeza.

Y los hilos que ataban a Ye Luo vibraron.

—Señor bonito, no grite como un cobarde —pronunció la criatura con un tono neutro y modulado, ni agudo ni grave, como si aún no hubiera decidido si deseaba imitar la voz de un niño o de una doncella joven. Su manera de hablar era mesurada, casi refinada, pero inquietantemente vacía.

Ye Luo sintió el temblor en la espalda intensificarse, pero aun así forzó una sonrisa..

—¿Por qué me amarras?

Las orejas del felino, todavía perceptibles en el costado del cráneo, se crisparon con leve entusiasmo. Al oír la voz de Ye Luo nuevamente, la criatura —o lo que fuera— sonrió.

—Oh, sí, sí... Es que tienes el cabello largo y blanco, igual al mío. Me preguntaba si podríamos ser parientes...

Ye Luo soltó un respiro de alivio ante la súbita inocencia.

—Esto... No lo sé. Tengo amnesia, no recuerdo nada —respondió, apenas, antes de que su frente golpeara el suelo sin aviso.

El felino había deshecho las ataduras en un solo gesto. Las cuerdas espirituales se disolvieron en un vapor blanquecino, dejando sus muñecas libres. Ye Luo levantó lentamente la cabeza, con los pómulos sonrojados por la vergüenza y el golpe.

Frente a él, el niño —ahora vestido con unas túnicas blancas bordadas con hilos plateados que parecían tejidos con qi refinado— se sentó en cuclillas y lo observó.

—Miau... Perdón —dijo con tono solemne—. Pensé que comías hierbas como yo. Me equivoqué. Lo siento, Ye Luo.

Ye Luo se congeló.

—¿C-cómo sabes mi nombre...?

El pequeño levantó ambos brazos y parpadeó lentamente, como si la pregunta no tuviera sentido.

—Está escrito en tu frente. Dice Ye L-U-O. —Dio énfasis a cada letra, luego se señaló el pecho con un gesto digno.

—Yo soy Mímì. Viniste a mi cueva. Por lo tanto, deberías haber sido devorado por mí... pero te pareces tanto a mi madre, que me da lástima. Te perdono la vida.

Ye Luo no sabía si reír o llorar.

—Ah, Mímì, claro… ¿Gracias? —musitó Ye Luo, aún tambaleante, alzando el cuerpo con torpeza hasta erguirse por completo. Sus hombros estaban tensos, la espalda rígida como tablón viejo, y su mirada aún no podía decidir si debía huir o intentar comprender lo que tenía delante

—. ¿Qué eres tú…? ¿Un niño?

El pequeño no respondió de inmediato. Caminó despacio hacia una roca plana dentro de la cueva, se sentó con ambas piernas cruzadas y apoyó los codos sobre las rodillas con una solemnidad que no correspondía a su aspecto aniñado. Las túnicas se acomodaron sin una arruga.

—¿Un niño? —repitió Mímì —. No lo sé. Para algunos, lo soy. Para otros, soy una bestia con la capacidad de comprender la lengua celestial. Pero si eso te asusta, también puedes pensar que soy solo un pequeño felino perdido que aprendió a hablar leyendo las hojas de los árboles y las venas de las piedras.

—Ah… entiendo. No entiendo. Pero… entiendo —rió con debilidad, e inmediatamente quiso golpearse la cabeza por sonar tan idiota.

Mímì le sostuvo la mirada.

—Tú tampoco eres solo un humano, ¿verdad, Ye Luo? Nadie que tenga la sangre tan silenciosa como la tuya es normal. Nadie cuyo qi se repliegue al contacto como un ciempiés muerto puede llamarse simple.

Ye Luo abrió la boca, pero no dijo nada.

El niño le dedicó una sonrisa suave.

—Ven. Te daré sopa. No sé si te hará daño, pero te la doy por cortesía.

___

El vapor de la sopa envolvía la cueva con un aroma terroso, dulce y levemente amargo. Ye Luo sostuvo el cuenco entre sus dedos pálidos, tomando sorbos pequeños. Tenía hambre, sí, pero había aprendido que comer con cuidado le permitía pensar más rápido.

Mìmì, en cambio, estaba sentado frente a él sobre una manta hecha de pelaje, las piernas cruzadas y la espalda recta, como si en lugar de un niño con orejas de gato fuera un anciano impartiendo doctrina.

—Mi madre era la guardiana del Valle del Cielo Raso, una bestia de grado nueve, respetada por todos los clanes del norte. Su nombre era Qí Bǎihuā. Murió hace ochenta años, dejándome su núcleo incompleto. Por eso no puedo crecer más allá de esta forma.

Ye Luo asintió. Tomó otro sorbo. En su mente, anotaba: Bestia espiritual huérfana, grado alto, emocionalmente inestable. Posiblemente peligrosa. No comería sopa junto a ella de nuevo, salvo necesidad extrema.

—Tengo ciento ocho años —dijo Mìmì con ligereza—. Pero mi cuerpo se estancó desde que me sellaron aquí. Este lugar es la última herencia de mi madre. Solo alguien con sangre noble puede entrar.

Ye Luo levantó la vista con expresión neutra.

Claro, ciento ocho años atrapado en forma de gato. Suena creíble. También podría decirme que fue emperador en su vida pasada y lo creería igual. Qué mal día escogí para no quedarme escondido en la cocina.

—Interesante —respondió con una pequeña sonrisa, sin levantar la vista del cuenco—. Yo tengo amnesia. Quizá también fui un gato en mi vida pasada.

Mìmì lo observó con detenimiento, inclinando la cabeza.

—Tienes ojos de fénix. Igual que mi madre. Tal vez sí fuiste algo importante. Pero hueles a inútil.

Ye Luo tragó con lentitud y casi se ahogó.

—Haha..

El niño-gato asintió con total seriedad, como si aceptara ese razonamiento como algo sabio.

—¿Y tú por qué estás aquí? Te olí desde antes de que entraras a la cueva. Pero no reconozco esencia alguna. ¿Eres un híbrido acaso?

Ye Luo sostuvo la cuchara unos segundos, girándola entre los dedos.

—Me dijeron que vine con Bai Xun. Y que luego el tal Bai Xun murió. Más allá de eso… es todo niebla. —Soltó una exhalación leve, no revelará más de lo necesario—. Perdí la memoria.

Mîmî lo miró sin pestañear.

—Entonces no sabes qué haces aquí.

Se llevó la cuchara a la boca, sin entusiasmo—. En una cueva con un gato que cambia de forma. Definitivamente mi vida no va bien.

El niño frunció el ceño con leve decepción.

—¿No viniste a domesticarme?

—¿Crees que tengo cara de domador de bestias? Apenas puedo domarme a mí mismo. —Ye Luo inclinó un poco la cabeza, arqueando las cejas—. Además, no recuerdo haber cazado nada en mi vida. Tal vez fui un erudito.

Mîmî bajó un poco las orejas, reflexivo.

—¿Y entonces qué harás ahora?

Ye Luo soltó una risa breve.

— Esto... No, solo tengo un guía de libro, iré por ahí a cultivarme.

Mîmi dejó el cuenco a un lado. Su mano, pequeña y blanca, se deslizó con una naturalidad inhumana hasta alcanzar la muñeca de Ye Luo.

—Hm... —frunció levemente la nariz, luego ladeó la cabeza, mirándolo con la intensidad de un animal salvaje que ha encontrado algo raro en la maleza—. ¡Uh! Estás siendo perseguido, niño bonito.

Ye Luo no se movió. Sus hombros, sin embargo, se tensaron. Trató de mantener la expresión neutra, como si la palabra "perseguido" no activara toda una red de alarmas detrás de sus ojos.

—Sí. Eso he oído... —como si le importara poco, como si no acabara de comerse una sopa regalada por un gato parlante en mitad del bosque—. La historia de mi vida últimamente.

Mîmi bajó la mirada a su propia mano aún sobre la muñeca ajena. Luego la retiró con una sacudida leve.

—Deberías domesticarme.

Ye Luo parpadeó. No entendió al principio.

—¿Qué?

—Iré a donde vayas. Si. —El niño-gato asintió consigo mismo—. Mi mamá decía que seguir al que te da sopa es más sabio que pelear con quien te da patadas.

Ye Luo soltó una risa. Sus ojos, sin embargo, se abrieron levemente. Una emoción infantil lo golpeó en el centro del pecho.

—¿Me estás proponiendo ser mi mascota espiritual?

Mîmi ladeó el rostro. La cola apareció de nuevo por debajo de su túnica, moviéndose languidamente.

—Si eso significa que puedo seguirte, sí. Pero no me pongas correa.

Ye Luo asintió. El rostro, por primera vez desde que despertó en esa novela, parecía ligero. Sus dedos se cerraron alrededor de su propio cuenco como si aún pudiera absorber algo de calor del fondo.

—Prometido. No te pondré correa. Pero sí me aseguraré de que no te vayas con otro.

—Miau. —Mîmi se estiró como un gato satisfecho—. Entonces está hecho.

Ye Luo miró el cielo a través de la entrada de la cueva. Las estrellas eran diferentes, pero igual de lejanas.

Por primera vez le pareció divertido que las novelas de cultivación permitieran este tipo de relación doméstica.

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