Capítulo 8 Guild
—¡Zakhal! ¡Viejo cabrón, ven aquí!
Mi padre se giró con el paquete en mano, como si le acabaran de decir que su deuda de juego había aparecido para cobrar intereses. Me echó una mirada rápida por encima del hombro.
—Es esa clase de noche —murmuró, como si no fuera obvio.
Nos acercamos a una mesa en la esquina, donde el ruido era más intenso, pero también más… divertido.
La primera figura que vi fue un hombre alto, de complexión atlética, pelo castaño claro y rasgos afilados. Sonreía como quien siempre tiene un plan… o un problema. Vestía ropa de viaje, pero bien cuidada. Su postura y mirada me decían: este sabe que es atractivo y lo usa a su favor.
A su lado, una mujer rubia de cabello corto, con una sonrisa tranquila y unos ojos suaves que parecían invitarte a confiar. Había algo reconfortante en ella, como si pudieras contarle tus problemas y te escucharía de verdad.
La siguiente hizo que me quedara observando unos segundos más de lo socialmente aceptable. En momentos como estos agradezcoser un mocoso: era una elfa esbelta, con cabello rubio recogido en varias coletas en forma de taladro que rebotaban cuando se movía. Su rostro era hermoso, su postura coqueta, y sus ojos verdes tenían un brillo juguetón que parecía medir cuánto tardarías en ruborizarte.
Y entonces la vi.
Alta. Musculosa. Cabello gris recogido hacia atrás, orejas puntiagudas de bestia, y una cola larga que se movía perezosamente detrás de ella. Vestía ropa de cuero ajustada que no dejaba mucho a la imaginación y que resaltaba cada línea de fuerza en su cuerpo. Los pechos grandes y firmes completaban una presencia exótica. Sus ojos amarillos me atravesaron por un segundo… y tuve que recordarme que estaba en el cuerpo de un infante.
El resto del grupo estaba compuesto por un enano robusto con una barba bien cuidada, ojos agudos y postura tranquila, y un hombre flaco de rasgos extraños, con orejas pequeñas y redondas, mirada astuta y una sonrisa pícara que me recordó a los jugadores que conocía en mi otra vida.
Antes de que pudiera seguir escaneándolos, un comerciante que reconocí como cliente habitual de mi padre se levantó de la mesa.
—Zakhal, justo a tiempo —dijo con una amplia sonrisa—. Quiero presentarte a alguien.
Mi padre frunció el ceño.
—¿Esto es una trampa?
—Solo si me haces perder dinero —respondió el comerciante—. Ven, ven.
Nos llevó hacia la mesa.
—Chicos, este es Zakhal, comerciante de antigüedades y rarezas. Un tipo que sabe encontrar cosas que otros ni saben que existen. Si alguna vez quieren un patrocinador o vender algo especial, él es el indicado.
El hombre alto se inclinó hacia adelante, sonriendo.
—Paul. Encantado. —Su tono era amistoso, pero con ese dejo de seguridad que tienen los líderes.
—Zenith —dijo la mujer de cabello corto con una ligera reverencia.
—Elinalise —se presentó la elfa, con una sonrisa que parecía querer probar a mi padre como si fuera un nuevo tipo de pastel.
—Ghislaine —dijo la mujer bestia, breve, como si las palabras fueran una moneda valiosa.
—Talhand —gruñó el enano, sin levantar mucho la voz.
—Geese —dijo el de aspecto simiesco, con una inclinación de cabeza y una sonrisa de te apuesto a que no adivinas qué estoy pensando.
Yo solo los miraba, grabando cada detalle. No era un simple “conocer gente”. Eran seis personas que irradiaban algo distinto. Tenían la mirada de quienes habían visto muchos paisajes y vivido grandes aventuras.
—¿Y este pequeño? —preguntó Paul, mirándome con curiosidad.
—Mi hijo —dijo mi padre, acomodándome en el suelo.
Elinalise fue la primera en reaccionar.
—¡Pero míralo! —exclamó, inclinándose—. Qué niño tan lindo.
Yo la miré. El pelo, la forma en que me sonreía… y ese brillo en los ojos. No sé por qué, pero me resultaba familiar de una manera reconfortante.
—¿Mamá? —pregunté, extendiendo los brazos.
Eso arrancó risas de varios. Paul casi se atraganta con su bebida.
—¡Ay, por los dioses! —dijo Elinalise, levantándome—. Me lo quedo.
—No —dijo mi padre, pero sin mucha fuerza.
Elinalise me tenía en brazos como si fuera un gato al que no piensa devolver. Movía una de sus coletas en forma de taladro frente a mi cara.
—¿Y bien, pequeño? ¿Qué opinas?
Levanté la mano, la toqué con cuidado y sonreí.
—Único y bonito.
Ella rió, pero noté que Ghislaine, desde el otro lado, me observaba con interés. Sus ojos amarillos no eran de simple curiosidad: me estaba evaluando.
Señalé sus orejas con un dedo y luego toqué las mías, ladeando la cabeza.
—Ore… jas.
—¿Te gustan? —preguntó Ghislaine, ladeando ligeramente la suya.
Asentí rápido. Luego hice un gesto de “acércate” con la mano.
—Quiere tocarlas —tradujo Elinalise, divertida.
Ghislaine me miró un momento antes de levantarse.
—Podría lastimarte.
Negué con la cabeza y junté las manos como si estuviera sosteniendo algo frágil. Ese gesto la hizo suspirar y, finalmente, me tomó de los brazos.
No lo diré en voz alta, pero en mi vida pasada siempre había visto a las mujeres musculosas pero femeninas como ídolos. Incluso había una chica en Instagram, Lean Beef Patty, a la que yo, Alex, había llegado a idolatrar como una diosa viviente, nada sexual, eso sería herejía … y ahora tenía frente a mí una versión viva, con orejas y cola. Entonces me di cuenta de que mis dos vidas fueron precisamente para este momento.
Me sentó sobre su brazo, y pude sentir la firmeza de sus músculos, al sostenerme, los toqué discretamente. Luego levanté la mano, toqué la base de su oreja y sonreí.
—Suave…
Ella no respondió, pero su cola se movió apenas, con un leve vaivén.
Entonces la señalé con un dedo y dije:
—Cola.
Ghislaine me devolvió a los brazos de Elinalise y se giró un poco para mostrarla. La toqué con cuidado, sintiendo su fuerza y flexibilidad.
—Genial…
—¿Qué más te gusta? —preguntó Elinalise, ahora curiosa.
Llevé la mano al brazo de Ghislaine y apreté suavemente, mirando la forma marcada de sus músculos.
—Fuer… te.
Ghislaine arqueó una ceja.
—¿Y?
Sonreí, llevé una mano a mi corazón, expresando toda la sinceridad que un infante puede reunir, y la miré directo a los ojos.
—Bonita.
Hubo un silencio breve, como si la palabra hubiera flotado entre nosotros más de lo normal. La sonrisa de Elinalise se amplió hasta cubrirle todo el rostro, mientras se sostenía a si misma como si acabara de presenciar la mejor escena romántica del año.
Ghislaine… la vi, lo juro, titubear apenas. Su expresión estoica cambió sutilmente: primero sorpresa, luego algo que no pude descifrar del todo, y finalmente una ligera curvatura en sus labios, apenas perceptible, pero suficiente para saber que la había tocado de alguna forma.
—¡Oh, por todos los dioses! —exclamó Elinalise, abrazándome con fuerza de repente—. ¡Se te ha confesado, Ghislaine! A esta edad y ya sabe usar la boca para decir cosas dulces. ¡Esto promete!
—No es una confesión —replicó Ghislaine, sin mirarla, pero con las orejas ladeadas como si quisiera ocultar algo.
—Claro que lo es. —Elinalise me movió suavemente de un lado a otro—. ¡Míralo! Un pequeño seductor. A su edad, lo máximo que los niños me decían era "quiero galleta". Este en cambio dice “bonita” y te mira como si fueras la protagonista de una historia de amor.
—Dámelo —pidió Ghislaine, estirando los brazos.
—Ni hablar —dijo Elinalise, girando medio cuerpo para alejarme—. Se confesó conmigo primero.
—No fue contigo.
—¡Lo tenía en brazos cuando lo dijo! —protestó la elfa, como si eso fuera un derecho de propiedad.
—Pero me lo dijo a mí.
—Técnicamente, te lo dijo a ti mirándome a mí —soltó Elinalise, con esa sonrisa de quien disfruta la provocación.
La tensión aumentó un instante… hasta que yo decidí resolverlo.
Estiré los brazos hacia Ghislaine.
—Ella —dije, con la claridad suficiente para que no quedara duda.
Elinalise fingió una puñalada en el corazón, dejando escapar un “¡traición!” dramático antes de entregarme. Ghislaine me recibió con sus brazos fuertes pero cuidadosos, como si sostenerme fuera un honor silencioso.
En ese momento, alcancé a ver a mi padre, que hasta entonces había estado al margen hablando con Paul y el comerciante, lanzando miradas hacia mi de vez en cuando. Tenía la boca abierta de la incredulidad, no por sorpresa de que me cargaran, sino porque acababa de presenciar una mujer bestia y una elfa peleándose por mí… y yo ganando.
—Esto no puede ser real —lo oí murmurar para sí mismo.
Mientras tanto, Ghislaine y Elinalise parecían haber sellado una tregua momentánea, lo suficiente para que ambas se sentaran a mi lado, como si hubiéramos formado una pequeña mesa privada.
—A ver, pequeño —dijo Elinalise, con las manos apoyadas en la barbilla—, ¿quién te gusta más entre nosotras?
Miré a una, luego a la otra. Sonreí de forma pícara y junté mis dedos como si sostuviera algo invisible.
—Las dos.
Elinalise rió con fuerza.
—¡Mira tú! ¡No quiere enemigos! Buen instinto.
Ghislaine asintió apenas, pero vi que la comisura de su boca se alzaba.
—¿Quieres ser aventurero? —preguntó Ghislaine, mirándome fijo.
Me encogí de hombros y levanté el pulgar.
—Sí.
—¿Por qué? —preguntó Elinalise.
—Viajar. Luchar. Ver… cosas. —Moví las manos imitando una espada, luego señalé hacia la puerta como quien se lanza a una aventura.
—Hablando de espadas… —dijo Ghislaine, inclinándose un poco—, ¿te gustan?
—Sí. —Abrí los brazos, lo más que podía—. Grande.
Eso hizo que Elinalise y Ghislaine soltaran una carcajada al mismo tiempo, aunque por razones distintas, lo intuía.
—Ya veo… usarás una espada grande —comentó Elinalise, con ese tono ambiguo que me hizo sospechar que no hablaba solo de armas.
Ghislaine, en cambio, me miró con una chispa distinta.
—Algún día, si tengo la oportunidad, te enseñaré. Si sigues así, tendrás buen brazo.
Yo asentí con una sonrisa.
—Promesa.
En ese momento, Zenith, que había estado callada, me observó con una intensidad diferente. No era simple curiosidad; era como si estuviera evaluando mi existencia entera. Vi en sus ojos algo que entendí sin palabras: estaba tomando una decisión. Una que tenía que ver con su propia vida.
Se inclinó hacia Paul y le susurró algo al oído. Paul me miró inmediatamente después, no como se mira a un niño cualquiera, sino como si yo fuera un benefactor, alguien que podía cambiar su destino.
—Cuídalo bien, Zakhal —dijo Zenith con su tono calmado.
—Siempre lo hago —respondió mi padre, aunque todavía estaba un poco aturdido por la escena anterior.
Después de un rato, mi padre me recuperó de los brazos de Ghislaine, como si temiera que yo decidiera no volver con él.
—Nos vamos. Ya has acaparado suficiente atención por una noche.
—Quiero volver —dije, sin rodeos.
—Ya veremos —fue todo lo que contestó.
Las despedidas fueron rápidas, pero cargadas de promesas disfrazadas.
—Búscame cuando quieras practicar con la espada —dijo Ghislaine.
—O cuando quieras abrazos —añadió Elinalise.
—O cuando necesites problemas —bromeó Geese.
Salimos del gremio, y mientras las luces de la calle iluminaban el camino de regreso, no podía dejar de pensar en ellos. En cómo se movían, hablaban y me miraban.
Especialmente en Ghislaine.
Quizá era la primera vez que conocía a alguien que encajaba tan bien con la palabra guerrero.