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Chapter 11 - 8: LUCÍEN, EL SEGUNDO PRÍNCIPE VAMPIRO

Castillo del príncipe Kaladin

Año 860 de la Era Vampírica

La segunda luna es la del cambio.

 

Lucien, inquieto, examinó al exterminador, y pensó: sería un buen vampiro. Tiene algo que no he visto en los demás santos. Después miró a su hermano y él le sonrió. Había cierta intención en esa sonrisa que al vampiro le molestó. Sin embargo, no le importaba los planes que tuviera para el exterminador.

Su sangre, extrañamente, no le atraía.

—Veo que te has hecho con carne nueva —comentó, viendo a los ojos de su hermano.

—Es un huésped muy especial, Lucien, por desgracia su sangre no es saludable.

Rune le lanzó una mirada.

La boca de Lucien se entreabrió, pero no dijo nada. En cambio le interesó saber que no era el único que no veía apetecible la sangre de un mortal. Y eso resultaba muy curioso, pues todos sabían que sus presas preferidas eran los santos. El vampiro se cruzó de brazos y reflexionó en silencio. Kaladin, al ver a su hermano tan pensativo, se atrevió a interrumpirlo:

—Bueno, Lucien, ¿qué querías hablar conmigo? En la cena, de pronto, solo desapareciste. Me quedé un poco preocupado.

Rune se mantuvo en el sillón, expectante. Tampoco es que tuviera la valentía para pararse e irse. Muchas cosas malas podrían suceder en el intento.

Al menos puedo sacarles información sin necesidad de amenazas y violencia de por medio, pensó, evitando mirar a Lucien.

Kaladin notó como una idea se desvanecía en los ojos plateados de su hermano. Él espabiló e hizo restallar sus colmillos.

—Eh… —miró al santo—. Es un asunto delicado, Kaladin.

—Él puede escuchar —dijo el vampiro, volviendo a sentarse sobre su escritorio—. Es de mi confianza.

La cara de Rune pareció desfigurarse. No podía creer lo que acababa de escuchar. ¿Desde cuándo había tal confianza entre ambos?

—¿Ah, así? —Lucien, con sus hermosas facciones casi élficas, miró extrañado a su hermano—. No te reconozco, Kaladin.

Rune se mordió los labios. Había comenzado a ponerse nervioso.

Kaladin solo hizo un gesto para que su hermano soltara la lengua.

—Te escucho, Lucien. —Acomodó una pierna sobre la otra—. Para que hayas dejado a padre solo en el castillo, lo que sea que tengas que decirme ha de ser muy importante.

Él asintió.

—Sí. Lo es hermano —aún incomodo con la presencia del santo, el vampiro se obligó a hablar—. Padre ha empeorado, su ataques de locura han aumentado considerablemente estos últimos días. A pesar del suero que bebe cada día para controlar sus habilidades, sus delirios han llegado a extremos peligrosos. Ya no consigo contener su ira.

Rune percibió al preocupación del vampiro. Y pensó: ¿el Señor del Acero ha enloquecido? Vaya noticia. Los Maestros Santos se partirían de risa. ¿Qué pensaría Archer de esto?

—Conque que padre va a ceder pronto. —Kaladin llevó una mano a su mentón—. Quizá deba apresurar las cosas o el Imperio va a colapsar.

De repente, a Rune eso no le pareció tan malo. Que los vampiros se destruyeran entre ellos, de hecho, era una idea espectacular.

Lucien se dirigió hacia el balcón, y desde el umbral, contempló la cristalina luna entre retazos de nubes oscuras y volutas de cenizas.

—Eso no es todo —dijo casi en un murmullo—. Roan es quien más me preocupa. Su ambición lo ha llevado a querer el control del Imperio a cualquier costo. Aunque eso signifique aniquilarnos entre nosotros. Él piensa usar la Luna Negra para invadir los tres reinos.

Kaladin vaciló. Sus ojos se cerraron por un instante antes de soltar una maldición.

Rune no esperaba esa historia. Ni siquiera se acordaba que existiera algo como la Luna Negra. Entonces la preocupación de Lucien también se manifestó en el santo. Si eso llegaba a suceder, los tres reinos estarían en grave peligro. Un instinto lo dominó por un segundo y sus piernas se prepararon para correr; tenía que salir de allí y alertar a la organización de lo que se venía. No obstante, la mano de Kaladin se posó en su hombro y sus ansias se esfumaron.

Sin una explicación que su mente pudiera proporcionarle, se calmó.

—No hay que perder la cabeza —dijo el vampiro. Pero contrario a lo que creía Rune, él se lo decía a sí mismo. Se estaba controlando— Lucien, ¿Cómo Roan sabe cuándo eso va a ocurrir?

El santo se volvió hacia Kaladin.

¿A qué le temes, vampiro?

—Los Oscuros lo han descubierto, ellos parecen conocer la fecha exacta de ese evento lunar. —Lucien volvió a observar la luna—. No tengo idea de cómo lo han hecho, pero Roan ya ha comenzado a organizarlo todo. —Hubo una pausa, tras la cual continuó—. Hermano, él va a asesinar a nuestro padre. Se va a hacer con el poder del Señor del Acero y nos aniquilará.

Rune, de pronto, sintió que sus emociones lo traicionaban. Muy dentro de él, afloró una duda que se propagó por su cuerpo como un virus que debía erradicar. Sin entender qué lo había provocado, una pregunta se asentó en su cabeza: ¿realmente Kaladin era diferente al resto de vampiros? Lo miró y su corazón retumbó. Lo peor, es que no era por miedo.

¿Qué me está pasando?, se preguntó. Debo estar perdiendo la poca cordura que me queda.

El aire en la habitación se tornó pesado y la tensión de los vampiros solo aumentó con el paso de los minutos.

La incertidumbre lo invadió, y el recuerdo de Archer y los santos vino a su mente. A esas alturas, era obvio que los Maestros Santos no arriesgaría tanto por un solo exterminador. Si él estuviera en lugar de sus superiores tampoco lo haría, pero Archer…, él pensaría diferente, trataría de rescatarlo. La cosa es que no tenía cómo saber que estaba vivo. Por otro lado, ¿qué pasaría si en verdad venía y ya no quería irse?

Sacudió la cabeza para espantar ese último pensamiento.

—¿Qué puede detenerlo? —Rune sacó la voz en una inesperada intervención.

Los vampiros se volvieron hacia él.

—¿Qué? —Lucien frunció el ceño.

—Ah…, bueno, eso es complicado —dijo Kaladin, sorprendido de que el santo se involucrara—. Roan es poderoso y su ejército es el más grande del Imperio.

Rune miró a los vampiros alternativamente.

—Debe tener un punto débil. Todos lo tenemos. —Bajó la cabeza—. Su corazón por ejemplo. Así es como…, como los derrotamos.

Lucien se largó a reír. Rune todavía seguía confundido con el vampiro, no dejaba de pensar en él de forma femenina.

Kaladin suspiró.

—Verás, con Roan no es tan sencillo. —El vampiro se tocó el pecho con una mano. Nada latía bajo su piel—. Él ha conseguido desarrollar un poder que creímos que solo tendría nuestro padre. Roan, sin embargo, logró obtenerlo, aunque de manera parcial.

Lucien maldijo.

—Su corazón es de acero —dijo el vampiro con desdén.

—¿De acero? —Rune quedó de una pieza.

—Sí, matarlo es casi imposible, incluso para nosotros —confirmó Kaladin.

Rune lo miró de soslayo.

—Pero ustedes controlan los metales. ¿Por qué no aplastarle el corazón?

En un parpadeo, Lucien se acercó al santo y le tomó la cara con especial delicadeza. Kaladin cambió su postura.

—Lucien —le advirtió con suavidad. Pero Rune apartó el rostro del vampiro antes de que Kaladin se viera obligado a intervenir.

—Que santo tan ingenuo —murmuró Lucien sin alejarse del exterminador—. Escucha, mortal, si las cosas fueran tan fáciles como lo planteas, en estos momentos estaríamos sentados tomando una copa mientras decidimos cuál de los dos va a darle muerte a nuestro hermano mayor.

Rune percibió —a la corta distancia que se encontraba del vampiro— que este olía a jazmín y metal. El estómago se le revolvió al recordar el cadáver del comedor. Aquella atrocidad la había cometido él.

Entonces no pudo evitar sentirse un tanto afortunado de que ese no hubiera sido su final.

—Lucien, basta —El príncipe hizo un gesto para que se apartara del santo—. Los exterminadores no están informados de estas… disputas familiares.

Lucien bufó y se alejó del santo. Luego se peinó su corto cabello rubio para atrás y asintió.

—Bien, ¿qué haremos con él? —preguntó el vampiro.

Kaladin clavó sus ojos en los de él.

—Por ahora, no mucho. Milo ha ido a vigilarlo.

Lucien alzó una ceja.

—Ya… ¿y piensas que ese bueno para nada va a pasar desapercibido? —preguntó, y en su voz se oyó un tono de disgusto—. Yo creo que no. Es un inútil.

Kaladin levantó la vista y cerró los ojos.

—Discrepo, hermano. Milo puede volverse muy útil cuando se lo propone.

—No me fiaría. Podría traicionarte —dijo Lucien—. ¿Cómo sabes que no está aliado con Roan?

Kaladin, aun pensativo, respondió:

—No lo creo. De haber sido así, me habría dado cuenta hacía mucho. Lo conozco mejor que ninguno; puedo leer sus intenciones. Te aseguro, Lucien, que Milo no me traicionaría. Es más probable que yo lo haga antes que él a mí.

Lucien gruñó.

Rune se limitó a observar a los hermanos vampiro, y no podía dejar de sentirse extraño. No pertenecía allí. Todavía le resultaba insólito que un vampiro, un príncipe, confiara en él como casi un igual.

Si Archer me viera en este momento, correría a darme un golpe en la frente para hacerme entrar en razón, pensó.

—Vale, como prefieras; no tengo intención de hacerte cambiar de idea —dijo Lucien con los hombros alzados—. Solo te aconsejo que tengas cuidado. El miedo puede persuadir y manipular las mentes débiles. Y Milo, en ese sentido, es el más flojo de los cuatro.

Kaladin abrió los ojos y miró a Lucien.

—Agradezco tu preocupación, hermano. Solo necesito un poco de tiempo y… —El vampiro hizo un gesto hacia Rune—, esperar a que ciertas cosas tomen su lugar.

Lucien puso su atención en el exterminador. El santo sintió que los pelos de su piel se erizaban.

—¿Quién es el santo? —quiso saber el sangre oscura.

A Rune se le secó la boca y los músculos se le tensaron. Kaladin no respondió, y eso incrementó la curiosidad de Lucien, que volvió a hablar:

—No es un exterminador cualquiera, ¿cierto? El hecho de que esté aquí, conservando su humanidad, es prueba de que es alguien especial. —Su mirada se deslizó hacia Kaladin—. ¿Por qué?

Ante la pregunta, Kaladin, se puso serio. Rune percibió que el ambiente se volvía opresivo. Un frío glacial recorrió su columna y se cerró alrededor de su cuello, como un collar de hielo.

Lucien se encogió de hombros.

—Ya sé —refunfuñó el vampiro, resignado—, no volveré a preguntar.

—Todo a su tiempo, hermano.

—Supongo —murmuró Lucien, viendo hacia el balcón—. Creo que ya es hora de que me marche. No tengo intención de dejar mucho tiempo a papá con Roan. Además, podría sospechar. Su paranoia me va a volver loco también.

Kaladin se puso en pie y extendió una mano hacia su hermano vampiro. Lucien se la quedó viendo.

—Ten cuidado —le advirtió.

Después de todo, los príncipes pueden eliminarse entre ellos, pensó Rune. Esta vez la idea no pareció aliviarlo.

—Claro. Siempre debo tenerlo con la sombra de Roan sobre mí —dijo Lucien, estrechando la mano de Kaladin.

Ambos vampiros se quedaron así un momento. Luego se alejaron el uno del otro y se despidieron con una suerte de reverencia.

—Nos vemos, santo —Lucien, desde la baranda del balcón, miró por encima del hombro a Rune. El exterminador, que no notó en qué minuto el vampiro se movió hasta allí, levantó una mano, la cual bajó de inmediato cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo.

Kaladin esbozó una sonrisa, y el santo se giró hacia él.

—¿Qué? —preguntó molesto.

—¿Sabías que podemos adoptar la forma del animal al cual somos más afines? —preguntó de vuelta. Rune negó con la cabeza—. Observa.

Rune regresó su mirada al balcón, donde Lucien se contorsionó y mutó en un enorme lobo negro.

—¡Joder! —soltó el santo, aferrándose a los reposa manos del sillón con fuerza.

Lucien aulló a la luna y luego saltó por encima de la balaustrada.

Kaladin contempló fascinado la reacción del exterminador.

—¿Te gustaría saber en qué puedo transformarme? —inquirió.

—¡No! —espetó él, poniéndose en pie—. Suficiente por esta noche.

—Comprendo, hay mucho que procesar —dijo Kaladin que, a una velocidad imposible, se trasladó hasta la puerta y la abrió—. ¿Debería acompañarte?

—No es necesario —dijo Rune, encaminándose fuera de la habitación—. Sé cómo llegar.

—Buenas noches —murmuró el vampiro.

Pero Rune ya bajaba a toda prisa por las escaleras. Al cabo de unos minutos, Kaladin estaba solo. Entonces regresó dentro de la habitación y cerró la puerta. Después se deslizó hasta el suelo y se quedó allí. Desarmado.

—Lo siento, Rune, no tenemos más tiempo…

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