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Chapter 9 - capítulo 9

Capítulo 9

Punto de vista: Aelinne Dragonroad.

El despacho estaba en silencio, salvo por el rasgar de la pluma sobre el pergamino y el sonido ocasional de botas resonando en el pasillo. Me gustaba que fuera así: ordenado, eficiente, sin voces innecesarias.

En el mapa desplegado sobre la mesa, tres alfileres marcaban rutas de comercio que conectaban nuestra ciudad con la capital real hacia el norte y con la región de Fittoa hacia el sur. Delarus —la ciudad que el señor local me había confiado proteger— era un punto intermedio vital. Aquí se cruzaban comerciantes, mercenarios y aventureros, y esa mezcla traía prosperidad… y problemas.

El Reino de Asura era, en apariencia, estable. El rey y sus cortesanos mantenían una imagen de grandeza, pero bajo esa fachada, las ciudades fronterizas y comerciales como la nuestra lidiaban con intrigas y ambiciones más prácticas. Las facciones nobiliarias competían por influencias, y muchas veces el comercio y la seguridad eran monedas de cambio.

En una carpeta aparte, tenía los informes de mi investigación actual: varios nombres vinculados a redes de esclavitud encubierta. No era ilegal en sí misma —la ley del reino permitía la esclavitud bajo ciertas condiciones—, pero las evidencias indicaban que estos prisioneros no eran criminales ni prisioneros de guerra, sino ciudadanos endeudados y hasta menores capturados en zonas rurales. Eso, según el código local, era abuso.

El señor de la ciudad, un hombre pragmático que entendía los equilibrios de poder, me había dado su autorización personal: “Si tienes pruebas, actúa. Mientras no causes un conflicto con casas mayores, tienes carta blanca.”

Eso me permitía mover piezas con libertad. Y yo siempre jugaba con cuidado.

Revisé uno de los pergaminos: un contrato de venta de “sirvientes” entre un comerciante local y un noble de una región vecina. El precio era sospechosamente bajo, lo que solía significar que el “producto” no era legalmente adquirido. Hice una anotación y marqué el nombre del comerciante para vigilancia.

Otro informe mencionaba sobornos a algunos guardias menores por parte de un gremio de transporte que operaba cerca del puerto fluvial. No era nada nuevo: donde había mercancías, había contrabando, y donde había contrabando, había manos dispuestas a aceptar monedas para mirar hacia otro lado. Pero la evidencia era suficiente para un interrogatorio.

Mientras repasaba las notas, golpearon la puerta. Dos toques cortos, seguros.

—Adelante —dije, sin apartar la vista del documento.

Entró Maren, uno de mis guardias más antiguos. Alto, fornido, con barba recortada y una cicatriz que atravesaba su mejilla izquierda. No era hombre de interrumpir sin razón.

—Mi señora —saludó, cerrando la puerta con cuidado—. Vengo a informarle algo… personal.

Levanté la vista. Personal. Esa palabra, en boca de un subordinado leal, solía significar que estaba a punto de escuchar algo que me enfadaría.

—Habla.

Maren se aclaró la garganta.

—Anoche, mientras hacía ronda cerca del gremio de aventureros… vi a su esposo. Y al pequeño Alerion.

Mi mano se detuvo sobre la mesa.

—¿Estás seguro?

—Tan seguro como que usted está aquí, mi señora. Lo llevaba sobre los hombros. No había peligro inmediato, pero… lo vi entrar al gremio. Varios aventureros lo notaron, y… creo que hasta lo hicieron interactuar con su grupo.

Lo miré en silencio unos segundos.

—¿Por qué no interveniste?

—Su esposo parecía tranquilo. Y… bueno, no quise causar un alboroto innecesario delante del niño.

Asentí lentamente.

—Gracias, Maren. Puedes retirarte.

Cuando la puerta se cerró, apoyé la espalda en la silla y respiré hondo. No era cuestión de dudar de Zakhal como protector. Conozco su fuerza, y sé que podría cuidar a Alerion incluso en un lugar como ese.

Pero el gremio no es un parque de juegos. He visto lo que pasa allí: apuestas que terminan en peleas, aventureros ebrios buscando una excusa para usar sus armas, gente que mide a los demás como mercancía. Y un niño de dos años es un blanco que atrae miradas, por su rareza… o por su valor.

Peor aún: me lo ocultó.

Cerré la carpeta de los casos de corrupción y guardé el mapa. Esto requería mi atención inmediata.

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En el camino a casa, mis pensamientos se dividían entre el enojo y la racionalidad. No podía perder de vista que, si lo dejaba pasar, sentaría un precedente. Y no soy de las que permiten que se repitan las imprudencias.

Delarus seguía latiendo tras de mí: el bullicio de la plaza central, los pregones de los comerciantes, el olor a pan recién horneado mezclado con el humo de las forjas. Todo parecía en orden, pero yo sentía esa fina línea entre la calma y el caos. Era mi trabajo asegurarme de que no se rompiera… y eso incluía a mi familia.

Para cuando llegué a casa, el sol comenzaba a inclinarse. Lyne me recibió en la entrada, inclinándose.

—Mi señora. El señor Zakhal y el pequeño están en la sala.

Me limité a asentir y avancé.

Cuando abrí la puerta, vi a Alerion en el suelo, rodeado de bloques de madera, construyendo una torre torcida. Zakhal estaba en un sillón, observándolo con media sonrisa.

Levantó la vista al verme.

Y supo, en ese instante, que estaba en problemas.

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Punto de vista: Alerion

Estaba concentrado en mi torre de bloques cuando escuché el sonido de la puerta abrirse. No era un sonido cualquiera. Era ese sonido: el que traía consigo a mamá después de un día largo, con pasos medidos y una presencia que llenaba la habitación antes de que ella hablara.

Levanté la vista y ahí estaba. Mamá. Aelinne Dragonroad. La mujer que podía detener un disturbio con solo cruzar los brazos… y que ahora me miraba como si estuviera evaluando cuánto iba a durar mi próxima libertad condicional.

Papá lo notó también. Su media sonrisa se borró y se enderezó en el sillón.

—Cariño, ya en casa.

Ella no respondió. Cerró la puerta detrás de sí y caminó hacia nosotros, despacio, como si cada paso representara un cargo incriminatorio en un juicio.

—Zakhal —dijo, con voz suave. Lo suficientemente suave como para ser peligrosa—. ¿Quieres explicarme por qué un guardia mío te vio anoche en el gremio… con nuestro hijo?

Yo giré la cabeza hacia papá. Él se pasó una mano por el cabello, buscando palabras.

—Solo fue una vuelta rápida. Nada peligroso. Quería enseñarle un poco de la ciudad.

—¿A los dos años? —preguntó mamá, sin subir la voz.

Ese tono… más letal que cualquier grito.

—No hubo problema. Estuvo conmigo todo el tiempo. —Papá intentó sonreír—. Hasta hizo amigos.

Mamá se giró hacia mí y se agachó, quedando a mi altura.

—¿Te gustó el gremio? —preguntó, con una calma engañosa.

—Sí —respondí, sin rastro de culpa—. Ghislaine fuerte. Elinalise bonita. Espadas grandes.

Papá se llevó una mano a la cara. Mamá cerró los ojos un instante, como si estuviera reprimiendo algo. Cuando los abrió, había tomado una decisión.

—Muy bien. Escuchen ambos. —Se incorporó y cruzó los brazos—. Alerion no volverá a salir de esta casa sin mí hasta que tenga cuatro años. Y tú —miró a papá—, dormirás fuera de nuestra habitación durante un mes.

Papá parpadeó.

—Bueno… pudo ser peor.

Yo, en cambio, sentí que se me encogía el mundo.

—No… salir… cuatro —dije, con voz temblorosa.

—Es definitivo —respondió mamá.

Me arrastré hacia ella como si mi vida dependiera de ello.

—No exageres —dijo, pero su voz tenía una pequeña grieta.

Me aferré a su pierna y la miré con ternura.

—Tres… por favor… tres. —Puse las manos juntas, suplicando.

Ella me observó largo rato, sin pestañear. Ese silencio pesaba más que cualquier grito. Yo sabía que tenía que actuar rápido si quería salvar mi libertad futura.

Me dejé caer de rodillas frente a ella, exagerando un poco para que el golpe contra el suelo sonara.

—Mamá… —arrastré la palabra como si fuera mi último aliento—. Tres… no cuatro…

Llevé las manos juntas frente al pecho, inclinándome como si estuviera rogando a un dios.

—Si no salgo… me pongo… —me encogí, metiendo la cabeza entre los hombros— chiquito… chiquito…

En mi cabeza, analizaba cada movimiento: Ceja levantada, mirada fija… todavía está firme. Tengo que doblar la apuesta.

Volví a abrazar su pierna y levanté la mirada con los ojos más grandes que podía, ese truco universal que derrite corazones en cualquier mundo.

—Mamá… sol… aire… —abrí los brazos, como abrazando un cielo imaginario—. Si no salgo… me muero de aburrido…

Vi que un músculo de su mandíbula se movía. Era una grieta en su muralla. Tenía que seguir.

—Tres… y prometo… bueno. —Asentí con fuerza para darle más peso a la promesa.

Papá, que hasta entonces había permanecido callado, dejó escapar una risa suave.

—Admito que suplica bien. Creo que es un talento natural… —dijo, como si estuviera comentando un espectáculo.

—Silencio —le cortó mamá, sin mirarlo. Ni siquiera le dio el beneficio de un parpadeo.

Papá levantó las manos en gesto de paz, pero no perdió la sonrisa.

—Solo digo… que tiene potencial. Hasta podríamos entrenarlo para negociar contratos…

Yo apreté más su pierna, mirándola con desesperación calculada. Vamos, mamá, sé que no quieres criar a un prisionero. Esto no es disciplina, es tortura…

Finalmente, suspiró. Fue un sonido corto, pero para mí sonó como una trompeta anunciando victoria.

—Está bien… tres años… pero siempre bajo supervisión. Y no te acercas al gremio.

—¡Sí! —dije, con la alegría de un general que ha ganado contra todo pronóstico.

Papá me miró de reojo y sonrió, como si también se atribuyera parte del logro.

—Ves, cariño, no fue tan complicado.

—¿Y lo del mes fuera de la habitación? —preguntó él, ya tanteando su propia suerte.

—Eso no cambia —respondió mamá, seca, como si no necesitara pensar la respuesta.

Papá inclinó la cabeza y dejó escapar un bufido resignado.

—Bueno… sigo pensando que pudo ser peor. Podría haber acabado durmiendo en el establo.

Mamá me soltó la pierna y se giró hacia él.

—Y más te vale que esto no se repita.

En mi cabeza pensé: Mis respetos, madre. Ganaste en tu campo… pero yo también.

Tres años era mucho, pero era mejor que cuatro. Y eso, para un negociador de dos años, era toda una proeza.

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Esa noche, mientras me metía en la cama, pensé en lo ocurrido. Sí, mamá era imponente. Sí, había perdido el privilegio de salir cuando quisiera. Pero había reducido la condena de cuatro años a tres… y eso, era algo al menos. De todas formas puedo aprovechar este tiempo para dominar el habla y la escritura.

Además, no había forma de que olvidara esa noche en el gremio.

Algún día volvería.

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