LightReader

Chapter 40 - Capitulo 39

El eco de sus pasos resonaba por la Sala del Dragón, un lugar casi sagrado para los Targaryen. Las paredes estaban cubiertas de tapices que narraban la historia de la Casa, pero nada podía eclipsar la presencia del enorme cráneo de Balerion, el Terror Negro, suspendido sobre el altar de piedra en el centro de la sala. Sus fauces abiertas parecían devorar el aire mismo, recordando a cualquiera que entrara el poder que alguna vez había sostenido el linaje.

Jaehaerys se detuvo frente al cráneo, con los ojos violetas fijos en la sombra que proyectaban los colmillos gigantescos. Cada hueso parecía contar historias de victoria, de fuego y de sangre; historias que ahora pesaban sobre su joven espalda. No era un simple salón: era un recordatorio de lo que significaba ser un Targaryen y de la herencia que le esperaba.

—Balerion fue la última criatura viva que presenció la alguna vez gloriosa Valyria —dijo Viserys de espaldas, su voz reverberando en la vasta Sala del Dragón mientras sus dedos rozaban el cráneo gigantesco del Terror Negro—. Sus ojos vieron imperios levantarse… y caer. Sus alas surcaron cielos que ya no existen. Cada fibra de su ser fue testigo de lo que significa el poder, la ambición… y la sangre que lo sostiene.

Jaehaerys permaneció inmóvil, sintiendo el peso de esas palabras. La enormidad del cráneo parecía empequeñecerlo, pero también lo llamaba a comprender algo que nunca podría aprender en libros ni en juegos de corte: ser Targaryen no era un derecho… era una carga que debía portar con fuerza y sabiduría.

—¿Qué es lo que ves cuando miras a los dragones? —preguntó Viserys, fijando su mirada en los ojos de Jaehaerys, buscando más que una respuesta; buscando la comprensión de su sangre y su destino.

Jaehaerys bajó ligeramente la vista hacia el cráneo de Balerion. Las enormes fauces, las cuencas vacías de los ojos, las cicatrices de antiguas batallas… todo le hablaba de poder y de responsabilidad. Inspiró profundamente antes de levantar la cabeza y responder:

—Veo fuerza, padre… pero también miedo. Veo criaturas que dominaban el cielo y que podían destruirlo todo si no se controlaban. Veo… lo que significa llevar la sangre del dragón.

Viserys asintió levemente, como aprobando la reflexión de su hijo.

—Exactamente —dijo, su voz grave llenando la Sala del Dragón—. No es solo poder lo que debes mirar en ellos, Jaehaerys. Es la responsabilidad que ese poder conlleva. Cada decisión, cada error… puede consumir todo lo que amamos.

Jaehaerys sintió el peso de esas palabras, más tangible que el mismo cráneo de Balerion frente a él. La historia de los Targaryen, sus glorias y sus caídas, parecían flotar en la habitación como un espectro silencioso, recordándole que su destino ya estaba marcado, aunque sus pasos aún no estuvieran escritos.

—Padre… entiendo —dijo finalmente, con voz firme—. No es suficiente ser fuerte. Debo ser sabio.

Viserys se acercó un poco más, su mirada endurecida por la experiencia y la tristeza de un rey que ha visto demasiado.

—Y también debes ser cuidadoso con quienes te rodean.

—La gente dice que los Targaryen somos más cercanos a los dioses que a los hombres —dijo Jaehaerys, mirando de reojo el cráneo de Balerion, como si buscara en él una respuesta.

Viserys lo observó con un gesto serio, pero no corrigió al niño de inmediato.

—Eso es en parte gracias a los dragones —dijo finalmente, su voz grave llenando la sala—. Sin ellos, simplemente seríamos como cualquier otra familia noble de Poniente.

Jaehaerys frunció ligeramente el ceño, reflexionando.

—Aunque… —empezó, con la honestidad que solo un niño curioso puede permitirse— no creo que sea del todo correcto. No es solo la sangre del dragón lo que nos hace distintos. Hay algo más… algo que la gente no ve, pero que se siente en cada decisión, en cada mirada de aquellos que esperan que cumplamos un destino que ni siquiera entendemos del todo.

Viserys asintió lentamente, como si reconociera la sabiduría en las palabras de su hijo, y se acercó al borde del cráneo de Balerion.

—Tienes razón, Jaehaerys. No es solo la sangre, ni los dragones… es la responsabilidad que viene con ellos. Esa carga invisible que la gente no comprende, pero que define nuestro camino y nuestras elecciones.

El silencio volvió a llenar la Sala del Dragón, pesado y solemne, mientras padre e hijo compartían un momento de comprensión tácita: más allá del fuego y del poder, lo que los Targaryen cargaban sobre sus hombros era la historia misma de su linaje.

—Hay algo más que necesito decirte —dijo Viserys, con voz grave y firme—. Puede que no lo entiendas del todo ahora, pero escúchame con atención.

Se giró ligeramente, sus manos descansando sobre la enorme mesa de la Sala del Dragón, mientras sus ojos se clavaban en los de Jaehaerys.

—Nuestras historias cuentan que Aegon observó desde Blackwater y desde Dragonstone una tierra lista para la conquista. Pero la ambición pura no lo llevó a actuar sin reflexión. Fue un sueño… un presagio, así como Daenys, la soñadora, predijo la perdición de Valyria. Aegon vio la caída de los hombres y preparó su reino para enfrentarlo.

Jaehaerys frunció el ceño, y en su mente apareció un pensamiento: Los caminantes blancos….

—Este largo invierno —continuó Viserys— traerá pruebas que ningún reino podrá enfrentar solo. Todo Westeros deberá estar unido para luchar contra esa amenaza.

—A esto lo llamo la Canción de Hielo y Fuego —susurró, con un tono que mezclaba solemnidad y advertencia.

—Este secreto ha pasado de rey a heredero —dijo, su voz más baja, íntima—. Solo un Targaryen sentado en el Trono de Hierro podrá enfrentarlo, ya sea rey o reina.

Viserys dio un paso más cerca, su mirada fija en la de Jaehaerys, como si midiera el peso que su hijo tendría que cargar.

—En algún momento estarás sentado en el Trono de Hierro, Jaehaerys —dijo—. Tu deber no será solo gobernar el reino; será ser el guardián de este mundo entero.

—Tendrás que ganarte a los lores —continuó, con un suspiro que denotaba años de experiencia y cansancio—. Distituiré a Otto como Mano del Rey para que no se interponga en tu camino, pero el resto dependerá de ti. Y con lo que acaba de ocurrir con tu hermana, el puesto de heredero ha quedado vacante.

El silencio cayó en la Sala del Dragón, pesado y solemne. El cráneo de Balerion parecía observarlos desde su pedestal, testigo silencioso de la carga que pronto recaería sobre los hombros del joven príncipe.

Jaehaerys se quedó inmóvil por un instante, procesando cada palabra de su padre. La Sala del Dragón parecía más silenciosa que nunca, y el cráneo de Balerion parecía mirarlo con ojos de fuego seco, como si juzgara su capacidad para llevar la carga que se le confiaba.

—¿Padre… en serio? —murmuró, casi sin voz—. ¿Dejarla sin el título de heredera?

Viserys lo miró con gravedad, pero en el fondo de sus ojos se notaba la batalla interna entre el amor por su hija y el deber hacia el reino.

—Sí —respondió con firmeza—. Sé que siempre he sido débil con Rhaenyra, pero esto… esto no es un capricho. El reino debe tener un heredero fuerte, alguien que pueda enfrentarse a los desafíos que vienen, no solo los de los hombres, sino los que el mundo traerá.

Jaehaerys tragó saliva. Su corazón se debatía entre la sorpresa y el entendimiento. Sabía que su hermana había sido su debilidad, que Viserys la había protegido más allá de lo razonable. Y aun así, esa protección ya no era suficiente.

—Entonces… —dijo, con un hilo de determinación en la voz—… ¿ese puesto es mío ahora?

—Sí —afirmó Viserys, con la voz cargada de peso y esperanza—. Pero no lo recibirás sin esfuerzo, Jaehaerys. Ganarte a los lores, a los maestres, a la propia corte… y asegurar que Westeros permanezca unido. No es un título, es una responsabilidad que puede consumirlo todo.

El joven príncipe respiró hondo, sintiendo el peso del futuro sobre sus hombros, mientras la luz del amanecer comenzaba a filtrarse por los ventanales de la Fortaleza Roja. Era un día que marcaría el inicio de una nueva era para los Targaryen y para él, un niño que apenas comenzaba a comprender el verdadero precio de ser heredero.

Lo único que pensó el joven príncipe era el arduo trabajo que le esperaría. Cada decisión, cada palabra, cada gesto podría afectar no solo su futuro, sino el de todo Westeros. Sabía que la corte no sería indulgente, que los lores y maestres evaluarían cada movimiento con ojos críticos, y que incluso la sangre de dragón no le garantizaría obediencia ni lealtad.

Se apoyó ligeramente en el respaldo del trono, observando el cráneo de Balerion. Allí, en el silencio de la Sala del Dragón, comprendió que su infancia había terminado. Ahora, cada amanecer traería consigo nuevas pruebas, nuevas intrigas, y la necesidad de demostrar que podía ser digno de la corona que su padre había depositado, aunque vacante, a su cuidado.

Con un suspiro profundo, Jaehaerys se incorporó, decidido. Sabía que el camino por delante sería arduo, pero también sabía que debía recorrerlo. Por él, por el reino, y por el mundo que, algún día, los dragones y él deberían proteger.

More Chapters