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Chapter 28 - La Trampa del León

El amanecer trajo consigo una calma engañosa. Kenji abrió los ojos en su habitación, sintiendo el peso de los últimos días acumulado en sus hombros. Sobre el escritorio, su laptop mostraba carpetas organizadas con pruebas, grabaciones y análisis periciales. Cada documento era un ladrillo en el muro que planeaba levantar contra Reiji.

Pero la frase del mensaje anoche lo carcomía:"Yo no estoy solo."

Kenji se levantó, se vistió con rapidez y bajó a la cocina. Allí estaba Kyosuke, leyendo el periódico con una taza de café en la mano. Su padre lo observó de reojo antes de sonreír con esa calma que ocultaba dinamita.

—Hoy será divertido —dijo Kyosuke, doblando el diario—. Tenemos un as bajo la manga: el informe pericial. Si el juez lo acepta, las pruebas de Reiji se hunden para siempre.

Kenji asintió, sintiendo la determinación encenderse en su interior.

—No podemos fallar.

Kyosuke le dio una palmada en la espalda.

—No lo haremos. Pero prepárate… porque ese tipo va a contraatacar.

En el instituto, la tensión era palpable. Los rumores sobre el caso se habían esparcido como pólvora. Algunos miraban a Kenji con admiración, otros con morbo. Marin, por supuesto, estaba en su elemento.

—¡¡#JusticiaKawaii es tendencia en la escuela!! —gritó, agitando su móvil como si fuera un trofeo—. ¡Y nuestra foto grupal tiene más likes que el post de Reiji en LinkedIn!

—Eso no es un logro real —murmuró Sawada, pero la esquina de sus labios se curvó apenas.

Sakura, siempre dulce, se acercó a Kenji con una carpeta.

—Revisé todo. Los audios están en orden y los peritajes listos. Solo… —bajó la voz, mirándolo a los ojos—, no te presiones demasiado, ¿sí?

Kenji sonrió con suavidad, y en ese instante, sintió un cosquilleo en la nuca. Miró de reojo… y vio a Sawada observándolos con una expresión imposible de leer.

—Tranquila —respondió Kenji, para ambos—. Esto no es solo por mí. Es por todos nosotros.

Horas más tarde, la sala del tribunal volvió a llenarse. Reiji entró primero, impecable como siempre, pero algo en su sonrisa parecía forzado. A su lado, sus abogados hojeaban carpetas con la prisa de quien prepara un truco desesperado.

Kenji llegó con Kyosuke y su equipo detrás: Marin con gafas oscuras, sosteniendo un póster que decía "NO A LOS MALOS", Iura cargando una bolsa de snacks y Sawada… con las manos en los bolsillos y esa mirada desafiante que intimidaría a cualquiera.

Cuando el juez anunció el inicio de la sesión, Kyosuke tomó la palabra con voz firme.

—Su señoría, presentamos el análisis forense digital que demuestra la falsificación de las pruebas introducidas por la defensa. Incluye trazabilidad completa y declaraciones juradas de los técnicos.

El juez asintió, recibiendo el informe. Reiji apretó los dientes, pero su voz sonó serena cuando respondió:

—Impresionante, señor Hori. Pero como dije… yo no estoy solo.

Kenji frunció el ceño. Y entonces, lo vio: alguien más se levantó del lado de la defensa. Un rostro familiar que hizo que la sangre se le helara.

—¿El presidente del consejo estudiantil? —murmuró Marin, tan sorprendida que dejó caer su tablet.

Era Kakeru Sengoku. El mismo que sonreía tímidamente en la escuela, ahora vestía traje y portaba un documento en la mano.

—Estoy aquí como testigo voluntario —dijo, evitando mirar a Kenji a los ojos—. Para aclarar… que todo esto ha sido un malentendido.

El murmullo en la sala fue ensordecedor. Sakura se cubrió la boca, horrorizada. Sawada apretó los puños con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos.

Kenji, sin embargo, solo lo miró fijamente, sintiendo que una pieza invisible del tablero acababa de moverse.

El café Hoshizora era un lugar pequeño y acogedor, con aroma a grano recién molido y luces cálidas que contrastaban con la frialdad de la mañana. Kenji entró puntual, las manos en los bolsillos y la mente alerta. Cada instinto le gritaba que aquello podía ser una trampa, pero la curiosidad pesaba más que el miedo.

En la mesa del rincón lo esperaba Kakeru Sengoku. Sin uniforme, con el rostro demacrado y las manos temblando alrededor de una taza de café ya frío.

Kenji se sentó frente a él, en silencio. No hacía falta preguntar: el peso en los ojos de Sengoku lo decía todo.

—Lo siento —fue lo primero que murmuró, con la voz rota—. No quería hacerlo… pero no me dejaron opción.

Kenji lo observó, sin interrumpir. Sabía que el silencio podía ser más poderoso que mil palabras.

Sengoku respiró hondo, bajando la mirada.

—Mi padre… trabaja para la empresa donde está Reiji. Cuando le conté que me habían llamado para declarar, me dijo que no me metiera. Al día siguiente, Reiji vino a verme. Me dijo que si no cooperaba, despedirían a mi padre. Que lo pondrían en una lista negra en el sector.

Kenji sintió cómo la rabia le subía por la garganta, pero la contuvo.

—Así que… lo hiciste para protegerlo.

Sengoku asintió, con los ojos brillando de impotencia.

—Sé que está mal… pero no podía arruinar la vida de mi familia por esto.

Kenji apoyó los codos en la mesa, inclinándose hacia él.

—Escúchame, Kakeru. No eres mi enemigo. Reiji lo es. Y no voy a dejar que te destruya para ganar.

Sengoku levantó la vista, incrédulo.

—¿Qué… vas a hacer?

Kenji sonrió apenas, esa sonrisa que solo aparecía cuando tenía un plan imposible.

—Liberarte. Pero necesito que confíes en mí esta vez.

Mientras hablaban, a pocos metros afuera del café, dos figuras "discretas" observaban desde detrás de un arbusto ornamental.

—¡Agáchate más! —susurró Marin, ajustándose una gorra con orejas de gato.

—Iura, deja de comer galletas, ¡nos descubrirán!

—¡Es trabajo de reconocimiento! —respondió Iura, con la boca llena y un par de prismáticos colgando del cuello.

Marin sacó su móvil y empezó a grabar en modo "documental":

—Operación Espía Kawaii, día uno: el sujeto Kenji se reúne con el traidor Sengoku. Hipótesis: ¿amor prohibido o conspiración legal?

Iura se atragantó con la galleta y tosió tan fuerte que un cliente del café giró la cabeza.

—¡Silencio, agente inútil! —susurró Marin, dándole un golpe en la nuca.

Kenji salió del café con un plan en la mente y la determinación ardiendo en los ojos. Sengoku lo siguió, más aliviado que antes, pero aún tenso.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó.

Kenji se detuvo, mirándolo con una calma peligrosa.

—Voy a usar sus propias armas en su contra. Si Reiji cree que el miedo lo hace fuerte, le enseñaremos que la verdad grita más alto.

En ese momento, Marin y Iura cayeron del arbusto con un estrépito digno de una caricatura. Kenji los fulminó con la mirada.

—¿En serio?

—¡Espionaje táctico! —respondió Marin, levantando el móvil—. Y tengo pruebas audiovisuales… aunque creo que grabé mi cara todo el tiempo.

Kenji se llevó una mano al rostro, suspirando.

Esa noche, en la casa Hori, el equipo se reunió. Kyosuke estaba de pie junto a la pizarra improvisada donde Marin había dibujado un diagrama que parecía sacado de un anime policial… con stickers de estrellas y la frase "¡DERROTA AL MALVADO REIJI!" en rosa brillante.

—El plan es simple —dijo Kenji, señalando el diagrama con un puntero láser (que Marin le había regalado)—:

Probar que Reiji falsificó pruebas (ya tenemos el peritaje).

Demostrar el chantaje a Sengoku sin exponer a su padre.

Presentar el contrato fraudulento original, que Marin milagrosamente recuperó de la papelera en la oficina.

—¡No milagro, talento! —gritó Marin, alzando los brazos como si hubiera ganado un Oscar.

Kyosuke sonrió de forma peligrosa.

—Si todo sale bien, en la próxima audiencia lo destrozaremos.

Sawada, que había estado en silencio todo el tiempo, habló por fin:

—¿Y si no sale bien?

Kenji la miró, y por un segundo, sus ojos se encontraron con una intensidad que quemaba.

—Entonces… no existe un plan B. Ganamos, cueste lo que cueste.

Sawada no apartó la mirada, y algo en sus labios esbozó una sonrisa apenas perceptible.

Dos días después, el juez golpeó el mazo y anunció con voz solemne:

—La audiencia final será en 48 horas. Ambas partes presentarán sus pruebas definitivas. Después de eso… se dictará sentencia.

El murmullo llenó la sala, pero Kenji apenas lo escuchó. Solo pensaba en la cuenta regresiva que acababa de empezar.

Mientras salía del tribunal, revisó su móvil. Un mensaje lo esperaba."Disfruta tus últimos dos días de victoria, Hori. Después… ni tú ni tus amigos podrán volver a sonreír."

Kenji apretó el puño, sintiendo cómo la adrenalina reemplazaba cualquier rastro de miedo.

—Nos vemos en el infierno, Reiji —susurró para sí, con una chispa peligrosa en los ojos.

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