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Chapter 2 - Capitulo 2: Más allá del bosque

Barrios Bajos de Elarion – Amanecer del Día 92

El amanecer pintaba el cielo sobre Elarion con tonos de rojo y oro, filtrándose por las grietas de una ventana rota en un pequeño refugio de los barrios bajos. Kael Vanthelion estaba de pie junto a la ventana, su túnica negra ondeando ligeramente con la brisa matinal. Las runas bordadas en la tela, un diseño que había adoptado tras dejar atrás sus harapos, parecían simples decoraciones a simple vista, sin emitir luz ni movimiento. Sus ojos azul grisáceo recorrían las calles, donde semihumanos —elfos de orejas puntiagudas, hombres-lobo de garras afiladas, magos con escamas brillantes— comenzaban su día con el bullicio habitual de los mercados y talleres. Para ellos, Kael era solo un humano extraño, un huérfano que había aparecido tras el incidente del castillo, nada más.

Dentro del refugio, Sylia dormía en un jergón improvisado, su cabello negro azabache con mechones plateados desparramados sobre una almohada raída. Las 92 noches desde que Kael la rescató habían traído algo de color a su piel pálida, aunque seguía siendo delgada, sus orejas felinas temblando ligeramente mientras soñaba. Su cola se mueve con suavidad, un reflejo de su creciente comodidad en este lugar que ahora considera hogar. Durante esos días, había pasado de ser una figura silenciosa a susurrar palabras tímidas, agradeciendo a Kael por el pan que le traía o por las noches en que él se quedaba despierto para vigilar el callejón.

Kael giró la cabeza al escuchar un murmullo fuera. Una elfa de piel verde y ojos dorados pasó por el callejón, deteniéndose un momento para mirarlo con curiosidad.

—Un humano... —dijo en voz baja, lo bastante alta para que él la oyera. —Dicen que llegaste tras el lío del castillo. ¿Qué te trae por aquí?

Kael mantuvo su expresión serena, sus manos relajadas a los lados.

—Solo un huérfano que tuvo suerte —respondió con calma, su tono neutro. —Nada más que contar.

La elfa frunció el ceño, pero no insistió, reanudando su camino con un ligero movimiento de cabeza. Kael suspiro en silencio. Las miradas curiosas se estaban volviendo más frecuentes, y aunque nadie lo había confrontado directamente, sabía que su presencia como el único humano en Lysara atraería preguntas eventualmente. Necesitaba un cambio de escenario, un lugar donde las sombras de Elarion no lo alcanzaran. Miró a Sylia, que comenzó a despertarse, frotándose los ojos con las manos pequeñas.

—¿Kael? —murmuró, incorporándose lentamente. — ¿Pasa algo?

Él negoció con la cabeza, ofreciéndole una leve sonrisa.

—Nada importante. Pero... ¿te gustaría salir de Elarion por un tiempo? Hay un bosque al norte. Podríamos explorar un poco.

Sylia parpadeó, sus orejas felinas erguidas.

—¿Fuera? Nunca he ido más allá de los barrios bajos... —Hizo una pausa, mordiéndose el labio inferior antes de asentir. —Si estás conmigo, quiero ir.

Kael ascendiendo, ajustándose la túnica con un movimiento casual.

—Entonces, preparémonos. Llevemos algo de comida y agua.

Sylia se levantó, recogiendo un trozo de tela para hacer una pequeña bolsa donde guardó un pan duro y una cantimplora que Kael había comprado con las monedas del rey. Juntos, salieron del refugio, dejando atrás el ruido de Elarion y adentrándose en el silencio del alba.

Bosque de las Sombras – Mediados de la Mañana

El Bosque de las Sombras se alzaba como una muralla verde al norte de Elarion, sus árboles altos y retorcidos formando un dosel que filtraba la luz del sol en rayos dorados. Kael y Sylia caminaban por un sendero cubierto de hojas secas, el crujido bajo sus pies rompiendo el canto de los pájaros y el susurro del viento entre las ramas. El aire olía a tierra húmeda y resina, un contraste fresco con el hedor de los mercados de la ciudad. Kael llevaba la bolsa colgada al hombro, su paso firme pero relajado, mientras Sylia lo seguía de cerca, sus ojos ámbar escaneando los alrededores con una mezcla de asombro y cautela.

—Es... diferente —dijo ella, rompiendo el silencio. —No hay tanto ruido. Solo árboles y pájaros.

Kael asintió, mirando a su alrededor.

—Es un buen lugar para alejarse un rato. —Se detuvo un momento, señalando un arroyo que corría entre las rocas. —Vamos a descansar ahí.

Se sentaron junto al agua, cuyas corrientes reflejaban el verde del follaje. Sylia se agachó para tocar la superficie con los dedos, riendo suavemente cuando las gotas salpicaron su rostro. Kael sacó el pan de la bolsa y lo partió en dos, ofreciéndole la mitad. Ella lo tomó con manos temblorosas, comiendo despacio, sus orejas felinas moviéndose con cada mordisco.

—¿Crees que alguien nos buscará en Elarion? —preguntó después de un rato, su voz baja.

Kael la miró, su expresión tranquila.

—No si nos mantenemos fuera por un tiempo. Hay un pueblo más allá, Vyrenthal. Dicen que es tranquilo. Podríamos quedarnos allí un poco.

Sylia inclinó la cabeza, curiosa.

—¿Por qué Vyrenthal?

—Para descansar —respondió él, manteniendo su tono casual. —Y para que tengas un lugar nuevo que explorar.

Ella sonrió tímidamente, sus colmillos felinos asomando un poco.

—Me gusta eso. Nunca he explorado nada.

Continuaron su caminata, el bosque abriéndose poco a poco. Kael notaba los sonidos de la vida silvestre: el aleteo de aves semihumanas con plumas iridiscentes, el crujido de pequeños roedores entre los arbustos. Sylia, por su parte, se detenía a veces para examinar flores luminosas que crecían junto al sendero, sus pétalos brillando con un resplandor suave. En una ocasión, se agachó para recoger una y se la ofreció a Kael.

—Para ti —dijo, sonrojándose. —Es bonita, como las luces de Elarion.

Kael tomó la flor, mirándola un momento antes de guardarla en un bolsillo de su túnica.

—Gracias —respondió, su voz suave. —La guardaré.

El sol alcanzó su punto más alto cuando el bosque finalmente se abrió a un claro, revelando Vyrenthal. El pueblo era un remanso de paz, con casas de madera y techos de paja alineadas a lo largo de calles de tierra compactada. Campos de hierbas luminosas se extendían a los lados, sus tonos verdes y azules brillando bajo la luz del mediodía. Semihumanos trabajaban en silencio: un elfo de piel marrón regaba un huerto, una mujer-lobo tejía una cesta junto a su puerta, un mago escamoso de ojos violetas cargaba un saco de grano. Todos alzaron la vista cuando Kael y Sylia entraron, pero no había hostilidad en sus miradas, solo curiosidad.

Un anciano elfo de cabello blanco y barba larga se acercó, apoyándose en un bastón tallado.

—Bienvenidos a Vyrenthal —dijo, su voz cálida. —No solemos ver forasteros, mucho menos un humano. ¿De dónde vienen?

Kael inclinó la cabeza ligeramente.

—De Elarion. Soy Kael, y esta es Sylia. Buscamos un lugar tranquilo para descansar.

El anciano sonrió, mostrando dientes desgastados.

—Soy Eryndor, el elder del pueblo. Aquí no hay prisa ni peligro. Pueden quedarse si quieren. —Miró a Sylia, notando sus orejas felinas. —Parece que has pasado tiempos difíciles, pequeña. Ven, te daremos algo de comida.

Sylia se acercó a Kael, insegura, pero él asintió para tranquilizarla. Eryndor los guió hacia una casa central, donde una mujer-lobo de piel gris les ofreció un cuenco de sopa caliente y pan fresco. El aroma llenó el aire, haciendo que el estómago de Sylia gruñera audiblemente. Se sonrojó, pero Kael rió suavemente, tomando un cuenco para ella.

—Come todo lo que quieras —dijo, sentándose junto a una mesa rústica.

El pueblo se animó lentamente. Niños semihumanos —un pequeño elfo con alas de mariposa, una niña-lobo con colmillos diminutos— se acercaron a mirar a Kael y Sylia, sus ojos brillantes de curiosidad. Una niña elfa se atrevió a preguntar:

—¿Eres un príncipe humano? Tienes cara de príncipe.

Kael negó con la cabeza, sonriendo apenas.

—No, solo un viajero. —Miró a Sylia, que reía por primera vez en días, y sintió una calma que no esperaba.

Pasaron la tarde explorando Vyrenthal. Kael ayudó a un hombre-toro a cargar leña, sus movimientos precisos pero sin esfuerzo aparente, mientras Sylia jugaba con los niños, corriendo entre los campos de hierbas luminosas. El sol comenzó a descender, tiñendo el cielo de naranja, y Eryndor los invitó a quedarse en una casa vacía cerca del pozo central.

—Pueden usarla mientras estén aquí —dijo el elder. —No cobramos nada a los que vienen en paz.

Kael asintió, agradecido. Esa noche, sentados junto a una chimenea improvisada, Sylia se acercó más a él, apoyando la cabeza en su hombro.

—Nunca pensé que estaría en un lugar así —susurró. —Gracias, Kael.

Él la miró, su expresión suave.

—No hay de qué. Descansa. Mañana veremos qué trae el día.

El crepitar del fuego llenó el silencio, y por primera vez en mucho tiempo, Kael sintió que podía detenerse, aunque fuera por un momento. Vyrenthal dormía bajo las estrellas, y el mundo parecía olvidar, al menos por ahora, al extraño humano y su compañera felina.

Vyrenthal – Amanecer del Día 93

La luz del amanecer se colaba por las rendijas de la casa vacía que Eryndor les había ofrecido, bañando el interior con un resplandor dorado. Kael Vanthelion se levantó en silencio, dejando que Sylia durmiera un poco más. La noche anterior, el crepitar del fuego y la cabeza de Sylia apoyada en su hombro le habían dado una sensación de paz que no recordaba haber sentido en mucho tiempo. Su túnica negra, con las runas bordadas ahora cubiertas por una capa de polvo del viaje, colgaba de una silla cercana. Se la puso con cuidado, ajustándola mientras salía al porche.

El aire de la mañana era fresco, cargado con el aroma de las hierbas luminosas que rodeaban Vyrenthal. Detrás de la casa, el Bosque de las Sombras se alzaba como una pared verde, sus árboles altos y retorcidos invitándolo a explorarlo. Kael decidió que sería un buen momento para hacer algo útil. Había notado que las casas del pueblo, aunque acogedoras, carecían de madera fresca para reparaciones o nuevas construcciones. Con un plan en mente —uno que aún no compartía con Sylia—, tomó un hacha pequeña que había visto en el cobertizo y se adentró en el bosque solo.

Bosque de las Sombras – Mediados de la Mañana

El interior del bosque era un mundo aparte, con rayos de sol atravesando el dosel de hojas y proyectando patrones de luz sobre el suelo cubierto de musgo. Kael caminó con pasos firmes pero silenciosos, sus ojos azul grisáceo escaneando los árboles en busca de los más adecuados. La magia levitadora, un hechizo común en Lysara que incluso los niños semihumanos dominaban, era perfecta para su tarea. No requería gran esfuerzo, solo un gesto de las manos y un murmullo de palabras arcanas que flotaban en el aire como un suspiro.

Elegió un roble robusto, su tronco grueso pero no demasiado viejo. Con el hacha en mano, comenzó a talarlo, los golpes resonando entre los árboles. El sonido atrajo a un par de ardillas semihumanas con colas esponjosas, que lo observaron desde una rama, chismorreando entre sí con chillidos agudos. Kael sonrió levemente, continuando su trabajo hasta que el árbol cayó con un crujido sordo. Sin pausa, extendió las manos, murmurando las palabras del hechizo levitador: "Levanta, madera viva". El tronco se alzó lentamente, flotando a un metro del suelo, y Kael lo guió con gestos precisos hacia el borde del bosque, cerca del patio trasero de la casa.

Repitió el proceso doce veces más, seleccionando árboles variados —un pino delgado, un fresno de corteza plateada, un cedro de ramas densas— hasta tener un total de trece troncos apilados con cuidado detrás del patio. La magia levitadora era tan común en Lysara que no llamaba la atención; los aldeanos de Vyrenthal la usaban para mover piedras o cosechas, y Kael se aseguraba de que sus movimientos fueran naturales, como si fuera un habitante más. El sudor le perlaba la frente, pero su respiración seguía tranquila, su postura serena incluso bajo el esfuerzo.

Mientras trabajaba, una idea comenzó a tomar forma en su mente. No era algo que quisiera compartir con Sylia todavía, no porque dudara de ella, sino porque era un pensamiento que aún no estaba completo. Recordaba fragmentos de historias que había oído en Elarion, rumores de un festival antiguo en Lysara llamado la Fiesta de la Unidad, donde los pueblos se unían para construir algo juntos —un puente, un salón comunal— como símbolo de paz. Kael pensó que tal vez podría proponer a los habitantes de Vyrenthal construir un pequeño pabellón con la madera, un lugar donde Sylia pudiera sentirse segura y los aldeanos lo aceptaran como parte de su comunidad. Pero había más: una vaga intuición le decía que este acto podría ayudarlo a entender mejor este mundo, a encontrar un propósito más allá de su pasado olvidado.

Vyrenthal – Tarde del Día 93

Cuando Kael regresó a la casa, Sylia ya estaba despierta, sentada en el porche con un cuenco de sopa que una mujer-lobo le había traído. Sus orejas felinas se alzaron al verlo, y dejó el cuenco para correr hacia él.

—¡Kael! ¿Dónde estabas? Me preocupé un poco.

Él rió suavemente, limpiándose el sudor de la frente.

—Fui al bosque. Talé algunos árboles para traer madera. Están atrás del patio si quieres ver.

Sylia lo siguió, sus ojos abriéndose al ver la pila de troncos.

—¿Los trajiste tú solo? —preguntó, impresionada. —Eso es mucho trabajo.

—Usé un poco de magia levitadora —respondió él, encogiéndose de hombros. —No es gran cosa. Los aldeanos lo hacen todo el tiempo.

Ella asintió, tocando uno de los troncos con cautela.

—¿Para qué los quieres?

Kael dudó un instante, pero mantuvo su respuesta vaga.

—Pensé que podrían servirnos. Tal vez para algo útil aquí. Ya veremos.

Sylia lo miró con curiosidad, pero no insistió. En cambio, sugirió:

—Podríamos pedirle a Eryndor si necesita ayuda con algo. Fue muy amable ayer.

Kael estuvo de acuerdo, y juntos caminaron hacia la casa central del pueblo. Eryndor los recibió con una sonrisa, invitándolos a sentarse mientras les ofrecía té de hierbas luminosas, su aroma dulce llenando el aire.

—Vi que trajiste madera, Kael —dijo el elder, sus ojos brillantes. —Es un buen gesto. ¿Tienes planes para ella?

—Todavía no estoy seguro —respondió Kael, manteniendo su tono casual. —Pensé que podría ser útil para el pueblo. ¿Hay algo que necesiten?

Eryndor se rascó la barba, pensando.

—Hace años, teníamos un pequeño pabellón para reuniones, pero se derrumbó con una tormenta. Si quieres, podríamos usarla para reconstruirlo. Sería un regalo para todos.

Kael ascendió, la idea encajando con su plan secreto.

—Puedo empezar cuando quieras. Con ayuda, claro.

El anciano río, palmeando su hombro.

—Te ayudaremos. Los jóvenes estarán contentos de trabajar contigo.

La tarde pasó con aldeanos reuniéndose alrededor de la pila de madera. Un hombre-toro llamado Tharok, de piel marrón y cuernos curvos, trajo herramientas, mientras una elfa de cabello verde, Liora, organizaba a los niños para recoger ramas pequeñas. Sylia se unió, riendo mientras intentaba levantar un tronco con magia levitadora, aunque su hechizo apenas lo movió un centímetro. Kael la corrigió con paciencia, guiando sus manos, y pronto logró hacer flotar una rama, sonriendo con orgullo.

— ¡Lo hice! — exclamó, sus orejas felinas temblando de emoción.

Kael sonrió, asintiendo.

—Buen trabajo. Con práctica, lo harás mejor.

El sol comenzó a descender, tiñendo el cielo de naranja, y el trabajo continuó con un ritmo tranquilo. Tharok cortó los troncos en vigas, mientras Liora tejía cuerdas de hierba para atarlas. Los niños corrían con agua para los trabajadores, y Eryndor supervisaba, contando historias de Vyrenthal. Kael escuchaba en silencio, aprendiendo sobre las tradiciones del pueblo, como el Día de las Luces, donde las hierbas brillaban más fuertes en invierno. Cada palabra alimentaba su idea secreta: no solo quería construir el pabellón, sino usar este lugar para que Sylia encontrara un hogar, y tal vez, para sí mismo, una forma de redescubrir quién era sin las sombras de su pasado.

Noche del Día 93

Cuando el último rayo de sol desapareció, el esqueleto del pabellón comenzaba a tomar forma: cuatro vigas principales sostenidas por postes, con una plataforma de madera en la base. Los aldeanos se reunieron alrededor de una fogata, compartiendo comida —sopa de raíz, pan de hierbas, frutas silvestres— mientras las estrellas salpicaban el cielo. Sylia se sentó junto a Kael, su cabeza apoyada en su hombro otra vez, su cola moviéndose lentamente.

—Hoy fue divertido —susurró. —Nunca había trabajado con tanta gente.

Kael la miró, su expresión suave.

—Me alegra que lo disfrutes. Podríamos quedarnos un poco más.

Ella ascendió, cerrando los ojos.

—Quiero aprender más magia. Y... quedarme contigo.

El crepitar del fuego llenó el silencio, y Kael se perdió en sus pensamientos. Su idea iba más allá del pabellón. Recordaba fragmentos de un sueño recurrente: un hombre de armadura plateada enfrentándolo en un campo de cenizas, una voz gritando su nombre. No sabía si era memoria o imaginación, pero en Vyrenthal sentía que podía dejarlo atrás. El pabellón sería un comienzo, un lugar donde Sylia floreciera y él encontrara un propósito nuevo, quizás como carpintero o guía, lejos de las miradas de Elarion. Por ahora, lo guardaría en secreto, dejando que el tiempo revelara si era posible.

Vyrenthal – Noche del Día 93

El crepitar de la fogata llenaba el aire con un calor acogedor, las llamas danzando bajo un cielo salpicado de estrellas. Los aldeanos de Vyrenthal reían y charlaban alrededor del fuego, compartiendo historias de cosechas pasadas y canciones suaves que flotaban como susurros. Kael Vanthelion estaba sentado en un tronco caído, con Sylia a su lado, su cabeza apoyada en su hombro. El peso de su cuerpo delgado se había vuelto familiar en las últimas horas, y su respiración lenta indicaba que se había quedado dormida, agotada por el día de trabajo en el pabellón. Sus orejas felinas temblaban ligeramente, y su cola descansaba inmóvil sobre la hierba luminosa.

Kael miró a su alrededor, notando las sonrisas de Eryndor, Tharok y Liora, quienes le agradecían con gestos silenciosos por liderar la construcción. El esqueleto del pabellón se alzaba a unos metros, sus vigas brillando bajo la luz de la luna, un símbolo de la unión que comenzaba a formarse en el pueblo. Decidió que era hora de retirarse. Con cuidado, deslizó un brazo bajo las rodillas de Sylia y el otro detrás de su espalda, levantándola suavemente. Ella murmuró algo incoherente en sueños, su cabeza inclinándose más contra su pecho, pero no despertó.

Se puso de pie, atrayendo la atención de los aldeanos. Eryndor alzó una mano, sonriendo.

—Buenas noches, Kael. Que descanses, y gracias por hoy.

—Gracias a ustedes —respondió Kael, su voz baja pero cálida. —Nos vemos mañana.

Tharok asintió con un gruñido amistoso, y Liora agitó una mano mientras los niños elfos bostezaban, acurrucados cerca de sus padres. Kael comenzó a caminar hacia la casa que les habían dado, el peso de Sylia en sus brazos ligero pero reconfortante. Las calles de Vyrenthal estaban silenciosas, las hierbas luminosas proyectando un resplandor azul suave que guiaba sus pasos. El aire olía a madera recién cortada y tierra húmeda, y el canto lejano de un búho semihumano añadía una nota de serenidad.

Llegó a la casa, abriendo la puerta con el codo y entrando en el interior oscuro. La habitación donde habían dormido la noche anterior estaba iluminada por la luz de una vela que Sylia había dejado encendida. Con movimientos cuidadosos, la llevó hasta el jergón y la acostó suavemente, asegurándose de que su cabeza descansara sobre la almohada raída. Sus orejas felinas se movieron un poco, pero sus ojos permanecieron cerrados. Kael tomó una manta tejida que Liora les había dado y la cubrió con delicadeza, ajustándola alrededor de sus hombros. Por un momento, se quedó mirándola, notando cómo su expresión relajada contrastaba con los días de hambre que había dejado atrás.

Satisfecho, dio un paso atrás y murmuró un hechizo de teletransportación, un truco común en Lysara que cualquier aldeano podía aprender con práctica. Con un leve destello de luz azul, su figura desapareció del interior y reapareció en el tejado de la casa. La noche lo envolvió, el viento fresco rozando su túnica negra. Desde allí, el pueblo se veía como un mar de luces suaves, las hierbas luminosas brillando como estrellas caídas. Nadie lo veía; los aldeanos estaban ocupados en la fogata o dormidos en sus hogares. Era solo él y el cielo.

Kael alzó las dos manos, sus dedos trazando patrones en el aire. Usó otro hechizo básico, la manipulación estelar, algo que los magos jóvenes practicaban para entretenerse en las noches claras. Con un movimiento lento, guió tres estrellas cercanas, haciendo que dejaran un rastro brillante a través del firmamento, transformándolas en fugaces destellos que surcaron el cielo. No era un acto de poder, solo un juego tranquilo, un momento de calma para sí mismo. Las estrellas regresaron a su lugar tras unos segundos, y Kael bajó las manos, sonriendo levemente ante la belleza del espectáculo que solo él había presenciado.

Con otro paso y un murmullo, se teletransportó de vuelta a la habitación. El aire se estabilizó a su alrededor, y se acercó al jergón. Sylia, aún dormida, se movió instintivamente cuando sintió su presencia. Sus brazos se extendieron hacia él, rodeando su cintura en un abrazo inconsciente. Su rostro se relajó aún más, y un leve ronroneo escapó de su garganta, un sonido felino que llenó el silencio. Kael se quedó inmóvil por un momento, luego se acostó a su lado con cuidado, dejando que ella se acurrucara contra él. La calidez de su abrazo lo sorprendió, pero no lo rechazó. Cerró los ojos, dejando que el cansancio del día lo envolviera.

Vyrenthal – Amanecer del Día 94

El sol comenzó a asomarse por el horizonte, tiñendo el cielo de un rosa pálido. Kael despertó con el peso de Sylia aún sobre su pecho, su respiración tranquila y rítmica. Sus orejas felinas se movían ligeramente con cada exhalación, y su cola descansaba sobre la manta. Él se quedó quieto, escuchando los sonidos del pueblo que comenzaba a despertar: el canto de un gallo semihumano, el crujir de madera mientras alguien abría una ventana, el murmullo lejano de voces. Deslizó un brazo con cuidado para no despertarla, apoyando la cabeza en la almohada mientras observaba el techo de madera.

El día anterior había sido productivo, y la idea que había comenzado a formarse en su mente mientras talaba los árboles ahora se sentía más clara. El pabellón no era solo un regalo para Vyrenthal; era una forma de anclarse a este lugar, de darle a Sylia un hogar donde pudiera crecer sin miedo. Pero había algo más, un recuerdo borroso que lo inquietaba. En sus sueños, veía campos de hierba alta y una figura distante, una silueta que lo llamaba por un nombre que no reconocía. No sabía si era parte de su pasado o solo su imaginación, pero en Vyrenthal sentía que podía dejarlo atrás, al menos por un tiempo.

Sylia se movió, abriendo los ojos lentamente. Sus pupilas ámbar se encontraron con las de Kael, y un leve rubor cubrió sus mejillas.

—Buenos días... —susurró, apartándose un poco, avergonzada.

—Buenos días —respondió él, sentándose. —¿Dormiste bien?

Ella asintió, frotándose los ojos.

—Sí... Creo que por primera vez en mucho tiempo. —Miró alrededor, notando que estaban solos. —¿Fuiste a algún lado anoche?

Kael negó con la cabeza, manteniendo su expresión neutral.

—Solo salí un momento. Nada importante. —No mencionó las estrellas fugaces; era un secreto pequeño, un momento que quería guardar para sí mismo.

Sylia se levantó, estirando los brazos, sus orejas felinas erguidas.

—Voy a ver si Liora tiene más sopa. ¿Vienes?

—Claro —dijo Kael, poniéndose de pie. Salieron juntos, el sol calentando sus rostros mientras caminaban hacia la casa central.

Vyrenthal – Mediados de la Mañana del Día 94

El pueblo estaba vivo con actividad. Tharok ya estaba cortando las vigas del pabellón, sus músculos de hombre-toro brillando bajo el sol, mientras Liora dirigía a un grupo de niños que recogían hierbas para decorar el lugar. Eryndor se acercó a Kael y Sylia con una taza de té, ofreciéndoselas con una sonrisa.

—Hoy terminaremos el techo si seguimos así —dijo el elder. —¿Te unirás, Kael?

—Claro —respondió, tomando la taza. —Sylia también quiere ayudar.

Sylia asintió entusiasmada, siguiendo a Liora para aprender a tejer cuerdas de hierba. Kael se unió a Tharok, usando la magia levitadora para alzar las vigas al tejado. El hechizo era simple, un movimiento de manos acompañado de un murmullo, y los aldeanos lo miraban con aprobación, acostumbrados a ver tal magia en sus vidas diarias. Pasaron horas trabajando, el sonido de martillos y risas llenando el aire. Sylia, con las mejillas sonrojadas por el esfuerzo, logró levantar una cuerda al tejado, ganándose aplausos de los niños.

A mediodía, se detuvieron para comer. Las mujeres-lobo trajeron un guiso de raíces y carne, servido en cuencos de madera. Kael se sentó con Sylia bajo la sombra de un árbol, compartiendo el plato mientras observaban al pueblo.

—Es como una familia —dijo ella, sonriendo. —Nunca tuve algo así.

Kael la miró, sintiendo un nudo en el pecho.

—Ahora lo tienes —respondió, su voz suave. —Podemos quedarnos el tiempo que quieras.

Ella apoyó la cabeza en su hombro otra vez, y él dejó que el momento se alargara, el guiso calentando sus manos mientras el sol subía al cenit.

Vyrenthal – Tarde del Día 94

La construcción del pabellón avanzó rápidamente. Para la tarde, el tejado estaba casi completo, cubierto con placas de corteza tratada que Tharok había preparado. Kael trabajó junto a los aldeanos, usando su magia levitadora para alinear las piezas, mientras Sylia decoraba los postes con flores luminosas que recogía en los campos. Los niños corrían alrededor, trayendo agua y riendo, y Eryndor supervisaba con una satisfacción tranquila.

Cuando el sol comenzó a descender, el pabellón estaba terminado: una estructura simple pero elegante, con un techo inclinado y paredes abiertas que dejaban ver las hierbas luminosas del exterior. Los aldeanos se reunieron para admirarlo, aplaudiendo y agradeciendo a Kael. Él inclinó la cabeza, sintiendo que su idea secreta tomaba forma. El pabellón no solo era un lugar para reuniones; Era un hogar para Sylia, un refugio donde ella podía sanar. Y para él, una oportunidad de empezar de nuevo, dejando atrás los ecos de un pasado que apenas recordaba.

Noche del Día 94

La fogata volvió a encenderse, más grande esta vez, celebrando la finalización del pabellón. Los aldeanos trajeron instrumentos —un tambor de piel de lobo, una flauta de caña— y la música llenó el aire. Sylia bailó con los niños, sus movimientos torpes pero llenos de alegría, mientras Kael observaba desde un lado, una taza de té en la mano. Eryndor se acercó, sentándose a su lado.

—Eres un buen hombre, Kael —dijo el mayor. —Trajiste vida a este lugar.

—Solo hice lo que pude —respondió, mirando a Sylia. —Ella merece esto.

La noche avanzó, y cuando Sylia volvió a quedarse dormida contra su hombro, Kael repitió la rutina de la noche anterior. La cargó con cuidado, despidiéndose de los aldeanos, y la llevó a la casa. La acostó suavemente, la cubió con la manta, y con un paso se teletransportó al tejado. Alzó las manos, moviendo más estrellas para crear fugaces destellos, un espectáculo privado bajo el cielo. Luego regresó, y Sylia lo abrazó dormida otra vez, su calor llenando el silencio.

Kael cerró los ojos, dejando que el sueño lo llevara. En su mente, el sueño del hombre de armadura regresó, pero esta vez se desvaneció, reemplazado por la imagen del pabellón y las risas de Vyrenthal. Tal vez, pensó, este podía ser su futuro.

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