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Chapter 6 - Capítulo I —Una misión al borde del colapso

Mi nombre es Eolka. Formo parte de la resistencia y, aunque lo repetí mil veces para convencerme, mi misión aquí nunca dejó de sentirse como un hilo tenso a punto de romperse. El tiempo dentro de la academia del Nuevo Orden no hace más que afilar mis sentidos; cada día activa en mí un instinto primario de supervivencia que creía dormido.

Han pasado ya dos semanas desde que llegué, y mi nombre falso empieza a ser recordado por algunos. Eso debería ser suficiente razón para irme cuanto antes. Pero ahora… ahora temo a la heredera. No sabría explicarlo con precisión: ella nunca me ha dirigido la palabra, y aun así, cada vez que cruzo un pasillo siento unos ojos invisibles siguiéndome.

Ya no tiene sentido quedarme.

Era una tarde cualquiera dentro de la academia, cuando un rumor cortó mis pensamientos de escape.

—Dicen que el descendiente del Cazador sigue allí… en el plano celestial donde los dioses fueron sellados.

No hice ruido. Solo escuché en silencio, mientras seguía el eco de aquellas voces. Entonces debido a mi curiosidad, sucedió lo inevitable

—Tú… —dijo una voz suave—. No eres como los demás.

El pasillo se llenó de silencio y la luz del atardecer tiño las paredes de un verde enfermizo.

Intenté retroceder, pero la heredera ya se había acercado demasiado. Sus dedos, fríos como mármol, se posaron sobre mi mejilla.

—Permíteme ver —susurró, con una ternura que no parecía humana.

Hice todo lo posible por escapar, pero —por alguna razón que aún no comprendo— una fuerza me ataba a ella. Moví apenas la cabeza, en un intento débil por escapar de su mirada.

—Dime… ¿no deseas más poder?

El silencio entre nosotras se estiró, denso, como si quisiera envolverme y ahogarme en su mirada.

—Señorita, le ruego que me suelte… no me gustan las mujeres.

No hubo tiempo para más pensamientos. Algo en su expresión se quebró, o quizá se reveló.

Por un instante creí que podría apartarme, antes de que los labios de la heredera rozaran los míos con la suavidad de dos velos encontrándose en pleno aire.

Sus manos —frías hasta hace un momento— subieron con cuidado, despertando en mí un escalofrío que no pude contener; por un instante temí haber sido descubierta por el enemigo. Entonces su boca dejó de rozarme y me tomó por completo, encajándose sobre la mía con la precisión de un colmillo que sabe exactamente dónde hundirse.

Yo forcejeé, golpeando sus hombros con todas mis fuerzas. A medida que su lengua insistía en tocar la mía, sentía cómo mi propia energía se desangraba, como si me bebiera el aliento. Mi mano, presa del pánico, descendió hacia mi muslo, buscando el frío metal de la daga que ocultaba bajo las telas. Mis dedos apenas lograron cerrarse sobre el puño cuando su presión cesó de golpe.

….

Eolka retrocedió al separarse de los labios de la heredera.

No fue vergüenza. Fue rabia. Una rabia fría que le temblaba en la mirada… justo antes de que el mundo empezara a distorsionarse.

Su visión le fallaba. Los colores del pasillo se diluyeron como pintura arrastrada por agua sucia. Tuvo que apoyarse en la pared, debido a que sus piernas flaqueaban.

Por un instante creyó —con una lucidez que dolía— que la heredera la había envenenado. O peor: que había usado alguna habilidad sin pronunciar una sola palabra.

La habían descubierto.

Ese pensamiento, tan simple, fue lo que la hundió en la desesperación. Intentó controlar los temblores, pero no lo logró.

La heredera, inmóvil frente a ella, la miraba con una serenidad tan artificial que parecía un cuadro observándola desde la pared.

Eolka dio un paso atrás. Y otro más. Y sin decir nada, lanzó una bomba de humo. El estallido ahogó el pasillo en un velo oscuro.

Había que huir. Ya.

Corrió sin dirección, apenas recordando cómo funcionaban sus piernas. El humo aún impregnaba su ropa y, mientras avanzaba por los corredores, su respiración se volvió un tirón seco e irregular. 

"Tonta, torpe, no previste nada."

Cuando salió al exterior, el mundo se torció. El cielo parecía acercarse hacia ella. Las nubes se abrían como si tuvieran un ojo en el centro. Las hojas de los árboles giraban en todas las direcciones… hacia ella.

No sabía si seguía corriendo de verdad o si ya había caído en una ilusión.

Solo sintió el golpe seco del aire frío cuando de alguna manera vio, por fin, la silueta del cuartel.

No recordaba cómo llegó hasta la entrada subterránea, pero de pronto estaba cruzándola. Pálida. Desorientada.

Algunos se levantaron al verla, llamándola por su nombre verdadero.

Ella no alcanzó a responder.

El ruido se apagó como si alguien hubiese cerrado una puerta a sus espaldas. Todo se volvió un murmullo lejano.

Eolka no sentía su cuerpo.

Solo una ligera incomodidad, como si su conciencia hubiera escapado de ella y buscara un lugar donde posarse.

Cuando creyó abrir los ojos, dos figuras etéreas con forma humana discutían.

Y ella, sin entender por qué, podía oírlos como si hablaran dentro de sus pensamientos.

Una voz femenina se alzó primero.

—¿En qué estabas pensando? —reprochó—. ¡Te lo dije mil veces! Esa misión era demasiado para ella.

La sombra temblaba con cada palabra, como una llama atrapada bajo el agua.

Intentó acercarse, pero no se movió.

Fue el mundo el que se deslizó hacia ella, empujándola sin permiso hacia una conversación que no debía escuchar.

La otra figura —más grande, más sólida— respondió con una voz grave que parecía provenir de todas partes.

—Mis decisiones nunca complacen a todos… —dijo él, o la sombra que lo imitaba—. Pero ella insistió. Quería avanzar. Quería respirar algo distinto.

La palabra respirar cruzó el espacio y se enroscó alrededor de Eolka, como si buscara entrar en ella.

Quiso gritarles que no era así. Que no era por eso.

Pero no tenía voz.

La figura femenina dio un paso, y el espacio se contrajo.

—¡Debiste consultarme! —la voz no dolía por el volumen, sino por la ansiedad que arrastraba—. Eolka es rápida, inteligente… sí. Pero no está lista para misiones que requieran un peligro inminente

—¡Basta…!

El mundo vibró con esa palabra.

—Todos saben que lo que hacemos es peligroso —continuó la figura masculina, desdibujándose por un instante—. No puedo contarlo todo. No aún. Pero ella lleva un pasado que la obliga a seguir. Uno que la consume. Que no la deja respirar cuando está lejos de sus misiones.

La sombra femenina bajó la cabeza, o la luz que hacía de cabeza se inclinó.

—Entonces… ¿arriesga la vida por eso?

Él guardó silencio.

—Porque perdió más de lo que ustedes creen…

La frase se quebró.

Como un cristal rompiéndose desde adentro.

Las figuras empezaron a desvanecerse, goteando luz.

El mundo etéreo se torció.

Y justo antes de que volviera al cuerpo que había abandonado, una última frase —o un pensamiento que no sabía si era suyo— la alcanzó:

No estás huyendo de ellos.

Estás huyendo de lo que recuerdas.

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