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Chapter 3 - Acto 2

Después de su tensa conversación con Anton y la emotiva charla con su madre, Richard decidió que necesitaba volver a la capilla para mantener el ritmo de su vida secreta. Se dirigió hacia la capilla, el lugar que servía como una fachada para las operaciones de la Division Secreta Internacional (DSI).

Al llegar, se dirigió hacia el altar trasero y presionó el código secreto en la pared. Un panel se deslizó hacia un lado, revelando el pasadizo oscuro que llevaba al ascensor. Richard descendió al vestíbulo subterráneo de la DSI.

Kina, la secretaria alemana de Richard, lo recibió con su habitual elegancia. Era una joven de belleza serena, con cabello oscuro y una sonrisa cálida que contrastaba con el frío de la oficina. Su acento alemán le daba un toque especial a su actitud profesional.

—¡Ah, Richard! —dijo Kina, acercándose con rapidez—. Te estaba esperando. Aquí tienes todo lo que necesitas para mañana. —Le entregó un paquete cuidadosamente envuelto.

Richard tomó el paquete y asintió en señal de agradecimiento.

—Gracias, Kina. —Su tono era neutral, pero su mirada apreciativa reflejaba la confianza que tenía en ella.

Kina se inclinó ligeramente, mostrando respeto, y luego se apartó para darle espacio mientras Richard se dirigía hacia el área de la oficina.

Vera, la supervisora, estaba ya en su puesto, organizando algunos documentos. La oficina estaba llena de agentes y espías que se movían con eficiencia, preparándose para la actualización de equipos que se llevaría a cabo al día siguiente.

—Bienvenidos todos —anunció Vera, con voz firme—. Como saben, mañana se actualizarán los equipos. Esto significa que habrá algunos cambios en las asignaciones y que el número de novatos es mayor de lo habitual. Les pido que presten atención a los detalles y se preparen para lo que venga.

Richard se acercó a Vera mientras varios espías y agentes se agrupaban alrededor del tablón de anuncios, observando los cambios. Entre ellos estaba Derrick Shaw, que miró a Richard con una sonrisa irónica.

—¿Listo para ver a quién te toca trabajar esta vez, Kane? —dijo Shaw, mientras marcaba una cruz en la lista—. Espero que sea alguien con quien puedas soportar.

Richard solo levantó una ceja, sin mostrar ninguna emoción.

—Estoy seguro de que todo estará bien.

En ese momento, Isabella llegó al área, su presencia siempre destacando entre la multitud. Con un movimiento despreocupado, se dirigió hacia Richard y se sentó sobre su escritorio, estirando las piernas hacia un lado con un aire de desafío.

—No había espacio en otro lado —dijo Isabella con una sonrisa juguetona—. Además, así puedo tener una vista privilegiada de la información que estás revisando.

Richard la miró con incredulidad, sin moverse.

—¿Siempre tienes que hacer esto? —preguntó, intentando mantenerse serio.

Isabella le dio un codazo juguetón.

—¿Qué? ¿No te agrada mi compañía?

La atención se desvió hacia el tablero de anuncios, donde Vera comenzó a leer los nuevos emparejamientos. El ambiente se tornó más tenso a medida que los agentes discutían sus nuevas asignaciones.

—Mañana será un día interesante —dijo Vera—. Con tantos novatos, habrá que estar preparados para cualquier eventualidad.

Isabella, aún en su posición poco convencional sobre el escritorio, observó la dinámica con interés.

—Parece que Richard tiene que afilar sus habilidades de trabajo en equipo —dijo Isabella—. Aunque, siendo honesta, creo que lo harás bien, Richard. Siempre he admirado tu habilidad para meterte en problemas.

Marc, que estaba cerca, miró a Richard con una mezcla de respeto y desafío.

—Parece que la suerte me sonríe. Al menos no estaré solo con los novatos.

Richard le lanzó una mirada aguda.

—Haremos lo que sea necesario.

Con los nuevos emparejamientos confirmados y el ambiente cargado de anticipación, el grupo comenzó a dispersarse para prepararse para el día siguiente. Richard, aún con el paquete de instrucciones en la mano, se dirigió hacia su casillero para almacenar algunos documentos y prepararse para la misión.

Kina se acercó una vez más, su expresión más seria.

—Si necesitas algo más, Richard, estaré en el área de operaciones —dijo—. No dudes en pedírmelo.

Richard asintió.

—Lo tendré en cuenta. Gracias, Kina.

Mientras Richard se preparaba para salir, Isabella le dio una última mirada antes de unirse a Marc y los otros agentes. La oficina comenzó a vaciarse, y la atmósfera se volvió más tranquila. Richard se dirigió hacia la salida, su mente ocupada con los preparativos para la misión y las complicaciones personales que se avecinaban.

Al salir de la capilla, Richard se dio cuenta de que su vida estaba en un punto crucial. Los desafíos venideros pondrían a prueba no solo sus habilidades, sino también su capacidad para enfrentar los fantasmas de su pasado y los obstáculos que se avecinaban.

Después de la reunión en la oficina, Isabella invitó a Richard a cenar. La noche era joven y el reloj marcaba apenas las 8:00 p.m. Mientras se dirigían hacia la salida, Isabella, con una sonrisa coqueta, le preguntó:

—¿Qué vas a hacer tu viejo gruñón? La noche es todavía joven. Vamos a disfrutarla un poco.

Richard, con un tono de desdén pero sin muchas ganas de discutir, aceptó.

—Está bien. Solo por esta vez.

Mientras se despedían de sus compañeros, Marc le dijo a Richard:

—Espero que te estrenes bien esta noche.

Richard, confundido, le preguntó:

—¿Qué significa eso?

Marc, con una sonrisa enigmática, respondió:

—No la defraudes, ¿de acuerdo?

Con una expresión que mezclaba curiosidad y molestia, Richard y Isabella se dirigieron a un elegante restaurante en el centro de la ciudad. Aunque Richard no estaba de humor para socializar, disfrutó de la conversación y el ambiente. Isabella, con su encanto y picardía, intentó mantener la conversación ligera.

—Así que, Richard, ¿qué te trae por aquí aparte de mi compañía? —preguntó Isabella, juguetona.

Richard la miró con una mezcla de frustración y diversión.

—Solo estoy te estoy siguiendo el juego. Pero no esperes que me lleves a la cama esta noche.

Isabella rió, inclinándose hacia él con un brillo en los ojos.

—Siempre eres tan encantador. ¿No te gustaría disfrutar un poco más de la noche antes de volverte tan serio?

En ese momento, Richard notó a dos hombres vestidos de negro que entraron al restaurante. Sus ojos se enfocaron en un logo en sus trajes: Agence de Surveillance (ADS), la compañía rival de la DSI.

Richard se puso tenso y se inclinó hacia Isabella, murmurando:

—Creo que es mejor que nos vayamos. La ADS está aquí, y tal vez nos están buscando.

Isabella, ya un poco tomada, no entendió del todo.

—¿El AIDS? ¿Qué es eso?

Richard, frustrado, decidió actuar rápidamente. Se levantó y, con un tono urgente, dijo:

—No, no es el AIDS. La ADS está aquí. Tenemos que irnos.

Richard la levantó de la silla y, viendo que más hombres de la ADS estaban llegando, la llevó al baño, donde intentó mantenerse escondido. Isabella, tambaleándose un poco, comenzó a quitarse la camisa.

—Oh, ¿Quieres ahora? —preguntó con una sonrisa coqueta.

Richard la detuvo con firmeza.

—Quédate aquí. No tenemos tiempo para esto.

Mientras Richard buscaba una forma de escapar, Isabella le dijo:

—Oye, richi, hay unos tipos bastante buenos y fuertes acercándose... ¿los invito?

Antes de que pudiera responder, Richard escuchó pasos en el pasillo. Rápidamente, rompió la ventana del baño y, con Isabella aún en brazos, saltó al callejón detrás del restaurante. La ventana rota provocó que los hombres de la ADS entraran y se dieran cuenta de la fuga.

—¡Han roto la ventana! —gritó uno de ellos, dando la señal.

Richard cargó a Isabella y corrió hacia el coche. La persecución comenzó en cuanto arrancó el motor. Los coches de la ADS estaban cerca y comenzaban a acercarse, disparando contra el auto de Richard.

—¡Agáchate! —ordenó Richard mientras maniobraba el auto entre las calles estrechas de París.

Isabella, aún tambaleándose, intentó mantenerse baja mientras Richard hacía zigzag entre los vehículos y esquivaba los disparos.

—¡No puedo correr mucho más, Richard! —gritó Isabella, desesperada.

Richard apretó el acelerador, tratando de perder a los perseguidores. Giró bruscamente en una esquina, tomando una ruta menos transitada.

—Vamos, vamos, maldita sea —murmuró Richard, mientras los autos de la ADS se acercaban cada vez más.

La persecución se intensificó cuando uno de los autos de la ADS logró acercarse lo suficiente como para bloquear el camino de Richard. Con un movimiento rápido, Richard giró el volante y se metió en un estacionamiento subterráneo, escondiéndose entre los autos estacionados.

—No podemos quedarnos aquí por mucho tiempo —dijo Richard, mientras trataba de controlar la respiración.

Isabella, aún en sus brazos, miró a Richard con gratitud y preocupación.

—¿Qué vamos a hacer ahora?

Richard miró a su alrededor, buscando una salida. Sabía que la situación era crítica, pero su mente estaba trabajando a toda velocidad para encontrar una solución.

—Vamos a salir de aquí. Necesitamos encontrar un lugar seguro, y pronto.

Richard y Isabella se encontraron en un callejón oscuro tras la persecución. Richard observó con rapidez a un agente de la ADS que se acercaba. Sin dudar, lo atacó con precisión, dejándolo inconsciente.

Isabella, tambaleándose y aún afectada por el alcohol, miró a Richard con una mezcla de preocupación y confusión.

—¿Qué vas a hacer con él? —preguntó mientras Richard se despojaba del uniforme del agente caído.

Richard, ahora vistiendo el uniforme de la ADS, respondió con frialdad:

—No te preocupes. Solo asegúrate de mantenerte baja y oculta.

Isabella, con su vestido ajustado y sensual, miró a Richard mientras él se preparaba para cambiarse. Con una sonrisa irónica, dijo:

—¿Y para mí, no hay nada?

Richard, con un tono de desdén, respondió:

—No lo necesitas. Con esa ropa parece que trabajas en un prostibulo.

Isabella lo miró sorprendida, pero no respondió. Richard tomó el arma del agente caído y observó a los hombres de la ADS que buscaban por la zona. Ideó un plan astuto para deshacerse de ellos.

—Escucha, Isabella —dijo Richard—. Actúa como si estuvieras completamente tomada. Voy a distraerlos.

Isabella, a pesar de estar algo borracha, asintió con dificultad. Richard la empujó hacia el grupo de hombres de la ADS que estaban en un bar cercano. Isabella comenzó a coquetear y a actuar como si estuviera completamente borracha, llamando la atención de los hombres.

—¡Oh, chicos, miren qué guapos son! —dijo Isabella con una sonrisa coqueta.

Los hombres, atraídos por la distracción, se acercaron a ella. Richard, al volante, aprovechó la oportunidad. Aceleró el coche y, en un movimiento rápido y preciso, atropelló a varios de ellos, causando caos en el lugar.

Isabella, sonriendo triunfante, dijo en italiano:

—"Fate attenzione, belli!" (Cuídense, hermosos.)

Con la situación momentáneamente bajo control, Richard se dirigió nuevamente a la carretera. Sin embargo, la persecución continuó. Isabella, ahora algo más sobria, tomó el arma que Richard le entregó y disparó contra el conductor del coche de la ADS que los seguía.

Richard, mirando con admiración, dijo:

—No sabía que eras tan buena disparando.

Isabella, con un aire pensativo, dejó caer el arma y comenzó a vomitar descontroladamente. Richard, preocupado, intentó atenderla mientras maniobraba el coche para esquivar los disparos que aún les alcanzaban.

—¡Mantén la cabeza baja! —ordenó Richard mientras realizaba un giro brusco.

En un movimiento fallido, Richard perdió el control del coche y chocó contra otro vehículo, provocando un accidente múltiple en la carretera. El coche de Richard volcó, quedando inutilizado ante los disparos.

Richard, preocupado por Isabella, salió del coche con ella en brazos. La situación era desesperada. Mientras los agentes de la ADS se acercaban para capturarlos, una limusina apareció de repente. De ella bajó un hombre alto, con una apariencia imponente y un tono de voz severo.

—"Comment ça va, espion américain?" (¿Cómo estás, espía americano?) —dijo el hombre con acento francés.

Richard, herido y sangrando por la cara, colocó a Isabella detrás de él y la sostuvo con cuidado. Isabella, aún débil y tambaleándose, dijo:

—Estoy... cansada... richi.

Richard, con una expresión de determinación y desesperación, le respondió:

—Voy a acabar con esto. No te preocupes, Isabella.

Isabella, con un susurro débil, respondió:

—Vaya, es la primera vez que me llamas por mi nombre.

Richard sabía que este era el momento crucial. Sin embargo, no podía dejar a Isabella en peligro. La sostuvo con firmeza mientras se preparaba para enfrentar al hombre de la limusina.

El hombre de la limusina, con una mirada fría, observó la escena con interés.

—Parece que las cosas se han complicado para ti, espía. ¿Qué piensas hacer ahora?

El hombre de la limusina, con una presencia imponente, se acercó a Richard y a Isabella, aún tambaleándose. Su nombre era Hugo Darnell, un conocido mafioso con conexiones en el mundo del espionaje. Se dirigió a Richard con una sonrisa fría.

—"Je m'appelle Hugo Darnell. J'ai une offre pour toi, espía américain." (Me llamo Hugo Darnell. Tengo una oferta para ti, espía americano.)

Richard, con la respiración entrecortada y aún sosteniendo a Isabella, miró a Hugo con desconfianza.

—¿Cuál es la oferta? —preguntó Richard, su voz cargada de desesperación.

Hugo, con una sonrisa calculadora, respondió:

—Es simple. Te garantizo la vida a ti, a tus amigos, a tu novia y a tu madre. Todo lo que tienes que hacer es aceptar un trato: serás un espía espiado por tu propia compañía. ¿Simple, no?

Richard, atónito al escuchar el nombre de su madre, la única persona que aún no estaba en peligro, respondió con tensión en su voz:

—¿Entonces si acepto, me dejarán ir?

Hugo asintió con calma.

—Exactamente. Pero si no aceptas, terminaré contigo ahora mismo, como a un maldito perro. Aunque, quizás prefieras ver a tu madre antes de tomar una decisión.

Hugo sacó una foto de la mañana en la que Richard había entrado a la casa de su madre. La imagen mostraba a Richard claramente visible en la entrada. Hugo la mostró a Richard con una sonrisa burlona.

—¿Ves, espía? Las personas con dinero siempre guiarán a los esclavos.

Richard, furioso y humillado, aceptó la oferta con una voz dura:

—Está bien. Acepto.

Hugo, satisfecho, le entregó un periódico a Richard con un gesto despectivo.

—Ya sabes el resto.

Con un último desdén, Hugo se metió en la limusina y, al bajar la ventanilla, le dijo a Richard:

—Tranquilo, yo protegeré tu trasero.

La limusina se alejó, y la sensación de derrota se instaló en Richard mientras miraba a Isabella, que se desplomó sobre él, exhausta. Con pocas opciones, se dirigieron a un motel cercano, donde fueron recibidos por una mujer que les ofreció una habitación. Al ver el estado en el que estaban, Richard pagó sin protestar.

—Gracias —dijo Richard, con un tono de agradecimiento cansado.

La mujer les indicó que había un hospital en la esquina. Aunque no era el mejor lugar, por lo menos les pusieron una venda en la cara a Richard y le dijeron que Isabella podía quedarse en el hospital para descansar.

Richard, temeroso de que el médico pudiera aprovecharse de Isabella, decidió llevarla al motel. En su habitación, la preparó con cuidado. Quitó el vestido de Isabella para limpiar sus heridas, le dio su saco para cubrirla y luego la arropó con una sábana.

Esa noche, mientras Isabella dormía, Richard se sentó en una silla, perdido en sus pensamientos. La situación era desesperada y, por primera vez en su carrera, sintió un profundo miedo, no por sí mismo, sino por Isabella. La perspectiva de que ella pudiera sufrir a causa de sus errores lo atormentaba.

Richard pensó en todo lo que había pasado: el encuentro con Hugo Darnell, la oferta humillante, y la inevitable traición. Se preguntaba qué vendría después. El peso de la responsabilidad y el miedo por la seguridad de Isabella lo consumían.

—¿Qué haré ahora? —se preguntó Richard, con la mente llena de dudas y temores.

A medida que la noche avanzaba, Richard sintió el peso de la derrota más que nunca. El fallo, la culpa y el miedo por el futuro de Isabella eran abrumadores. Sabía que tendría que enfrentarse a la realidad de ser espiado por su propia organización, pero el pensamiento de lo que le podría pasar a Isabella lo mantenía despierto, con la mente inquieta y el corazón agitado.

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